miércoles, septiembre 10, 2025

Higiene Espiritual

Cuentan que otro buscador de la verdad salió en cierta ocasión a los caminos de Lurancha -el mundo-
Y allí, en el gran cruce del mundo interrogó a sus hermanos.
Decidme, ¿cuál es la verdad?
Busca la filosofía -respondieron los filósofos-.
No, -argumentaron los políticos- la verdad está en el servicio.
Entra a las catedrales -le aseguraron los clérigos-.
Sin duda, la verdad es la sabiduría -terciaron los sabios-.
Renuncia a todo -esgrimieron los ascetas-.
Contempla y ensalza las maravillas del señor -le anunciaron los místicos-.
Acata y cumple las leyes -señalaron los gobernantes-.
Conócete a ti mismo -cantaron los guardianes del esoterismo-.
La verdad está en los números sagrados -dedujeron los cabalistas-.
Vive los placeres -aconsejaron los epicúreos-.
Únete a nosotros -le gritaron los revolucionarios-.
La verdad es un mito -respondieron los escépticos-.
Vive y deja vivir -clamaron los existencialistas-.
El pasado: esa es la única verdad -clamaron los existencialistas-.
Confundido, aquel humano se dejó caer sobre el polvo del camino, mientras aquella multitud se
alejaba cantando y reivindicando “su” verdad.
En eso, acertó a pasar junto al hombre un venerable anciano que portaba un refulgente diamante.
¿Quién eres? Preguntó el derrotado buscador de la verdad.
Y el anciano, mostrándole el diamante respondió:
Soy el guardián de la verdad.
¿La Verdad? ¿Es qué existe?
El anciano sonrió y aproximando la gema al rostro del humano, replicó:
La verdad. Como este tesoro, tiene mil caras. A cada uno le corresponde averiguar cuál es la que le
toca. - J.J. Benítez -“La rebelión de Lucifer”-
 
El pensamiento.
 
¿Por qué buscamos algo que nos haga felices?, ¿Por qué buscamos la verdad?
 
Para la mayoría de nosotros el buscar algo es un modo de eludir lo existente. Debemos pues, aclarar
muy bien para nosotros mismos, si esta búsqueda de la verdad, o de Dios, es una escapatoria o si es la
búsqueda de la verdad en todo: en nuestras relaciones, en el valor de las cosas, en las ideas. Si sólo
buscamos a Dios porque estamos cansados de este mundo y de sus miserias, se trata de una
escapatoria. Entonces creamos un dios, que por lo tanto no es Dios, evidentemente. Es una maravillosa
evasión. Pero si tratamos de encontrar la verdad, no en una serie exclusiva de acciones sino en todas
nuestras acciones, ideas y relaciones, si buscamos la verdadera valoración del alimento, el vestido y del
albergue, entonces, la encontraremos. Entonces no será una evasión. Pero si estamos confusos con
respecto a las cosas de este mundo –alimento, vestido, vivienda, relaciones e ideas- ¿cómo podremos
encontrar la realidad? Sólo podremos inventar una "realidad". Dios, la verdad o la realidad, no pueden
ser conocidos por una mente que e halla confusa, condicionada, limitada.
 
¿Cómo puede pensar en la realidad, Dios, o lo que sea una mente condicionada?
 
La mente primero tiene que "descondicionarse". Tiene que liberarse de sus propias limitaciones, de su
condicionamiento.
El condicionamiento de la mente le es impuesto interior y exteriormente, y mientras la mente engendre
discordia, conflicto en la vida de relación, no podrá conocer la realidad. De modo que si uno ha de
conocer la realidad, la mente tiene que estar en calma; pero si a la mente se la obliga, se la disciplina
para que se calme, esa calma es en sí misma una limitación, mera autohipnosis. La mente sólo llega a
calmarse y a liberarse cuando comprende los valores que la rodean.
Para comprender, pues, aquello que es lo más elevado, lo supremo, lo real, debemos empezar muy bajo,
muy cerca; es decir, tenemos que descubrir el valor de las cosas, de las relaciones y de las ideas con las
cuales nos ocupamos a diario.
 
¿Cómo se puede buscar la realidad?
 
Puedes inventar una "realidad", puedes copiar, puedes imitar y como has leído tantos libros, puedes
repetir la experiencia de los demás. Pero eso, por cierto, no es lo real. Para experimentar lo real, la
mente debe dejar de crear; porque cualquier cosa creada por ella sigue dentro del cautiverio del tiempo y el pensamiento. El problema no consiste en saber si hay o no Dios, sino en cómo podrá el ser humano
descubrir a Dios, y si el ser humano en su búsqueda se desprende de todo, inevitablemente encontrará
esa realidad. Pero tiene que empezar con lo que está cerca, no por lo que está lejos. Es obvio que para
ir lejos hay que empezar cerca. Pero la mayoría de nosotros desea especular, lo cual es una escapatoria
muy cómoda. Por eso, las religiones ofrecen tan maravilloso narcótico a la mayoría de la gente. De
suerte que la tarea de desenredar la mente de todos los valores que ha creado es en extremo ardua. Y
como nuestra mente está fatigada, o somos perezosos, preferimos leer libros de filosofía o religión y
especular acerca de la Vida y de Dios; pero eso, a buen seguro, no es el descubrimiento de la realidad.
Realizar, realizarse como persona es "vivenciar", no imitar.
 
¿Puede la mente dejar de crear y así percibir la realidad?
 
Para comprender esta cuestión no debemos mirar en los libros, miremos dentro de nosotros mismos.
Cuando decimos que estamos pensando lo que hacemos es reaccionar. Reaccionamos mediante
nuestro recuerdo del pasado.
La memoria es la experiencia, el almacenamiento de la experiencia de ayer, ya sea colectiva o individual.
La experiencia de ayer es recuerdo. La respuesta de la memoria a un estímulo se llama pensar.
Cuando el pensador piensa, crea, y lo que él crea no es lo real. Todo el proceso del pensamiento, que
incluye al pensador tiene que terminar, lo cual significa que el pensador tiene que cesar. Debemos
comprobar por nosotros mismos que cuando cesa el pensamiento el pensador desaparece, deja de
existir, y sólo entonces encontraremos la realidad.
 
¿Quién debe poner término al pensador y al pensamiento? ¿Cómo liberar al pensador de sus
pensamientos?
 
La resistencia al pensamiento, reprimir todo pensar, sigue siendo una forma del pensamiento; por lo
tanto, el pensador continúa, y así jamás podrá hallar la verdad. ¿Qué ha de hacer pues? Esto es muy
serio y requiere sostenida atención. Si el pensador hace un esfuerzo para comprender la realidad, sigue
manteniendo el proceso del pensamiento.
Todo lo que puede hacer una persona es darse cuenta de que cualquier esfuerzo positivo o negativo de
su parte es perjudicial. Tiene que ver la verdad al respecto, y no simplemente comprenderla
verbalmente. Debe ver que no puede actuar, porque cualquier acción de su parte mantiene al actor, lo
alimenta. Todo esfuerzo de su parte vigoriza al "yo", al actor, al experimentador. Todo lo que él puede
hacer, pues, es no hacer nada. Hasta el deseo, positivo o negativo, sigue siendo parte del pensar. El ser
humano debe ver que cualquier esfuerzo que haga es perjudicial para el descubrimiento de la verdad.
Este es el primer requerimiento.
Si yo quiero comprender, tengo que estar completamente libre de prejuicio y no puedo hallarme en ese
estado cuando hago un esfuerzo, positivo o negativo. Ello es arduo en extremo. Requiere un sentido de
pasiva y atenta percepción, en la que no se realiza esfuerzo alguno. Sólo entonces puede surgir la
libertad.
 
La mente sólo puede moverse en el campo de lo conocido y mientras ella se mueva dentro de ese
ámbito, jamás podrá conocer lo desconocido. La realidad es lo desconocido, aquello que es lo conocido
no es lo real. Para librarnos de lo conocido, cualquier esfuerzo es perjudicial, porque el esfuerzo sigue
perteneciendo a lo conocido. Así que nuestro problema consiste en liberar a la mente de lo conocido.
Todo esfuerzo, pues, debe cesar. ¿Alguna vez has procurado no esforzarte? Si yo comprendo que todo
esfuerzo es inútil, que todo esfuerzo es una nueva proyección de la mente, del "yo", del pensador, si
percibo la verdad a ese respecto, ¿qué ocurre? Si yo veo bien claramente el rótulo "VENENO" en una
botella, no la toco. No hace falta esfuerzo alguno para no ser atraído por ella. De un modo análogo – y
en este estriba la dificultad mayor- si me doy cuenta de que todo esfuerzo por mi parte es perjudicial,
estoy libre de esfuerzo. Todo esfuerzo de nuestra parte es perjudicial, pero no estamos seguros porque
deseamos un resultado, una realización, ahí está nuestra dificultad. Seguimos, por lo tanto, luchando y
luchando. Pero Dios, la verdad, no es una recompensa, una finalidad. Tiene ciertamente que venir a
nosotros; nosotros no podemos ir hacia ella. Si hacemos un esfuerzo para ir hacia ella, buscamos un
resultado. Mas para que surja la verdad, el ser humano debe ser pasivamente perceptivo. La percepción
pasiva es un estado en el que no hay esfuerzo. Consiste en ser perceptivo sin juzgar, sin optar, no en
algún sentido fundamental, sino en todas las maneras; en darse cuenta de sus actos, de sus
pensamientos, de sus respuestas relativas, sin opción, sin condenación, sin identificarse ni negar, para
que la mente empiece a comprender todo pensamiento y toda acción, sin juzgar. Esto induce a averiguar
sí puede haber entendimiento sin pensamiento.
 
Pero sin indiferencia. La indiferencia es una forma de juzgar. Una mente embotada, una mente
indiferente, no es perceptiva. El ver sin juzgar, el saber exactamente lo que ocurre es la atenta
percepción. Es, pues, inútil que busquemos a Dios o la verdad, sin ser perceptivos ahora, en el presente
inmediato. Es mucho más fácil ir a un templo, pero ésa es una huida a los dominios de la especulación.
Para comprender la realidad, debemos conocerla directamente, y es obvio que la realidad no pertenece
al tiempo ni al espacio. Ella está en el presente, y el presente es nuestro propio pensamiento y acción.
 
Todo pensamiento es parcial.
 
Nos damos cuenta de que estamos condicionados. El analizar, el pensar sobre un problema es ejercer la
fuerza para romper con algo.
Limitémonos a ver el problema, no preguntemos cuál es la respuesta, la solución. El hecho es que
estamos condicionados y que todo pensar destinado a comprender este condicionamiento será siempre
parcial; por lo tanto, jamás hay una comprensión total. Y sólo en la comprensión total del proceso íntegro del pensar hay libertad. La dificultad está en que siempre estamos funcionando dentro del campo de lamente, del pensamiento y, vemos que siempre es parcial.
Para liberar la mente de todo condicionamiento, debemos ver la totalidad de éste sin que intervenga el
pensar. Esto es ser libre con respecto al "yo".
 
La memoria.
 
Existen dos tipos de memoria, la psicológica y la factual. Se hayan siempre relacionadas entre sí,
por lo que no están bien definidas. Es un hecho que la memoria factual es imprescindible para
poder vivir, por ejemplo, necesitamos acordarnos de las partes de una máquina para poderla
montar, pero ¿es necesaria la memoria psicológica?
Si observamos vemos que conservamos los recuerdos que son agradables y evitamos y
desechamos los que son desagradables.
 
Vemos también que la mente es toda ella memoria. La mente es producto del pasado se basa en
el pasado, el cual es memoria, condicionamiento. Ahora bien, con esa memoria nos enfrentamos a
la vida. La vida nos pide que nos enfrentemos constantemente a nuevos retos, el reto de la vida es
siempre nuevo y nuestra respuesta está siempre condicionada por lo viejo, porque la memoria es
producto del pasado ¿Qué ocurre entonces? Absorbo lo nuevo, no lo comprendo y la experiencia
de lo nuevo se haya condicionada por el pasado. Así pues, tenemos una comprensión parcial de lo
nuevo, jamás tendremos una comprensión completa. Sólo cuando la comprensión de cualquier
cosa es completa, esa comprensión no deja cicatriz alguna en la memoria.
Nuestras experiencias previas actúan como una barrera para la comprensión del nuevo reto. De
modo que seguimos cultivando y fortaleciendo la memoria. Sin llegar a comprender lo nuevo: la
propia vida. Jamás afrontamos el reto de la vida completamente, sólo cuando seamos capaces de
afrontar el reto de una manera nueva, fresca, sin que intervenga el pasado, el reto nos entregará
sus frutos, sus riquezas.
 
