miércoles, noviembre 19, 2008

Conocimientos Ocultos: el Diablo


Desde los más remotos tiempos de la antigüedad.

Esta es la frase con la que se podría empezar cualquier estudio sobre el diablo. Desde los más remotos tiempos de la antigüedad... porque el diablo es el más antiguo de los espíritus que han acompañado al hombre en su historia. Más antiguo que el mismo hombre quizá, puesto que todas las religiones son unánimes en precisar que el diablo existía ya antes de que el hombre fuera creado.

Bueno, el diablo no: el demonio. Precisemos esto, puesto que hay entre ambas palabras consideradas comúnmente como sinónimas, un claro matiz de diferenciación. El demonio (o los demonios) es una institución pagana, amplia, tan antigua como el hombre mismo, y que incluye dentro de ella a todos los malos espíritus que ha creado la humanidad. El diablo en cambio (el Diablo, así, con mayúscula) es una institución netamente cristiana, que simboliza al espíritu del mal, al antagonista de Dios... al Ángel Caído.

EL demonio, pues (o los demonios) es un concepto en cierto modo filosófico, tan antiguo como la propia humanidad. Su origen se halla en la relación entre dos elementos antagónicos que han estado siempre presentes en su lucha junto al hombre: el Bien y el Mal, representados por los pueblos primitivos, necesitados de personalizar y humanizar todo lo que les rodeaba, por dos tipos distintos de espíritus, los buenos y los malos, más o menos antropomorfizados, y que tenían sin embargo en ambos casos el apelativo de dioses.

Asimismo, estos demonios (o dioses malignos) solían presentarse en gran número, y cada uno de ellos estaba destinado a un fin determinado. Muchos de estos dioses eran realmente malignos, otros solamente traviesos, y a ellos se les achacaban todas las desgracias acaecidas a los hombres: el dios Seth egipcio, por ejemplo, era el responsable de la sequía y las tormentas, el Tifón griego era considerado el origen de las tempestades, los terremotos y las erupciones volcánicas...

Es con la antigua religión persa que la diferenciación entre ambas clases de espíritus o dioses se delimita, apareciendo por primera vez la existencia de dos principios iguales, opuestos y eternos, que mantienen el equilibrio del mundo imponiéndole una ley de implacable compensación: los principios absolutos del Bien y del Mal. Por primera vez, ambas representaciones, al antropomorfizarse, se convirtieron en entidades únicas, tomando los nombres de Ormuz y Ahrimán, el " espíritu bienhechor " y el " espíritu malhechor ". Ambos tienen los mismos atributos y poderes, y su misión es mantener el equilibrio del mundo dentro de la órbita del bien y del mal: a cada buena acción de Ormuz, Ahrimán opondrá una mala, a fin de que la balanza se mantenga siempre en equilibrio. Ambos espíritus, naturalmente, tendrán toda una cohorte de otros espíritus servidores a su alderredor, cada uno de ellos con una misión específica a sus órdenes.

Las analogías entre la religión de Zoroastro y la religión cristiana son evidentes. En muchos aspectos, el cristianismo es una continuación del zoroastrismo, adaptado a una nueva mentalidad: la hebrea. Sin embargo, en algunos aspectos, se producen claras diferenciaciones. Una de ellas es precisamente la que atañe a las relaciones entre los buenos y los malos espíritus, entre el diablo y Dios.

Porque, para todos los pueblos primitivos, y principalmente para el zoroastrismo, los demonios constituían la personificación total o parcial del principio del Mal frente a los hombres y, en este sentido, como antítesis del Bien humano, eran, como él, eternos y omnipotentes, y los hombres no podían hacer nada por vencerlos: estaban a su merced, y lo único que les cabía hacer era mantenerlos contentos y estar siempre congraciados con ellos.

Con el judaísmo y más tarde con el cristianismo, los demonios pierden categoría: dejan de ser omnipotentes, aunque sigan siendo eternos. Se hallan supeditados a la voluntad de Dios y, en cierto modo, son también esclavos de los hombres... aunque luego tengan derecho a pedir su recompensa.

Nos explicaremos: la demonología cristiana (es con el cristianismo que surge la palabra Diablo) nos presenta a los demonios como seres que están obligados a rendirse a los deseos de los hombres, siempre que éstos usen de determinadas fórmulas, a cambio de su desquite después de la muerte de éstos, cuando deban ir a rendir cuentas a Dios de sus actos cometidos durante toda su vida. La iconografía cristiana, pues, al separarnos la vida carnal de la espiritual que sobrevendrá después de la muerte, nos presenta también claramente dos aspectos distintos del diablo, mostrándonos por un lado a un diablo obedeciendo servilmente los deseos de los hombres durante la vida de estos... pero atormentándolos más tarde implacablemente después de su muerte. Este doble simbolismo, que tiene sus bases en la creencia de la existencia de un " más allá ", irá indisolublemente unido a la imagen del diablo hasta nuestros días.


