Tomates con genes de pez para resistir el paso del tiempo, sandías sin pepitas, melocotones con sabor a uva... No se trata de ciencia-ficción. Estos y otros alimentos transgénicos o manipulados genéticamente forman ya parte de nuestra dieta o lo harán muy pronto y, aunque existan serias dudas sobre su efecto sobre la salud, podemos encontrarlos en cualquier supermercado. En España, el Congreso de los Diputados rechazó, una iniciativa parlamentaria que pretendía imponer una moratoria a los transgénicos. Por tanto, estos productos seguirán cultivándose libremente y estarán en el mercado sin ningún etiquetado que lo identifique. Según fuentes del ministerio de Agricultura, no hay obligación de hacerlo cuando el nuevo gen no pueda ser identificado, lo que ocurre en la mayoría de los casos. Esta identificación se complica aún más, según la asociación ecologista Greenpeace, ya que las semillas de una planta pueden extenderse a otros cultivos y ocasionar alteraciones en el ADN de plantas de la misma especie.
Gran Bretaña ha retrasado tres años los cultivos transgénicos, entre ellos el de colza. En España se introdujo el primer maíz transgénico hace unos años. Miles de kilos de este maíz ya están en nuestras despensas. Un maíz que, por su potencial riesgo, según Ricardo Aguilar, portavoz de Greenpeace, está prohibido en otros países.
Lo mismo sucede con el algodón transgénico. La Unión Europea ha rechazado recientemente la solicitud española de cultivar dos tipos de algodón alterado genéticamente por Monsanto, la multinacional líder en biotecnología. Estos cultivos habían sido rechazados por el Parlamento Europeo, para quien suponían "un claro riesgo para la salud". Aunque en España se consiguieran prohibir estos y otros cultivos, nada impediría que se importaran de otros países. Hace nueve años se tenía que haber firmado un protocolo regulador se estos productos, de acuerdo con el Convenio sobre Biodiversidad aprobado en Río, pero media docenas de países, frente al criterio de 132 hicieron fracasar la Cumbre de Cartagena de Indias (Colombia). Estados Unidos, que controla el 90% del mercado, se opuso, con lo que los intereses de la industria han prevalecido sobre los de la salud y el medio ambiente, según han denunciado diversas ONGs.
En todo caso, la industria productora de organismos transgénicos cuenta con poderosos aliados, y no sólo en el gobierno de Estados Unidos. Nada menos que la ONU, en concreto la FAO, encargada de velar por la agricultura y la alimentación en todo el mundo, ha declarado recientemente que la biotecnología -prefiere este término al de manipulación genética- es un "instrumento poderoso para alimentar a una población mundial creciente". Este organismo señala que en este año 2002 se pueden llegar a casi 7.300 millones de habitantes en el planeta y la mayor parte, 6.200 millones, vivirán en el Tercer Mundo. Esto obligará, según Monsanto, a que para fechas próximas sea necesario producir un 75% más de comida.
La ONU y los laboratorios impulsores de la manipulación genética coinciden en sus predicciones, así como en proponer alimentos transgénicos como solución para un mundo superpoblado. Sin embargo, este argumento es rebatido por ONGs como Greenpeace, que lo consideran "ridículo". Para el portavoz de esta entidad, "es vergonzoso que se quiera utilizar el hambre como excusa para fabricar estos alimentos. Si fuera verdad, los países del Tercer Mundo serían los más favorables a ello, pero han sido los que más se han opuesto en Cartagena de Indias. Son los grandes multinacionales las que ganan y se necesita mucha desfachatez para mantener esta postura, sobre todo cuando en la Unión Europea se ponen multas por producir más de los cupos establecidos y se destruyen cultivos".
No es de extrañar que los países en vías de desarrollo sean los más opuestos a los cultivos transgénicos. Miles de agricultores se han arruinado a causa de la producción sintética de alimentos como la vainilla o el azúcar. Las compañías fabricantes de semillas transgénicas parecen buscar la dependencia económica del Tercer Mundo, más que su desarrollo. Amparándose en el GATT, el Tratado de Libre Comercio, que respalda la propiedad intelectual, Monsanto prohíbe a los compradores de sus semillas (un 25% más caras que las normales) guardarlas de una cosecha para otra. En Estados Unidos un ejército de inspectores se encarga de vigilar los graneros y de que se multe a los infractores. En la India, donde la práctica de guardar las semillas es milenaria, los agricultores han protagonizado violentas protestas y han quemado cultivos transgénicos. Para evitar conflictos e incrementar beneficios, Monsanto ha desarrollado la tecnología Terminator, que crea plantas transgénicas estériles. Así se garantiza que el agricultor solo pueda obtener semillas nuevas de la compañía. Sin embargo, el ministro de agricultura indio, han conseguido que se prohíban en su país.
