miércoles, noviembre 30, 2022

Magia en el Valle de los Caídos

Extracto del libro "FRANCO TOP SECRET" de José Lesta y Miguel Pedrero 

El Valle de los Caídos se encuentra a 57 kilómetros de Madrid y a 7 de El Escorial, en plena sierra del Guadarrama. 

Está situado en una finca que antaño fue llamada "Pinar de Cuelga Moros" y que posteriormente adoptó la forma "Cuelgamuros". 

Si el lugar es conocido es, por supuesto, por la gigantesca mole pétrea que Franco hizo construir allí como tumba santuario. Es un sitio agobiante, oscuro y tenebroso, y nuestro pequeño incidente protocolario no había hecho más que aumentar esas sensaciones. Concebido oficialmente como un monumento para honrar a los españoles muertos durante o después de la Guerra Civil, un simple vistazo indica que el edificio poco o nada tiene que ver con eso. 

Un primer recorrido demuestra un claro afán religioso y católico, pero una ojeada más profunda y detenida revela una velada intencionalidad mística y esotérica, casi diríamos pagana, que poco tiene que ver con la simplona beatería ultracatólica del régimen que representaba el dictador. Una vez traspasada la gigantesca puerta acerada y el vestíbulo principal, se abren a ambos lados dos nichos u hornacinas que guardan dos grandes y majestuosos arcángeles: san Gabriel y san Miguel, que aparecen en los Evangelios luchando contra la Bestia del Apocalipsis. Tienen sus alas desplegadas y los brazos hacia delante, juntando sus manos sobre las empuñaduras de sendas espadas. 

Tal y como dijo Diego Méndez, el principal arquitecto del complejo: «Celosos de la honra de la Casa de Dios, montan guardia permanente en solemne advertencia a los que entran». Pocos metros más adelante se despliegan varias figuras de alabastro, entre ellas la Virgen de África sobre una barca cruzando el mar. Una clara alusión personal de Franco al suceso, milagroso para él, del paso del estrecho rompiendo el cerco naval republicano a comienzos de la Guerra Civil. Hay que tener en cuenta que la obra no fue sólo dirigida y supervisada por Franco, sino que su obsesión por la misma hacía que apareciera de improviso, a veces a medianoche, sin más compañía ni escolta que su conductor personal. En estas inspecciones lo revisaba todo, decidiendo la elección de los emplazamientos de cada cosa. Suyas son las decisiones de los mil y un detalles que contiene la obra arquitectónica; por eso, si se analiza el lado esotérico del Valle de los Caídos, en realidad se está escudriñando el perfil oculto de Franco. En cierto punto del recorrido hay una amplia galería de lienzos murales que guardan algunos de los mayores contenidos ocultistas. Se trata de ocho tapices de 8,70 por 5,30 metros de alto que fueron realizados en 1549 por el bruselense Guillermo Pannemaker. Constituyen un maravilloso conjunto de paños en los que no sólo se entretejen la lana o la seda, sino incluso hilos de oro y plata. Comprados por Felipe II y traídos a España en 1553, conforman una representación con interesantes detalles esotéricos sobre el Apocalipsis de san Juan... 

En el primero de ellos se observa a san Juan en la isla griega de Patmos, donde tuvo sus visiones sobre el fin del mundo. El santo aparece representado por su animal simbólico, el águila. Además se ve a Jesús portando en su mano un libro de siete sellos que contiene «lo que ha de venir», y una espada de doble filo saliendo de su boca. 

En el segundo y tercer tapiz se observa cómo un cordero abre cuatro sellos y entonces aparecen el Hambre, la Peste, la Guerra y la Muerte, los Cuatro Jinetes del Apocalipsis que devastan a la humanidad. Al abrir el quinto y el sexto sellos, el sol, la luna y las estrellas caen, destruyendo la Tierra, que parece temblar mientras los hombres intentan salvarse en lugares elevados. También se puede ver cómo otro ángel marca con una señal en la frente a las 144.000 personas que se salvarán de la destrucción. Cuando el cordero abre el séptimo sello se produce un silencio grande. En el tejido se ve cómo una lluvia de fuego y sangre cae sobre la tierra; el sol y la luna se oscurecen y una montaña ardiente cae al mar. 

En el cuarto tapiz aparece la Bestia que aplasta a Enoch y Elías, tras cumplir su predicación. Entonces se ve el Reino de Dios sobre el cielo y el Arca de la Alianza al lado de una mujer que está a punto de dar a luz. Un dragón de siete cabezas, diez cuernos y siete diademas en las cabezas parece querer devorar al niño, pero san Miguel lo salva. En el quinto tapiz se representa la batalla entre san Miguel y sus ángeles y las tres bestias y sus demonios, que finalmente son derrotados. En el sexto se puede ver cómo Jesús, con una hoz en la mano derecha, prepara el juicio Final y sobre una nube da la señal a los ángeles para enviar las últimas siete plagas a la tierra, al mar y a las fuentes. 

