jueves, diciembre 02, 2021

El Enigma de la Reina Hatshepsut

Esta mujer fue hace 3.500 años la persona más poderosa del mundo. Se atrevió a titularse esposa e hija de Dios y gobernó Egipto 20 años, dejando grandiosas obras arquitectónicas.

Las tierras del Nilo emergían un año más después de la inundación, resucitando de nuevo tras la muerte, y los brotes de cereal comenzaban a aparecer en la tierra húmeda. Amanecía un día especial para Hatshepsut, el primero de los cinco del Heb-sed la Fiesta de Jubileo, destinada a celebrar su reinado y renovar sus fuerzas, al igual que el Nilo volvía a crear cada año el mundo.

El quinto día del ritual se disparaban cuatro flechas al aire, una dirigida a cada punto cardinal, Norte, Sur, Este y Oeste, señalando su poder sobre los cuatro confines del país más poderoso, culto y avanzado del momento. Llevaba años preparando este día, vigilando la talla de su obelisco y reconstruyendo el templo de Karnak, que su amado padre Tutmosis I había comenzado a dotar de la riqueza y la belleza que merece el dios Amón. Se hicieron bajo las órdenes de Tutmosis cuatro gigantescos obeliscos con las puntas de oro reflejando el sol. También ella había mandado realizar la Capilla Roja recubierta de, el único metal que merece acercarse al lugar donde se guarda la imagen de dios, con su barca procesional. Thuty, el mejor artista del momento, fue el encargado de esculpir la magnífica barca "revestida de oro, para que ilumine con. sus destellos las Dos Tierras".

La emoción y el fervor místico inundaba su cuerpo de hija de dios, , mientras vestía las ropas rituales; y un cierto cansancio anidaba en un punto de su pecho. Era propio de su segunda naturaleza, la de una mujer de 35 años, abrumada por 15 años en el poder y sorprendida de su propia insólita historia. Porque, a pesar de su falsa barba y de sus cetros propios de faraón, ella era una mujer y como tal se creía imperfecta y secundaria. ¿Qué extraños designios la habían llevado a ocupar un lugar sólo reservado a los hombres?

Sí, es extremadamente inusual que una mujer asuma la función real en el Egipto antiguo. Sobre la persona de Hatshepsut confluyen una serie de circunstancias que hacen posible esa anómala situación, dice José Ramón Pérez Accino, un español profesor de Egiptología en el Birkbeck College de la Universidad de Londres...

El hecho era tan extraño en aquella civilización, que son pocos los casos que se conocen. Entre ellos, los de Nitocris, Sobeknefrure y Cleopatra. De la reina Nitocris no existen rastros arqueológicos, aunque sí figura en la lista de monarcas del Imperio Antiguo. Hay referencias de los historiadores Manetho y Herodoto a su "cutis claro y sus sonrosadas mejillas", y leyendas que la identifican con Rodophis, una cortesana que vivió el cuento de Cenicienta cuando un ave robó su sandalia mientras se estaba bañando y la dejó caer en el regazo rey de Menfis, que buscó hasta encontrar a la poseedora del delicado pie que había calzado la zapatilla. Pero también se la relacionó con una malvada Rhodophis, cuyo espíritu ronda desnudo la pirámide de Gizeh, llevando a la perdición a quien se prenda de su belleza. Si tuviera el carácter de la pérfida, puede que fuera cierta la legendaria venganza de Nitocris por la muerte de su marido. Herodoto contaba que sentó a la mesa a los asesinos y mandó inundar la sala donde se disponían a deleitar un banquete. Luego Nitocris suicidó arrojándose a brasas dientes. Las mujeres reinaron sólo en épocas de crisis

Tanto Nitocris como Sobeknefrure y Cleopatra, ocuparon el poder en Egipto en épocas de crisis y las dos primeras duraron muy poco tiempo (dos y cuatro años respectivamente).

Por otro lado Sobeknefrure, que no se sabe si era hermana o esposa de Amenemhat IV, parece haber sido una monarca discreta y prudente y nunca se colgó la barba de faraón.