El diablo y la religión.

Nos encontramos pues, con que el diablo es una institución enteramente cristiana. El cristianismo es el que le dará todas sus formas y su constitución, le dotará de sus atributos, y creará toda una ciencia a su alderredor: la demonología. Demonología que será la antítesis pura y simple de la Teología o estudio de Dios y que, como ésta, tendrá sus grandes tratadistas y filósofos.

El diablo empezará a gozar, con todo ello, de una creciente popularidad. Mientras que, en los tiempos antiguos, el demonio era el chivo expiatorio a cuya malevolencia se cargaban todas las desgracias que recaían sobre la humanidad, y más tarde un elemento de coerción que empujaba al hombre al bien ante el temor al castigo (aunque la Biblia nos hable ya en algunas ocasiones de tratos con el diablo), la Edad Media nos ofrece un profundo cambio en este orden de ideas. De pronto, observamos, un gran número de hombres y mujeres dejan de temer al diablo para quererlo, para desearlo, para adorarlo, para convertirse en sus aliados, y servidores. ¿Por qué todo esto? No es, ciertamente, tan sólo a causa de la creciente importancia que le va dando la Iglesia... aunque esto, indudablemente, influya en todo el contexto. Muchos autores creen ver la motivación última de este creciente interés e inclinación hacia el diablo de una parte del pueblo medieval en la gran riqueza y poder que poseía la Iglesia por aquel entonces. En efecto, durante todo el medievo, la Iglesia se caracterizó por la exhibición de una gran riqueza material, que se traslucía tanto en el poder que detentaban sus miembros como en el lujo de sus obras, en los tesoros que albergaban sus catedrales, en sus cultos, en su liturgia. Era lógico que esta desmesurada ostentación de riqueza, ante la miseria de la mayoría del pueblo, hiciera que muchos se preguntaran: si la Iglesia (si Dios) es tan rico y poderoso, mientras que nosotros pasamos hambre y tanta miseria; si el Señor nos ha rehusado la posesión de todos estos bienes y pertenencias, dándoselos en cambio tan sólo a sus ministros, ¿ por qué no pedírselos nosotros al Diablo que, como enemigo ancestral de Dios, se hallará también en situación de dárnoslos, y lo hará gustosamente con tal de que reneguemos de Dios? ¿Por qué no convertir al diablo en nuestro dios, para que nos dé las riquezas y el poder que la Iglesia nos niega?

Así es probable que se iniciara el culto al demonio... un culto que, lejos de disminuir con el tiempo, fue aumentando progresivamente, ganando adeptos día a día... ya que el diablo, como personificación del mal, no entiende de actos lícitos e ilícitos, por lo que para él todos los actos están permitidos, incluso los más execrables, mientras que la Iglesia por el contrario, prohibe más cosas que las que permite.

Como dice muy bien Grillot de Givry, la realización de esta lógica debía de ser fatal: no se muestra impunemente al diablo en las catedrales, durante diez siglos, a treinta generaciones de seres humanos, sin que aparezcan curiosos deseosos de ir a verlo realmente, aduladores para ir a hacerle la corte, revolucionarios para entregarse a él en cuerpo y alma. El diablo empezó a tener así sus servidores... que son los que han llevado su leyenda hasta nuestros días.


El diablo según Eliphas Lévi.

"El macho cabrío que aquí reproducimos lleva sobre la frente el signo del pentagrama, con la punta hacia arriba, lo que basta para considerarla como simbolo de luz; hace con ambas manos el signo del ocultismo y muestra en lo bajo la luna blanca de Chesed y en lo alto la luna negra de Geburah. Este signo expresa el perfecto acuerdo de la misericordia con la justicia. Uno de sus brazos es femenino, como en el andrógino de Khunrath, atributos que hemos debido reunir con los de nuestro macho cabrío, puesto que es un solo y mismo símbolo. La antorcha de la inteligencia, que resplandece entre sus cuernos, es la luz mágica del equilibrio universal; es también la figura del alma elevada encima de la materia, aunque teniendo la cabeza misma, como la antorcha tiene la llama. La repugnante cabeza del animal manifiesta el horror al pecado, cuyo agente material, único responsable, es el que debe llevar por siempre la pena: porque el alma es impasible en su naturaleza, y no llega a sufrir más que cuando se materializa. El caduceo que tiene en vez de órgano generador representa la vida eterna; el vientre, cubierto de escamas, es el agua; el círculo que está encima es la atmósfera; las plumas que vienen enseguida son el emblema de lo volátil; luego la humanidad está representada por los dos senos y los brazos andróginos de esta esfinge de las ciencias ocultas."
Los íncubos y los súcubos.

