miércoles, noviembre 26, 2008
El Proyecto ARPA
No se trata de un arpa. El High Frequency Active Auroral Research Program (HAARP), que algunos físicos denominan “Arpa del Diablo”, está provocando la alarma entre los científicos. Es un conjunto de aparatos y técnicas que modifican el clima de la Tierra. ¿Será el HAARP la causa principal de los desastres naturales y de los extraños cambios atmosféricos sufridos en distintas zonas del planeta durante los últimos años?
La expresión “Arpa del Diablo” es un juego de palabras de los físicos Jeanne Manning y Nick Begich para destacar el peligro del programa HAARP –Harp significa arpa en inglés-, del que apenas se tienen noticias fuera de Estados Unidos, pero que allí, a pesar de las tranquilizadoras informaciones oficiales, ha despertado inquietud en muchos científicos responsables. Estamos asistiendo a una serie de anómalos y preocupantes cambios climáticos, como fuertes calores cuando todavía no es tiempo, sorprendentes fríos en pleno verano, imprevistas nevadas que obligan a neutralizar un Tour en época estival, etcétera.
Hay un convencimiento general de que el tiempo está cambiando o, como mínimo, de que presenta acusadas irregularidades. Evidentemente, la naturaleza muestra estos ciclos ya comprobados por las épocas glaciares, pero no pocos expertos y científicos piensan que algunas de esas anomalías obedecen a manipulaciones humanas, ya como simples experiencias para una acción futura más amplia o, como se sospecha, con objetivos estratégicos o económicos.
Sistemas paracientíficos
Desde la más remota antigüedad, el hombre ha intentado manipular el clima por medio de hechiceros y chamanes hacedores de lluvia, rogativas, etcétera, cuya efectividad no es posible negar, pero que, en cualquier caso, se limitarían a alteraciones locales de alcance muy limitado e integradas en el equilibrio natural. Trasladándonos a nuestro siglo, aparte del discutible sistema de siembra de nubes y dentro de un contexto más científico, aunque en este caso rozará lo mágico, en la primera mitad de los años cincuenta, Wilhem Reich ya logró hacer llover y desviar huracanes. Lo conseguía mediante un artefacto relativamente simple, el cloudbuster o rompenubes, una especie de cañón múltiple con muchos tubos conectados a una masa de agua, con el que controlaba y dirigía la capa de orgón que rodea la Tierra. Se trataba de un procedimiento de acción limitada incapaz de afectar a la ionosfera como HAARP, aunque podía tener un alcance de 500 millas (alrededor de 1.000 kms). Algunos de sus seguidores también han logrado resultados positivos con aparatos similares o bastante modificados, como el de James T. Constable. Reich comunicó la trascendencia de sus pruebas a los correspondientes organismos gubernamentales civiles y militares, incluido el presidente Eisenhower, pero no le hicieron el más mínimo caso y terminó en la cárcel, donde murió en 1956, por desacato al Tribunal Supremo en relación con la circulación interestatal de sus acumuladores de orgón. Sin embargo, se da la circunstancia de que en 1958 la Casa Blanca ya contaba con un asesor presidencial para la modificación del tiempo, el capitán Howard T. Orville, por lo que, aunque no hubo respuesta oficial, es de suponer que la información de Reich no cayó en saco roto.