Otro aspecto de la biotecnología, resaltado por la FAO y los fabricantes, es que la aplicación de pesticidas y funguicidas se reducirá gracias a las plantas con resistencia genética a las plagas. "Uno de los cultivos mejorados por Monsanto, el algodón, ha sido protegido genéticamente contra los insectos, lo que ha evitado la aplicación de más de tres millones de litros de pesticidas". Asegura Jaime Costa, director técnico de este laboratorio en España.
Sin embargo, se han encontrado insectos resistentes a las toxinas insertadas en las plantas, según el experto en cultivos transgénicos Manuel Altieri, de la Universidad de California. También se tiene conocimiento de insectos capaces de encontrar los tejidos menos alterados genéticamente, por lo que, para este científico, la inmunización frente a ellos "está condenada al fracaso". Según Altieri, es imposible controlar que estos animales pasen de un cultivo transgénico a otro que no lo sea y arrasen la cosecha. Otro tanto ocurre con los genes resistentes a virus, que pueden dar lugar a nuevas razas virales más peligrosas; y con los genes que repelen las malas hierbas, que pueden ocasionar supermalezas. "Los cultivos resistentes a los herbicidas probablemente aumentarán el uso de los mismos, así como los costes de producción". Advierte.
Nuevos virus
Las consecuencias para el ecosistema son aún peores. Se han desarrollado plantas con capacidades insecticidas que pueden amenazar la existencia de insectos y hongos beneficiosos e incluso imprescindibles para la planta y para otras especies. Los efectos a gran escala no se conocen todavía con certeza. Las toxinas incorporadas al ADN de las plantas pueden trasladarse al suelo y al agua, afectando a otros organismos vegetales y animales. Las combinaciones genéticas son imprevisibles. Podemos asistir a una nueva variedad de insectos y microorganismos contra los que no existe ninguna defensa. Además, si aparece una plaga, todos los cultivos se ven afectados. Esto es especialmente preocupante en países con ecosistemas frágiles o que dependen económicamente de la agricultura. "Las enfermedades de las plantas, las plagas de insectos y las malezas han aumentado con el desarrollo del monocultivo, y en las plantaciones manejadas intensivamente y manipuladas genéticamente se pierde pronto la diversidad genética", señala Altieri.
¿Cuáles son los riesgos para el hombre? Además de las consecuencias indirectas derivadas de su interacción con otros organismos del ecosistema, nuevos o alterados genéticamente, hay peligros reales a causa de la ingestión de productos transgénicos. Según una encuesta de la Sociedad Internacional de Quimioterapia, realizada entre investigadores de 25 países, el 57% de ellos considera que el riesgo de comercializar sin restricción maíz resistente a antibióticos es "inaceptable".
El organismo encargado de velar por la seguridad de los alimentos y medicinas de los Estados Unidos, la FDA declaró que los industriales deberían vigilar que estos productos "no estén presentes ni en los alimentos ni en los derivados de las nuevas variedades de plantas".
Superbacterias
Investigadores del Instituto Estatal para el Control de Calidad de los Productos Agrícolas, en Holanda, han demostrado que los genes resistentes a antibióticos, introducidos en la comida, pueden "transferir su resistencia a las bacterias existentes en el estómago" y crear "superbacterias" que no pueden ser aniquiladas ni con los antibióticos más potentes.
Alguno de estos hallazgos molestan extraordinariamente a los centros donde se han descubierto, ya que muchos de ellos reciben subvenciones de la industria farmacéutica. Una de las mayores autoridades mundiales en proteínas vegetales, el profesor Arpad Pusztai, fue obligado a abandonar el Instituto Rowett, en Escocia, tras desvelar que la comida alterada genéticamente podría dañar los órganos vitales de las ratas. Otros científicos confirmaron sus hallazgos. Así, el Dr. Vyvyan Howard, de la Universidad de Liverpool, ha señalado que las patatas transgénicas afectan al crecimiento, metabolismo y funciones inmunes de estos animales, con lo que se plantea la duda de si sucederá igual en los seres humanos.
Genes para la salud
Algunos de los organismos modificados genéticamente no están diseñados para producir más o menos baratos, sino para curar enfermedades. Por ejemplo, la Universidad Autónoma de Madrid presento el hallazgo de un gen de origen vegetal para el tratamiento del cáncer.
Las posibilidades terapéuticas de plantas y animales transgénicos parecen cada día mayores. Incluso el tabaco puede convertirse en una fuente importante de hemoglobina si se insertan genes humanos en la planta. De ahí a la sangre vegetal todavía queda un camino que tardará en recorrerse, pero que ya está perfilado.
Como en todas las cosas, lo que es beneficioso o perjudicial se diferencia simplemente por el discernimiento de los seres humanos, el grave problema es que éste, no va siempre acorde con los intereses económicos, ni con otros menos confesables.