sábado, agosto 29, 2015

La Emoción que más nos daña

Jennifer Delgado

Decirle a alguien que se ha equivocado puede hacer que sea consciente de su error, pero no implica que será necesariamente más feliz. De hecho, todos hemos sentido ese ligero pinchazo cuando alguien nos ha señalado nuestros errores. Y el dolor puede ser aún más intenso si estamos ante un público pues es probable que nos sintamos avergonzados y humillados.

Sin embargo, es curioso como nuestros amigos más cercanos e incluso los familiares pueden llegar a ser brutales e insensibles cuando critican nuestros errores, sobre todo de la mano de la archiconocida frase: “¡Te lo dije!”. Obviamente, también nosotros podemos carecer de una falta de tacto absoluta para indicarles a los demás sus errores.

Y es que durante muchos años hemos pensado que “la letra con sangre entra”, que si alguien siente vergüenza, corregirá inmediatamente su comportamiento y no volverá a cometer ese error. Es cierto que el trauma que provoca la humillación nos deja profundas huellas y nos enseña la lección pero hay otras formas para señalar los errores y corregirlos.

La humillación: Dura más que la alegría y es más intensa que la ira

Nos sentimos humillados cuando percibimos que nuestro valor disminuye delante de los demás. Se trata de un estado emocional muy negativo pero, desgraciadamente, también es muy común, aunque ha sido muy poco estudiado en comparación con estados como la ira, la ansiedad o el miedo.

De hecho, hasta el momento se pensaba que la humillación era simplemente un estado desagradable cuyas repercusiones no iban más allá. No obstante, ahora un estudio realizado en la Universidad de Ámsterdam ha puesto el dedo en la llaga desvelando que las consecuencias de la humillación son mucho más serias de lo que pensábamos.

Estos neurocientíficos decidieron escudriñar en el cerebro de las personas mientras experimentaban diferentes estados emocionales. El objetivo era comparar sus reacciones ante estados como la ira, la alegría, la vergüenza y la humillación

Para generar estos estados, les leyeron pequeñas historias que hacían referencia a estas emociones y les pidieron que se imaginasen a sí mismo en la piel del protagonista. Por ejemplo, en el caso de la humillación, se les pidió que imaginaran que tenían una cita y que la persona apenas les veía, daba media vuelta y se marchaba.

Las respuestas que se produjeron a nivel cerebral fueron analizadas teniendo en cuenta su intensidad y duración. Al comparar las diferentes condiciones, los investigadores pudieron apreciar que las respuestas desencadenadas por la humillación eran más intensas de las que despertaba la alegría y más negativas que la ira.

Estos neurocientíficos creen que la humillación activa las áreas cerebrales vinculadas con el dolor, por lo cual podría ser más intensa que la ira y, a la misma vez, representa una gran carga cognitiva que debemos procesar, por lo que es mucho más duradera que la alegría.

Moraleja: Las personas que creen que humillando a los demás y dándoles una lección frente a todos, les están enseñando algo, en realidad lo que están haciendo es produciéndoles dolor y creando una herida que pueden llevar durante toda su vida. Recuerda que hay formas más amables de ayudar.


Fuente:
Otten, M., & Jonas, K. J. (2014) Humiliation as an intense emotional experience: Evidence from the electro-encephalogram. Social Neuroscience; 9(1): 23-35.