La meditación es la enseñanza primordial, la más importante, la más famosa y a la vez la más secreta de la mayoría de las sectas. Tanto es así que al estudiante primerizo le gusta presumir de que ya sabe meditar porque en las primeras clases de su primera escuela esotérica le enseñaron una sencilla técnica de concentración, sin saber que bajo la palabra de meditación se acogen innumerables formas de aplicar nuestra atención, de ejercitar nuestra mente y de experimentar, muy diferentes entre sí; y algunas tan difíciles de aprender que exigen años y años de práctica para conseguir su dominio. Según la vía espiritual que se siga, la religión que se practique o, en definitiva, según la secta a la que pertenezca, la forma de meditar variará enormemente de unos casos a otros. Y, claro está, cada secta presume de poseer la auténtica meditación, la que produce los efectos más beneficiosos y la que fue revelada por las deidades para que el hombre ponga su atención en ella y ensimismado alcance el cielo.
En Occidente se entiende por meditar a razonar sobre una idea, a darle vueltas, batiéndola y exprimiéndola hasta sacarle jugo. Pero, en esoterismo, el nombre de meditación encierra multitud de actitudes mentales muy diferentes a nuestra vieja costumbre de discurrir sobre algo.
El primer giro más importante que dimos a la función de meditar fue cuando los orientales nos enseñaron que teníamos un tercer ojo, y nos dio por llamar meditación a todos los ejercicios destinados a intentar ver con él. Pero, como con ese ojo de la mente la mayoría de nosotros llegamos a ver muy poco, después empezamos a imaginarnos las cosas que queríamos ver, imaginaciones que terminamos llamando meditaciones, también llamadas visualizaciones, para distinguirlas de las otras formas de meditar...
Pero la principal importación de Oriente fueron los mantras, extraños sonidos, palabras mágicas de idiomas muertos, invocatorias de las energías de los dioses, que repetidas hasta la saciedad dicen que producen unos efectos muy beneficiosos. (En Occidente ya los conocemos, aunque nunca los hemos llamado así, son esas plegarias o alabanzas que se repiten insistentemente en muchos de nuestros rezos).
El mantra por excelencia es aquél que pronuncia la palabra sagrada y secreta del nombre del supuesto dios infinito, del único; entonces su repetición se convierte en una constante llamada al altísimo; ejercicio que si conseguimos mantener durante días, semanas, meses o años, al final, por pesados, parece ser que el señor de los cielos nos termina abriendo las puertas del paraíso. La pena es que no se ponen de acuerdo ni en el nombre ni en los apellidos del supuesto único rey de los cielos, cada religión o escuela esotérica lo llama de una manera; y utilizan con gran secreto y cuidado lo que cada una considera el auténtico nombre de dios, la palabra sagrada que lleva al devoto a la presencia del altísimo. No voy a hacer una recopilación de todos los nombres del dios supremo que he llegado a conocer, primero porque no lo considero necesario, y segundo porque seguro que todavía me faltarían bastantes por nombrar. (Incluso hay quienes aseguran que el auténtico nombre de dios es impronunciable). Conque el paseante por los ambientes sectarios sepa, cuando le desvelen el gran secreto del auténtico y único nombre de dios, que hay otros nombres que también se ofrecen igual, es suficiente. Hay tantos nombres del supremo altísimo que da la sensación de que se trata de varios dioses en vez de uno sólo. Y si es cierto de que se trata de un único dios, como afirman los defensores de cada uno de los nombres, menuda faena, pues con tantos nombres sería una pena pasarse media vida llamando a Juan cuando en realidad se llama Pedro.
De todas formas, tanto quienes defienden un nombre sagrado u otro, aseguran que son contestados por su adorada deidad. Y es que la fe unida a la devoción hace milagros, es capaz de, se crea lo que se crea, generar una exquisita atmósfera sagrada, garantía de una gozosa meditación, pues la meditación en su forma más elevada es una auténtica oración, un ensimismamiento en el aspecto divino. La auténtica oración no es un monólogo con uno mismo o un diálogo de sordos con quien no sabemos si nos escucha, sino que implica un contacto experimentado con la deidad a la que nos estamos dirigiendo, y por lo tanto una meditación contemplativa en su divinidad.
Pero, no todas las meditaciones tienen propósitos tan supremos, pueden llegarse a practicar extraños ejercicios meditativos que nos hagan caminar en dirección contraria a donde deberíamos ir. Tal es el caso de quienes usan la meditación para proyectar su energía mental en oscuros intereses, hundiéndose más en la miseria humana de la que precisamente están intentando alejarse. La meditación también podríamos definirla como un pensamiento, actitud, o atención mantenida en la conciencia; y si los intereses que nos mueven a realizar esa concentración de energías son de origen pasional, como por ejemplo los celos o una desmesurada ambición o ira, cosecharemos de estos ejercicios las miserias que todos ya conocemos.
