jueves, noviembre 27, 2008
Los Silencios del Alma
Dicen algunos psicoanalistas que hablar es en realidad pedir de forma encubierta. Así que las personas que hablan sin parar casi siempre están pidiendo cosas de cuya necesidad ni siquiera son conscientes o, quizá, ocultando lo que realmente les importa.
Si entraran por unos instantes en el silencio a escucharse a sí mismas, descubrirían lo que realmente desean. Pero entrar dentro de si exige la actitud de quien entra en una catedral, la sensación de maravillamiento ante los misterios que encierra.
¡Silencio, se rueda!, se grita al iniciar el rodaje de una escena cinematográfica. Todo el mundo calla, contiene la respiración y se inicia la acción. ¡Silencio, se vive!, podríamos repetir cada día al levantarnos. Seguro que nos ayudaría a recordar que la vida es una gran obra de arte y que cada mañana recomenzamos el Gran Teatro del Mundo. Aunque parezca una paradoja, el dialogo genuino exige más silencio que palabras, mucho tiempo para la comprensión, la reflexión y la empatía. De otro modo, las frases se cruzan y entrechocan como los floretes en la esgrima, ya que cuando se apagan las palabras se enciende el silencio como la hoguera que alimenta otros resplandores. ¿Quién no ha vivido esos momentos de comunicación mágica y callada ante una puesta de sol o las última brasas crepitantes de una chimenea?
Las ideas más fructiferas, los grandes descubrimientos, las mejores obras literarias se han gestado desde un profundo silencio previo, desde esa cualidad del alma que hace avanzar lo más noble del corazón humano. La auténtica creatividad imita el avance silencioso de la naturaleza exento de heraldos y alborotos.
Claude Debussy definió la música como "el silencio de las notas", ya que desde el corazón del silencio todo es posible y verdadero. Quizá sea esta la cualidad de cualquier obra de arte: comunicar la esencia desde su mudez primigenia y universal, saltando por encima de los siglos y de las culturas. Pero el auténtico silencio requiere la paz de las emociones. Cuando el miedo o la cólera se apoderan del corazón, son como truenos que irrumpen en la calma del valle, o piedras arrojadas en la superficie tranquila de un lago.
Los aviones a reacción han roto la barrera del sonido, es decir entran en el silencio adelantándose al ruido que producen y que dejan para los que quedan atrás. Pero existe otra posibilidad de atravesar esta barrera sin moverse ni molestar a nadie: en la inmovilidad de la meditación sentada.
Ese es el auténtico silencio que surge de dentro y que es un bien leve como los pasos del niño sobre la arena, sigilosos como el caer de la nieve, delicado como los gestos de la persona enamorada. Escucharlo de verdad es como escuchar el latido de nuestro corazón o nuestro propio aliento.
El silencio siempre fue una vía espiritual en la mayoría de las religiones, un acercamiento a la esencia y al misterio del universo, un adentramiento en el Ser. Cuando los antiguos eremitas se retiraban al desierto, donde sólo oían el sonido del viento arrastrando la arena, unían silencio y soledad. Posteriormente, muchas comunidades monacales, como los cartujos, los jerónimos o las carmelitas descalzas hicieron del silencio compartido su forma de vida en Occidente, lo mismo que los monjes Zen en Oriente. El silencio no entiende de fronteras teológicas ni culturales, ya que es un lenguaje universal para comunicar de corazón a corazón. Por ello, muchos monasterios están abiertos hoy día al lego que quiera retirarse unos días tras la quietud de sus muros, con independencia de sus creencias o de su practica espiritual.
Ramana Maharshi, uno de los grandes maestros espirituales de la primera mitad de este siglo XX, hablaba más con sus silencios que con sus palabras. Krisnamurti, por su parte, enseñaba a reflexionar y a comprender desde el vacío mental ausente de prejuicios. Sus palabras surgían del verdadero silencio y por eso no lo rompían. Una actitud silenciosa ante la vida se convierte entonces en una plegaria permanente de agradecimiento ante su misterio, en un descubrimiento contínuo de las verdaderas respuestas a las cuestiones que realmente importan