Toda nuestra civilización se basa en fortalecer la memoria ¿qué nos proponemos con eso? ¿por
qué es tan importante la memoria? Por la sencilla razón de que no sabemos vivir total e
íntegramente en el presente. Usamos el presente como un medio con vistas al futuro, por lo que el
presente carece para nosotros de importancia. Debido a que vamos a llegar a ser esto o aquello o
voy a llegar aquí o allí, jamás tenemos una comprensión completa de nosotros mismos y la
comprensión de nosotros mismos y de lo que somos aquí y ahora no requiere el cultivo de la
memoria. Por el contrario, la memoria es un obstáculo para la comprensión de lo que es.
 
No se si habéis notado que un sentimiento nuevo viene cuando la mente no se haya atrapada en la
red de la memoria. Existe un intervalo entre dos pensamientos, entre dos recuerdos, y cuando ese
intervalo puede ser mantenido, entonces, desde ese intervalo, surge un nuevo estado del ser, un
estado que ya no es memoria. De modo que la experiencia con memoria y la experiencia sin
memoria son dos estados diferentes, es decir.
 
Nosotros conservamos recuerdos y cultivamos la memoria como un modo de continuar. El "yo", lo
mío, se vuelven muy importantes en tanto existe el cultivo de la memoria. Y como casi todos
estamos compuestos de el "yo" y lo mío, la memoria juega un papel importantísimo en nuestras
vidas.
 
Si observamos, veremos que en ese intervalo entre dos pensamientos y entre dos sentimientos
existe una libertad extraordinaria respecto del "yo" y de lo mío. Ese intervalo es intemporal, está
fuera del tiempo.
 
La memoria es tiempo, la memoria crea el ayer, el hoy y el mañana. La memoria de ayer
condiciona el hoy y por lo tanto moldea el mañana. O sea, el pasado, a través del presente moldea
el futuro. Hay en marcha un proceso de tiempo es cual es creado por la voluntad de devenir.
La memoria es tiempo y mediante el tiempo esperamos alcanzar un resultado. "si me dan tiempo
llegaré a ser el gerente..." y con la misma mentalidad decimos: "alcanzaré la realidad", "me
acercaré a Dios". Por consiguiente, debo contar con el tiempo a fin de realizarme, lo cual implica
que debo cultivar la memoria. Fortalecer la memoria mediante las prácticas o la disciplina para
llegar a ser algo o alguien, para lograr las cosas, para progresar.
Así, por mediación del tiempo esperamos alcanzar lo intemporal. Por medio del tiempo esperamos
obtener lo eterno. ¿Es eso posible? ¿Es posible atrapar lo eterno en la red del tiempo, atraparlo
por medio de la memoria, la cual pertenece al tiempo? ¿Es posible atrapar la grandeza de la vida
en la memoria y en el pensamiento?
 
Lo intemporal puede existir únicamente cuando cesa la memoria, que es el "yo" y lo mío. Si vemos
la verdad de esto, que lo intemporal no puede ser comprendido ni recibido por medio del tiempo,
entonces podemos investigar el problema de la memoria, de la mente y del pensamiento.
La memoria de las cosas técnicas es esencial, pero la memoria psicológica que mantiene al sí
mismo, al "yo" y lo mío, la memoria psicológica que causa identificación y continuación propia es
totalmente perjudicial para la vida y para la realidad.
 
Cuando uno ve la verdad de todo esto lo falso se desprende por lo que no hay retención
psicológica de la experiencia del ayer.
 
Vemos una bella puesta de sol y disfrutamos de ella plena y totalmente. Pero al día siguiente
regresamos a ella con el deseo de disfrutar nuevamente ¿Qué ocurre cuando hacemos eso? Que
no hay disfrute, porque el recuerdo de la puesta de sol de ayer es la que ahora nos hace volver a
ella, impulsándonos a disfrutar. Ayer no había ningún recuerdo, sólo una apreciación espontánea,
una respuesta directa a la vida, pero hoy tenemos el deseo de capturar la experiencia de ayer. Es
decir, la memoria está interviniendo entre nosotros y la puesta de sol, por lo que no habrá disfrute y
tampoco existirá la auténtica apreciación de la belleza.
 
Por otra parte, un amigo nos hizo un insulto o una lisonja, y conservamos ese recuerdo. Con ese
recuerdo volvemos a encontrar al día siguiente al amigo, pero en realidad no nos encontramos con
el amigo: el recuerdo de ayer se nos interpone.
De esta misma forma seguimos rodeándonos de recuerdos que nos afectan a nosotros mismos
así como a nuestras acciones. En consecuencia, no hay en nuestra vida novedad alguna, no hay
frescura. Es por esta causa que la memoria convierte a la vida en algo tedioso, opaco y vacío.
 
Pero debemos andar con tiento si queremos aprender de verdad. Es obvio que dejar estas
enseñanzas en un nivel verbal, una impresión, un recuerdo, es una experiencia incompleta. Si
comprendemos estas líneas, si vemos la verdad de todo esto, esta verdad no es un recuerdo. La
verdad no es un recuerdo porque la verdad es siempre nueva, se está transformando
constantemente.
 
Y dejamos toda esta enseñanza en un nivel verbal porque la utilizamos como una guía, no
llegamos a comprenderla totalmente. Deseamos profundizarla y consciente o inconscientemente la
mantenemos en nuestra memoria. Y finalmente queremos tender un puente entre nuestras ideas y
la verdad, pero es obvio que ese puente no se puede levantar.
Pero si comprendemos algo de manera completa, o sea que vemos la verdad de algo en su
totalidad, encontraremos que no guardamos recuerdo alguno de ello.
 
La belleza.
 
La belleza, seguramente, no es un ornamento; el mero adorno del cuerpo no es belleza. Todos/as
deseamos ser bellos/as, presentables, pero no es eso lo que entendemos por belleza. Ser pulcro/a, ser
aseado/a, cortés, etc. forma parte de la belleza, son meras expresiones del estar interiormente libre de la
fealdad, pero no es la belleza.
 
Cada día adornamos más lo externo. Las estrellas del cine (que copiamos) se mantienen bellas
exteriormente; pero si nada tienen por dentro, no tienen belleza.
¿Conocemos ese estado íntimo del ser, esa tranquilidad interior en la que hay amor, benevolencia,
generosidad, misericordia? Ese estado del ser es la esencia misma de la belleza; sin eso, el adornarse
simplemente es acentuar los valores sensoriales, los valores de los sentidos, y hacer eso, conduce sin
remedio al conflicto, a la guerra, a la destrucción.
 
El adornar lo externo está en la naturaleza misma de nuestra civilización, que se basa en el
industrialismo. Sería absurdo destruir las industrias, pero el limitarse a cultivar lo externo sin comprender lo interior, nos lleva a crear esos valores que llevan a la humanidad a destruirse mutuamente, y esto es lo que ocurre actualmente en el mundo.
 
La belleza es considerada como un adorno que se compra, que se vende, que se pinta... Pero eso está
claro que no es la belleza. La belleza es un estado del ser, y ese estado del ser surge con la riqueza
interior. no con esa acumulación interior de riquezas que llamamos virtud, ideales. Eso no es belleza. La riqueza, la belleza interior con sus tesoros imperecederos, surge cuando la mente es libre, y la mente
sólo puede ser libre cuando no existe el miedo. La comprensión del miedo viene con el conocimiento
propio, no por medio de la resistencia al miedo. Si resistimos al miedo, es decir, a cualquier clase de
fealdad, no hacemos otra cosa que erigir un muro contra él. Detrás del muro no hay libertad, sólo
aislamiento, y lo que vive en aislamiento jamás puede ser rico, jamás puede ser pleno. La belleza, pues,
tiene una relación con la realidad tan sólo cuando la realidad se manifiesta a través de aquellas virtudes
que son esenciales.
 
Pero ¿Qué entendemos por realidad, verdad o Dios? Es evidente que no puede ser formulado, pues
aquello que es formulado no es lo real: es una creación de la mente, el resultado del proceso de pensar,
y el pensamiento es la respuesta de la memoria. Para que lo desconocido surja, la mente misma debe
dejar de estar apegada a lo conocido, y entonces hay relación entre la belleza y la realidad, entonces la
belleza y la realidad no son diferentes, entonces la verdad es belleza, ya sea en una sonrisa, en el vuelo
de un ave o en el grito de una criatura.
 
Conocer la verdad de lo que es, es el bien; más para conocer la belleza de esa verdad, la mente tiene
que ser capaz de comprender, y la mente no es capaz de comprender cuando está atada, cuando tiene
miedo, cuando elude algo. Este hecho de eludir toma la forma de adorno externo: siendo en nuestro
interior pobre, insuficientes, tratamos de embellecernos exteriormente. Edificamos hermosas casas,
compramos buena cantidad de joyas, acumulamos posesiones. Todo eso es indicación de pobreza
interna. No es que no debamos tener buenas ropas y hermosas casas, pero sin riqueza interior, eso
carece de sentido. Cultivamos lo externo porque no somos interiormente ricos y el cultivo de lo externo
nos está llevando a la destrucción. Es decir, cuando cultivamos los valores sensoriales, la expansión es
necesaria: los mercados, la industria, la competencia son necesarios, entonces los gobiernos ya sean de
izquierdas o de derechas, con sus controles son necesarios, y todo esto no lleva al conflicto y a la
guerra... También procuramos resolver resolver el problema de la guerra basándonos en los valores de
los sentidos.
 
El buscador de la verdad es el buscador de la belleza; no son distintos. La belleza no es el mero adorno
externo, sino esa riqueza que proviene de la libre comprensión interior.
 
La transformación.
 
Es evidente que tiene que haber una revolución radical. El sufrimiento que nos rodea lo exige. Nuestras
vidas lo exigen. Aunque en apariencia haya orden en realidad lo que hay es lenta descomposición. Al
observar las guerras, los incesantes conflictos entre todas las personas, las tremendas desigualdades
económicas y sociales, vemos que hace falta una transformación completa.
Tiene que haber una revolución, pero no una evolución basada en una idea. Semejante revolución es tan
sólo la continuación de una idea, no una transformación radical. Una revolución basada en una idea
produce derramamiento de sangre, destrucción y caos.
 
Esta transformación ¿es una finalidad o se produce de instante en instante? Nos gustaría que fuese una
finalidad por alcanzar, ya que es mucho más fácil pensar en un tiempo lejano o en el futuro. Al final nos
habremos transformado, al final seremos felices, al final hallaremos la verdad; pero mientras tanto,
continuemos como hasta ahora. Una mente así, que piensa en el tiempo futuro, es incapaz de actuar en
el presente; por lo tanto, esa mente no busca la transformación, simplemente la rehuye.
La transformación no es para el futuro; jamás puede serlo. Sólo puede ser ahora, de instante en
instante. La transformación es algo muy sencillo: ver lo falso como falso y lo verdadero como verdadero.
Ver también la verdad en lo falso, y ver lo falso en aquello que ha sido aceptado como la verdad.
Cuando vemos muy claramente que algo es la verdad, esa verdad es liberadora. Cuando vemos que
algo es falso, eso desaparece. Cuando por ejemplo vemos que la división de la humanidad en clases,
religiones, países... es falsa, que engendra conflictos, sufrimiento y división entre las personas, cuando
vemos todo eso, esa misma realidad de verlo resulta liberadora. La percepción de esa misma realidad es
la que transforma. Y como estamos rodeados de tantas cosas falsas, el percibir de instante en instante
esta falsedad es lo que transforma. La verdad no se acumula; se da de instante en instante. Lo que se
acumula, lo acumulado es el recuerdo, la memoria, y mediante la memoria jamás podremos hallar la
verdad.
 
La memoria pertenece al tiempo, el tiempo es el pasado, el presente y el futuro. El tiempo es
continuidad, jamás puede descubrir aquello que es eterno. La eternidad no es la continuidad. Lo que
continúa no es lo eterno. La eternidad está en el instante. La eternidad está en el ahora y el ahora no es
reflejo del pasado.
 
La mente está deseosa de una transformación futura, busca la transformación como un objetivo final:
jamás podrá hallar la verdad, pues la verdad es algo que surge de instante en instante y debe
descubrirse cada vez de nuevo, y sin duda, no puede haber descubrimiento alguno por medio de la
acumulación.
 
Para descubrir lo nuevo, la vida, lo eterno, y de instante en instante, se requiere una percepción
extraordinariamente alerta, una mente que no busque resultados, una mente que no trate de llegar a ser
algo. Una mente que se esfuerza por llegar a ser algo no podrá nunca conocer la plena bienaventuranza
de la satisfacción; no de la satisfacción petulante ni de la satisfacción que produce el logro de un
resultado, sino la satisfacción que se produce cuando la mente ve la verdad de lo que es y lo falso en lo
que es.
 