Las visualizaciones adquirieron su fama porque se anunciaron como un método ideal para conseguir propósitos, sean de la clase que sean; pero pronto se dieron cuenta los profesionales de la visualización de que los intereses que persiguen los propósitos son fundamentales para la armonización interna de los individuos. Y por ello descartaron de sus meditaciones todo propósito que no fuera honesto y de servicio a la Humanidad. Y ahora tenemos al aficionado a las visualizaciones, enfrente de su pantalla blanca imaginada, proyectando películas de bien para él y para todos los demás; cuidando siempre no convertir su meditación en una película de vaqueros donde siempre hay un malo que acaba muriendo, produciéndose así un crimen virtual que, según dicen, puede influir en la realidad, lo que transformaría la meditación en un asesinato.
Yo, personalmente, dudo bastante de este tipo de influencias. No vamos a negar que nos encontraríamos mejor en un mundo donde no hubiera pensamientos perversos, pero éstos siempre han sido mantenidos en las mentes de las personas resentidas con la misma fuerza y persistencia que lo pueda hacer un aficionado a la meditación, y nadie por eso se cae muerto. De todas formas se agradecen los buenos deseos que los modernos meditadores de la visualización, es de suponer que sus proyecciones de luz, de amor y de colores rosas sobre nosotros, nos harán más bien que mal (si es que llegan a hacer algo).
Y para el listillo que quiera sacarle un provecho personal a este tipo de meditación, imaginándose, por ejemplo, cada mañana en brazos de la chica de sus sueños (algo que se ha hecho siempre, aún cuando no se sabía que se estaba meditando), sólo decirle que ―según dicen los expertos― los efectos suelen tardar bastante en producirse, y, si tardan demasiado, es posible que la chica de sus sueños termine yéndose con otro que no haya perdido tanto el tiempo como él soñando.
Otro método de meditación consiste en concentrarse en aquellos puntos del cuerpo que se consideran centros de energía vibratoria, éstos son los chacras ―otra importación oriental―, centros resonadores de energía corporal, a los que dedicaremos el capítulo siguiente. Existen centros inferiores, los de abajo, claro está, y otros superiores, el del corazón y los de la cabeza; y, según se desee estimular o escudriñar unos u otros, la concentración se dirigirá al lugar correspondiente. Si, por ejemplo, deseamos estimular el chacra del sexo, llevaremos nuestra atención allí. Esto lo sabemos hacer todos, de esta forma, la bioenergía, que siempre se dirige allí donde ponemos nuestra atención, va poniendo en marcha nuestra sexualidad, el chacra se comienza a estimular y de paso nosotros también, la bioenergía estimula los nervios y los músculos, y estos nos ayudarán a llevar a efecto la actividad correspondiente en sintonía con la activación del chacra. La mente también nos acompañará con sus buenas ideas y fantasías sexuales poniéndose en sintonía con la actividad. Si seguimos con la empresa adelante, echando más leña al fuego, nuestro placentero chacra continuará aumentando de radiación hasta llegar al clímax, momento en que se encenderá por completo en un orgasmo de plenitud energética.
Este sencillo ejemplo, por todos conocido, nos da una idea de lo que es un chacra y de lo que es la bioenergía. Además del centro sexual, los orientales nos dicen que tenemos bastantes más chacras, todos dormidos, sin despertar; de hecho, la mayoría sólo conocemos funcionar en plenitud al sexual, el único que se nos enciende plenamente. (De ahí que lo utilice muy a menudo como ejemplo). Si deseamos tener ejemplos de plenitud de otros centros como el de nuestro corazón o el del tercer ojo, habremos de recurrir a los grandes místicos para observar en ellos como su pecho se enciende en éxtasis de amor, a la vez que tienen visiones celestiales a través del ojo de la mente. En los enamoramientos también entra en funcionamiento el chacra del corazón.
No se a quién se le ocurriría la feliz idea de suponer que si uno se concentra en algún chacra inactivo, éste acabaría poniéndose en marcha al recibir la energía de nuestra atención; quizás se supuso por pura deducción lógica: si el sexual se estimula así ¿por qué no iba a suceder lo mismo con los demás? El caso es que muchos de nosotros estuvimos meditando en los chacras superiores, concentrándonos en el respirar de nuestros pulmones, en el tercer ojo o en la coronilla, sin que por ello se nos encendiese la clásica aureola que llevan las estatuas de nuestros santos.
Conseguimos una concentración de energía allí donde nos concentrábamos y algún que otro dolor de cabeza. Pero claro, como se decía que el despertar de los chacras era doloroso, nadie se quejaba. Hoy entiendo la barbaridad que hicimos algunos, y que todavía se sigue haciendo. Doy gracias por no haberme quedado peor que estaba.
