Hemos hablado en un tema anterior de los hombres que rinden culto al diablo, que se dejan dominar y esclavizar por él, aunque busquen algunos favores a cambio. Los verdaderos magos no servirán nunca al diablo: es por eso por lo que no hay verdadera magia en los sabbats y las misas negras, tan sólo algunos indicios identificables con elementos tradicionalmente mágicos. Los verdaderos magos intentarán ponerse por encima del diablo o, en todo caso, tratarlo de igual a igual. Esto no quiere decir que lo consigan siempre, pero al menos no se dejarán dominar voluntariamente. La servidumbre es algo que no entra en las relaciones de los verdaderos magos con el diablo.
Entramos, pues, en el reino de los pactos.
La naturaleza de los Pactos.
Volvamos por unos momentos a un axioma que se hace constante a lo largo de nuestra vida terrenal: todo tiene su precio... nadie da algo por nada.
El pacto con el diablo es siempre, por tanto, un trueque. Un trueque en el que el diablo da algo, pero exige también algo a cambio. Generalmente el alma del operador.
Pero también hemos de saber que la magia es una ciencia completamente irracional, que para ella no son válidas las racionales leyes científicas que gobiernan nuestro mundo. La magia perentoria de los egipcios, por ejemplo, exigía a sus dioses y espíritus que atendieran sus peticiones, bajo la amenaza de privarles de sus ofrendas o arrojar sus estatuas al Nilo. Y, a cambio de estos favores, no les entregaban nada... salvo seguir manteniéndolos en su lugar. La magia, por lo tanto, prescinde de la ley de la compensación...
Por esto hay que distinguir entre las evocaciones (que realiza el mago para atraer a las fuerzas astrales y someterlas a su voluntad, sin la promesa de nada a cambio, sino solamente con la fuerza de su poder), y los pactos, en los que la atracción del diablo se realiza no por el poder de la voluntad del mago, sino por la promesa de una recompensa a cambio del pacto. Así, pues, los pactos, sin ser la sumisión del hombre al diablo que representaban las ceremonias satánicas clásicas, tampoco son el acto mágico por excelencia de la magia negra... aunque sí sean lo más aproximado que existe a ello. Como dice muy bien Eliphas Levi, muchos de los pactos que conoce la historia son algo más que meras supercherías. "Suponiendo -nos dice Levi, planteándonos con ello un interesante axioma mágico de interés general- el hecho de que los que evocan al diablo lo hacen porque creen firmemente en él, es lógico que lo verán en mayor o menor grado, al igual que quien cree escuchar el pitido de un tren termina siempre escuchándolo realmente, aunque este tren no exista." "Dentro del círculo de su acción -señala Levi- todo verbo crea lo que afirma." O, dicho más llanamente, toda palabra proferida perentoriamente tiene la virtud, dentro de su círculo de acción, de crear lo que ha afirmado.
La consecuencia directa de este axioma es, pues, lógica y sencilla: aquel que afirma al diablo crea al diablo. Su diablo, naturalmente. Nos alejamos aquí ya de las largas retahílas de huestes infernales, aunque muchas veces se sigan usando algunos de sus nombres por tradición. Es por ello -podríamos añadir ahora nosotros, debido a que cada hombre tiene la facultad de crear su propio diablo según se lo dicta su subconsciente- que el gran enemigo ha presentado a lo largo de todos los tiempos tantas, tan variadas e incluso tan monstruosas apariencias, ya que así eran las imaginaciones de quienes lo creaban. Y es por ello que el diablo ha experimentado en los últimos tiempos una tan profunda evolución, puesto que el hombre se ha despojado al fin de todo su lastre de terrores y opresiones ancestrales... para sustituirlos por otros terrores y opresiones que, por ejemplo, han hecho imaginar a muchos hombres al demonio como un hombre cualquiera vestido con una bata blanca de laboratorio.
Pero nos estamos apartando del tema: volvamos al inicio de nuestra disquisición. Aceptando el hecho de que cualquiera puede crear su propio diablo, el tema de los pactos entra ya dentro del dominio de la magia. Vamos, pues, a examinarlo con mayor atención.