La percepción de esta verdad es de instante en instante, y esta percepción se detiene al hablar de este
instante.
La transformación no es una finalidad ni un resultado. Cuando deseamos vernos transformados,
seguimos pensando en términos de devenir, de tiempo, de finalidad y resultado. Y así no conocemos el
verdadero "estado de ser", donde existe la verdadera dicha que no pertenece al tiempo.
Este estado atemporal del ser puede producirse tan sólo cuando existe una gran insatisfacción; no la
insatisfacción que ha hallado una vía de escape, sino la insatisfacción que no tiene salida ni escapatoria y
que no busca la satisfacción.
 
Sólo entonces, en ese estado de profunda insatisfacción, puede surgir la realidad. Esta realidad ni se
compra ni se vende ni se repite, no puede ser captada en Internet ni en lo libros. Tiene que ser captada
de instante en instante, en la sonrisa, en la lágrima, bajo la hoja muerta, en el pensamiento errabundo,
en la plenitud del amor.
 
El amor no es diferente de la belleza ni de la verdad. El amor es ese estado en el cual el proceso del
pensamiento, como tiempo, ha cesado completamente. Donde hay amor, hay transformación. Sin amor
la revolución carece de sentido, pues entonces es mera destrucción, desintegración, es un sufrimiento
que va creciendo cada vez más. Donde hay amor hay revolución, porque el amor es transformación de
instante en instante.
 
El dolor, el miedo, el deseo, la dependencia, el apego... Deben existir, por fuerza, en tanto exista el
apremio de "ser" o de "llegar a ser", que es la persecución del éxito, con todas sus frustraciones y todas
sus contradicciones tortuosas.
La conciencia surge espontáneamente cuando uno se halla rodeado de una atmósfera de bienestar
interno, cuando siente que está seguro, cómodo, y se da cuenta de la acción desinteresada que viene
con el amor. El amor no compara, y así se terminan la envidia y la tortura del llegar a ser.
 
La superficialidad.
 
Básicamente ser superficial es depender de algo o de alguien. Depender psicológicamente de ciertos
valores, de ciertas experiencias, de ciertos recuerdos contribuye ciertamente a la superficialidad. Cuando dependo de ir a la iglesia todas las mañanas, o todas las semanas, para levantarme el ánimo o recibir ayuda, si tengo que cumplir ciertos ritos para mantener mi sensación de integridad o para recordar algún sentimiento que pude haber tenido alguna vez me vuelve superficial ¿no me hace superficial? ¿No me vuelve superficial el que yo me entregue a un país, a un proyecto, o a determinada agrupación política?
Lo cierto es que todo el proceso de dependencia es una evasión de sí mismo; esta identificación con lo
más grande es la negación de lo que yo soy. Pero, no debo negar lo que yo soy, que es la realidad, debo
comprender lo que soy y no tratar de identificarme con el universo, con Dios, con determinado partido
político o con lo que fuere. Todo esto conduce al pensamiento superficial, y de este pensamiento
superficial surge una actividad que es permanentemente dañina, sea a escala mundial o a escala
individual.
 
Justificamos esta actitud diciendo "por lo menos luchamos por algo mejor" y, cuanto más luchamos más
superficiales somos. Esto es lo primero que tenemos que ver, y esta es una de las cosas más difíciles:
ver lo que somos, reconocer que somos necios, frívolos, celosos, de miras estrechas. Si yo veo lo que
soy, si lo reconozco, entonces por ahí puedo empezar. Sin ninguna duda es la mente superficial la que
huye de lo que es, y no escapar requiere una ardua investigación, no ceder a la inercia. En el momento
en qué sé que soy superficial, ya hay un proceso de profundización, siempre que no haga nada con esa
superficialidad. Si la mente dice: "soy mezquino; voy a examinarlo, voy a comprender la totalidad de esa
mezquindad, de esa influencia limitativa", entonces existe una posibilidad de transformación. Pero la
mente mezquina, que reconoce que lo es y trata de no serlo ya sea leyendo, reuniéndose con la gente,
viajando, estando incesantemente activa como un mono, seguirá siendo una mente mezquina.
 
La mente superficial jamás podrá conocer grandes profundidades. Puede tener abundancia de
conocimientos, de información, puede repetir palabras. Pero si sabemos que somos superficiales, poco
profundos, y observamos todas las actividades de la superficialidad sin juzgar, sin condenar, pronto
veremos que lo superficial desaparece sin ninguna acción por nuestra parte. Pero eso requiere atención
y paciencia, no el ansioso deseo de resultados, de éxito. Sólo la mente superficial desea conseguir
resultados.
 
Cuanto más claro percibamos todo este proceso, tanto mejor descubriremos las actividades de la mente;
pero debemos observarla sin tratar de darles una finalidad, porque en cuanto persigamos un fin, nos
veremos de nuevo atrapados en la dualidad del "yo" y del "no yo", con lo cual continuará el problema".
 
El nacionalismo.
 
¿Qué viene cuando el nacionalismo se va?
La inteligencia, evidentemente.
¿Cómo desaparece el nacionalismo?
Sólo comprendiendo plenamente sus implicaciones, examinándolo, captando su significado en las
actividades tanto externas como internas.
En lo externo, el nacionalismo origina divisiones y clasificaciones entre las personas, guerras y
destrucción, todo lo cual es evidente para cualquiera que sea un poco observador. Interiormente,
psicológicamente, lleva a una identificación con lo más grande, con la patria o con una idea, y es,
evidentemente, una forma de autoexpansión. Si vivo en una pequeña aldea, o en una gran ciudad, o
donde sea yo no soy nadie; pero si me identifico con el país, si me llamo alemán o americano, esto
halaga mi vanidad, me brinda satisfacción, prestigio, una sensación de bienestar; y esta identificación
con lo más grande, que es una necesidad psicológica para los que sienten que loa expansión del "yo" es
esencial, engendra aislamiento, conflicto y lucha entre las personas.
 
Así, pues, el nacionalismo no sólo causa conflictos externos, sino también frustraciones internas; y
cuando uno comprende el nacionalismo, todo el proceso del nacionalismo, como nace y lo que produce,
todo el proceso del nacionalismo se desvanece.
 
La comprensión del nacionalismo llega mediante la inteligencia, observando e investigando
cuidadosamente todo el proceso del nacionalismo y del patriotismo. De esta investigación surge la
inteligencia y entonces no se produce la sustitución del nacionalismo por ninguna otra cosa. En el
momento en que sustituimos la religión por el nacionalismo, la religión se convierte en otro medio de
autoexpansión, en una fuente más de ansiedad psicológica y de dolor, en un medio de alimentarse uno
mismo con una creencia. Por lo tanto, cualquier forma de sustitución, por noble que parezca que sea, es
una forma de ignorancia.
 
El nacionalismo con su veneno, son sus miserias y contiendas, sólo puede desaparecer cuando hay
inteligencia.
 
La subsistencia.
 
¿Cuál es el verdadero problema de la subsistencia? ¿De la frontera entre necesidad y deseo?
Subsistencia, ¿no es el ganar lo necesario para cubrir las propias necesidades alimento, vestido y
vivienda?
 
La dificultad de la subsistencia surge tan sólo cuando empleamos las cosas esenciales de la vida,
alimento, vestido y vivienda, como medio de agresión psicológica, es decir, cuando uno se vale de las
cosas necesarias como medio de engrandecerse a sí mismo.
 
Y nuestra sociedad no se basa esencialmente en el suministro de lo esencial sino en la exaltación
psicológica, empleando lo esencial como exaltación psicológica de uno mismo.
Es obvio que podría producirse en abundancia el alimento, el vestido y la vivienda; técnicamente es
posible. Pero la demanda de la guerra es mayor. Por otra parte, sería grosero contentarse simplemente
con el suministro de lo esencial. Podría ser así si descubriéramos en nuestro interior las fuentes de la
Vida. No necesitaríamos nada, nada más.
 
El punto de quietud.
 
"El punto de quietud" es un "lugar" que existe en el ser humano que se caracteriza por su calma
profunda, su quietud plena y su silencio perfecto. Aunque es experimentable personalmente, es
transpersonal por su propia naturaleza, y aquel que lo experimenta no lo hace egocéntricamente, pues
en ese "lugar" no hay noción del yo, ni de esto ni de aquello, ni de adentro o afuera. Todo lo que se diga
sobre ese punto de quietud son meras aproximaciones, porque sólo se puede conocer y comprender
mediante la propia experiencia. Es una energía de plenitud, claridad, bienestar, y silencio, con la que es
posible conectar cuando uno va más allá del pensamiento y de la memoria. Antes de que brote el ego, el
yo y lo mío, con sus pensamientos, se haya ese lugar, de inmaculada quietud.
 
Todos hemos tenido esporádicamente un atisbo o una experiencia, por fugitiva que haya sido, de ese
"lugar", que nos colma de un sentimiento de calma profunda, expansión y bienestar. En ese "lugar", por
el que fluye una energía de gran poder, se encuentra la inteligencia primordial. La inteligencia se purifica con la visita a este "lugar" y va desencadenando el estado de iluminación. Aunque uno/a sólo pueda lograr establecerse en ese espacio de quietud por unas fracciones de segundo, el beneficio que de ello se deriva (espiritual, mental y corporal) es extraordinario. Se va, además, modificando la percepción, acrecentando la consciencia y facilitando el progreso interior. Sólo con la aplicación perseverante y la práctica asidua, acompañada de motivación firme, va uno consiguiendo permanecer por más tiempo en ese ángulo de quietud, superando así viejas estructuras de la mente y reorganizando su psiquis a un nivel mucho más enriquecedor y elevado.
 
El acceder a ese punto de quietud proporciona paz, claridad e integración; limpia, ordena y quema las
latencias nocivas del subconsciente y procura libertad interior. Es como darse un baño en el inmaculado
espacio sin límites, conectando con la energía que anima y penetra a todos los seres animados e
inanimados. En la medida en que uno va accediendo a ese "lugar" y puede conectarse mejor con él,
incluso en la vida cotidiana es mucho más sencillo mantenerse ecuánime y desapegado, firmemente
establecido en la energía del que observa sin ser alterado por los procesos externos o los propios
procesos psicofísicos, siempre fluidos e impermanentes. Esa potencia, que es recobrable mediante el
acceso al espacio de quietud, impone una actitud interior más lúcida, atinada e inquebrantable.
Más allá de la mente de superficie y el núcleo de confusión y caos que hay en la psiquis, se haya ese
espacio límpido y transpersonal. Cada vez que conectamos con el punto de quietud, algo se está
modificando en nuestro interior y estamos dando un paso hacia la autorrealización; pero incluso aquellos
que no tengan miras místicas o de autorrealización, encontrarán un gran beneficio en poder nutrirse con
la energía de calma profunda, claridad y reposo que proporciona ese "lugar".
 
Todos los grandes maestros de las distintas vías liberatorias coinciden en la importancia de poder
conectar con ese ángulo de quietud, capaz de poder mutarnos psicológicamente, ponernos en nuestro
eje de equilibrio y facilitar la relación con nosotros mismos y con los demás. A lo largo de una treintena
de viajes por los piases asiáticos y de centenares de encuentros con maestros espirituales, yoguis,
lamas, monjes budistas y eremitas, he podido constatar que todos ellos conceden gran importancia a la
aproximación a ese ángulo de quietud. Simbólicamente gusto de denominarlo punto de quietud, porque
es el punto de confluencia entre lo humano y lo transpersonal, el ojo de buey hacia lo otro, hacia aquello
donde cesa el ego, la avidez, la aversión, el autoengaño y la insatisfacción.
 
El don de la ecuanimidad.
 
La práctica de la ecuanimidad consiste en llegar a conocer en toda su hondura lo que significa dejar
pasar.
Es una vasta quietud mental, una calma radiante que nos permite estar plenamente presentes con todas
las distintas experiencias cambiantes que constituyen nuestro mundo y nuestra vida.
Es tolerar el misterio de las cosas: no juzgar sino cultivar un equilibrio de la mente que permita acoger lo que sucede, sea lo que fuere. Esta aceptación constituye la fuente de nuestra seguridad y de nuestra
confianza.
Nos desplazamos desde la pugna por controlar todo lo que sobreviene en la existencia al simple deseo
de vincularnos verdaderamente con todo lo que existe. Se trata de un cambio radical en nuestra opción
fundamental pues, por lo general, vivimos en un nivel de rechazo que nos debilita.
Cuando definimos cada vez más experiencias como inaceptables para sentirlas o conocerlas, la
existencia se vuelve progresivamente más reducida, más limitada. Cuando nos mostramos dispuestos a
experimentar todo, podemos hallar en esa aceptación la confianza y certidumbre que antaño buscamos a
través del rechazo del cambio. Aprendemos a relacionarnos plenamente con la vida, incluyendo su
inseguridad.
 
En vez de hundirnos en las reacciones...
La ecuanimidad nace por la comprensión: dar su verdadero valor a todas las cosas. Ser ignorante es dar
falsos valores.
 
La felicidad.
 
¿Qué es la felicidad?
 