Los chacras superiores son centros de energía muy delicados, que necesitan de una energía muy sutil para funcionar y que nosotros no disponemos. Cuando nos concentramos en ellos, no hacemos sino acumular unas cargas energéticas que pueden resultar muy perjudiciales para esos plexos nerviosos. Intentar despertarlos de esta forma es como intentar hacer funcionar el chip de un ordenador enchufándolo directamente a la corriente de los enchufes de la casa. Un chip necesita de una suave corriente especial de elevada frecuencia para que funcione correctamente, y algo semejante sucede con nuestros chacras superiores.
Por ello resulta esencial primero disponer de esa energía para después empezar a meditar adecuadamente. Y aquí es cuando entran en escena las secretas iniciaciones. La energía de alta vibración es un tesoro guardado celosamente por los maestros de lo esotérico, y que solamente entregarán a los discípulos elegidos. Es por contagio vibratorio como el maestro transmite a su discípulo la energía necesaria para que éste comience a meditar. En las sectas orientales es tradicional que el gurú adopte el papel de transmisor de esa esencia, él es la piedra central sobre la que gira toda la actividad de la secta, es la encarnación divina. Sus facultades como despertador de la Humanidad le fueron transmitidas del anterior gurú de la secta antes de su fallecimiento. De esta forma, a través de generaciones, se transmite de una a otra la enseñanza; lo que un gurú ha conseguido elevar la vibración de sus chacras se lo transmite a su sucesor, y así van acumulando una calidad energética personal a través de las generaciones, envidiable para otro tipo de enseñanzas esotéricas. Cuando, después de aburrirme de intentar por mi cuenta despertar mis chacras superiores, acudí a un gurú, y éste me transmitió su enseñanza, estuve varios años sin salir de mi asombro, disfrutando de la dichosa caricia vibratoria que mis chacras superiores emitían.
Pero no pensemos en meter en el mismo saco a todos los gurús, son todos ellos diferentes, transmiten una vibración diferente cada uno y sus doctrinas son muy distintas entre sí. Las vibraciones superiores adquieren matices personales en cada uno de ellos, así como la interpretación esotérica de la experiencia que transmiten cada uno la realiza a su gusto. El buscador entusiasta de este tipo de enseñanza va de gurú en gurú como si fuera de mina en mina, buscando el diamante más preciado.
Este tipo de iniciaciones pueden ser transmitidas también por maestros no orientales o por alguna presencia divina invocada. También por el sencillo hecho de ponernos a meditar en un grupo se nos contagia la elevada vibración que en la reunión se puede producir. Pero no pensemos que la transmisión de las vibraciones nos va a dar la solución para nuestro crecimiento espiritual, porque en este tipo de contagios también se transmiten enfermedades, espirituales naturalmente.
Los más asépticos prefieren no meditar en nada para no contagiarse de nada, por lo tanto eligen meditar en la nada. La meditación Zen está tomando auge en los últimos tiempos. Importada de Japón nos enseña a vaciarnos de toda la paja que hay en nuestra mente y a alcanzar el vacío iluminador. Probablemente el éxito en la actualidad de esta forma de meditar esté fundamentado en el alivio que le supone al hombre moderno vaciarse de tanto movimiento mental como nos produce la vida moderna. Yo apenas la he practicado y no puedo hablar con propiedad sobre ella. Si se desea más información, en las librerías hay gran cantidad de textos que nos hablan del Zen, y seguro que en nuestra ciudad tenemos algún centro donde se practica esta meditación. Reseñar también que el Zen alcanzó su fama no por su especial forma de meditar sino por los Koan, preguntas que los maestros Zen hacen a sus discípulos y que les exige una respuesta venida de más allá del intelecto común; el esfuerzo por encontrar la solución al problema planteado por la pregunta dicen que conduce a la iluminación. Este reto intelectual se hizo muy popular en Occidente allá por los años setenta. Pero, como suele pasar en estos casos, la popularidad de una novedad espiritual no se mantiene sino aporta beneficios reales. Y los Koan, a pesar de su llamativo método de pretender llevarnos a la luz, me temo que no encajaron debidamente en el occidental. Habitualmente tenemos demasiados problemas en la cabeza, añadirnos uno más y dedicarle la intensa dedicación que exigen los Koan para obtener de ellos un beneficio, nos resulta poco menos que imposible.
