Brad Hunter
La capacidad de aprecio o desprecio hacia la vida conforma el desafío más importante para la actual humanidad. La evolución no tiene sentido si el rumbo elegido no tiene en cuenta la esencia misma de la existencia: la vida.
El hombre puede ser una amenaza a su propia naturaleza. Entre los seres vivos, el ser humano es la única criatura que posee la capacidad de planificar y desarrollar pensamientos, transmitir sus ideas y sus sentimientos, y es poseedor de un conocimiento que le permite modificar la vida. En su afán de desarrollo, avanzó sobre la propia esencia de la existencia. El hombre no puede sobrevivir si desprecia la vida porque, justamente, el principal objetivo de “por qué estamos aquí” es preservarla.
Existe una clara interdependencia holonómica que nos enseña que, en la existencia, cada parte que la constituye es un reflejo del todo. Este entendimiento debería guiar la evolución humana para lograr alcanzar una valorización, un aprecio y respeto por cada componente que hace al orden de la naturaleza y la vida.
Sin embargo, el desprecio por el orden creado por millones de años de lenta evolución está siendo alterado y corrompido por la especie a la que mayor capacidad consciente se le ha conferido y la que mayor dedicación debería aplicar en su resguardo. En casi todo el planeta el desprecio por la vida es el mayor punto de conflicto de cara a la sustentabilidad futura de la especie humana y su relación con la Tierra.
AVANCE VS. NATURALEZA
Los avances tecnológicos de los que la humanidad se enorgullece han creado un paradigma inverso en el que el progreso se dirige en un camino opuesto a la sustentabilidad del ecosistema. El dominio y explotación de los recursos que sólo ponderan el lucro, la inmediatez y el consumo se dirige hacia un punto sin retorno de desprecio por el medio ambiente. No es que usemos tecnología, la vivimos. Se ha hecho tan ubicua como el aire que respiramos. Indudablemente, todos tenemos buenas intenciones, pero estas por sí solas no bastan si no van acompañadas de un cambio de paradigma y de mejoras que ayuden a que el ser humano y la naturaleza puedan convivir en armonía. ¿No existen acaso empresas que engañan diciendo que actúan responsablemente y que son “verdes”, cuando en realidad basan su negocio en las energías más contaminantes?
¿Qué podemos hacer cuando una empresa, boicoteando las energías limpias, nos impide ser custodios de la naturaleza? ¿Por qué no se publicitan las energías denominadas limpias? ¿Por qué no se facilita el autoconsumo energético? Lo impiden los sistemas de control y regulación propuestos desde las esferas corporativas. Además de no reconocer que desprecian la vida, priorizan la economía por sobre la necesidad de cambio que impone la crisis ambiental. Más que atentar contra los sistemas, atentan contra la sobrevivencia de la vida misma en el planeta.
Es tiempo de aplicar soluciones, pero no parece ser la respuesta oficial cuando países como España legislan impidiendo que los consumidores generen su propia energía aplicando impuestos al uso de paneles solares. De esta forma, el poder de los recursos no renovables atenta tanto contra la libertad individual como contra el derecho de existencia a toda forma de vida.
¿Para qué servirá todo el dinero del mundo si el camino para obtenerlo conduce a la muerte? ¿Están inmunizados los lujosos castillos reales y los grandes logros tecnológicos contra la reacción de la naturaleza? ¿No los afectarían los terremotos, las erupciones volcánicas, las inundaciones y las tormentas? Los ciegos de conciencia se darán cuenta de que se han equivocado y que se están destruyendo a sí mismos.
El papa Francisco, priorizando la lógica humana por sobre toda creencia religiosa, nos ha propuesto actuar como “salvaguardas de la creación”. Desde esta postura debemos unirnos a la gente de buena voluntad que denuncia a través de la conciencia de la verdadera evolución este atentado contra la naturaleza de lo creado. Después de todo, no estamos hablando sólo del presente y de una responsabilidad hacia las generaciones actuales, sino del mundo que proyectaremos hacia el futuro.
DERECHOS Y RESPONSABILIDADES
Muchas personas reclaman sus derechos pero olvidan sus responsabilidades. Estas revisten muchas formas, pero la peor es atentar contra los principios que debemos respetar. La idea de progreso ha creado la colisión de dos mundos diferentes: la vida urbana y la tecnología contra el medio ambiente. No parece haber ninguna capacidad de ver más allá.
No vivimos con la naturaleza, la despreciamos considerándola hostil; vivimos por encima de ella, fuera de ella y compitiendo con ella. “Koyaanisqatsi” es una palabra utilizada por la comunidad nativa Hopi de Estados Unidos, que significa “vida fuera de balance”. Mediante la política, la educación, las estructuras financieras, las del Estado, el lenguaje, la cultura y la religión, la humanidad ha tratado de cumplir con el derecho a vivir en sociedad.
Pero olvidó la responsabilidad de preservar lo que existe más allá de sus creaciones. Así que no se trata solamente de hacer cumplir con los derechos de todo lo que existe dentro de la vida en sociedad, sino también de efectivizar las responsabilidades de los efectos que producimos en todo lo existe fuera de esta.
LA TRANSFORMACIÓN DEL DESPRECIO HACIA EL APRECIO
El hombre no puede dar marcha atrás, no puede remontarse a la condición previa al industrialismo ni puede retornar a la naturaleza en su forma virginal. Pero si no puede volver atrás, sí puede negarse a seguir en este camino hacia el futuro.
Lo primero que debe cambiar en cada ser humano es la mentalidad subjetiva que nos hace despreciar la objetividad de la realidad. La realidad nos asusta y ante la depredación de la vida, en vez de reaccionar, nos aferramos a los instintos de supervivencia individual, atentando contra la supervivencia común y colectiva de grupo.
Los antiguos pueblos nativos veían a la Tierra como una madre y nunca se olvidaban de ella, le rendían culto a su fertilidad y vivían en un agradecimiento continuo a su generosidad y diversidad. En cada corazón humano existe el recuerdo ancestral de muchos pueblos y hombres que alcanzaron la sabiduría del vivir en armonía con el planeta.
Tenemos que despertar nuestra conciencia y recordar que el aire que respiramos es el suspiro de los árboles, que por nuestra sangre fluye el agua que corre por los ríos y océanos y que el fuego interior que nos da vida es el mismo espíritu vivo que abraza la Tierra. Los cuatro elementos están dentro de nosotros, y en la medida enque armonizamos nuestro interior, seremos capaces de armonizar nuestra relación con el mundo exterior.
Nada lograremos basándonos en un sistema de creencias externas que desprecia la vida. Debemos dejarnos guiar por la sabiduría interna y la experiencia contemplativa del ser que nos ayudará a reencontrarnos con nuestra más profunda verdad, el aprecio por la vida.
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