¿Por qué preguntamos "qué es la felicidad"? ¿Es ese el enfoque correcto? ¿Es la correcta manera de
investigar? No somos felices. Si fuéramos felices, nuestro mundo sería por completo diferente, nuestra
civilización, nuestra cultura, serían total y radicalmente distintas. Somos seres humanos infelices,
triviales, carentes de valor, peleadores, vanos, nos rodeamos de cosas inútiles, nos satisfacemos con
ambiciones mezquinas, con el dinero y la posición social. Somos seres desdichados, aunque podamos
poseer conocimientos, dinero, casas ricas, muchos hijos, automóviles, experiencia. Somos seres
humanos tristes, sufrientes, y debido a que sufrimos, deseamos la felicidad; y así nos dejamos arrastrar
por aquellos que nos prometen esa felicidad, social, económica o espiritual.
 
¿De qué sirve, cuando estamos sufriendo, preguntar de qué sirve la felicidad? ¿Podemos comprender el
sufrimiento? Ése es nuestro problema, no cómo ser felices. Somos felices cuando no estamos sufriendo:
debemos, pues, comprender qué es el sufrimiento. Pero ¿Podemos comprender qué es el sufrimiento
cuando una parte de nuestra mente está escapando en la búsqueda de la felicidad, de una salida para la
desdicha?
 
Felicidad, satisfacción o conformismo.
 
¿Qué es lo que buscamos la mayoría de nosotros? ¿Qué es lo que deseamos? Especialmente en este
mundo inquieto, donde todos tratan de encontrar alguna clase de paz, de felicidad, un refugio. Es
importante, sin duda, averiguar qué es lo que intentamos buscar, qué es lo que intentamos descubrir.
¿No es así? Probablemente, la mayoría de nosotros busca una cierta clase de felicidad, cierta clase de
paz, un lugar quizás especial y mágico. En un mundo dominado por la confusión, las guerras, las
disputas, las luchas, anhelamos un refugio donde pueda haber algo de paz. Creo que eso es lo que
desea la mayoría de nosotros. Y así proseguimos la vida, colgando de un hilo nuestra efímera y frágil
felicidad.

 

Ahora bien, lo que buscamos, ¿es la felicidad, o buscamos alguna clase de satisfacción, comodidad o
conformismo? Hay una diferencia entre felicidad y satisfacción. ¿Puede uno buscar la felicidad? Quizá
pueda encontrar la satisfacción, pero es obvio que no podrá encontrar la felicidad. Por lo tanto, antes de
entregar nuestras mentes y nuestros corazones a algo que exige una gran dosis de seriedad, atención,
reflexión, cuidado, debemos descubrir, ¿no es así?, qué es lo que buscamos: si es felicidad o
satisfacción y conformismo.
 
El verdadero gozo.
 
Muy pocos de nosotros disfrutamos plenamente de algo. Es muy pequeño el júbilo que nos despierta la
visión de una puesta de sol, o ver una persona atractiva, o a un pájaro en el vuelo, o un árbol hermoso, o
una bella danza. No disfrutamos verdaderamente de nada. Miramos algo, ello nos entretiene o nos
excita, tenemos una sensación que llamamos gozo. Pero el disfrute pleno de algo es mucho más
profundo, y esto debe ser investigado y comprendido.
 
Para conocer el verdadero gozo, uno debe ir mucho más profundo. El júbilo no es mera sensación.
Requiere una mente extraordinariamente alerta, que pueda ver ese "yo" que acumula más y más para sí
mismo. Un "yo" así, un ser así jamás podrá comprender este estado de felicidad en el que no existe
"uno" que es feliz. Debemos comprender esto tan extraordinario, de lo contrario, la vida se vuelve muy
trivial, superficial y mezquina: nacer, aprender unas cuantas cosas, sufrir, engendrar hijos, asumir
responsabilidades, ganar dinero, tener un poco de entretenimiento intelectual y después morirse.
 
¿Podemos buscar, perseguir la felicidad?
 
¿Es felicidad ser conscientes de que somos felices? En el instante mismo en que somos conscientes de
nuestra felicidad dejamos de ser felices, eso ya no es felicidad. La felicidad, de la misma forma que el
amor, no son cosas que podamos perseguir, llegan. Pero si las buscamos, nos evadirán.
La mente y el pensamiento jamás pueden encontrar la felicidad. La felicidad no es, como lo es la
sensación, una cosa que pueda perseguirse y encontrarse. La sensación podemos encontrarla una y
otra vez, porque siempre la perdemos, pero la felicidad no puede ser encontrada. La felicidad que
podamos recordar es tan sólo una sensación, una reacción a favor o en contra del presente. Lo que se
ha terminado no es la felicidad, la experiencia de felicidad que se ha acabado es sensación, porque el
recuerdo es pasado y el pasado es memoria y sensación. La felicidad no es sensación. Podemos
recordarla, pero no revivirla. La mente, con sus recuerdos y experiencias no puede ser feliz, el
reconocimiento mismo impide el vivir el momento presente con toda la plenitud que necesita el ser feliz.
 
¿Podemos hallar la felicidad por medio de cosas?
 
¿Qué entendemos por felicidad? Algunos dirán que la felicidad consiste en obtener todo lo que
deseamos. Uno desea un coche, lo obtiene y es feliz. Deseamos cosas, el logro, el éxito, llegar a ser
virtuosos... y si lo conseguimos somos felices y si no las conseguimos somos desdichados. Así, lo que
muchos llaman felicidad es obtener lo que desean.
 
Buscamos la felicidad por medio de cosas, de pensamientos e ideas, a través de la relación. Por lo tanto,
se vuelven sumamente importantes las cosas, la relación y las ideas, no la felicidad. Cuando buscamos
la felicidad por medio de algo, ese algo adquiere un valor mayor que la felicidad misma. Buscamos la
felicidad en la familia, en la propiedad, en el nombre, entonces, la propiedad, la familia, el nombre,
adquieren una extrema importancia, ya que la felicidad es buscada a través de un medio; de esa
manera, el medio destruye al fin.
 
¿Puede la felicidad hallarse a través de algún medio, de alguna cosa hecha por la mano o por la mente?
¡Es tan obvio que las cosas, las relaciones y las ideas son impermanentes, que siempre terminan por
hacernos desdichados! Las cosas son impermanentes y se gastan y se pierden; la relación constituye un
fricción constante, y la muerte aguarda; las ideas y las creencias carecen de solidez, de permanencia.
Buscamos la felicidad en ellas, sin darnos cuenta de su impermanencia. Así es como el dolor se
convierte en nuestro constante compañero.
 
¿Cómo puede llegar a nosotros la felicidad?
 
Es el "yo", es el "ego", el que desea y quiere obtener las cosas. Es el "yo" el que disfruta, el que desea
más felicidad, el que escudriña, el que busca, el que anhela más felicidad, el que lucha, el que se vuelve
cada vez más refinado, el que jamás quiere llegar a su fin.
Sólo cuando el "yo", en todas sus sutiles formas, llega a su fin, hay un estado de bienaventuranza que no
es posible tratar de adquirir, un éxtasis, un verdadero júbilo libre de todo sufrimiento, de toda corrupción.
Nuestro "yo" sólo es un recuerdo, un conjunto de pensamientos sin realidad objetiva. Cuando la mente
trasciende el pensamiento del "yo", del experimentador, del observador, del pensador, puede haber
entonces una felicidad incorruptible. Esta felicidad no puede ser permanente -en el sentido con que
usamos esa palabra-, pues está más allá al tiempo y al espacio. Pero nuestra mente está siempre
buscando una felicidad que tenga permanencia, algo que perdure, que continúe. Y ocurre que el deseo
mismo de continuidad es corrupción.
 
Si podemos comprender el proceso de la vida y explorar el río del conocimiento propio, comprenderlos
sin condenar, sin decir que es bueno o es malo, entonces surge una felicidad creadora que no es "tuya"
ni "mía". Esa felicidad creadora es como la luz del Sol. Si deseamos conservar la luz del Sol para
nosotros mismos, ese ya no será más el claro y cálido Sol dador de vida. De igual manera, si deseamos
la felicidad porque estamos sufriendo, porque hemos perdido a alguien o porque no hemos tenido éxito,
entonces eso es tan sólo una reacción. Pero cuando la mente puede ir más allá, encontramos que existe
una felicidad que no pertenece a la mente, y que es el verdadero gozo, el auténtico júbilo.
 
El "yo", el "ego".
 
¿Qué queremos decir con el "yo"?
 
El "yo" significa la idea, la memoria, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diferentes intenciones, el constante empeño por ser o no ser, la memoria acumulada de inconsciente, lo racial, el grupo, lo individual, el clan, la nación, y toda una serie de cosas por el estilo, ya se proyecten hacia fuera como acción, o se proyecten "espiritualmente" como virtud. El esforzarse por todo eso es el "yo". También debemos incluir la rivalidad y el deseo de ser. El proceso de todo esto es el "yo" y, cuando nos
enfrentamos con él sabemos que realmente es algo maligno.
 
¿Qué aporta el "yo" a la humanidad?
 
El "yo" es la causa que divide a las personas, el "yo" nos encierra en nosotros mismos, sus actividades,
por nobles que sean, nos separan y nos aíslan. Todo eso lo sabemos.
 
¿Qué ocurre cuando el "yo" está ausente?
 
Los momentos en los que el "yo" no está presente, en los que no hay sensación de lucha, de esfuerzo,
son extraordinarios. Y esto ocurre cuando hay amor.
 
¿Fortalece la experiencia al "yo"?
 
Sí, la experiencia fortalece al "ego". En todo momento tenemos experiencias, impresiones; y esas
impresiones las interpretamos y reaccionamos ante ellas. Según sean nuestros recuerdos reaccionamos
ante cualquier cosa que vemos, que sentimos. Y este proceso de reaccionar ante lo que vemos y
sentimos surge la experiencia.
 
Deseamos estar protegidos, tener seguridad interior; o deseamos tener un maestro, un instructor, un
Dios, y experimentamos aquello que hemos proyectado. Es decir, hemos proyectado un deseo que ha
tomado una forma, al cual le hemos dado un nombre y ante eso reaccionamos. Es nuestra proyección,
nuestra nominación. Este deseo que nos brinda una experiencia nos hace decir: "he experimentado", "he
visto al maestro", o bien "no lo he visto". Ya conocemos todo el proceso de nombrar y de relatar una
experiencia.
 
La experiencia está siempre fortaleciendo al "yo". Cuanto más inmersos, más alienados, estamos en una
experiencia, tanto más se fortalece el "yo". Como resultado de la experiencia tenemos cierta fuerza de
carácter, de conocimiento, de creencia, de pertenencia a algún grupo determinado; y de todo eso
hacemos gala ante otras personas porque sabemos que no son tan "dotados" como nosotros o no
pertenecen al grupo que pertenecemos nosotros.
 
Debemos ver como el "yo" siempre sigue actuando: nuestras creencias, nuestros maestros, nuestras
"castas" o niveles sociales, nuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento y de conflicto.
Por eso debemos comprender el proceso de la experiencia.
 
¿Qué ocurre cuando deseamos el silencio de nuestra mente? ¿Qué ocurre cuando deseamos
cualquier cosa?
 
Por ejemplo, vemos la importancia de tener una mente silenciosa, una mente serena, porque lo hemos
leído o porque nosotros mismos vemos lo bueno que es estar tranquilo y tener una mente apacible.
Deseamos experimentar el silencio y por ello nos disciplinamos; por medio de la disciplina buscamos
experimentar el silencio. De esta forma, el "yo" se instala en la experiencia del silencio. Así, podemos ver que el "yo" toma vida en cualquiera de nuestros deseos.
 
¿Qué ocurre cuando deseamos comprender la Verdad?
 
Anhelamos comprender qué es la Verdad. Luego está nuestra proyección de lo que consideramos que
es la verdad, porque hemos leído mucho al respecto y hemos oído hablar a mucha gente; el deseo
mismo es proyectado y experimentamos y reconocemos ese estado. Si no reconociera ese estado no lo
llamaría "verdad". Pero lo reconocemos y experimentamos y esa experiencia da vigor al "yo". El "yo" se atrinchera en la experiencia y decimos "yo sé", "hay Dios" o "no hay Dios"; decimos que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.
 
¿Es posible que la mente, que el "yo", no proyecte, no desee, no experimente? ¿Podemos
encontrar algo que disuelva el "yo"? ¿Podemos disolver el "yo “completamente?
 
Vemos que todas las experiencias del "yo" son destructivas y queremos encontrar algo que lo disuelva.
Creemos que hay varias maneras para disolver el "yo": identificación, creencias, etc. Pero todas ellas
están al mismo nivel, ninguna es superior a la otra, porque todas ellas son igualmente poderosas para
fortalecer el "ego". Y el "Yo" es una fuerza aisladora, destructiva; y queremos hallar una manera de
disolverlo.
 
