jueves, junio 23, 2022

Perlas de Sabiduría

Shawn Carman

Ella pasó sus manos con delicadeza por la superficie fría, lisa de la perla, deleitándose con la sensación de la superficie contra su piel. Le recordaba al primer kimono de auténtica seda que Tadaji-sama le había dado de niña. Estaba hecho de la mejor seda gaijin; no de la que el Unicornio usaba para comerciar con otros clanes, sino de la que reservaba solo para regalos a la familia Imperial y para uso propio. Era una sensación que le encantaba. A menudo llevaba túnicas hechas del mismo material para los rituales que llevaba a cabo en privado. No podía llevarlas en público, por supuesto. El escándalo no terminaría nunca. Incluso sus amigos Unicornio, de mente más abierta, las considerarían impropias. Se preguntó un segundo que pensaría el guapo y joven general, Moto Chen, de ellas.

"Akasha," siseó su maestro, entrecerrando sus ojos amarillos irritado. "¡Tu mente vaga de nuevo! Recuerda porque estás aquí."

"Sí, Ghedai," se disculpó Akasha. "Me concentraré."

"Muy bien, muy bien," replicó Ghedai. Con un movimiento de su mano vacía, creó una esfera blanca perfecta entre sus dos largos dedos; la perla era casi del tamaño de un huevo de gorrión. "Esta perla en concreto es la perla de visión. ¿Recuerdas la última vez que estuviste aquí, con Ta-da-ji? ¿Recuerdas el pendiente que admirabas?"

"Sí, por supuesto," dijo Akasha. "El de Jade."

"Excelente." Ghedai asintió solemne. "Concéntrate en él. Recuerda sentirlo en tu mano. Recuerda el destello del jade a la luz. Mantén esos pensamientos y sensaciones en tu mente y llega a ellos a través de la perla. La perla es el propio mundo, y en ella puedes encontrarlo todo. Encuentra el amuleto de Ta-da-ji."

Akasha aclaró su mente lo mejor que pudo, concentrándose en el recuerdo del pendiente. Lo recordaba vividamente, en realidad. La talla era excepcional. Akasha apartó ese pensamiento incluso mientras amenazaba con distraerla. Se concentró solo en el pendiente...

Lentamente, Akasha sintió que se elevaba. Podía ver su propio cuerpo bajo ella, aunque de alguna manera no le parecía extraño. Levantó la vista hacia arriba mientras flotaba a través del techo del templo al cielo abierto sobre la ciudad. Los edificios de piedra eran elegantes incluso desde aquel inusual punto de vista. Como siempre, podía sentir las mentes dormidas de los Naga en las profundidades de los cavernosos edificios. Era una sensación reconfortante, aunque siempre traía una pequeña cantidad de tristeza. Era casi como si tuviese una familia que jamás conocería. Vio una gran estructura a lo lejos, un imponente palacio lleno de coloridas torres. Shiro Ide, el hogar de su Ide Tadaji, el hombre que había sido como un padre para ella. Podía sentirle dentro del palacio mientras se acercaba.

Una extraña sensación distrajo a Akasha de su meditación. Era casi como... un golpe de algún tipo. Oteó el horizonte, buscando algo que pudiese indicar de donde podría provenir aquello. No había nada. Sin embargo, de alguna manera, podía sentir que venía del sur.

Recordando las lecciones de Ghedai sobre confiar en sus instintos, Akasha se dejó llevar hacia las lejanas montañas del sur. Flotó lentamente al principio, y con más y más velocidad después hasta que estaba recorriendo bosque y llanuras diez veces más rápido que la montura Unicornio más veloz. Podía sentir el frío aire otoñal atravesando su forma etérea, y tembló por la sensación. Pocos instantes más tarde, se encontraba cientos de millas al sur de la ciudad, flotando sobre una región de las Montañas del Crepúsculo que no reconocía.

Bajo ella, en un valle recluido, había un pequeño pueblo, que no constaba de más de doce chozas como mucho. Podía ver gente moviéndose por la aldea, pero no eran plebeyos. Cada uno llevaba un arma de algún tipo; algunos llevaban armas de asta mientras que otros llevaban daisho de samurai. Sus rostros y manos estaban cubiertos de gruesos vendajes, que tapaban sus rasgos.

Akasha estaba perpleja. Esta extraña gente no parecía sufrir de ninguna enfermedad o herida que pudiese ver, y no había indicios de que el tiempo fuese tan frío como para llevar tales harapos. ¿Qué les haría vestirse de forma tan extraña? ¿Quiénes eran esta gente?