En los años 80, el físico e ingeniero nuclear Thomas E. Bearden estuvo trabajando con el grado de coronel para el Departamento de Defensa de EE.UU. como experto en nuevos armamentos y en el diseño de Juegos de guerra, lo que le permitía tener acceso a una cuantiosa información clasificada. Sembró la alarma con la sospecha – para él, convencimiento-, de que la URSS estaba utilizando técnicas muy sofisticadas para modificar el clima en EE.UU. y perjudicar su economía agrícola, aparte de otros objetivos psicológicos más inconfesables. Ese cambio se lograba mediante varios haces de ondas no hertzianas (escalares) que podían transmitir energías fabulosas a gran distancia y sin pérdida, que al ser interferidas creaban un foco de calor en un punto preciso de la estratosfera, con lo que desviaban las corrientes en chorro y alteraban el clima en amplias regiones. La tecnología se basaba en unos trabajos de juventud del físico E.T. Wittaker que, pese a haber sido publicados en 1903 y 1904, pasaron inadvertidos en aquel tiempo, y en descubrimientos realizados por Nikola Tesla en la misma época, que los soviéticos, en un gigantesco proyecto de recopilación bibliográfica a partir de los 50 redescubrieron. Ello se combinaba mediante el efecto llamado Aharonov-Bohm, descubierto en 1959. Estas ondas se emitían desde unas potentes antenas direccionales llamadas Howitzer, y uno de sus efectos se registraba en múltiples bandas (de 3 a 30 MHz), en un sistema que los norteamericanos y los radioaficionados llamaron WP, Woodpecker (pájaro carpintero), ya que en los altavoces se captaba un sonido muy parecido Tac, tac, tac de esa ave. Las emisiones WP se iniciaron en 1976, y en la década que concluye en 1985 el clima de EE.UU. se alteró tan radicalmente, que un riguroso estudio publicado por la prestigiosa revista Science, demostraba que tal anomalía sólo se podía producir en un año de cada 1.200. “Casualmente”, los cambios más espectaculares fueron acompañados de una extraordinaria actividad de las WP en muchas frecuencias simultáneas. Además de sus publicaciones, Bearden ha preparado un vídeo demostrativo de una hora para divulgar su sospecha.
Según parece, estas frecuencias WP perseguirían también otro objetivo aún más insidioso y delictivo: interferir en los procesos cerebrales humanos. Los estudios de Bearden, apoyados por una bibliografía exhaustiva (gran parte de ella soviética desclasificada), aunque no totalmente probatorios, resultan inquietantes y merecen un profundo análisis sobre todo en lo relativo al control mental de poblaciones. Coincidiendo con la inquietud de Bearden, hubo otro personaje que salió con frecuencia en portadas de prensa de la época: Zbigniew Brzezinski, consejero para la Seguridad Nacional del presidente Carter. Hace 28 años, cuando era profesor de la Universidad de Columbia, escribió las siguientes líneas basándose en declaraciones del profesor Gordon J.F. MacDonald, geofísico de fama internacional, especialista en sistemas bélicos y también asesor del presidente Nixon: “Los estrategas políticos están tentados de explotar la investigación sobre el cerebro y la conducta humana. La utilización de impulsos con exacta sincronía puede conducir a un modelo de oscilaciones que concentran niveles relativamente altos de energía sobre ciertas regiones de la Tierra. Así se puede desarrollar un sistema que puede afectar seriamente a la actividad cerebral de grandes poblaciones en regiones seleccionadas y durante un prolongado período”.
En otra ocasión, en 1970, Brzezinski predijo que íbamos hacia una sociedad más controlada y dirigida mediante procedimientos técnicos, por una nueva elite de poder que haría de las elecciones un mero trámite para dar una impresión de libertad: “Impedida por las restricciones de los valores tradicionales liberales, esta elite no dudará en lograr sus fines políticos utilizando las últimas técnicas modernas para influir en el comportamiento público, manteniendo a la sociedad bajo una estrecha vigilancia y control. El momento técnico y científico les proporciona los medios para explotarla”.
Citando un informe de la Fuerzas Aéreas norteamericanas, Brzezinski añadía: “Las aplicaciones potenciales de los campos electromagnéticos artificiales son muy amplias y pueden usarse en situaciones militares o casi militares. Algunos de estos usos potenciales incluyen acuerdos con grupos terroristas, control de multitudes...”