Debemos habernos dicho a nosotros mismos: "veo que el "yo" funciona todo el tiempo, y que siempre
produce ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo en mí mismo sino en cuantos
me rodean.
 
No queremos ser parcialmente inteligentes, sino totalmente inteligentes. La mayoría de nosotros somos
inteligentes en algún campo; algunos son inteligentes en los negocios y otros en su trabajo de la oficina.
Las personas son inteligentes de diferentes maneras, pero no lo somos completamente.
Ser completamente inteligentes significa ser sin "yo". Cuando decimos que queremos disolver el "yo", en
el momento en que decimos "quiero disolver esto" existe aún la experiencia del "yo", y así el "yo" se
fortalece.
 
¿Cómo será posible que el "yo" no experimente? ¿Es posible que la mente esté en un estado de
total calma, en un estado de no reconocimiento, de no experiencia, lo que significa que el "yo" no
está ahí y la creación puede ocurrir?
 
Podemos observar que la acción creadora no es en absoluto la experiencia del "yo". Hay creación
cuando el "yo" no está presente; porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es
auto proyectada; es algo que está más allá de toda experiencia.
Y aquí reside el problema: cualquier actividad de la mente, positiva o negativa, es una experiencia que
en realidad, fortalece el "yo". Sólo la mente deja de reconocer y de fortalecer al "ego" cuando existe un
completo silencio.
 
¿Existe una entidad aparte del "yo", que observe al "yo" y lo disuelva? ¿Existe una entidad
espiritual que disuelva al "yo"? ¿Podemos arrinconar al "yo" por la fuerza?
 
Creemos que la hay. La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal elemento. El materialista
dice: "es imposible destruir al "yo", sólo podemos condicionarlo y contenerlo, en lo político, lo económico o lo social". Hay otras personas, las llamadas "religiosas" -no son realmente religiosas, aunque así las llamemos- que dicen: "en principio, tal elemento existe. Si podemos ponernos en contacto con él disolverá el "yo".
 
Muchas personas arrinconan al "yo" por la fuerza. Si permitimos que se nos arrincone por la fuerza,
veremos lo que ocurre.
 
Desearíamos que hubiese un elemento atemporal que no pertenezca al "yo", y que -así esperamos venga
para interceder y destruir al "yo", y a ese elemento lo llamamos Dios. Ahora bien, ¿existe algo así,
y que la mente pueda concebir? Podrá existir o no; no se trata de eso. Cuando la mente busca un estado
atemporal y espiritual que entre en acción para destruir al "yo", ¿no es ésa otra forma de experiencia que
fortalece al "yo"? ¿no es eso lo que realmente ocurre cuando creemos? Cuando creemos que existe la
verdad, Dios, un estado atemporal, la inmortalidad, damos vida un proceso de fortalecimiento del "yo"; el "yo" ha proyectado eso que, según creemos, vendrá a destruir el "yo", así que hemos proyectado esa
idea de continuación en un estado atemporal como entidad espiritual, y eso nos da experiencia; y tal
experiencia no hará sino fortalecer al "yo". Así que no hemos destruido realmente al "yo" sino que le
hemos dado un nombre diferente, una cualidad diferente; el "yo" seguirá estando ahí, porque lo hemos
experimentado. De manera que nuestra acción, desde el comienzo, hasta el fin, es la misma acción; sólo
que nosotros creemos que evoluciona, que crece, que se vuelve cada vez más bella; pero, si lo
observamos interiormente, es la misma acción que prosigue, el mismo "yo" que funciona en diferentes
niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
 
Siendo así las cosas ¿Cómo podemos dar solución al tremendo problema del "yo", del "ego"?
 
Cuando vemos todo el proceso del "yo", las astutas y extraordinarias invenciones del "yo", su
inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia,
mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando vemos que nos estamos moviendo en un
círculo, en una jaula que él mismo fabrica; cuando nos damos cuenta, con pleno conocimiento de ello,
¿no encontramos una calma extraordinaria que no se generó por la fuerza, ni mediante recompensa
alguna, ni por ningún temor?
 
Cuando reconocemos que toda actividad de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del "yo",
cuando observamos eso y lo vemos, cuando nos damos completamente cuenta de esto en la acción,
cuando llegamos a ese punto -no de un modo ideológico, verbal, ni por experiencia proyectada, sino
cuando estamos realmente en ese estado- entonces veremos que la mente, que está totalmente en
calma, no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente lo es dentro de un círculo, dentro
del ámbito del "yo". Cuando la mente no crea, entonces existe la creación, lo cual no es un proceso
reconocible.
 
La realidad, la verdad, no se puede reconocer. Para que la verdad surja, la creencia, el conocimiento, la
experiencia, el perseguir la virtud, todo eso debe desaparecer. La persona virtuosa que tiene conciencia
de perseguir la virtud, jamás podrá encontrar la verdad. Podrá ser una persona muy decente; esto es
algo totalmente distinto del hombre que vive la verdad, del hombre que comprende. En el hombre que
vive la verdad, la verdad se ha manifestado. Un hombre virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo
jamás podrá comprender qué es la verdad; porque, para él, la virtud es el encubrimiento del "yo", el
fortalecimiento del "yo", porque él persigue la virtud. Cuando él dice "no debo ser codicioso", el estado de no codicia que él experimenta fortalece el "yo". Por eso es tan importante ser pobre, no sólo en las cosas del mundo, sino también en creencias y en conocimientos. Un hombre rico en bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el
centro de toda discordia y sufrimiento. Mas si nosotros, como personas, podemos ver todo este
comportamiento del "yo", entonces sabremos qué es el amor. En verdad que ésta es la única reforma
que puede cambiar el mundo. El amor no es del "yo". El "yo" no puede reconocer al amor. Decimos "yo
amo"; pero al decirlo y al experimentarlo, ya no hay amor. Pero cuando conocemos el amor no hay "yo".
Cuando hay amor no hay "yo".
 
La verdad.
 
La pregunta es: ¿qué verdad? ¿la de quién? ¿en qué condiciones? ¿Existe una Verdad con
mayúsculas?
No hay sólo una verdad. En el plano que nos movemos no podríamos asimilarla. Solo los grandes
iniciados pueden tener acceso a una parte de ella.
¿La de quién? La que la que te hace vivir plenamente la vida actual. Por eso no hay dos verdades
iguales. Tu verdad (tu objetivo) no es el mismo que el de otros.
Cada uno de nosotros debe buscar su verdad. Y al encontrarla, estaremos más cerca de la VERDAD
colectiva. La que sólo se puede vivir con el alma y en el alma.
 
La verdad, la que se escribe con minúsculas, esa solo la podrás alcanzar... viviendo. Viviendo lo que
desprecias, lo que te parece aburrido, lo que te parece absurdo, lo que es insustancial, lo que desearías
borrar.
 
Esa es nuestra verdad. Y justo ahí, está la sencillez.
La verdad es lo que es, es la realidad de las cosas. No hay que irse muy lejos a buscarla, no hay que
leer libros, ni siquiera buscar o anhelar esta o aquella experiencia para encontrar la verdad. No se
necesitan conocimientos, ni creencias, ni experiencias para poder ver la verdad. Muy al contrario, libros,
conocimientos, experiencias, recuerdos... todo ello nos ciega a la luz que nos pueda venir de la realidad
de las cosas, de lo que es tanto en "nuestro interior" como en "nuestro exterior", las cosas y personas
que nos rodean.
 
Sí, no podemos buscar la verdad porque la tenemos... ¡¡delante de nuestras narices!!.
Y la verdad, la Vida es como un libro abierto que nos habla de ella misma. Vamos a ver lo que te dice a
ti.
 
Ahora mismo ¡despierta, deja de leer!, atiende con todo tu ser a todo lo que te rodea, personas,
animales, plantas, cosas, sin dar nombre a nada, sin juzgar, con la mente en silencio pero el cerebro
intensamente alerta. ¿No te parece todo intensamente nuevo, fresco? ¿es verdad que "conoces" lo que
ves? ¿conoces a tu esposa, a tus hijos, a las personas que tienes a tu lado? ¿De verdad que los
conoces? ¿O por el contrario te parece todo nuevo, desconocido e imposible de nombrar sin perder
conciencia de su realidad?
 
¿Cómo crees que puedes nombrar con tu mente y contener en ella la inmensidad de la Vida presente,
precipitada, en una rosa, en un niño, en una estrella?
Si se te ocurre "nombrar", utilizar la mente, y con ella todos sus recuerdos y experiencias perderás ese
"lugar de observación".
Si ves una mesa y tu mente te dice "esto es una mesa, y enumera las características de esa mesa
perderás la frescura, porque lo que tu tienes, lo que vives en ella no es en verdad la mesa.
Si juzgas perderás "la Vida", entrarás dentro de tu mente, de tu memoria, de tus recuerdos y
experiencias... y eso en verdad que no es la realidad de "lo que es".
Sencillamente ve, ve intensamente.
Si lo logras estarás en el momento eterno, en la ETERNIDAD, y desde aquí podremos comprender el
tiempo, la muerte, el amor... y posiblemente la Verdad.
 
El deseo.
 
Todo parece ser sufrimiento.
 
Lo indudablemente cierto es que el ser humano sufre. Cualquiera que sea su condición hay sufrimiento
para él. Este sufrimiento debemos entenderlo en profundidad. Sufrimiento es cualquier sensación,
sentimiento, emoción o pensamiento de carácter displacentero. La existencia humana está salpicada de
dolor: unas veces leves; otras intenso. Aún el propio cese de placer se toma como malestar o cualquier
sutil manera del mismo: tedio, aburrimiento, desidia...
 
Nadie niega el placer. Hay placer, pero también dolor en sus multivariadas formas. El ser humano es
presa de la insatisfacción, el descontento, la angustia, la ansiedad, el sufrimiento psíquico y físico, la
desolación, el desaliento y tantos otros modos de sufrimiento. Al placer sigue el dolor, e incluso placer y
dolor pueden estar presentes a la vez en distintos niveles.
Placer y dolor caminan codo con codo. Se alternan con frecuencia. Son transitorios y vacíos, forman
parte de la existencia humana. El hecho de que todo sea inestable ya produce sufrimiento. Los
conflictos y los problemas están fuera y dentro de uno mismo.
 
Nacer es sufrir, envejecer es sufrir, morir es sufrir; la pena, el lamento, el dolor, la aflicción, la tribulación son sufrimiento; estar sujeto a lo que desagrada es sufrimiento, estar privado de lo que agrada es sufrimiento. ¿Quién puede escapar a la enfermedad, la vejez y la muerte?
 
El origen del sufrimiento es el deseo.
 
El sufrimiento no es gratuito, tiene una causa. Y la causa no es otra que la avidez, o sea el deseo
egoísta, la codicia, el aferramiento, la "sed". El origen del sufrimiento es el deseo, que unido al deleite y a la pasión, persiguiendo el placer por todas partes, nos lleva una y otra vez a situaciones lamentables.
El deseo es inclinación hacia lo que nos causa o creemos que nos causa placer. Se convierte en apego y
aferramiento. Es egoísta y dicta pensamientos, palabras y obras egoístas que engendran voluntades
egoístas. Enredado en los apegos, el ser humano no pone su energía e la búsqueda de la libertad total.
El ego es ávido y rapaz, siempre está alimentando deseos, actitudes egoístas, apego a todo lo material y
lo inmaterial.
 
El deseo sensual viene a través de la inclinación de los sentidos y la mente hacia lo atractivo y
placentero. Pero no es solamente la tendencia sedienta hacia los placeres sensoriales y los objetos
materiales, sino hacia las opiniones, conceptos, ideas y puntos de vista. El ego se agarra a cualquier
cosa, como una pertinaz enredadera.
 
Cuanto más apego existe, más neurótica demanda de seguridad de que persista y dure lo deseado, más
miedo y servidumbre, más angustia, más temor a perder, más desolación cuando se pierde. Pero, por
ignorancia de la realidad, nos apegamos a todo y dejamos nuestras mejores energías en ello. El apego
nos hipoteca y podemos llegar a matar por su culpa. Siembra discordias familiares y sociales; nos hace
fatuos y mezquinos; nos impide evolucionar. El ego, y el apego que genera, se convierte en el peor
obstáculo hacia la liberación definitiva.
 
Cuando surge una sensación desagradable, entonces el deseo se invierte y se genera la aversión, sea
en forma de ira, odio, resentimiento, frustración o afín. Avidez y aversión, que dominan la mente humana, son dos de las raíces de la maldad. La tercera raíz de dónde se alimenta el árbol del mal es la
ofuscación o ignorancia, el no ver cómo son realmente las cosas.
Y siempre, los seres humanos actuamos de forma repetitiva: deseo, apego, hastío, frustración y
desesperación, en suma, sufriendo y lamentando. ¡Cuántos inútiles afanes, disgustos innecesarios e
insatisfacción!
 