La evocación de las fuerzas malignas es el primer paso que conducirá al pacto diabólico.
El Trueque.
La base de todo pacto diabólico es, esto es obvio, el trueque. El demonio ofrece algo al hombre, pero pide también algo a cambio. Puede ofrecer muchas cosas, pero siempre son básicamente las mismas: la juventud, la salud, el dinero, el amor, el poder... variarán únicamente según las necesidades o los anhelos de lo que jurídicamente llamaríamos "la otra parte contratante". En cuanto a lo que pide a cambio, la Iglesia católica, que es experta en pactos diabólicos, nos señala una sola y única cosa: el alma del condenado.
Alma, espíritu, cuerpo astral...
Acabamos de descubrir a Fausto.
En Fausto se halla la esencia misma del trueque diabólico. En la inmortal obra de Goethe, que ha dado origen a una innumerable multitud de imitaciones, y dará aún incontables más, hallamos todos los elementos que desearíamos encontrar acerca de un pacto con el diablo. No existe ninguna posibilidad que no esté representada en mayor o menor escala en la obra genial. Y en su moralizante final de deus ex machina se halla también el condicionamiento básico que señala siempre la Iglesia: el diablo, como espíritu maligno, no logrará nunca su presa... pero el firmante del pacto no conseguirá tampoco de él más que malaventuras.
Cómo hacer un pacto con el diablo?
Pero imaginamos que ustedes querrán saber cómo se hace un pacto con el diablo. Vamos a explicárselo a continuación.
Eliphas Levi, sentadas las bases de su axioma expresado en un capítulo anterior de este tema, no rechaza en absoluto la posibilidad de pactos infernales, aunque sí exprese sus dudas sobre algunas de las "recetas contenidas en los grimorios para tal fin". Por nuestra cuenta añadiremos que las recetas citadas por Levi son las menos absurdas y desquiciadas de las que hemos tenido oportunidad de leer en los muchos grimorios que hemos consultado (¡y son miles!), la mayor parte de las cuales servirían únicamente para hacer reír a un niño. Levi, hecha esta salvedad, nos señala todos los pormenores del ritual de evocación que se debe seguir... y nos deja a solas con el diablo. Su escenificación del pacto es, a nuestro juicio, y con las reservas de rigor, una de las pocas que alían aún la magia pura con la magia cristiana, y es por ello precisamente que la reproducimos a continuación.
La Evocación.
Para conseguir éxito en las evocaciones infernales, nos dice Levi, hay que tener las siguientes cualidades:
1º Una pertinacia invencible.
2º Una conciencia a la vez endurecida en el crimen y muy inaccesible a los remordimientos y al miedo.
3º Una ignorancia afectada o natural.
4º Una fe ciega en todo lo que no es creíble.
5º Una idea completamente falsa de Dios.
A continuación, hace falta: En primer término, profanar las ceremonias del culto en que se crea, y pisotear sus signos más sagrados. En segundo término, hacer un sacrificio sangriento. En tercer lugar, procurarse la horquilla mágica.
La horquilla mágica es una rama de avellano o de almendro perteneciente a un solo brote, que es necesario cortar de un solo tajo con el cuchillo nuevo que habrá servido para el sacrificio; la varita en cuestión debe terminar en forma de horquilla; esta horquilla será necesario herrarla con una horca de hierro o de acero, hecha con la misma hoja de cuchillo con la que se haya cortado.
Una vez dispuestos todos estos elementos, será preciso ayunar durante quince días, no haciendo más que una sola comida al día, sin sal, después de la puesta del sol; esta comida consistirá en pan negro y sangre sazonada con especias, sin sal, o en habas negras con hierbas lechosas y narcóticas.
Cada cinco días el futuro pactante deberá embriagarse después de la puesta del sol con vino, en el que se habrán puesto durante cinco horas, en infusión, cinco cabezas de adormideras negras y cinco onzas, o sea 144 gramos, de cañamones triturados, todo esto contenido en un lienzo que haya sido hilado por una prostituta... aunque, en rigor, el primer lienzo que se tenga a mano puede servir, con tal que haya sido hilado por una mujer.