Hatshepsut era distinta y, al rememorar su vida aquel primer día de la Fiesta de Jubileo, no podía menos que maravillarse de su propia biografía. Uno de sus recuerdos más vívidos era aquel día en Karnak que, con nueve años y acompañada de su madre Ahmes, del visir Ineni y de los hermanos que nunca llegaron a crecer, vieron llegar a su padre, que volvía victorioso después de un año de guerra. Uno de los jefes del ejército, el almirante Ahmose, describió el paseo del faraón en barco por el Nilo, con el cuerpo del vil príncipe nubio enemigo colgado boca a abajo, atravesado el pecho por una flecha disparada por él mismo.

Tras aquella demostración del poder y el valor de Tutmosis I, la bondadosa nodriza Inet, una auténtica madre para Hatshepsut, se llevó a todos los jovencitos de cabeza rapada a la escuela del templo de Amón, donde los sacerdotes los educaban, junto a otros niños de la corte. Allí, Hatshepsut copiaba y memorizaba doctrinas y era instruida en el culto religioso, lo que completaba las enseñanzas de protocolo, administración y buenos modales seguramente impartidas por su madre Ahmes. Hatshepsut se había enfrentado a la realidad desde niña. A sus 12 años ya habían muerto sus dos hermanos menores y el mayor y heredero del trono. Ella era la única hija viva de Tutmosis I y Ahmes y tenía la desgracia de haber nacido mujer. Por eso, Tutmosis nombró como heredero a un hermanastro de Hatshepsut, el hijo que había tenido con la concubina probablemente de sangre real Mutnofret, y se lo dio a ella por esposo. Debía reinar con el nombre de Tutmosis II y a Hatshepsut le quedaban los títulos de Hija del Rey, Hermana del Rey, Esposa del Rey y Gran Esposa del Rey. "En Egipto no existía el concepto de reina, sino el de gran esposa real, que convivía con el faraón junto a otras esposas reales que no son grandes, y a las que en ocasiones se las llama concubinas"

Coronan rey a su hermanastro Tutmosis II

Los títulos que recibía la adolescente Hatshepsut coincidían con el significado de su nombre: "la más noble de las damas". Y si son realmente biográficos los relieves del templo de Deir-el Bahari que ella mandó después construir, había acudido con su padre -¿como una aprendiza?- a algunos ritos religiosos que se desarrollaban en los templos desperdigados por el Nilo.

La muerte de Tutmosis I hacia el 1483 a. de C. fue el único hecho desgraciado de aquella época. Tutmosis II fue coronado inmediatamente y recibió los nombres de "el Horus Viviente, el Dios Bueno, el Hijo de Ra, el Gran Dios, el Señor del Horizonte, el Rey del Alto y del Bajo Egipto". No todos estaban conformes, las sublevaciones nubias en el sur del país habían sido e iban a ser constantes. El faraón envió sus tropas a reprimir las ansias independentistas, pero, al contrario de su padre, no se puso al frente de ellas. ¿Se lo impidió tal vez una precaria salud? ¿Qué circunstancia impulsaba a Tutmosis II a no actuar como sus predecesores y sucesores?

En esta época, Hatshepsut "parece que fue una mujer de comportamiento modesto y totalmente convencional, aceptó los títulos y dejó que la retrataran prestando el debido apoyo propio de una esposa a su maridó", escribe Joyce Tuldesley en su libro Hijas de Isis. Mientras la figura de Tutmosis II quedaba muy desdibujada, su esposa, fértil como las tierras que baña el Nilo, cumplió pronto su principal obligación de tener hijos. Sólo había un problema: que los dos retoños que nacieron también eran mujeres, Neferure y MeritraHatshepsut. De nuevo el sexo femenino aparecía como una maldición en su vida y no puso objeción a que Tutmosis II nombrara su heredero a un pequeñísimo infante también llamado Tutmosis, que era hijo suyo con la concubina Isis. Pero nada sucedió como estaba previsto porque había alguien muy especial en aquella familia: ella.