Y ya para concluir este capítulo hablaremos de la meditación intelectual, del desarrollo de la inteligencia que habremos de necesitar para movernos por estos mundos de dios. Ésta es nuestra tradicional forma occidental de meditar, de rumiar los conocimientos y de digerir las enseñanzas, de integrarlas en nuestro saber. Se trata de desarrollar esa luz de sabiduría especial que necesitaremos para entender y para actuar correctamente. En Occidente estamos acostumbrados a este tipo de meditación, fuimos adiestrados en ella desde niños en las escuelas; el estudio de las ciencias, incluidas las ciencias humanas, desarrolló nuestra capacidad inteligente muy por encima de los países subdesarrollados donde los niños no pueden ir a la escuela. Pero este adiestramiento lo recibimos en casi todas las dimensiones de la vida excepto en el nivel religioso. Nos impusieron los dogmas de fe de la religión oficial del país al que perteneciéramos en la infancia a todos aquellos que recibimos educación religiosa. Estudiamos ciencias, pero no estudiamos religiones, estudiamos una sola religión; fueron los sacerdotes de una religión totalitaria quienes nos transmitieron la doctrina de ésta sin darnos oportunidad a expandir nuestra inteligencia en la inmensa gama de opciones inteligentes que el estudio religioso permite. En una palabra: fuimos adiestrados para desarrollar nuestra sabiduría en las ciencias, (y ahora podemos observar los grandes logros obtenidos en su seno), pero no fuimos adiestrados para desarrollar nuestra inteligencia en los niveles espirituales, (ante la imposición del dogma de fe nuestra inteligencia no sirve de nada), y ahora podemos ver el gran fracaso espiritual de nuestro mundo excesivamente materialista, y los poco afortunados intentos de las sectas por solucionarlo.
Fracaso que no viene exclusivamente producido por los errores en sus doctrinas. La causa más importante del fracaso espiritual sectario es la actitud totalitaria que adoptamos cuando nos integramos en las sectas. Somos capaces de cambiar de enseñanzas espirituales pero no somos capaces de cambiar nuestra actitud frente a ellas. Adoptamos la misma postura totalitaria e intransigente del dogma de fe, que nos enseñaron en las escuelas, para desenvolvernos en la nueva vía de realización espiritual. Resulta relativamente fácil cambiar las enseñanzas que aprendimos de pequeños, pero nuestra actitud frente a ellas, el patrón de comportamiento frente a un estímulo aprendido durante la infancia, resulta muy difícil cambiarlo. Seguro que habrá personas que excepcionalmente se comporten de manera diferente ante las enseñanzas espirituales, pero la mayoría de nosotros tendemos a dogmatizar estas enseñanzas o a rechazarlas, y por ello habremos de realizar un esfuerzo excepcional para evitarlo.
Una buena manera de alejar los dogmatismos o los rechazos del fenómeno religioso en las futuras generaciones, sería incluir la asignatura de “Religiones” en las escuelas y universidades. Sería sumamente enriquecedor un aula por la que pasasen todo tipo de sacerdotes, predicadores, gurús y sanadores. Y no habría que preocuparse por que se pudieran volver locos nuestros hijos, tengamos en cuenta que la mayoría de las enseñanzas más fanáticas e intransigentes, que pudiera inculcarles un exaltado maestro espiritual, se quedarían en nada al día siguiente cuando escuchasen las enseñanzas de otro maestro de la doctrina contraria. Así aprenderían también los maestros a corregir sus extremismos para evitar el ridículo. El mayor problema estribaría en conseguir maestros de todas las enseñanzas más importantes, pues muchos de ellos se negarían a compartir el aula con la competencia.
No deberíamos de descansar hasta que desaparezcan todos los tabúes de la espiritualidad y nuestra inteligencia quede libre en ese nivel. Si pudiera existir algún riesgo creo que merecería la pena arriesgarse. Los principios del despertar de las ciencias también fueron tormentosos: en el pasado, el mundo científico estuvo lleno de grandes temores y de fanatismos, pero ahora ya superados, estamos disfrutando de sus beneficios. Y no creamos que el carácter inmaterial del alma humana es un impedimento para estudiarla científicamente. Las ciencias en sus profundidades son tremendamente místicas, y ello no nos ha impedido evolucionar en su seno, para ello sólo tuvimos que esforzarnos en ser más inteligentes y romper las barreras de los tabúes que las encerraban. Algo que considero está empezando a suceder ya en los niveles espirituales, el tormentoso y agitado mundo de las sectas modernas no es sino producto de ese despertar de nuestra inteligencia al mundo espiritual, son los últimos coletazos de una milenaria pesadilla que estamos abandonando, pues el sentido común acabará imponiéndose a los extremismos totalitarios, tal y como sucedió en los ámbitos científicos.
Mientras tanto, habremos de buscar por nuestros desvanes interiores a esa inteligencia abandonada durante milenios, a ese entendimiento dormido durante tan largo sueño. Meditemos sobre ello, invoquemos su presencia en nuestra mente, invitemos a nuestra sabiduría del alma a ejercitar sus funciones. Una ayudita no nos vendrá nada mal, a mí para continuar escribiendo este libro, y a usted, amable lector, para continuar entendiéndolo.