La evocación puede hacerse, ya sea en la noche del lunes al martes, ya sea en la del viernes al sábado.
Es necesario escoger un sitio solitario y abandonado, tal como un cementerio frecuentado por los malos espíritus, una casa ruinosa en medio del campo, la cripta de una convento abandonado, el lugar donde se haya cometido un asesinato, un altar druídico o una antiguo templo idolátrico.
El pactante deberá proveerse de un sayo negro, sin costuras y sin mangas, de un capacete de plomo constelado con los signos de la luna, de Venus y de Saturno, de dos velas de sebo humano, colocadas en candelabros de madera negra tallados en forma de media luna, de dos coronas de verbena, una espada mágica de mango negro, la horquilla mágica, un vaso de cobre que contenga la sangre de la víctima, un pebetero para los perfumes, que serán: incienso, alcanfor, áloes, ámbar gris y estoraque, todo esto triturado y convertido en pastillas, que se amasarán con sangre de macho cabrío, de topo y de murciélago; también será necesario tener cuatro clavos arrancados del ataúd de un ajusticiado, la cabeza de un gato negro, alimentado durante cinco días con carne humana, un murciélago ahogado en sangre, los cuernos de un macho cabrío cum quo puella concubuerit , y el cráneo de un parricida. Todos estos objetos horribles y muy difíciles de conseguir deberán disponerse de la siguiente manera:
Se trazará un círculo perfecto con la espada, reservándose, sin embargo, una ruptura para salir, o un camino de salida; en el círculo se inscribirá un triángulo, y se colocará el pentáculo (pues el círculo así realizado es un pentáculo) con la sangre; después, en uno de los ángulos, se colocará el trípode, que también deberemos contar entre los objetos indispensables; en la base opuesta del triángulo se harán tres pequeños círculos, para el operador y sus dos ayudantes, y detrás del círculo del operador, la propia insignia del lábaro o el monograma de Constantino. El operador o sus acólitos deberán llevar los pies desnudos y la cabeza cubierta.
Se habrá llevado también la piel de la víctima inmolada. Esta piel, cortada a tiras, se colocará en el círculo, formándose con ella otro círculo interno, que se fijará en los cuatro rincones con los cuatro clavos del ajusticiado; cerca de los cuatro clavos, y fuera del círculo, se colocará la cabeza del gato, el cráneo humano -o más bien inhumano-, los cuernos del macho cabrío y el murciélago; se les rociará con una rama de abedul empapada en la sangre de la víctima; después se encenderá un fuego de madera de aliso y de ciprés; las dos velas mágicas se colocarán a derecha e izquierda del operador, en las coronas de verbena.
Se pronunciarán entonces las fórmulas de evocación que se encuentran en los elementos mágicos de Pedro de Apono o en los grimorios, sean manuscritos, sean impresos.
Las fórmulas.
La del Gran grimorio, repetida en el vulgar Dragón Rojo, ha sido voluntariamente alterada al imprimirla. He aquí tal y como hay que leerla:
"Pero Adonai Eloim, Adonai, Jehová, Adonai Sabaoth, Metraton, On Agla, Adonai, Mathon, verbum pythonicum, mysterium salamandrae, conventus sylphorum, antra gnomorum, daemonia Coeli, Gad, Almousin, Gibor, Jehosua, Evam, Zariatnatmik, veni, veni, veni."
La gran llamada de Agrippa, consiste solamente en estas palabras: Dies Mies Jeschet Boenedoesef Douvema Enitemaus. Nosotros no nos vanagloriamos de comprender el sentido de estas palabras, que quizá no lo tengan, por lo menos no deben de tener ninguno que sea razonable, puesto que ellas tienen el poder de evocar al diablo, que es la soberana sinrazón (Eliphas Levi).
Pico de la Mirándola, sin duda, por el mismo motivo, afirma que en Magia negra las palabras más bárbaras y las más absolutamente ininteligibles son las más eficaces y las mejores.