Efectos devastadores
En el HAARP, la energía se emite como altas frecuencias, pero las muy bajas frecuencias, ELF (Extremely Low Frequency), juegan un papel complementario fundamental. Aun cuando no haya intención de utilizarlo para el control cerebral de poblaciones, las bajas frecuencias (entre 3 y 30 Hz) reflejadas en el “espejo” formado por las altas que se quieren utilizar para penetrar hasta varios kilómetros de profundidad en la corteza terrestre, son capaces de interactuar con los procesos cerebrales con consecuencias imprevisibles. A ha sido comprobado en animales salvajes y peces, que se ven obligados a alterar sus rutas de emigración hacia lugares inadecuados y perecen. Las desorientaciones sufridas por un animal tan inteligente como el delfín han costado la vida a miles de ellos.
Bernard J. Eastlund, el inventor del sistema básico norteamericano, declaró que estas ondas de radio de alta frecuencia interaccionan con las partículas con carga eléctrica, induciendo el fenómeno magnético Cara de Espejo, que empuja hacia arriba la ionosfera, es decir, levanta la capa donde se reflejan las ondas. La frecuencia natural de resonancia entre la superficie terrestre y la ionosfera que nos engloba y condiciona, ya descubierta por Tesla, se estima en 7,83 Hz, lo que se llama también frecuencia de Schumann, aunque puede ser variable y esta cifra sería un promedio. Nuestros cuerpos están condicionados por esa frecuencia, que en cierto modo actúa como un diapasón regulador al que se sincronizan por resonancia muchos procesos fisiológicos. Si levantamos la ionosfera, el rebote tardará más y esta frecuencia variará, haciéndose más lenta. Algunos dirán que es un cambio positivo, ya que los cerebros serán arrastrados hacia frecuencias Alfa bajas y Theta, más creativas, con una disminución del ritmo Beta, asociado, entre otras muchas actividades, a la agresividad; pero no sabemos lo que puede ocurrir, más cuando la Naturaleza siempre es la sabia.
Pompas de jabón
Otro temor de los que critican el programa HAARP es que la ionosfera que se pretende manipular es un continuum de varias capaz muy delicadas y superpuestas, como pompas de jabón. Si una de ellas se pincha o toca con un foco de calor, aunque sea minúsculo, estalla y desaparece, con consecuencias imprevisibles. Otros, como David Yarrow, consideran que el foco HAARP actúa como un cuchillo de microondas, ya que al girar la Tierra dentro de una ionosfera fija y unos cinturones de Van Allen también quietos respecto a ella, abre una incisión irreparable. Otros comparan la ionosfera a una tela de araña; cuando en un extremo queda enganchada una presa, la ligerísima vibración alerta a la araña. Si se toca la tela con el dedo, la araña cree que se trata de una víctima. HAARP sería como un dedo de microondas que induce señales confusas. El efecto de estas interferencias con las sinfonías del ARPA geomagnética de Gaia es desconocido.
Además de Nick Begich y Jeanne Manning, que le han dedicado un libro de 230 páginas con abundante bibliografía, otros, como Elisabeth Rauscher, física experta en altas energías, están en esta línea: “Ustedes están bombeando una tremenda energía en una delicada configuración molecular que contiene múltiples capas y que llamamos ionosfera. Ella es susceptible de reacciones catalíticas: si una pequeña parte se altera, puede inducir a un cambio mucha mayor en la totalidad”.
El movimiento anti- HAARP está más vivo en Alaska, donde se ha instalado esta monstruosa antena. Una zona cercana al polo magnético desde la que la manipulación de las auroras boreales puede ser más efectiva. Su coordinador es Clare Zickuhr. Esperamos que este movimiento, que cuenta con físicos de primera fila, sirva al menos para hacer reflexionar a algunos científicos implicados en HAARP sin tener plena información de las consecuencias, y alertar a los estados que pueden sufrir sus efectos perjudiciales, para que se unan en un frente capaz de frenar este peligro. El futuro de la humanidad está realmente en juego. El problema es... que esta tecnología está en manos de multinacionales apartidas, sólo parcialmente sometidas a un control estatal y manejadas por una elite carente de escrúpulos, que creen que ellos viven en otro mundo, el mundo de los beneficios monetarios.