Cómo cesa el sufrimiento.
 
Como nada dura, todo fluye, todo cambia, ¿a qué se puede uno aferrar si es inteligente y tiene una clara
visión?
"Del deseo nace el dolor y el sufrimiento. Para quien no desea no existe el dolor y, ¿de dónde podría
venirle el miedo?"
 
Hay un estado donde el sufrimiento cesa. Mientras haya cuerpo físico seguirán surgiendo y
desvaneciéndose las sensaciones agradables, desagradables o neutras, pero aquella persona que ya no
sufre las experimenta no reacciona, no las personaliza, no las siente como propias y tampoco se siente
su sujeto. La mente ya no genera inútil sufrimiento.
 
Viendo de una manera lúcida la insatisfacción y el sufrimiento, viendo también sus causas, y asumiendo
que es posible eliminar las causas y poner fin al sufrimiento, el ser humano sigue el camino del
conocimiento propio que lleva a la paz.
 
Al ver la realidad de las cosas, tanto en el interior como en el exterior, y sin deseos de llegar a ser esto o
aquello, el ser humano aprende a mirar más allá de las apariencias y saborea el goce de "lo otro". Esta
persona se torna la Paz misma.
 
El deseo surge, lo cual es una reacción, una reacción sana, normal, de lo contrario estaríamos muertos.
Pero en la constante persecución de ello hay dolor. Veo una bella mujer, sería absurdo decir: "no, no es
bella". Se trata de un hecho. Pero ¿Qué es lo que da continuidad al placer? Obviamente que es el
pensamiento, el pensar al respecto.
 
Pienso en ello. Ya no es la relación directa con determinado objeto, la cual es deseo, sino que ahora el
pensamiento aumenta ese deseo pensando en el objeto, creando imágenes, representaciones, ideas...
El pensamiento dice: debo poseerlo o no poseerlo, es esencial o no lo es para la vida.
Pero, puedo mirar eso, tener un deseo, y ahí termina todo, sin que interfiera el pensamiento.
 
El hecho religioso.
 
1. Introducción.
 
El hecho religioso es una parte de la historia humana. En todas sus épocas y culturas aparece una
actividad, diferente de la actividad ordinaria y mezclada generalmente con elementos "mágicos", que
influye en la historia y que, a su vez, esta actividad religiosa, es influida por la historia misma.
El hecho religioso contiene una enorme variedad de formas que reflejan la pluriformidad de la historia
humana, según las diferentes épocas, culturas y situaciones. Pero contiene también una indudable
unidad que nos permite identificar fenómenos aparentemente muy diferentes (como por ejemplo la
religiosidad del primitivo y las elevadas manifestaciones religiosas contenidas en el cristianismo o
budismo) y descubrir su específica relación con otros hechos humanos como pueden ser el estético, el
moral, etc.
 
A partir de esta breve introducción podríamos fácilmente enumerar y explicar los puntos de referencia
que se utilizan normalmente para intentar comprender la estructura del hecho religioso. Podríamos
extendernos sobre el ámbito de lo sagrado, el misterio, la actitud religiosa... pero no creo que llegáramos
al objetivo final de la asignatura, que engloba estos tres aspectos:
1º) La comprensión de aquello que mueve al ser humano, a lo largo de toda la historia, al acto religioso.
2º) Ver si ese movimiento se encuentra dentro del camino de la Luz.
3º) Ver si ese movimiento se encuentra dentro del camino de las tinieblas y, si es así, cómo poder salir
de él.
 
2. Planteamiento de interrogantes.
 
Para intentar tan basto propósito enunciaremos una serie de preguntas e intentaremos responderlas,
sistema sencillo pero eficaz.
 
a) ¿Puede el ser humano encontrar a Dios dentro de cualquier movimiento religioso, en alguna
creencia, fe o credo?
La creencia es una negación de la verdad, la creencia impide la verdad, creer en Dios no es encontrar a
Dios, porque en realidad Dios es lo desconocido, y la creencia o no creencia de los hombres en lo
desconocido es una mera proyección de la mente y del pensamiento del hombre y, por lo tanto, no es
real.
 
b) ¿Por qué cree el hombre?
Creemos porque eso nos brinda satisfacción, consuelo, esperanza y decimos que da sentido a nuestra
vida. Nuestra creencia tiene en realidad un significado mas bien escaso, porque creemos y explotamos
al prójimo, creemos y matamos, creemos en un Dios universal y nos asesinamos entre nosotros. Los
hombre que dicen que creen en Dios han destruido la mitad del mundo y la otra mitad sufre y padece.
Por causa de la intolerancia religiosa existen las divisiones de la gente entre creyentes y no creyentes y
lo cual conduce a las guerras de religión.
 
c) ¿Es la creencia en Dios un incentivo para que el ser humano sea y viva mejor?
Nuestro incentivo, seguramente, tiene que ser nuestra propia intención de vivir de un modo puro y
sencillo. Si esperamos algo de un incentivo, no nos interesa el hacer la vida posible para todos sino tan
sólo nuestro incentivo, que pueden ser diferentes y por eso nos peleamos. Pero, si vivimos felices juntos, no porque creamos en Dios, sino porque somos seres humanos, entonces compartiremos enteramente los medios de producción a fin de producir cosas para todos. Por falta de inteligencia aceptamos la idea de una superinteligencia a la que llamamos "Dios"; pero la idea de este "Dios", esta superinteligencia, no va a brindarnos una vida mejor. Lo que conduce a una vida mejor es la inteligencia; y no puede haber inteligencia si hay creencias, si hay divisiones de clase, di los medios de producción están en manos de unos pocos, si hay nacionalidades independientes y gobiernos soberanos.
 
Todos nosotros creemos y hemos creído a lo largo de toda la historia de diferentes maneras, pero
nuestras creencias carecen de cualquier realidad. La realidad es lo que somos, lo que hacemos, lo que
pensamos, y toda nuestra creencia en Dios y todo el hecho religioso es una simple evasión de nuestra
vida monótona, necia y cruel. Más aún, la creencia divide invariablemente a los hombres: ahí están el
hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el socialista, y así sucesivamente. La idea, la creencia divide, jamás une a las personas. Puede que juntemos a unos cuantos, en un grupo, pero ese grupo se opone a otro grupo, las ideas y las creencias, por el contrario, son separadoras, desintegradoras y destructivas.
Por lo tanto, nuestra creencia en Dios está, de hecho, extendiendo la desdicha por el mundo; aunque
nos haya aportado momentáneamente consuelo, en realidad nos ha traído más desdicha y destrucción
en forma de hambre, guerras, divisiones de clase y acciones despiadadas. Así, pues, nuestra creencia
carece totalmente de valor. Si realmente creyéramos en Dios, si ello fuera para nosotros una experiencia
real, entonces, en nuestro rostro habría una sonrisa, no haríamos daño.
 
d) ¿Qué es la verdad? ¿Qué es Dios?
Dios no es la palabra, la palabra no es la cosa. Para conocer aquello que es inconmensurable, que no
pertenece al tiempo, la mente tiene que estar libre del tiempo, lo cual significa que la mente tiene que
estar libre de todo pensamiento, de todas las ideas acerca de Dios. ¿Qué sabemos acerca de Dios o de
la Verdad? De hecho, nada. Todo lo que sabemos son palabras, las experiencias de otros o algunos
momentos de experiencias más bien vagas. Eso, con seguridad, no es Dios, no es la realidad; eso no
está fuera del ámbito del tiempo. Para conocer aquello que está más allá del tiempo, debe comprenderse
el proceso del tiempo, que es el pensamiento, el proceso de llegar a ser algo, la acumulación de
conocimientos. Este es todo el pasado de la mente; la mente misma es el pasado, tanto la consciente
como la inconsciente, la colectiva y la individual. La mente, debe estar libre de todo lo conocido, lo cual
significa que la mente debe estar por completo en silencio. Pero la mente que logra el silencio como un
resultado, como consecuencia de una acción determinada, de la práctica, de la disciplina, no es una
mente silenciosa. La mente forzada, dominada, moldeada, encuadrada y mantenida en silencio, no es
una mente serena. La serenidad sólo llega cuando comprendemos el proceso del pensamiento en su
totalidad, porque comprender su proceso es darle fin y al cesar el proceso del pensamiento empieza el
silencio.
 
e) ¿Cómo puede el hombre encontrar a Dios?
Sólo cuando la mente está en completo silencio, tan sólo entonces puede llegar lo desconocido. Lo
desconocido no es algo que la mente pueda experimentar; sólo puede experimentarse el silencio, nada
más que el silencio. Si la mente experimenta algo que no sea el silencio, no hace más que proyectar sus
propios deseos; y una mente así no está en silencio. Mientras la mente no esté en silencio, mientras el
pensamiento en cualquier forma, consciente o inconsciente, esté en movimiento, no puede haber
silencio. El silencio es la liberación del pasado, de los conocimientos, de los recuerdos; y cuando la
mente está silenciosa del todo, inactiva, cuando en ella reina un silencio que no es producto del
esfuerzo, sólo entonces lo atemporal, lo eterno, puede surgir. Este estado no es un estado para recordar,
no hay entidad alguna que recuerde, que experimente.
 
Por lo tanto, Dios, o la verdad, o lo que sea, es algo que se crea de instante en instante, y esto ocurre
únicamente en un estado de libertad y espontaneidad, no cuando disponemos una disciplina a la mente
de acuerdo con una norma. Dios no es una cosa de la mente, no surge mediante la proyección de uno
mismo y sus deseos; sólo llega cuando hay virtud, es decir, libertad. Virtud es enfrentarse con el hecho
de lo que es, ver lo que es (la verdad o hará libres). Ver lo que es y enfrentarse con el hecho es un
estado de bienaventuranza. Sólo cuando la mente está dichosa, serena, sin ningún proceso de sí misma,
sin la proyección del pensamiento, sólo entonces se manifiesta lo eterno.
 
3. Recapitulación.
 
El ser humano vive en la insatisfacción, el dolor y la ignorancia y, para huir de ello toma vías de escape
en su búsqueda de satisfacción.
Con este deseo de placer y rechazo del dolor el hombre recorre la tierra entera, buscando y rechazando,
intentando la satisfacción de los sentidos con los objetos creados por la mente y la sensualidad.
Como no hay nada, nada en esta tierra que satisfaga profunda y verdaderamente buscamos a Dios, la
eterna satisfacción. Este es el nacimiento del hecho religioso actualmente y en toda la historia.
Este camino que toma le reporta dolor y sufrimiento, vuelve la insatisfacción. El hombre ve cómo ha
invertido sus días y su tiempo para únicamente encontrar ese mundo tras cuya fachada alucinante sólo
vive la nada. Al final de todo siempre se encuentra sólo consigo mismo, caído, sucio y agotado, debiendo de nuevo emprender sus pasos. Es necesario que la humanidad aprenda a caminar por el sendero de la Luz.
 
La Libertad.
Sólo podemos hacer una cosa: ver las cosas tal como son, tener una consciencia real de las cosas y
situaciones que percibimos a través de nuestros sentidos. La comprensión de nuestra situación es el
primer paso hacia la libertad. No debemos considerar la libertad como el fin de la vida, sino como el
principio (de otra forma sólo querremos llegar a la meta y en verdad, en la vida jamás se llega). Por lo
tanto, la clave del vivir es sencillamente vivir en cada momento, en paz y sin crisis. Con el fin de resolver cualquier problema, tenemos que entendernos a nosotros mismos y la forma en que creamos los
problemas: nosotros somos el problema. Éste es creado por un estado mental o condición nuestra. Al
nacer la comprensión interior el problema simplemente desaparece. De hecho, el problema no puede
resolverse, simplemente se disuelve cuando hay comprensión.
 
La libertad es el auténtico ver, la clara introspección en toda situación que nos suceda. En el instante en
que nos sentimos guiados por algo y no tenemos equilibrio, si examinamos esta situación veremos como
nace la emoción y como nos domina. Así alcanzaremos consciencia sobre ella, lo que nos dará libertad y
nos indicará la forma de proceder.
 