Las conjuraciones se repiten elevando la voz y con imprecaciones, amenazas, hasta que el espíritu responde. Acude, ordinariamente, precedido de un viento fuerte, que parece estremecer todo el campo. Los animales domésticos tiemblan entonces y se esconden; los asistentes sienten un soplo en su rostro y los cabellos humedecidos por un sudor frío, se erizan.
La grande y suprema llamada, según Pedro de Apolono, es esta:
"¡Hemen Etan! ¡Hemen Etan! ¡Hemen Etan! El * Ati * Titeip * Azia * Hin * Teu * Minosel * vay * Achadon * vay * vaa * Eye * Aaa * Eie * Exe * A EL EL EL A ¡Hg! ¡Hau! ¡Hau! ¡Hau! ¡Hau! ¡va! ¡va! ¡va! ¡va!
¡CHAVAJOTH!
¡Aie Saraye, aie Saraye, aie Saraye! Per Eloym Archima, Rabur, Bathas Super Abrac ruens superveniens Abeor Super Aberer ¡Chavajoth! ¡Chavajoth! Impero tibi per clavem Salomonis et nomen magnum Semhamphoras
Los pactos.
Al margen reproducimos ahora los signos y las firmas ordinarias de los demonios simples (al final del texto), así como las signaturas oficiales de los príncipes del infierno (en un capítulo anterior). Todas estas firmas fueron comprobadas jurídicamente (¡jurídicamente!) y conservadas en los archivos judiciarios como piezas de convicción en el proceso del desgraciado padre Urbano Grandier. Estas firmas se hallan en la parte baja de un pacto del cual Collin de Plancy dio el facsímil en su Diccionario Infernal con el siguiente apostillado: "La minuta está en el infierno, en el gabinete de Lucifer" detalle bastante preciso de un sitio enormemente mal conocido y que tenía la triste fama de que los que iban a él -y que nos perdone Dante- no volvían jamás.
Una vez conseguida la evocación, nos señala Levi, lo más usual era firmar el pacto, que se escribía siempre en pergamino de piel de macho cabrío (un material muy querido para el emperador de los infiernos), con una pluma de hierro empapada en sangre del pactante, que debía extraerla de su brazo izquierdo. El pacto debía ser redactado con "tinta mágica", y según algunos grimorios utilizando para ello una pluma blanca de auca macho, concretamente la quinta del ala derecha. El pacto se hacía siempre por duplicado: una copia se entregaba al maligno que la archivaba en el averno, y la otra quedaba en poder del réprobo voluntario.
Los compromisos recíprocos eran siempre los mismos: el demonio se comprometía a servir al brujo durante un cierto período de tiempo, tras cuyo lapso éste le entregaba su alma. Si el pactante no era listo, decía premonitoriamente la Iglesia, no sólo no recibía nada del diablo durante todo el tiempo que duraba el pacto, sino que después iba de plano a caer de cabeza en las grasientas marmitas del maligno; si el pactante era listo, decían avispadamente los grimorios, no sólo conseguía todo lo que le pedía al diablo sino que después, a la hora de cumplir la segunda parte del pacto, podía burlarse impunemente del diablo y salvar su alma... que era, a fin de cuentas, lo que más importaba.
Generalmente, todo quedaba en la realidad en un discreto y ecuánime término medio: la mayor parte de las veces, ni el pactante recibía lo prometido, ni el demonio el alma, con lo que todo quedaba exactamente como al principio.
Ahora pasaremos a exponeros un pacto tipo.
Condiciones adicionales.
Sin embargo, la firma de un documento no era más que una parte de pacto (que no siempre se incluía en la declaración pública). En el Compendium Maleficarum (1608), Guazzo clasifica las complicadísimas partes de la ceremonia, siguiendo la liturgia católica. En la edición de 1626 se añadieron ilustraciones de siete de los pasos, que reproducimos en este trabajo. Al final de este texto se pueden observar.
1. Negación de la fe cristiana. Guazzo nos ofrece un juramento representativo: "Reniego del creador del cielo y la tierra; reniego del bautismo; reniego de la adoración que antes rendía a Dios. Me adhiero al Diablo y sólo en él creo." Pisotear la cruz, acto que acompañaba al juramento, fue desde la antigüedad una parte importante de este ritual.