Al final del segundo año, Hatshepsut empezó a acaparar poder. Ineni lo contó así: "Tutmosís II se dirigió al cielo y se unió con los dioses. Su hijo se erigió en su lugar como rey del Doble País.

Reinó sobre el trono de quien lo engendró. Su hermana, la Esposa Divina Hatshepsut, dirigía los asuntos del país de acuerdo con su propia voluntad".

"Su toma del poder fue tanto un acto de ambición personal como un mecanismo de defensa dinástica.

Para Hatshepsut, ella era el único rey auténtico por derecho de sangre, descendiente directa de Amón. Tutmosis III, en cambio, era sólo un bastardo, a quien la ley sólo podía hacer rey secundario."

El país caía rendido a los pies de alguien que no ocultaba su sexo, pero que se hacía retratar con ropas de hombre y barba de faraón. Y para que todos supieran quién era, adoptó el nombre real de Maatkare. El maat significaba para los egipcios la idea de la estabilidad, la justicia y la verdad. El faraón era precisamente el encargado de velar para que el desorden, en permanente acecho, no destruyera el maat. El faraón, un auténtico dios en la tierra que poseía los principios masculino y femenino en sí mismo, no podía ser otra cosa que un hombre, aunque ninguna ley escrita lo dijera.

Fue excepcional el hecho de que Hatshepsut se auto titulara Maatkare y de que escribiera: "Soy en verdad su hija -la del dios padre Amón-, que le sirve y conoce lo que él ordena". "Las razones hay que buscarlas en el hecho de que Tutmosis I es el iniciador de una nueva tradición dinástica que su hija se ve obligada a continuar tras su muerte y la de su medio hermano y marido. El hecho de que ella desempeñara el cargo sacerdotal de esposa del dios, depositaria de cierta legitimidad religiosa es fundamental.

Algunos de sus coetáneos la odiaban tachándola de ambiciosa, pero también obtuvo apoyos; los sacerdotes del templo le agradecieron que elevara a Amón sobre otros dioses, y en la corte, su incondicional Hapuseneb relevó al anciano INEN. De todos los que la rodeaban, hubo alguien especial. Se llamaba Senenmut y, a pesar de no ser aristócrata, llegó a Superintendente de los Aposentos Privados, Jefe de los Trabajos Reales, Administrador de la Reina, Padre de la Hija Real Neferure y una docena de cargos más.

Senenmut pudo ser su amante

¿Fue de verdad el compañero en la vida real de una mujer que estaba desposada con dios? Nunca lo sabremos porque habría sido necesario entrar en su alcoba, pero es bastante probable que el favorito fuera su amante. Hatshepsut debía guardar oculta su naturaleza humana, pero Senenmut no era tan discreto, se responsabilizó de la construcción de los monumentos más importantes de Tebas aunque no era arquitecto, fue el tutor de su hija mayor Neferure, se edificó una tumba junto a la de Hatshepsut y tuvo la "osada decisión de decorar el techo con motivos astronómicos, aunque sólo los reyes tenían el derecho de usar la iconografía astral", escribe Begoña del Casal en su libro Hatshepsut, la primogénita del dios Amón.

La situación durante la Fiesta de Jubileo no dejaba de ser chocante. Mientras ella se vestía para ser Confirmada como faraona, tenía presente que el joven Tutmosis III, su sobrino e hijastro, también era el faraón. Y existía una joven, su hija Neferure, que además de prometida de Tutmosis III, podría heredar el trono de ella. Los que tildaban de ambiciosa a Hatshepsut decían que Tutmosis III odiaba a su tía regente. Sin embargo, podría haberla relevado de su puesto cuando ya tenía la edad suficiente para gobernar solo y no lo hizo. "Mi opinión es que Tutmosis III no la vio como rival -dice esto sucedió 20 años más tarde. Y además de huellas arquitectónicas indelebles Hatshepsut dejó a las civilizaciones posteriores la idea de que no hay nada imposible, ya que una mujer, hace 3.500 años, pudo llegar a ser dios.