El ruido está en nosotros, no en el mundo exterior: pensamientos, emociones, recuerdos. Y como
tenemos ideas preconcebidas reaccionamos de acuerdo con nuestra mente condicionada. Nuestra mente
no es libre y una mente así no puede ver la verdad.
La mente está tan llena que se confunde y complica las cosas. Al no ser sencillos en nuestro interior, no
somos libres. La sencillez viene con la libertad y la humildad. No somos humildes si tenemos la
sensación de que poseemos algo o alguien, pues entonces tenemos que actuar de acuerdo con la
imagen que tenemos, proyectando esta imagen en nuestros actos y comportamientos.
Podemos ser algo más plenos de lo que podemos conseguir con nuestra mente condicionada; el gozo, la
bienaventuranza, el éxtasis, la paz, la tranquilidad vendrán cuando exista libertad. El gozo es la
bienaventuranza interior, la paz mental, cuando no existe la mente. El gozo no es una creación de la
mente; es el fin de la mente el que constituye el comienzo del gozo. En el preciso instante en que
tenemos libertad, tenemos gozo, bienaventuranza y paz. Podremos sentir dolor, pero únicamente lo
sentiremos, nuestro interior sigue libre, el dolor y el cansancio no entran en él y, de esta forma, en la
libertad, sabremos como actuar y no nos plegaremos a las peticiones de la mente. Si no entendemos nos
quejaremos y daremos pie a actitudes negativas plegándonos a las demandas de la mente.
Debemos ser libres para observar, contemplar nuestras actividades, sentimientos, actitudes, todo lo que
hay dentro de nosotros.
 
La purificación es una forma de transformación que surge en el proceso de consciencia permanente o
durante el mecanismo de constante observación.
No podemos esperar que la libertad nazca sin hacer nada, pero no hemos de hacer nada con el fin de
alcanzar la libertad. Si hacemos algo con la esperanza de obtener un resultado ello trae consigo la
decepción, la infelicidad, la tristeza y la pena. Se dice que actuamos teniendo fines, pero cuando
actuamos en realidad, somos realmente libres. No necesitamos la esperanza de la libertad, ésta se
presenta.
 
Ésta es la vía de la meditación. Podemos empezar aquí e ir un poco más al fondo, encontraremos tiempo
para sentarnos tranquilamente y ver como reaccionamos al estar en silencio, al estar completamente
solos. Esta es la cuestión central de la vida.
 
El sufrimiento.
 
¿Cuál es el significado del dolor, del sufrimiento?
El dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora nos referiremos al
sufrimiento psicológico.
 
¿Por qué deseamos descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?
Cuando nos hacemos la pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no huimos
del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el momento en que la mente se ocupa
del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he "aguado", disminuido, la intensidad del sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto,
indudablemente, no brinda la comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir del
sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido.
Es muy importante comprender este punto.

¿Qué es el sufrimiento?
El sufrimiento es una perturbación en diferentes niveles de la persona: en el físico y en los distintos
niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Mi hijo ha muerto o se
ha marchado. Había erigido en torno a él todas mis esperanzas; o en torno a mi hija, o de mi esposo, o
de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto a todas las cosas que deseaba que él fuera; o lo he tenido por
compañero y de pronto se ha ido, ya conocéis todo eso. A esta perturbación le llamo sufrimiento.
 
¿Cómo respondemos, normalmente, ante el sufrimiento?
Al no gustarnos el sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y "yo tenía
aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en los títulos, en las creencias. Todo ello
opera en nosotros como un narcótico.
 
¿Qué sucede si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento?
Sencillamente sucede que capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí mismo, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor, ver a dónde conduce. Si capto de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a quien amo y se ha ido.
Aquella persona, o aquella situación, servía para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento, para evitar ver lo que hay en realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy abandonado, perdido, solo.
Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado,
es que estoy sólo.
 
Es muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y no decir simplemente,
"estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser
consciente de este vacío, mantenerse en él, ver su movimiento.
 
Así, gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su significado, vemos que
sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar.
Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
 
Por otro lado, vemos que existen innumerables personas y situaciones para ayudarnos a huir, y
evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus
esperanzas y fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien lo
sabemos.
 
Pero si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, ¿Qué
ocurre? ¿cuál es el estado de nuestra mente cuando sigue de este modo el proceso del
sufrimiento?
Lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra mente existe en silencio.
El dolor es una realidad y no una mera palabra, la palabra no tiene sentido.
El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o no poseemos. De
modo que el dolor está en relación con algo.
Es decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No puede existir por sí solo,
así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento...
Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.
 
¿Es ese sufrimiento distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador que
capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento.
No estamos separados del dolor, somos el dolor.
 
Así, de esta forma no se le evalúa, no se le juzga, no se le da nombre y, por lo tanto, no se le rechaza:
somos ese dolor, simplemente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Entonces, cuando
somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.
Ha ocurrido una transformación radical en la persona. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay "yo" que sufra, y el "yo" sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el "yo". Sólo vivimos de
palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y
normalmente no lo podemos ver por qué miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor y
sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido.
 
Si en mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte de mí, no hay problema.
Pero en el momento en que considero al dolor como "algo" separado de mí, sí que hay problema.
Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi hermano, porque no
tengo dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y esa relación es ficticia.
Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un
significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada; y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.
 
Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos
leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos
hablando de eso: hablamos del fin del dolor.
El conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos
psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en
instante, a todas las implicaciones de esos hechos.
Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión directa con nuestros
amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con él. Si queremos
comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación), si queremos comprender algo
completamente, debemos estar cerca de ello. Debemos llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio,
condena o repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar en comunión con la
persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
 
De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar en comunión con
él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones,
teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.
Así pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y con todas las cosas.
Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide ser uno con él. Vivir con
algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida
a nuestra mente embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a
él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de
nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente.
Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por
lo tanto la palabra dolor no existe.
 
El conocimiento propio.
 
El conocimiento propio es un proceso, no es un fin en sí mismo; y para conocernos debemos estar
atentos a nosotros mismos en la acción.
Para que uno pueda transformarse es esencial que se conozca. Uno debe conocerse tal como es, no
cómo quisiera ser, lo cual tan sólo es un ideal y, por lo tanto, algo ficticio, irreal; sólo lo que es puede ser transformado, no lo que uno desearía ser.
Conocernos tal como somos requiere una vigilancia extraordinaria de la mente, porque lo que es
experimenta modificaciones, cambios constantes; y para poder seguirlos con rapidez, la mente no debe
estar atada a ningún dogma, a ninguna creencia, a ningún modo de acción. Si uno quiere ir en pos de
algo no es bueno estar atado. Si soy codicioso, envidioso, violento, de poco vale que tenga meramente
un ideal de no violencia, de no codicia...
 
La comprensión de lo que somos, el comprender sin distorsión alguna lo que en realidad somos, es el
principio de la virtud. La virtud es esencial, porque ella nos brinda libertad.
El conocimiento propio es el descubrimiento, de instante en instante, de las modalidades del "yo", de sus intenciones, actividades, pensamientos y apetitos.
No se puede tratar de obtener lo eterno, la mente no puede adquirirlo. Se manifiesta a sí mismo cuando
la mente está quieta, y la mente sólo puede estar quieta cuando es sencilla, cuando ya no acumula, no
condena, no juzga ni sopesa. Sólo la mente sencilla puede comprender lo real; no así la mente repleta
de palabras, conocimientos, informaciones. La mente que analiza, que calcula, no es una mente sencilla.
Entiendo por "conocerse a sí mismo" conocer cada pensamiento, cada estado de ánimo, cada palabra,
cada sentimiento; conocer la actividad de la propia mente.
 
Sin conocerse a sí mismo no es posible el estado de meditación.
Es importante comprender qué es este conocerse a sí mismo: simplemente es estar atento, sin opción ni
preferencia alguna, al "yo", el cual tiene su origen en un haz de recuerdos; sólo estar conscientes de él
sin interpretarlo, tan sólo observar el movimiento de la mente. Sin ningún fin ni idea o creencia.
El conocimiento propio surge cuando estamos atentos a nosotros mismos en la relación, la cual revela lo
que somos de instante en instante. La relación es un espejo en el cual podemos vernos tal y como
somos realmente.
 
Las creencias.
Podemos ver como las creencias políticas, religiosas, nacionales, y todo tipo de diversas creencias
separan de hecho a los seres humanos, generan conflicto, confusión y antagonismo. Las creencias
separan a las personas y crean intolerancia.
Nos damos cuenta de que la vida es desagradable, dolorosa, triste; deseamos alguna clase de teoría,
alguna clase de especulación o satisfacción, alguna clase de doctrina que explique todo esto. Y de esta
manera quedamos atrapados en explicaciones, palabras, teorías, y gradualmente las creencias echan
raíces muy profundas y se vuelven inconmovibles, porque detrás de esas creencias, de esos dogmas,
está nuestro miedo constante a lo desconocido.
 
Pero jamás miramos ese miedo; le volvemos la espalda. Cuanto más fuertes son las creencias, más
fuertes los dogmas. Y cuando examinamos estas creencias: la cristiana, la hindú, la budista, etc.,
encontramos que dividen a las personas.
Cada dogma, cada creencia, tiene una serie de rituales, de compulsiones que atan y separan a los seres
humanos. De modo que comenzamos una búsqueda para averiguar qué es lo verdadero, cuál es el
significado de toda la desdicha, de toda esta lucha y dolor, y pronto quedamos atrapados en creencias,
rituales, teorías.
 
La creencia es corrupción, porque detrás de la creencia y la moralidad se esconde la mente, el "yo" (el
"yo" que se vuelve con la creencia cada vez más grande, más poderoso y fuerte).
Consideramos que la creencia en Dios, la creencia en algo es religión. Pensamos que creer es religioso.
Si no creemos se nos considera ateos. Una sociedad condenará a los que creen en Dios y otra sociedad
condenará a los que no creen. Ambas condenas son la misma cosa. Así pues, la religión se convierte en
una cuestión de creencia; y la creencia actúa y ejerce su influencia sobre la mente. De este modo la
mente jamás puede ser libre. Pero ocurre que sólo en libertad podemos descubrir qué es lo verdadero,
qué es Dios; no podemos descubrir a Dios o a lo verdadero mediante ninguna creencia, porque nuestra
misma creencia proyecta lo que pensamos que debe ser Dios, lo que pensamos que debe ser la
realidad.
 
Estamos confundidos y pensamos que mediante la creencia aclararemos la confusión; es decir, la
creencia se superpone a la confusión y esperamos que con eso la confusión se despejará. Pero la
creencia no es sino un modo de escapar de la confusión, la creencia no nos ayudará a afrontar y a
comprender el hecho de nuestro infortunio y confusión.
 
La creencia sólo actúa como una pantalla entre nosotros y nuestros problemas. Por eso la religión, que
es una creencia organizada, se convierte en un medio para escapar de lo que es, de la verdad y de la
realidad, para escapar de nuestra confusión. El hombre que cree en Dios, el que cree en el más allá, o el
que tiene alguna otra forma de creencia, está escapando de un hecho: el hecho de lo que él es.
¿Necesitamos las creencias? No necesitamos "creer" que existe la puesta de sol, que existen las
montañas, los ríos. No necesitamos "creer" que reñimos con nuestras esposas. No necesitamos "creer"
que la vida es una desdicha terrible con su angustia, con su conflicto, con su constante ambición; todo
esto es un hecho. Pero necesitamos una creencia cuando queremos escapar de un hecho hacia una
irrealidad.
 
¿Acaso no conocemos a tantas personas que creen en Dios, que van a la iglesia y practican ritos y
oraciones, y que en su vida cotidiana son dominadoras, crueles, ambiciosas, tramposas, deshonestas? Y
a esas mismas personas las consideramos respetables, porque esas personas somos nosotros mismos.
¿Encontrarán esas personas a Dios? ¿Puede encontrarse a Dios mediante la repetición de palabras,
mediante ritos, mediante la creencia?
 
Mientras no comprendamos la relación con nuestro prójimo, con la sociedad, con nuestra esposa y
nuestros hijos, tiene que haber confusión; y la mente confundida, haga lo que hiciere, sólo creará más
confusión, más problemas y conflictos.
Una mente que escapa de los hechos de la relación jamás encontrará a Dios, una mente agitada por las
creencias no conocerá la verdad. Pero la persona que comprende su relación con la propiedad, con la
gente, con las ideas, que ha dejado de luchar con los problemas que genera la relación, una persona
para la que la solución no es el retiro, sino la comprensión del amor, sólo una persona así puede
comprender la realidad.
 
Los corazones de los/as idealistas, de los/as que tienen creencias, carecen de amor y de pureza, y sólo
un corazón puro puede dar con la realidad, comunicarse con la persona que tienen delante. El idealista
es un imitador de su ideal, por lo tanto, no puede conocer el amor. No puede ser generoso, entregarse
completamente sin pensar en sí mismo y en su ideal. Lo importante para él o ella no es la situación y la
persona que tienen ante sí, sino su propio ideal, él/ella mismo/a es lo importante para sí.
 
¿Es entonces posible vivir en este mundo y no tener creencia alguna? No cambiar de creencias, sustituir
una creencia por otra, sino estar enteramente libre de creencias, a fin de que nos podamos enfrentar a la
vida de un modo nuevo a cada instante. Esto, después de todo es la verdad: ser capaces de afrontarlo
todo de una manera nueva, afrontarlo de instante en instante sin la reacción condicionadora del pasado,
de modo tal que no exista el efecto acumulativo de la memoria y del conocimiento que actúan como una
barrera entre una mismo y lo que es.
 