2. El Diablo volvía a bautizarlos imponiéndoles otro nombre.
3. Eliminación simbólica del crisma bautismal (óleo consagrado y mezclado con bálsamo).
4. Renuncia a los padrinos y asignación de otros.
5. Entrega de una prenda de vestir al Diablo en señal de sometimiento.
6. Juramento de lealtad al Diablo en el interior de un círculo mágico trazado en el suelo. En su History of the Inquisition (1692), Liborch describe una ceremonia ligeramente distinta: "En prueba de esta [lealtad], colocaban la mano izquierda a la espalda, tocaban la del Diablo y le ofrecían algo para demostrar su sometimiento."
7. Pedían al Diablo que escribieran su nombre en el Libro de la Muerte.
8. Prometían sacrificar niños al Diablo. Este punto dio lugar a la leyenda de que las brujas asesinaban a niños menores de tres años, según Errores Gazariorum.
9. Prometían pagar un tributo anual al demonio que se les asignaba de antemano. Sólo servían los objetos de color negro.
10. Recibían la marca del Diablo en varias partes del cuerpo, como el ano en los hombres, y el pecho y los genitales en las mujeres, de modo que esas zonas quedaban insensibles. Las marcas tenían forma variable: de pata de conejo, de sapo o de araña. El Diablo sólo imponía esta marca a quienes consideraba poco fiables, punto en el que Guazzo no estaba de acuerdo con la mayoría de los expertos.
11. Votos de servicio al Diablo: no adorar jamás el sacramento, destrozar reliquias sagradas, no utilizar jamás agua o cirios benditos y mantener en secreto su relación con Satanás.
Sinistrari, el último de los demonólogos clásicos, respetó la lista de Guazzo, pero omitió los puntos 3, 4, 8 y 9 y añadió otros tres: pisotear medallas benditas, jurar lealtad sobre "un repugnante libro negro" y prometer hacer proselitismo.
Las brujas reniegan del bautismo y la fe cristiana, no reiteran su obediencia a Dios y repudian la protección de la Virgen, a quien llaman burlonamente La Rousse. Niegan los sacramentos de la Iglesia y pisotean la santa cruz y las imágenes de la Virgen y los santos. Guazzo, 1626.
Locos y poseídos.
Pero, pese a todo lo dicho, sí existía un peligro cuando uno jugaba con los espíritus infernales, queriendo burlar impunemente al Mefistófeles de turno. Muchos libros nos hablan de magos y hechiceros, de brujos que se han vuelto locos al intentar evocar y dominar al maligno, de gente que ha caído bajo las redes del diablo y ha sido poseída. Pero cuidado: hagamos rápidamente una distinción. No es lo mismo volverse loco que ser poseído.
Porque (¿lo habían supuesto ustedes ya?) aquí también hay que hacer una distinción entre magia y demonología cristiana, entre espíritus malignos (o fuerzas astrales) y diablos.
Los "poseídos".
La gran fiebre de brujería que asoló la Europa medieval (suponemos que habrán observado ya que toda la demonología arranca precisamente de la Edad Media... y que buena parte de ella muere también allí, o pervive en las edades posteriores sencillamente como un recuerdo ancestral, en la forma de unos ritos únicamente externos, fanáticos o supersticiosos, desprovistos de toda su significación) tuvo uno de sus principales alicientes en las posesiones demoníacas. De hecho, la palabra "posesión demoníaca" servía a los inquisidores para explicar los aparentemente inexplicables actos demoníacos o de hechicería y magia negra que realizaban las personas que comúnmente habían sido consideradas, hasta aquel momento, como de una intachable conducta moral. Cuando esto sucedía, decían los inquisidores, el cuerpo del poseso debía ser liberado del demonio que se había adueñado de él: para ello, la Iglesia poseía, entramos ya en contacto con ellos al hablar de la brujería, un nutrido grupo de exorcizadores profesionales, los cuales justificaban sus fracasos cuando se producían diciendo que en muchos cuerpos habitaban no ya un solo diablo, sino varios: dos, tres, cuatro... hasta donde llegara la imaginación.