La mayoría de autores, son unánimes en atribuir a las huestes del averno en general un denominador común: la masculinidad. Todos los diablos son varones, a excepción de Pititis, único diablo hembra, que desempeña en el infierno el papel de cantinera y concubina, y que por supuesto tiene poder en todos los asuntos que tocan al sexo.
Sin embargo, ya desde antiguo se hablaba de diablos "hembras". El Talmud nos habla ya de las relaciones carnales de Eva y Adán con los principes de las tinieblas, con los diablos, con Pan y Lilith, que se convertirán más tarde en los príncipes de los íncubos y los súcubos.

Íncubos y súcubos. Textualmente, según la definición que nos da Bodin de estas dos palabras, diablos machos y hembras cuya misión es tener tratos carnales respectivamente con las mujeres y los hombres. Luego, preguntaremos inmediatamente, ¿tienen sexo los diablos? Siendo espíritus, por supuesto que uno... aunque su facultad de adoptar las formas que deseen les permita presentarse bajo apariencia tanto masculina como femenina. De hecho, los íncubos y lo súcubos no son más que representaciones de un determinado y único tipo de diablo, cuya misión específica es el de tener relaciones carnales con los participantes ( hombres y mujeres ) a las orgías demoníacas, a los sabbats, a los aquelarres. Más modernamente, los íncubos y los súcubos han sido definidos más bien como los diablos que poseen sexualmente a sus victimas durante el sueño... lo cual no es más que una simple forma de definir una obsesión.

Pero los íncubos y los súcubos tuvieron una gran importancia durante la Edad Media, y la siguen teniendo aún en algunos países. Y la seguirán teniendo en el futuro, pues los íncubos y los súcubos son la representación diabólica de los dos principios que forman el elemento más importante de la vida humana: el sexo.


Los adoradores del diablo.

" Digamos muy alto -dice Eliphas Levi- que Satán, como personalidad superior y como potencia, no existe."
En efecto, nos señala el gran teórico de la magia al hablar de todo lo que concierne a la demonología: si puede definirse a Dios como "aquel que existe", ¿ no ha de definirse, por analogía, a su enemigo y antagonista como " aquel que necesariamente no ha de existir" ? La afirmación absoluta del bien implica en sí misma la negación absoluta del mal. Si el infierno es una justicia, se convierte necesariamente en un bien. El demonio, por lo tanto, como elemento puro del mal, sencillamente no puede existir.

Sin embargo, miles, millones de seres humanos, a través de muchos siglos de historia, lo han adorado y le han dedicado lo mejor de sus vidas. La Iglesia católica ha llegado a temblar ante el poder de su imagen, y lo ha rechazado por la fuerza ya que no podía por las palabras. Aún hoy en día, en nuestro supercivilizado, supercientífico y superracionalista final de siglo XX, se sigue creyendo en él, se le sigue temiendo... y se le sigue también adorando.

Ya hemos dicho al hablar de él que el diablo, en su forma clásica, es una creación enteramente cristiana. El culto al diablo, por lo tanto, surge también como una reacción al cristianismo.

Tenemos pues, dos conceptos que habría que separar, pero que están tan íntimamente ligados que es imposible hacerlo. Para el mago "puro" no existe el diablo en su concepción tradicional: existen únicamente las fuerzas, los espíritus, que pueden ser algunas veces agresivos o maléficos, en cuyo caso es posible una identificación con este diablo. Pero nos hallamos con el hecho de que, al igual que la Magia general ha adoptado toda la simbología hebrea e incluso su alfabeto, la Magia negra ha hecho lo mismo con respecto al demonio, y como el cristianismo tuvo sus orígenes precisamente con el pueblo hebreo, resulta que, necesariamente, ambos conceptos se confunden. El demonio, por lo tanto, incluso el inexistente demonio mágico, será siempre exteriormente el Diablo cristiano, aunque interiormente lo asimilemos después a cualquier otra cosa.


Siervos y dueños.

Dentro de la demonología hay que distinguir dos clases de actitudes. En primer lugar, hay la demonología que podríamos llamar "ornamental", la demonología hecha de cristianismo y de superstición, la que se practicaba en la mayor parte de los casos durante el gran auge de la brujería en la Edad Media. En segundo lugar, hay la demonología puramente "mágica", la que practica el mago en la soledad de su "ocultum". Esta última, naturalmente, no trasciende al público, por lo que lo único que nos ha llegado hasta nosotros es la capa externa de la demonología, donde los elementos tanto verdaderos como falsos, tanto mágicos como supersticiosos, se encuentran de tal modo mezclados que es imposible desentrañarlos.
Pero sí es posible en un aspecto. La actitud con respecto al diablo puede adquirir dos formas. El hombre puede o someterse al diablo o dominarlo. Si el hombre tiene verdadera voluntad, si es fuerte, se impondrá al diablo y lo dominará; si es débil, sencillamente lo adorará y se convertirá en su siervo, esperando conseguir así algún favor.

