jueves, noviembre 27, 2008

La Reconciliación con Uno Mismo en la Psicología de Oriente y Occidente


por Marcos Eduardo Sosa y Virginia Gawel


El proceso de individuación: llegar a ser uno mismo: Los seres humanos somos como un gran rompecabezas psicológico: distintas partes internas en pugna “tironean” desde nuestra interioridad, produciendo tensiones, fricción, contradicciones, incoherencias, conflicto, y, con ello, síntomas de todo tipo: ansiedad, angustia, depresión, inseguridad, dolores físicos...

Cuando estamos internamente divididos e incoherentes, nuestra vida se va volviendo tortuosa: una parte nuestra quiere determinada cosa, otra nos la sabotea; tomamos decisiones desde lugares internos poco conscientes, y esas decisiones quizás signen largos años de nuestra vida, a expensas de otras partes nuestras más sanas... Conocer a fondo nuestro psiquismo fragmentado es una tarea de toda la vida, y la Psicología, a lo largo de la historia de la humanidad, ha ido trazando caminos para que, al recorrerlos, podamos, como Osiris en el mito, ir juntando nuestros propios pedazos.

Las milenarias Psicologías de Oriente (contenidas en las tradiciones del Taoísmo, el Hinduísmo, el Budismo y otras) instan a trabajar sobre sí mismo para trascender la yoidad. Pero muchos trabajos preliminares de estas enseñanzas apuntan a lo mismo que las actuales Psicologías de Occidente: a que uno pueda conocer palmo a palmo su estructura psíquica, e integrar lo escindido. En términos del Budismo, a establecer maitri, -que podría traducirse como “amistad incondicional consigo mismo”-. Y es que no se puede trascender lo que no se conoce, lo que no está sólidamente constituido.

En la Psicología Transpersonal se utilizan distintas herramientas para autoobservarse y llegar a establecer un buen vínculo con aquello que se es. En términos de Jung (pionero de la Psicología del Espíritu), podemos decir que se busca estimular el proceso de individuación, que implica desplegar lo más profundo de sí, para que se manifieste en todo su potencial. Esto implica llegar a ser un individuo: alguien que no está dividido. En el lenguaje coloquial también hacemos alusión a esta cualidad: respecto de alguien excepcional, decimos que se trata de una persona íntegra, o de una sola pieza.

Qué es, en concreto, lo que hay que integrar dentro de sí? Permítannos citar sólo algunos ejemplos de nuestros aspectos escindidos que suelen “tironearnos” en penosa fricción interna:

En principio, tal como lo señala la Filosofía Perenne (reuniendo las sabidurías de distintos tiempos y culturas de la humanidad), somos esencia y personalidad. Nuestra esencia es aquello que éramos aún antes de nacer, nuestro self, el verdadero Sí Mismo. Nuestra personalidad, en cambio, se adquiere en el roce con la vida: es, básicamente, condicionamiento, como la programación de una máquina que rara vez responde al impulso de aquella naturaleza esencial. Como dice Ken Wilber, se produce la represión del Atman: eso Sagrado que nos anima, que es una porción de la Vida, queda subyugado a la prisión de una personalidad que no le permite expresarse. Esta fricción interna es causa de mucho dolor psicológico, derivado de la sensación de no ser fiel al Sí Mismo, de estar traicionando lo que nuestro ser necesita expresar.

Otros tres aspectos en los que solemos estar divididos son nuestros tres pisos básicos (intelecto, emoción y cuerpo) dado que, con frecuencia, pensamos distinto de cómo sentimos, y actuamos también en contradicción con ello.

Nuestras distintas suberpsonalidades están entre las escisiones internas más evidentes, puesto que la personalidad humana está dividida en distintos yoes, muy diferentes entre sí, cada uno con su necesidad, con su impulso, con su dificultad: dentro nuestro conviven partes niñas y adultas, partes egoístas y generosas; partes agresivas y compasivas... Es como una multitud de personajes psicológicos, que muchas veces acaparan el escenario de nuestra vida, sin el consentimiento de nuestra real naturaleza.

También como seres humanos estamos llamados a integrar dentro nuestro los aspectos del sexo opuesto que anidan en lo íntimo de toda estructura psíquica: lo femenino en el varón, lo masculino en la mujer. En los vínculos de afecto tendemos a proyectar estos arquetipos internos, tratando de integrar nuestro opuesto a través de las relaciones de pareja. Sin embargo, esta integración, para que sea plena, debería ser sobre todo intrapsíquica, no sólo externa. Si interiormente estamos peleados con nuestras propias partes masculinas (o femeninas), difícil será que los vínculos extrapsíquicos sean armónicos y satisfactorios. Tener dentro de sí estas partes en pugna acarrean sensación de incompletud y dificultades relacionales marcadamente detectables.

Un conflicto interno universal es el que se establece entre nuestra persona y nuestra sombra, esas dos caras de nuestra identidad psíquica. Ambos términos nacen también de la Psicología Junguiana, haciendo alusión a una escisión fundamental. La persona es la máscara social, aquellos de nuestros aspectos que están a la vista, tanto para nosotros mismos como para los demás. La sombra, en cambio, es el conjunto de rasgos psicológicos reprimidos, que no están a la vista; aquéllas partes de sí que rechazamos, que nos avergüenzan y que, por ende, ocultamos tanto para con los demás como ante la propia apercepción. Hacer conscientes los aspectos sombríos es un trabajo transformador y profundo, que posibilita ir teniendo mayor contacto con la realidad interna y externa, sin engañarnos con nuestras proyecciones y trampas psicológicas.

Esta lista podría seguir (lo consciente y lo inconsciente, lo personal, prepersonal y transpersonal, la razón y la intuición, etc., etc.) Pero, por ahora, detengámonos aquí para reflexionar juntos: de qué manera tenemos conscientes estas partes internas propias? Les hemos prestado atención? Nos asusta verlas? Ha ido esto evolucionando en nosotros a través de los años?

El afecto hacia sí mismo: Brevemente queremos señalar un último punto: las personas con las que nos ligamos van y vienen a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, hay una, y sólo una, con la que convivimos desde el inicio hasta el final de nuestros días. Obviamente, esa persona es uno mismo. Y no hay peor carencia que no tenerse a sí mismo. Es posible entablar una amistad para con ese ser humano que a veces puede resultarnos tan extraño como si se tratara de otro? Es viable apuntar a elaborar el maitri, esa “amistad incondicional consigo mismo” de la que nos hablan en Oriente?

Difícilmente esto acontezca en forma espontánea: generalmente requiere de un fino quehacer cotidiano para verse tal cual se es, sin justificarse y sin autocondolerse. Carl Rogers, uno de los padres de la Psicología Humanista, decía: “La paradoja es que recién cuando me acepto tal cual soy, sólo entonces puedo cambiar”. Esto es tan profundo que les invitamos a que lo mantengan dentro, para que les acompañe. Qué misterio encierra este concepto? Qué será “aceptarse tal cual se es”? Qué hacer con aquellas partes de sí mismo que uno rechaza, que uno preferiría no tener?