Una lista del número de posesiones registrado durante la Edad Media (lista nunca hecha más que de forma muy parcial, y que necesariamente sería siempre incompleta, pero que tal vez ayudaría enormemente a comprender la cuestión) nos señala que sólo en Roma se registraron, durante el año 1552, cincuenta casos de posesión en adultos, y ochenta en niños en 1554, ¡pertenecientes todos ellos a un mismo orfanato! En Brandeburgo, en 1594, se registraron ochenta casos; entre las monjas del convento de Louviers, en 1642, dieciocho; en Lyon, en los años comprendidos entre 1687 y 1690, más de cincuenta casos; y, si hay que creer a F. L. Calmeil, que es quien ha recogido pacientemente todos estos datos, en Morzines (Alta Saboya), ¡ciento veinte casos entre 1857 y 1862! Sin contar entre ellos casos tan famosos como el de las ursulinas de Loudun (citado por la mayor parte de los autores al hablar
de la brujería y la Inquisición, y que por la facilidad con la que se pueden hallar referencias y su extensión, hemos preferido omitir), que para muchos historiadores modernos no fue más que la desdichada consecuencia de una intriga palaciega, en la que fue inculpado el padre Urbano Grandier como aliado del demonio y como responsable de haber endemoniado a todo el convento.
Todos estos datos nos remiten a pensar. ¿Existía, realmente, una posesión? La ciencia moderna nos habla de una serie enorme de enfermedades psíquicas y nerviosas cuyas manifestaciones externas son sorprendentemente paralelas a lo que en la Edad Media se consideraba "signos de posesión": echar espuma por la boca, gritar palabras ininteligibles, demostrar una fuerza y una violencia mayor a la que correspondería... ¿Cabe entonces pensar realmente en una posesión... o más bien únicamente en un estado de demencia?
Por otro lado hay que tener presente también que la mayor parte de los brujos y hechiceros que estaban convencidos ellos mismos de que tenían tratos con el diablo terminaban siempre (si antes no se les echaba a la hoguera) indefectiblemente "poseídos"... es decir, locos. La razón de esto es sencilla y lógica: el uso frecuente de pomadas, ungüentos y drogas, de sustancias excitantes, de fricciones y el conjunto de los demás excesos que practicaban desquiciaba por completo en poco tiempo su sistema nervioso, convirtiéndolo en un verdadero despojo humano. Entonces, aunque hubiera ocultado celosamente su condición de brujo, los síntomas ya no eran controlados, y eran declarados "poseídos". Y el ciclo se reiniciaba.
Algunos exorcizadores, muy pocos desgraciadamente, supieron encontrar en sus formas de exorcismo algunas prácticas como las que hoy vemos practicar por los psiquiatras... lo que hacía que algunas veces se produjeran éxitos milagrosos. Sin embargo, éstos eran los menos. La mayor parte de los exorcismos eran meros rituales religiosos que se recitaban en forma de letanía sobre un diablo que no existía... y de ahí su fracaso. La mayoría de los actos de exorcismo se realizaban en público, con todos los "poseídos" tendidos en el suelo en señal de sumisión, y contemplados por un gran número de fieles que asistían como si fuera una diversión más. Los exorcizados, una vez liberados de los demonios que los poseían, debían retractarse, confesar sus pasadas culpas, regenerarse, cesar en sus convulsiones. Sorprendentemente, pese a todo, siempre se producía un número apreciable de curaciones. ¿Pero no ha pensado nadie que el fingirse públicamente poseído por el demonio podía ser para muchos que veían peligrar su vida y su hacienda a manos de los Inquisidores como una protección de la acusación de brujería y una vía de escape a la hoguera, ya que los poseídos por el demonio, como tales, no eran considerados como conscientes de sus actos, y por lo tanto no eran condenados? Aquí hay también un amplio tema para la reflexión...
Dentro de la tradición esotérica, existen multitud de sistemas de llevar a cabo un exorcismo. Todos se encuentran en este libro, cuyos métodos se mezclan con los religiosos. Ambos coinciden en su objetivo: expulsar los diablos del cuerpo.
