sábado, noviembre 22, 2008

El Lado Oculto de los Jesuítas


Fuente: Año Cero


Desde que fue fundada, la Compañía de Jesús ha estado implicada en la historia. Entre sus miembros encontramos a genios que hicieron contribuciones importantes a la ciencia.


Arcanos y jesuitas

Si observamos un mapa de la Luna, descubriremos que treinta y cinco cráteres del Mar de la Tranquilidad han sido identificados con el nombre de otros tantos hombres unidos por un vínculo especial: su condición de jesuitas. ¿Quiénes fueron estos religiosos y qué hicieron para merecer tanto honor.

Desde su fundación en el año 1540, y durante el siglo XVII, la Compañía de Jesús tuvo una profunda influencia sobre la imagen del mundo que sustentaba la cultura europea. ¿Cómo adquirieron su admirable saber sobre la Naturaleza y al Universo? ¿Cómo consiguieron integrarla con una tradición católica que había perdido el monopolio ideológico de la Cristiandad, sacudida por el cisma de la Reforma protestante y la emergencia de la revolución científica que hizo trizas la antigua cosmovisión medieval?.

El fundador de la Compañía se llamaba Ignacio y nació en la aldea de Loyola a fines del siglo XV. De joven había servido como soldado en la defensa de Pamplona contra los franceses. En la batalla fue herido en una pierna, señal que siempre le acompañaría. Es inevitable pensar en la cojera sagrada del Jacob bíblico que, después de su mítico combate ritual, se convirtió en Israel. Convaleciente, Ignacio leyó y reflexionó sobre el sentido de su existencia. Aquella herida supuso un cambio radical en el curso de su vida.

Ya recuperado, decidió no casarse con su prometida y peregrinó a Montserrat. Podemos considerar que ese fue su retiro en el desierto, característico de los profetas. Sabemos que su apasionada búsqueda de una respuesta le condujo a la iluminación. Y que allí, postrado ante una virgen negra, realizó un único voto que recogió más tarde en sus Ejercicios espirituales: se pondría al servicio de la Iglesia para invitar a los hombres sumidos en las dudas o en la indiferencia a «renunciar a todas las afecciones humanas». Con este propósito se fundó la Compañía de Jesús.

Sin embargo, poco después que diera a conocer sus Ejercicios (1535), la Sorbona de París los declaró sospechosos de heterodoxia y contrarios al dogma católico. En Portugal, algunas autoridades de la Iglesia llegaron a advertir que si se permitía al autor difundir su proyecto, acabaría por enloquecer al mundo. ¿Por qué razón inquietaba tanto a algunas autoridades y eruditos católicos la actividad de Ignacio de Loyola y su Compañía?.


El Fundador

Convencidos de la armonía del Universo como Creación, los jesuitas creían que la educación debía servir para satisfacer las necesidades humanas. Esta convicción orientó sus esfuerzos al estudio, la investigación y la búsqueda de nuevos conocimientos. Pronto se convirtieron en una especie de colectivo de iniciados, protegidos por cortes y aristócratas. Su meta era descubrir la unidad del mundo: la fuente de la armonía universal. Este empeño se llevó a cabo en el seno de una fraternidad cerrada, esotérica y exclusivista. En este ámbito, sus miembros constituían una elite que decidía qué era conveniente o inconveniente para el resto de la sociedad.

A menudo, sus investigaciones les llevaron a estudiar lo prohibido, lo herético y todo aquello que la propia Iglesia consideraba proscrito, situándose por encima de los criterios ordinarios del bien y del mal. Su éxito en esta actividad fue tal que la Iglesia pondría en sus manos la misión de organizar la Contrarreforma.

Tras la emisión de la bula Coeli et terra, por parte del papa Sixto V (1585-1590), en el año 1585 se hizo oficial que la magia tenía en la cultura una importancia semejante a la de la ciencia, la técnica, el arte, e incluso la teología. Esta «oficialización» del reconocimiento de la realidad de la magia forzó la tarea de separar la «blanca» de la «negra». Los eruditos jesuitas concluyeron que casi toda la magia implicaba una práctica lícita en el caso de las personas educadas, pero que debía ser prohibida a quienes carecían de suficiente solidez intelectual y espiritual por los riesgos que entrañaba.

Entre las artes mágicas entraba la astrología. Dado que todos los órdenes y niveles del Universo estaban íntimamente relacionados, era lógico que los astros influyeran en los acontecimientos terrenos. También la quiromancia y la fisiognomía fueron estudiadas para valorar hasta qué límites debían difundirse dichos conocimientos, en función del mismo concepto elitista. Naturalmente, esta reserva respecto a la difusión del saber, que contrasta con el concepto moderno de libre difusión del conocimiento científico, no era una novedad jesuita, sino una característica propia de toda la ciencia antigua. El saber era poder y, bajo este prisma, resultaba vital que no cayera en manos irresponsables o perversas. Pero su modernidad resulta evidente respecto de muchas ideas. Por ejemplo, la teoría de un Universo en el cual todas sus partes son interdependientes (la armonía de los mundos), homologable al holismo científico actual, pero en oposición al paradigma científico materialista de los siglos XVIII y XIX.

Relacionada con la astrología, una disciplina oculta con mala fama fue la Cábala. Sin embargo, muchos católicos doctos se dedicaron a su estudio. De hecho, fueron los jesuitas quienes hicieron un Pontificale chronologicum kabalisticum en ocasión de la elección de Inocencio XI para ocupar el trono de la Iglesia (1676-1689).

Y también elaboraron un Vaticinio cabalístico anagramático sobre el feliz parto de la reina Ana María de Austria. Una disciplina de la Cábala la gematria o magia de las letras, considerada como una escritura críptica, tenía un manual de referencia: la famosa Steganographia, del abad Trithemio de Sponheim (1462-1516), maestro de Paracelso (1460-1541). Este texto fue estudiado en profundidad por jesuitas como Caramuel (1606-1680), Kircher (1601-1680) y Gaspar Schott (1608-1666). Los tres llegaron a la misma conclusión: la Steganographia aportaba un método valioso para investigar los misterios de la Naturaleza. En realidad, lo que buscaban estos jesuitas a través de los arcanos de la criptografía eran los vestigios de una lengua madre universal que permitía una representación total de la realidad oculta.