"Son los Intactos," llegó la voz de Ghedai. El Jakla apareció a su lado, bajando la vista hacia el poblado con una rara expresión de remordimiento. "Son los hijos de una hermandad ronin que sirvió a los Ashlim durante las Guerras de Clanes hace muchos años. Con los Ashlim devueltos al Gran Sueño, buscan mi ayuda de vez en cuando. Se llaman los Intactos."

"Siento una... atracción hacia este sitio," dijo Akasha.

"Como debe ser," replicó Ghedai. "Cuando me visitó el último Intacto, le di el pendiente de Tadaji a Mariko, su líder." Ghedai miró a Akasha, su inexpresiva cara estaba compensada por la diversión. "He notado que primero te dirigiste a Shiro Ide; no sabías que Tadaji me dio ese colgante, e incluso sin un ancla fuiste capaz de encontrar tu hogar adoptivo. Tu amor por tu familia Unicornio debe ser fuerte."

"Me han dado mucho, al igual que vos, sensei." Akasha junto sus manos ante su frente y se inclinó hasta la cintura.

Ghedai asintió aprobando.

Akasha se deslizó lentamente hacia el suelo, deseosa de inspeccionar más de cerca de estos misteriosos ronin. Flotó cerca de uno de ellos para examinarle cuidadosamente, y entonces se retiró sorprendida. Podía ver, o sentir al menos, algún tipo de energía en el alma del hombre. Era como una pequeña tormenta, oscuridad y rayo que se destrozaban el uno al otro para reconstruirse y continuar. Akasha no había visto nada parecido jamás.

"Sí," dijo Ghedai, con una evidente aprobación en su voz. "Eres más perceptiva de lo que creía. Tus lecciones progresan bien." Hubo una pausa, y Akasha pensó que quizás Ghedai estaba pensando lo siguiente que decir. "Los Intactos originales eran una hermandad de ronin tocados por la Atrocidad - lo que los humanos llaman la Mancha - durante el Invierno de los Veinte Trasgos," prosiguió al fin. "Mientras escapaban de las Tierras Sombrías, se toparon con uno de los primeros grupos de Naga que despertaron del Primer Sueño. Los Ashlm vieron en ellos una nobleza de la que los otros humanos carecían, una hermandad muy parecida a la de nuestro propio Akasha, Akasha." Ghedai se rió un poco de su puya. "Los Ashlim llevaron a cabo un poderoso ritual que les dio a estos humanos la habilidad de curar su corrupción, pero con un gran riesgo. Pueden purgar la Atrocidad de sí mismos destruyendo criaturas de la Atrocidad, pero deben hacerlo en menos de una vuelta del Ojo Brillante." "¿Qué pasa si no lo hacen?" preguntó Akasha.

"Mueren," dijo Ghedai.

"¿Un año?" preguntó Akasha, "pero la historia que cuentas comenzó hace muchos años. ¿Cómo han vivido tanto estos Intactos?"

"Aquellos que consiguen purgar su Mancha a menudo permanecen en la hermandad para ayudar a sus hermanos, y la puerta siempre está abierta para cualquiera que busque redención. Para muchos, los intactos son la única familia que jamás han conocido. Están unidos por el destino, y por el odio mutuo a la oscuridad. Como dije, se parecen mucho al Akasha. Nosotros los Naga del castillo Jakla los llamamos a menudo. Los Intactos realizan cualquier tarea a cambio de los rituales para que sus hijos Manchados tengan la misma oportunidad de sobrevivir que ellos recibieron. Han sido bastante útiles en el pasado. Espero que también sean útiles en el futuro, si sobreviven."

Akasha sintió una oleada de horror ante la calculada valoración de Ghedai sobre los ronin. Intentó librarse del sentimiento rápidamente, pero no antes de que se formase una cínica sonrisa en el rostro de su maestro.

"¿Crees que soy frío, que no me importan?" preguntó Ghedai con una carcajada corta. "Quizás estés en lo cierto. Los años me han vuelto huraño. Aunque las almas de mis hermanos están lejos, el mundo no es el mismo que era cuando recorrimos juntos en mundo." Akasha sintió una profunda tristeza que irradiaba su maestro. "No puedes saber como ha sido, Akasha. Después de todo, eres humana."

"También soy Naga," replicó ella, con un tono lleno de simpatía, "y estoy aquí."

"Sí," asintió Ghedai. "Por ello estoy complacido. Pero no has venido aquí a consolar a un viejo Jakla melodramático. Has venido a aprender de los Intactos." "Akasha asintió. "Hay muchos," dijo ella. "¿Como pueden encontrar suficientes enemigos para limpiarse a tiempo?"