En el siguiente tapiz, los ángeles derraman las tres últimas copas de las plagas sobre el aire, el Eufrates y el trono de la Bestia, cuyo reino queda lleno de tinieblas y Babilonia destruida. Finalmente, en el octavo tapiz se observa al ejército de Jesús sobre caballos blancos combatiendo a la Bestia de siete cabezas, que simboliza a las potencias infernales. Esta cae derrotada y un ángel la ata y la encadena por mil años. Otro ángel enseña a san Juan, que contempla la escena a lo lejos, una enorme fortaleza torreada sobre la que se celebra la victoria. 

A lo largo de todo el recorrido, el mensaje continuo que se ofrece al visitante es el de la lucha entre las fuerzas del bien y del mal. Todo ello aderezado con un tono marcadamente bélico y guerrero que en algunos casos toca directamente el paganismo. Por eso, una vez pasados los tapices del Apocalipsis podemos ver una doble hilera de extrañas figuras pétreas. Oficialmente representan la fuerza de los ejércitos. Son hombres armados, cuyos rostros se ocultan bajo capuchas y a los que no se les puede observar los ojos. No son santos, evidentemente, ni ángeles. Son guerreros muertos, espíritus protectores, los manes de las antiguas tradiciones nórdicas y druídicas, que guardan las almas de los caídos en combate. Más adelante, tras subir una escalinata de diez peldaños, se llega al altar mayor. En todo el complejo interior y exterior, las escaleras se agrupan siempre de diez en diez. Por ejemplo, en la gran escalinata frontal de cien metros de ancho que hay frente a la entrada del "búnker", se despliegan dos tramos de diez peldaños graníticos. Este número diez repetido en toda la construcción simboliza los Diez Mandamientos. Una vez en el altar, continúan las sorpresas. Rodeando el ara circular central se alzan cuatro grandes esculturas de bronce de ocho metros de altura. Dos de ellos van armados con espadas y son de nuevo san Miguel y san Gabriel, junto con san Rafael y... ¡el arcángel Azrael! Curiosa figura esta última. Mientras que los otros tres miran al frente o a lo alto, este último arcángel, más propio de la religión hebrea que de la cristiana, tiene la vista cubierta, tapada por los pliegues de un largo velo. Azrael es en el Antiguo Testamento el arcángel que conduce ante Dios las almas de los muertos. 

No hay que olvidar que todo el complejo es en realidad un gigantesco mausoleo, y por eso tampoco debe sorprender que a unos metros de la figura de este enigmático arcángel se encuentre una de las dos pesadas puertas tapiadas que conducen a los osarios: una descomunal cripta que rodea los laterales de la construcción en el interior de la montaña y donde encontraron "digna sepultura los restos de los héroes y mártires de la Cruzada", según palabras de Franco. /.../ En las primeras semanas de septiembre de 1940 se distribuyo el número 36 de la revista Vértice, el órgano oficial de FET y de las JONS, el partido único de la dictadura. 

En sus páginas el arquitecto Luis Moya, el escultor Manuel Laviada y el militar vizconde de Uzqueta firmaban un artículo que hoy podría resultar casi desestabilizador. Al parecer, estos tres personajes, a finales de 1936 y con la Guerra Civil en pleno apogeo, sienten «la necesidad de combatir de un modo espiritual por un orden». Su modo de expresar esa inquietud consistió en aunar sus conocimientos para elevar un arco de triunfo y una gran pirámide —más bien un tetraedro— que cantara la victoria de los «nacionales» y honrara a los muertos de la guerra. El arco del triunfo mostraría al apóstol Santiago en medio de una gran bandera de piedras rojas y amarillas, mientras que la fúnebre pirámide, que se pretendía ¡tan grande como la de Keops!, estaría hueca en su interior, iluminada por pequeños ventanucos de medio punto abiertos en líneas horizontales a lo largo de las tres caras. Dentro de la gigantesca cripta surgiría una gran llama esculpida en granito, por la que ascenderían portando una cruz los símbolos de la Pasión, en figura humana. Increíble, pero así iba a ser inicialmente el Valle de los Caídos, o al menos esa era una de las ideas. 