Siervo o dueño: he aquí la gran diferencia. El verdadero mago nunca se convertirá en siervo del diablo; el falso, sí. Por lo tanto, poca magia hallaremos en el culto de los adoradores del diablo, salvo algunos pocos atisbos tomados de aquí y de allá. Es, usando la tantas veces mencionada comparación, el cascarón vacío de la magia, desprovisto de todo su contenido.

De todos modos, su examen es siempre interesante, porque nos permitirá situarnos en nuestro justo lugar. Vamos a ver pues la legión de los siervos del diablo... de los adoradores del macho cabrío.


La adoración demoníaca.

¿ Quiénes adoran al diablo ? Los débiles, los perversos. Todos aquellos a los que la luz no puede alcanzar. Los que sueñan aberraciones, los que desean nuevas experiencias. Aquellos que buscan algo nuevo y diferente en lo que les rodea.
Desde la noche de los tiempos el hombre ha adorado, según su particular concepción del mundo, al Bien o al Mal, a los dioses o a los demonios. Podríamos por tanto, empezar hablando de las demonologías antiguas, de los adoradores de los dioses del mal en Egipto, en Caldea, en Grecia y Roma. Pero el diablo es una creación esencialmente cristiana, al menos el diablo que formas parte de nuestro mundo. A éste únicamente dedicaremos nuestra atención, pues es quien ha creado los fundamentos de la demonología que, en diversos estadios de evolución, se sigue aún practicando en algunos puntos de nuestro globo.

Los adoración al diablo tiene varias formas concretas: el sabbat, la misa negra... El origen de todas estas ceremonias se halla siempre en la Edad Media, en el gran brote de culto al diablo que invadió Europa durante este período histórico y obligó a actuar a la Inquisición. ¿ Por qué ocurrió todo ello ? Cuando el cristianismo proscribió el ejercicio público de los antiguos cultos, nos dice Eliphas Levi, los seguidores de otras religiones se vieron reducidos a la situación de tener que reunirse en secreto para seguir celebrando sus misterios. Estas reuniones eran presididas por iniciados, los cuales establecieron entre los diversos matices de estos cultos perseguidos, una ortodoxia que la verdad mágica les ayudaba a establecer, con tanta mayor facilidad cuanto que la proscripción reunía las voluntades y apretaba los lazos de confraternidad entre ellos. Así pues, los misterios de Isis, de Ceres Eleusina, de Baco, se fundieron a los del druidismo primitivo. Las asambleas se verificaban ordinariamente entre los días de Mercurio y Júpiter, o entre los de Venus y Saturno, y en ellos se preparaban los ritos de iniciación, se intercabiaban signos misteriosos de reconocimiento, se entonaban himnos simbólicos y los concelebrantes se unían en ágapes, formando la cadena mágica sucesivamente por la mesa y el baile. Luego se separaban, no sin antes haber renovado sus juramentos ante los jefes y haber recibido de ellos sus instrucciones.
En estas reuniones primitivas subsiguientes a la implantación del cristianismo puede hallarse el origen principal del esoterismo de la magia y del carácter de logias de iniciados que tienen muchas sociedades secretas. Pero también puede hallarse algo más. Porque ¿ no les dice a ustedes nada el ritual de los actos descritos para estas reuniones secretas ?


El ungüento de las brujas.

Para un gran número de desdichados y desdichadas, entregados a estas locas y abominables prácticas, el sabbat no era más que una amplia pesadilla en la que los sueños parecían realidades, y que ellos mismos se procuraban por medio de brebajes, fricciones y fumigaciones narcóticas. Porta, a quien hemos señalado ya como un mixtificador, da en su Magia natural la pretendida receta del ungüento de las brujas, por medio del cual se hacían transportar al sabbat. Se componía de manteca de niño, acónito hervido con hojas de álamo y algunas otras drogas; despues, quiere que todo esto se mezcle con hollín de chimenea... lo que debe hacer poco atractiva la desnudez de las brujas que acuden al aquelarre frotadas con esa pomada.
He aquí otra receta más seria, ofrecida igualmente por Porta, y que transcribimos en latín para dejarle íntegro todo su sabor a grimorio:
Recipe: suim, acorum vulgare, pentaphyllon vespertillionis sanguinem, solanum somniferum et oleum, todo ello hervido e incorporado junto hasta la consistencia del ungüento".