Saber si es posible vivir sin creencias sólo podemos descubrirlo si somos capaces de estudiarnos a
nosotros mismos en relación con una creencia.
 
La sencillez.
 
A.
La sencillez es esencial, sólo puede surgir cuando empecemos a comprender el significado del
conocimiento propio.
Creemos que es una expresión externa, pocas posesiones, ropas, cosas, pero eso no es sencillez. La
verdadera sencillez sólo puede originarse interiormente, y de ahí proviene la expresión externa. Lo que
uno es en su interior fluye al exterior.
 
Interiormente somos prisioneros, aunque en lo externo parezcamos muy sencillos. Deseos, apetitos,
ideales, de innumerables móviles somos esclavos. Y, para encontrar la sencillez debemos ser libres.
Al investigar nuestro ser nos hacemos cada vez más libres y sensibles. Cualquier forma de
autoridad o coacción, interna o externa, contribuye a la insensibilidad. Ninguna forma de coacción puede conducir a la sencillez, al contrario, cuanto más reprimís, sustituís, sublimáis, menos sencillez existe, aunque exista cierta apariencia.
 
Si uno no es sencillo no puede ser sensible a los árboles, a los pájaros, a las montañas, al viento, a
todas las cosas que existen en el mundo que nos rodea. Y si no hay sencillez, uno no puede ser sensible
al mensaje interno de las cosas. La mayoría de nosotros vive muy superficialmente, en el nivel superior
de la conciencia (la mente). Allí tratamos de ser reflexivos e inteligentes, lo cual es sinónimo de
religiosidad; allí tratamos de que nuestra mente sea sencilla, mediante la coacción, mediante la
disciplina. Pero eso no es sencillez. Cuando forzamos la mente superficial a ser sencilla, tal imposición
no la torna ágil, flexible, rápida, sino que sólo consigue endurecerla. Ser sencillo en todo el proceso de
nuestra conciencia es extremadamente ardua. Porque no debe existir ninguna reserva interior, tiene que
haber ansia por averiguar, por descubrir el comportamiento de nuestro ser. Y eso significa estar alerta a
toda insinuación, a toda sugerencia, darnos cuenta de nuestros temores, de nuestras esperanzas,
investigar y liberarnos de todo eso constantemente. Sólo entonces, cuando la mente y el corazón son
realmente sencillos, cuando están limpios de sedimentos, seremos capaces de resolver los múltiples
problemas que se nos plantean.
 
El saber no resolverá vuestros problemas. Es sólo mediante la experiencia directa como se resuelven
nuestros problemas; y para tener experiencia directa ha de haber sencillez, lo cual significa que debe
haber sensibilidad. El peso del saber embota la mente. También la embotan el pasado y el futuro. Sólo
una mente capaz de ver lo que es, el presente, de instante en instante, puede hacer frente a las
poderosas influencias y presiones que ejerce constantemente sobre nosotros todo lo que nos rodea.
Por eso el hombre religioso no es, en realidad, el que viste una túnica o el que ha hecho votos, sino
aquél que es interiormente sencillo, aquél que no está "transformándose" en algo. Una mente así es
capaz de una extraordinaria receptividad, porque no tiene barreras, no tiene miedo, no va en pos de
nada y es, por lo tanto, capaz de recibir la gracia, de recibir a Dios, la verdad o como os plazca llamarlo.
Sólo entonces puede haber felicidad, porque la felicidad no es un fin, es la expresión de la realidad.
A partir de aquí surge una sencillez, una humildad que no es virtud ni disciplina. La humildad que se
consigue deja de ser humildad. Una mente que se vuelve humilde ya no es humilde. Sólo cuando se
tiene humildad (no una humildad cultivada) puede uno hacer frente a las cosas apremiantes de la vida;
porque entonces no es uno mismo lo importante, no mira uno a través de las propias presiones y del
sentido de la propia importancia. Uno observa el problema tal cual es y entonces puede resolverlo.
 
B.
Los que os ofrecen algo "positivo" son unos explotadores.
Valoramos todas sus formas externas, tales como las pocas posesiones, pero esto no es sencillez.
Creemos que es sencillez tener sólo un taparrabos. Deseamos los signos externos de simplicidad y eso
nos engaña fácilmente.

 

No es una mente sencilla la que piensa en recompensas y temores, la que está cargada de
conocimientos y creencias, la que se identifica, la que se entretiene con la música, los ritos, Dios o las
mujeres... ¿Qué es sencillez? ¿Es la búsqueda de los elementos esenciales y el rechazo de los que no
lo son? Sencillez no es la búsqueda de lo esencial y del rechazo de lo que no los es. Esto significaría un
proceso de opción de la mente y, toda opción de la mente se basa en el deseo y así lo que llamáis
esencial es lo que os brinda satisfacción, placer. La mente es confusión y su elección también lo es. Así
la opción entre lo esencial y lo no esencial no es sencillez; es un conflicto, y la mente confusa en
conflicto nunca puede ser sencilla.
 
Cuando de verdad observéis y veáis todas las cosas falsas y los ardides de la mente, cuando observéis
eso y lo percibáis muy claramente, entonces sabréis que es simplicidad. La sencillez es la acción que no
resulta de una idea, es creatividad y mientras no haya sencillez somos como polos de atracción para el
daño, el sufrimiento y la destrucción.
 
No se puede buscar y experimentar, llega como una flor que se abre en el momento justo, cuando uno
comprende todo el proceso de la existencia y la vida de relación.
No hay que buscarla, surge tan sólo cuando no hay "yo", cuando la mente no está atrapada en
especulaciones, en conclusiones, en creencias, en imaginaciones (Acción que no es resultado de una
idea). Sólo una mente libre puede hallar la verdad, recibir aquello que es inconmensurable, que no puede nombrarse. Eso es sencillez.
 
C.
Es extraño el deseo de alardear ante los demás, de ser alguien. La envidia es odio y la vanidad
corrompe. Parece tan difícil e imposible ser sencillo, ser lo que somos y no presumir.
Ser lo que uno es resulta en sí mismo muy arduo, ser lo que uno es sin tratar de llegar a ser esto o
aquello, lo cual no es demasiado difícil. Siempre puede uno aparentar, ponerse una máscara, pero ser lo
que es constituye una cuestión muy compleja; porque uno está siempre cambiando, nunca es el mismo y
cada instante revela una nueva faceta, una nueva profundidad, una superficie nueva. No es posible ser
en un instante todo eso, porque cada instante conlleva su propio cambio. De modo que si uno es siquiera
un poco inteligente, renuncia a ser esto o aquello.

 

Cada uno de nosotros piensa que es muy sensitivo, y un incidente cualquiera, un pensamiento fugaz,
demuestra que no lo es; piensa que talentoso, instruido, artístico, moral, pero al volver la esquina se
encuentra con que no es ninguna de estas cosas sino profundamente ambicioso, envidioso, inepto,
brutal e impaciente. Alternativamente uno es todas estas cosas y desea algo que tenga continuidad,
permanencia (por supuesto, sólo aquello que sea provechoso, agradable). Así es como corremos tras de
ello, y todos nuestros otros "yoes" claman por salirse con la suya, para lograr su propia realización. De
este modo, cada uno de nosotros se convierte en un campo de batalla en el cual generalmente triunfa la
ambición con todos sus placeres y su infortunio, su envidia y su temor. A ello se le añade la palabra
"amor" en aras de la respetabilidad y para mantener la integridad de la familia; pero uno mismo está
atrapado en los propios compromisos y actividades, aislado, clamando por reconocimiento y fama: yo y
mi país, yo y mi partido, yo y mi dios consolador. 

D.

La sencillez atrae al instinto, la intuición y el discernimiento para crear pensamientos con esencia y
sentimientos de empatía. Sencillez es la conciencia que llama a las personas a replantearse sus valores.
La sencillez crece en las raíces sagradas, personificando una riqueza de virtudes y valores espirituales
que se manifiestan en las actitudes, las palabras, las actividades y el estilo de vida. La sencillez es
hermosa y, como la luna, irradia frescura, en contraste con el resplandor del sol. La sencillez es natural.
Puede tener una apariencia corriente y carente de atractivo para aquellos cuya visión está acostumbrada
a lo superficial, o a lo erudito. Sin embargo, para aquellos que poseen el discernimiento sutil de un
artista, un vislumbre de sencillez es suficiente para reconocer la obra maestra.

 

La sencillez combina la dulzura y la sabiduría. Es claridad en la mente e intelecto, ya que surge del alma.
Los que personifican la sencillez están libres de pensamientos extenuantes, complicados y extraños. El
intelecto es agudo y despierto. La sencillez invoca al instinto, la intuición y el discernimiento para crear
pensamientos con esencia y sentimientos de empatía. En la sencillez hay altruismo, el que personifica
esa virtud ha renunciado a la posesividad y está libre de los deseos materiales que distraen el intelecto
haciéndolo divagar hacia territorios inútiles. Carecer de deseos no significa arreglárselas sin nada, o
tener la vida de un asceta. Al contrario, uno lo tiene todo, incluyendo la satisfacción interna. Esto se
refleja en el rostro -libre de perturbaciones, debilidades e ira- y en la conducta, con una elegancia y una
majestades extraordinarias, pero a la vez ingenua. Sencillez es ser el niño inocente y el maestro sabio. Nos enseña a vivir con sencillez y a pensar de forma elevada.

 

Las personas que viven con sencillez generalmente disfrutan de una relación cercana con la naturaleza.
Su moral proviene de las tradiciones perennes que funcionan en armonía con las leyes de la naturaleza.
Las hierbas se convierten en sus remedios naturales. La luna y las estrellas son las lámparas que los
alumbran. El mundo natural es el aula en la que estudian. Esto no significa que todos debamos adoptar
este estilo de vida. Sin embargo, se puede aprender de la naturaleza. Cuando se observa la ética de la
sencillez, casi no hay desperdicio. Todos los recursos se valoran: el tiempo, los pensamientos, las ideas,
el conocimiento, el dinero y las materias primas.

 

De la sencillez surge la generosidad. La generosidad es compartir con un espíritu altruista los ingresos

ganados a pulso. Compartir los propios recursos conjuntamente y de forma cuidadosa es recuperar para
las actividades humanas, el sentido de la familia. La sencillez es algo más que ofrecer dinero y
posesiones materiales, es dar de uno mismo aquello que no tiene precio: paciencia, amistad y apoyo.
Con el espíritu de dar prioridad a los demás, los que adoptan la sencillez ofrecen su tiempo
gratuitamente. Esto lo hacen con amabilidad, sinceridad, e intuiciones puras, sin expectativas ni
condiciones. Como resultado, esas personas cosechan frutos abundantes de las semillas que se
sembraron con sus acciones generosos. Nada esperaron, pero...

 

La sencillez es verdad. La belleza de la verdad es tan sencilla que funciona como la alquimia. No importa cuántos disfraces se presenten ante ella, la luz de la verdad no puede permanecer escondida; alcanzará a las masas con un lenguaje muy sencillo y, al mismo tiempo profundo. Los mensajeros de la verdad siempre han personificado formas comunes, han llevado vidas sencillas, y han adoptado medios simples para impartir sus mensajes. Viven y dicen la verdad, ofreciendo belleza a las vidas de los demás. Su sencillez y esplendor pueden compararse al joyero. Fiel a la integridad de su profesión, el joyero hace todas y cada una de sus joyas preciosas y perfectas, pero él sigue siendo sencillo.

 

Hoy en día la belleza está definida por las industrias de la moda y la estética, propagada por los ricos y
los famosos y aceptada por las masas. La belleza, sin embargo, no se encuentra sólo en la apariencia,
como dice el proverbio. La belleza, en su forma más sencilla, elimina la arrogancia de las ropas caras y
de vivir de forma extravagante. Va más allá del rico y del pobre. Es apreciar las pequeñas cosas de la
vida que a veces no son visibles ni aparentes para el resto del mundo. Sencillez es apreciar la belleza
interna y reconocer el valor de todos los actores, incluso del más pobre o desafortunado. Es considerar
que todas las tareas, incluso la más humilde, tienen valor y dignidad.

 

La sencillez reduce la diferencia entre “lo que tengo” y “lo que me falta” demostrando la lógica de la
verdadera economía: ganar, ahorrar, invertir y compartir los sacrificios, así como la prosperidad, de
manera que pueda haber una mejor calidad de vida para todos los seres humanos, independientemente
de donde hayan nacido.
 
Sencillez es la conciencia que dirige una llamada a la gente para que replantee sus valores.

#emociones #fengshui #misterio #crecimientopersonal #ovni #ovnis #esoterismo #psicología #religiones #sectas #conspiraciones #templarios #caballerostemplarios #masonería #magia #metafisica #terapiasalternativas #angeles #guiasespirituales #autoayuda #chamanismo