Análisis actual de la Posesión.
Se entiende que una persona sufre una posesión diabólica cuando se observa en ella una clara asociación de su actividad con la figura del Diablo. En tales casos se cree que un espíritu maligno posee el espíritu de la persona y domina su cuerpo a través del sistema nervioso, lo que le hace agitarse, gesticular, violentarse, etc.
Según el resultado obtenido en recientes investigaciones efectuadas por miembros de la Academia de Ciencias psíquicas de Nueva York, se constata que el estado de posesión se caracteriza por trastornos profundos de personalidad. Aparentemente todas las cosas que dice y hace el poseso son comportamientos impuestos por el ente o espíritu maligno que le domina. En realidad dichas actitudes son ejecutadas inconscientemente, de forma puramente mecánica, y su operatividad es la consecuencia de un patrón mental de otra personalidad que existe en el sustrato psíquico del individuo.
Se asegura que las crisis que padecen los posesos son consecuencia de la obsesión de pensamientos relacionados con el Diablo o bien referentes al infierno, a espíritus infernales, a entidades malignas, etc. Esto viene motivado por el grado de profundidad en estas creencias y la escala de sensibilidad sugestiva de la persona poseída. Estos pensamientos infieren marcadamente en el espíritu y sugestionan el psiquismo provocando el estado de obsesión diabólica, el cual puede degenerar en posesión diabólica.
Cuando esto ocurre la mente se siente súbitamente invadida por ideas malignas y se pone en marcha la imaginación, la emotividad y los sentimientos. Los efectos de esta invasión repercuten en la voluntad, que queda neutralizada y actúa como si fuese coaccionada por algo. Acto seguido y sin saber porqué, el poseso empieza a sentir odio visceral hacia Dios, la Virgen y los santos, acompañado de profundos sentimientos de rechazo contra los símbolos sagrados que la Iglesia le pueda presentar.
Los estados de conocimiento de la edad media no permitían suponer que existieran enfermedades como las que hoy trata la psiquiatría; y por eso muchas de ellas eran adjudicadas a posesiones diabólicas u otras causas esotéricas. ("Extracción de la piedra de la locura", de Hieronimus Bosch.)
Grados de Posesión.
Popularmente se llama poseso a todo aquel cuyo cuerpo y mente están siendo manejados por una entidad inmaterial, sea maléfica o no. En el caso de ser maligna se le denomina posesión diabólica, pero en realidad este estado tiene dos grados de manifestación según su gravedad. En primer lugar la Obsesión diabólica y en segundo la Posesión diabólica. Este baremo va en función de la intensidad del estado psicopatológico del afectado.
1. Se denomina Obsesión diabólica cuando la acción demoníaca sólo afecta exteriormente al poseso y no penetra en su interior, en su alma; por ejemplo, cuando la obsesión perturba los sentidos, los órganos sensoriales, atormenta el cuerpo, produce alucinaciones... También se entiende por Obsesión diabólica cuando la acción demoníaca se manifiesta esporádicamente, durante un determinado espacio de tiempo, tras el cual el individuo recupera y conserva la personalidad primaria.
2. Se denomina Posesión diabólica cuando la acción demoníaca penetra en el interior del espíritu y del cuerpo de la persona, apoderándose de su alma y de todo su ser, influyendo tanto exterior como interiormente en su personalidad primaria, incluso provocando fenómenos paranormales inexplicables.
También se considera Posesión diabólica cuando la manifestación de la acción demoníaca es continua y la personalidad primaria del individuo se halla totalmente desvirtuada, y su lugar es suplantado por "otra nueva personalidad" totalmente desconocida.
Señales de Posesión.
Existe una serie de señales psíquicas y físicas externas que indica la existencia de posesión diabólica. Ésta viene expresada en el Rituale Romanum, que es el libro de texto utilizado por la Iglesia Católica para llevar a cabo el exorcismo como método terapéutico divino.
Señales Psíquicas
1. Demostrar locura furiosa y odio hacia Dios, la Virgen, los santos y los símbolos sagrados. (Muestra de psicosis, histeria, paranoia.)
