La respuesta del padre Michel Souchon, jesuita.
«¿Qué diferencia hay entre alma y espíritu? ¿Quién muere y quién queda vivo? La conciencia ¿es el alma o el espíritu?», pregunta un internauta.
En que nos convertimos después de la muerte es un gran misterio. Incluso el mismo término «después», que sugiere la idea de una continuidad temporal, está mal utilizado para hablar de la eternidad (aunque la eternidad no es, evidentemente, menos que el tiempo). En lo que respecta a las palabras «alma» y «espíritu», no tienen el mismo significado en el vocabulario judío que en otros idiomas. Para el hombre occidental, el dualismo griego parece ser evidente cuando se habla del ser humano: claramente está formado de un cuerpo y un alma. «Después de la muerte»: el cuerpo va a la tierra y el alma es acogida por Dios. El hombre de la Biblia no razona así, porque no conoce este dualismo. Demos una pequeña vuelta por las palabras de la Biblia.
Una etimología rica y compleja
El término rouah (viento, aliento, espíritu) es un término judío muy rico y complejo. Ante todo, el viento es uno de los elementos de la naturaleza, viento tempestuoso o brisa ligera, «pero no sabes de dónde viene ni adónde va» (Jn 3, 8). Cuando se relaciona con el ser humano, es la respiración, el aliento, la fuerza y la energía vital. Presente en la creación, el aliento de Dios (su Espíritu) es, de algún modo, la unión vital entre Dios y el hombre. Estará presente en la nueva creación anunciada por Ezequiel: «Os infundiré mi Espíritu» (36, 27).
El término judío néfesh (que a menudo se traduce como «alma») corre el riesgo de ser comprendido de una manera incorrecta. En esta lengua es muy polisémico: alma, ser viviente, vida, deseo, relación consigo? Se refiere a toda la persona en su totalidad y puede ser un sustituto del pronombre personal. Por ejemplo, cuando el salmista dice: «Mi alma tiene sed de Dios», expresa el deseo de todo su ser (42, 3). Es posible traducir: «Tengo sed de Dios». Durante mucho tiempo, las traducciones a otros idiomas han empleado sistemáticamente «alma» por néfesh (y el griego psychè).
Dios acogerá en él la vida, el alma y el espíritu
Durante mi infancia, he oído citar la palabra del Evangelio así: «¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt 16, 26). Es mejor traducirla así: «si se pierde a sí mismo» o «si paga con su propia vida». Del mismo modo, la gran paradoja evangélica: «Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará», era difícilmente comprensible cuando la palabra psychè se traducía por «alma» (Mt 16, 25 y siguientes). Y como Jesús dijo que ha «venido a dar su vida [su psychè] en rescate por muchos», comprendemos claramente que ha venido a darse a Sí mismo en rescate y no para dar su «alma» (Mt 20, 28).
Tras esta larga vuelta, volvamos a ese «después» de la muerte que nos preocupa. La palabra de Jesús puede servirnos de guía cuando dijo en la cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Del mismo modo que Él entrega su vida, su néfesh (la muerte en la cruz «por nosotros los hombres y por nuestra salvación»), encomienda su espíritu, su rouah, a las manos de su Padre, abandonándose con confianza y esperanza. Si usted me pregunta qué quedará después de la muerte, me gustaría responder de manera provocativa: ¡nada! ¡No le quedará nada, ni cuerpo, ni alma, ni espíritu, ni conciencia! No espere que pueda salvar su vida sin perderla. Pero Dios, a quien encomienda su aliento, Dios, eso esperamos, acogerá en Sí la vida, el alma y el espíritu que usted habrá entregado en el servicio a los otros y encomendado con confianza a su tierna misericordia.