Porque había más proyectos. Alguno tan surrealista como el de Dalí, que consistía en recoger los huesos de todos los muertos en la guerra, hacerlos polvo y convertirlos en una especie de masa. Con esa masa modelaría una serie de esqueletos surrealistas que irían, cada cierto número de kilómetros, jalonando la carretera desde Alicante (donde murió José Antonio) al Valle de los Caídos. El primer esqueleto sería diminuto, e irían creciendo gradualmente hasta alcanzar el último, en Cuelgamuros, proporciones colosales. Evidentemente, nunca se aprobó. Por algo Diego Méndez aseguraba en 1957 que «los Estados han hecho presas y pantanos, ferrocarriles, puertos, escuadras, centrales atómicas [...], todo con un fin inmediato de ganancia, con propósito financiero o de explotación. Nada, absolutamente nada que signifique triunfo de lo inmaterial, que eleve a Dios, que sirva para expresar lo inefable. [...] España cuenta gracias a Franco con algo nuevo, excepcional». 

Aunque claramente tendencioso y exagerado, hay que reconocer que tenía razón en el carácter espiritual que se le quería imprimir al monumento. Sin embargo, detrás de esas «exigencias espirituales» se pueden descubrir unas influencias claramente ocultistas y esotéricas, tan diáfanas y descaradas que se pueden comprobar incluso observando un mapa de la zona. Si se une en línea recta la basílica del Valle de los Caídos y la capilla Mayor del monasterio de El Escorial, descubrimos que justo en el punto intermedio se encuentra el sagrado monte Abantos, mítico lugar de adoración de los pueblos iberos, y centro de leyendas ocultistas en toda la zona. Así pues, da la sensación de que ambos monumentos se relacionan con la cima del monte bajo algún propósito desconocido. La verdad es que conjeturas puede haber para todos los gustos. Una de las más sugestivas es la ofrecida por los investigadores José Hermida y Silvia Nieto: «Los extremos son equidistantes a la cima del monte. Franco no eligió el emplazamiento al azar. El Valle de los Caídos se encuentra en relación topológica directa con El Escorial. Franco había descubierto una fuente de energía en el extremo opuesto a donde se sitúan las fuerzas demoníacas. A esa fuerza se entregó después de su muerte». Esoterismo, apariciones y sociedades ocultistas en la dictadura Editorial Temas de Hoy «Se cumplen casi treinta años de la muerte de Franco. Tiempo más que suficiente, creemos, para dar un nuevo giro a su biografía personal», dicen José Lesta y Miguel Pedrero en las primeras líneas de Franco Top Secret. Esoterismo, apariciones y sociedades ocultistas en la Dictadura publicado por Temas de Hoy. 

Un libro de investigación sobre la personalidad más oculta de Franco, sus creencias más secretas y las actuaciones políticas más alejadas de su ideología pública. En este provocador trabajo, se realiza una investigación para comprobar la veracidad de las informaciones que revelan las prácticas espiritistas de su madre, su carácter fatalista, la existencia de una médium que contestaba a sus preguntas, y la creencia de Franco en este tipo de adivinaciones. Durante su estancia en África, también se confirma la colaboración de Franco con Mersida, una vidente en la que confiaba antes de entrar en combate. Se analiza su obsesión por la llegada de reliquias expoliadas en la Guerra Civil y su obsesión con la mano incorrupta de Santa Teresa que custodiaba en su propia habitación y que acompañaba a la familia en todos sus desplazamientos. La fe ciega basada en los principios católicos que predicaba para el régimen como una Cruzada, también se basaba en hechos sobrenaturales -como las caras de Bélmez, las visiones del almirante Carrero Blanco o los ovnis que surcaron los cielos durante la dictadura franquista- y en piezas casi mágicas como el manto de la Virgen del Pilar, la Cruz de la Victoria o el Santo Grial. También se revela una teoría esotérica que une el valle de los Caídos, El Escorial y las construcciones del Cerro de Los Ángeles. Estos lugares cercanos «forman un triángulo, un potente imán simbólico que Franco aprovechó para propósitos personales cuyo objetivo final permanece oculto hasta el momento». «Era evidente que el régimen estaba alimentado por una gran número de sociedades secretas, creencias esotéricas, sectas, prácticas mágicas y un largo rosario de fenómenos asociados al mundo del esoterismo», desde los masones, pasando por la Iglesia de Satán a la que pertenecería un alto diplomático del gobierno de Franco, hasta el Opus Dei. 

Para el análisis de ese mundo ocultista en la época de Franco, se indaga en los orígenes del apellido del dictador para averiguar sus posibles raíces judías, para ello se escarba en documentos de hace siglos donde constan los antepasados del general Franco. A su vez, los autores han podido hablar con varios espías y ex directores de la policía franquista que les aportaron datos y documentos inéditos sobre la relación de Franco y su familia, con la masonería.