2. Hablar idiomas desconocidos (xenoglosia) y sostener conversaciones en tales idiomas, así como entender los idiomas que se le hablan.
3. Descubrir las cosas ocultas (clarividencia) y conocerlas, aunque se encuentren a mucha distancia del endemoniado.
4. Manifestar una fuerza psíquica y moral muy superior a la normal (Autosugestión.)
5. Predecir acertadamente cosas futuras. (Premonición.)
6. Sufrir una transformación integral en la personalidad primaria y exteriorizar personalidades nuevas y desconocidas. (Prosopopesis, paranoia, esquizofrenia.)
Señales Físicas
1. Manifestar una fuerza física considerablemente superior a la correspondiente a su edad y constitución. (Sansonismo.)
2. Experimentar transformaciones físicas en todo el cuerpo o en parte del mismo: cara, extremidades, etc. (Transfiguración.)
3. Transformaciones de la voz en el tono, cadencia, pronunciación, calidad, etc. Transformación de finías humanas en animalescas: gruñidos, mugidos, quejidos, etc.
4. Efectuar violentas convulsiones y torsiones del cuerpo, movimientos antifisiológicos, girar cuello y cabeza de 180 grados a 360 grados.
5. Inferir en las leyes físicas afectando al mobiliario y cosas del entorno: desplazamiento de objetos, incluso voluminosos, etc. (Psicocinesis.)
6. Contravenir las leyes de la gravedad elevando en el aire el propio cuerpo u objetos que le rodean. (Levitación.)
Cuando se dan la mayoría de estas circunstancias en una persona, la Iglesia entiende que está inmersa en un estado de posesión diabólica, aunque no lo confirme hasta la comprobación de especialistas médicos y científicos. El propio Vaticano tiene en la Universidad Lateranense de Roma la especialidad de parapsicología que dirige el Dr. Andreas Resch. En ella se ocupan de estudiar estos hechos, y sólo en el caso de que se constate que dichas circunstancias son supra normales se recurre al exorcismo.
La posesión mágica.
Pero hemos dicho que existía también una forma de posesión eminentemente mágica. Evidentemente existe, aunque se le deba dar cualquier otro nombre menos el de posesión. La posesión demoníaca no puede existir mágicamente... porque la Magia no reconoce al diablo como tal. Existe, eso sí, ya lo hemos dicho otras veces, una energía, una fuerza astral, único plano que se halla por encima del plano terrestre y por debajo del espiritual, y que es el origen de todas las manifestaciones energéticas que se introducen en nuestro mundo físico. Y de este mundo se desprenden algunas veces (o pueden ser atraídos) una serie de elementos que son el origen común a todos los aspectos mágicos que vemos y seguiremos viendo: videncia, espiritismo... y demonología mágica. Estos "desprendimientos" (si puede usarse esta expresión) no son en realidad más que materializaciones, inducidas por la propia personalidad astral del mago, de una misma fuerza original, que puede transformarse en benigna o maligna si benignos o malignos son los efluvios del mago que la domina. He aquí pues, por un lado, el verdadero sentido del "pacto mágico" con el demonio (entendido como dominio absoluto de las fuerzas materializadas, en cuyo caso es un pacto unilateral, o un dominio condicionado, en cuyo caso es un pacto bilateral, aunque esta bilateralidad sea sólo en un sentido abstracto), y el de la "posesión demoníaca... cuando estas mismas fuerzas atraídas y desatadas dentro de nuestro mundo escapan del poder del mago y se abaten sobre él.
En este último caso pueden darse dos resultados. Uno de ellos es la posesión del mago por las fuerzas astrales a través de una vampirazación de su cuerpo, de cuyo suceso la literatura mundial nos ha dejado amplias muestras. La segunda, más frecuente cuando el mago es demasiado débil o inexperto, es sencillamente su destrucción total como fuerza pensante, es decir, la completa destrucción de su cerebro, lo que da como resultado la más completa locura... a menos que el mago pueda detener a tiempo el ataque y logre salvar, pese a todo, alguna parte de su cuerpo del incontrolado poder de las fuerzas por él mismo solicitadas.