"No todos lo que se unen pasan por el ritual enseguida," explicó Ghedai. "Aquellos menos corruptos sencillamente esperan, y ayudan a aquellos que están siendo purificados. Con el tiempo, o bien llegan a la redención, o mueren. Durante algún tiempo, esto fue difícil. Las Tierras Sombrías eran un lugar tranquilo. Algunos Intactos tuvieron dificultades para encontrar suficiente Atrocidad para quemar su corrupción. Una vez, uno de ellos me pidió que hiciese el ritual a una niña de tres años, una joven con la Mancha."

"¿Una niña?" preguntó Akasha. "Dijiste que los Intactos deben matar la Atrocidad para limpiarse.

Ghedai asintió. "El hombre dirigió una atrevida incursión en las Tierras Sombrías, capturando a varios trasgos y trayéndolos con vida. Incluso un niño puede matar a un trasgo indefenso con un padre amante que guíe su mano. Aun así, no fue suficiente. Sabiendo que jamás purificaría su propia Mancha el padre guió la mano de su hija a su propia garganta, usando su propia Mancha para limpiarla."

"Es horrible," dijo Akasha.

"Es sacrificio," replicó Ghedai. "La chica vivió, fuerte y pura. Creció para convertirse en Mariko, y ahora dirige a los Intactos. Los Intactos conocen el sentido del sacrificio; permitir un daño menor para un bien mayor. Es una lección que los Jakla debemos aprender."

"¿Qué será de los Intactos ahora que la Horda ha empezado a atacar Rokugan de nuevo?" preguntó Akasha. "¿Serán capaces de encontrar enemigos para limpiarse?"

Ghedai se encogió de hombros. "Supongo que ya veremos. No es problema mío. Volvamos, Akasha. Ya has visto bastante."

Akasha se dejó alzar de nuevo en el aire, volviendo su atención en la dirección en la que había venido. No quería ver aquel grotesco espectáculo más. Lo único peor que la tragedia de aquella pobre gente era la falta de interés de Ghedai por su destino final. La tierra bajo ella se volvió un borrón mientras cruzaba los cielos hacia las profundidades de Shinomen Mori. Todo parecía fundirse en uno mientras aumentaba su velocidad hasta quedarse de nuevo sentada en el templo Naga donde había comenzado. Sus ojos se abrieron mientras buscaba aliento violentamente. Se sentía como si no hubiese respirado en todo el viaje, y estaba un poco mareada de la experiencia. Desorientada, casi dejó caer la perla de valor incalculable que aun tenía entre sus palmas."

"¿Akasha?" dijo Ghedai. "No tienes buen aspecto."

"No, sensei," contestó apresuradamente. "Es solo que... la sensación es muy rara.

Nunca había sentido nada parecido."

"Se te pasarán las nauseas." Parecía que el Cobra se tranquilizaba. "Tienes un don natural para la senda de los Jakla, y tu sabiduría es grande. Es fácil olvidarme de que aun te queda mucho por aprender. Quizás deberíamos seguir mañana con tus lecciones."

"Sí, sensei. Gracias, sensei." Aun temblando por la experiencia, la joven samuraiko Unicornio se levantó y dejó la habitación con rapidez.

Normalmente, Akasha no tenía dificultades para descansar a gusto en la ciudad de los Naga. Era muy diferente a su hogar en las tierras Unicornio, pero parecía de alguna manera familiar, cómodo. Esta noche, sin embargo, no podía descansar. Se agitaba mientras dormía, sus sueños estaban plagados de imágenes de vendas ensangrentadas y de cuerpos de niños ennegrecidos.

Soñó que era perseguida por un niño gigantesco, vendado, que exhumaba lágrimas de sangre. En medio del horror, todo se volvió negro. Por el más breve instante, Akasha creyó que oía a alguien llamarla por su nombre. Luchó desesperadamente por despertarse, pero se encontró con que no podía.

"Akasha," le llegó de nuevo el susurro, y esta vez estaba segura de que no era un sueño.

"¿Quién está ahí?" gritó al vacío en sus sueños. El sonido de su voz hizo ecos en la oscuridad.

"No tengas miedo," respondió la voz. "No quiero hacerte daño. Vengo a traerte una advertencia."

Akasha vio la verdad en sus palabras, pero no lo demostró. "No quiero charlar con voces misteriosas en sueños. Si quieres hablar conmigo, muéstrate."

Tan pronto como murió el eco de sus palabras Akasha se encontró en otro lugar. Era muy oscuro, pero aun así podía ver. Había unas enormes llanuras de lo que parecían ostras desplegados ante ella, así como extrañas plantas que se mecían en la brisa. Ocasionalmente, algo pasaba junto a ella como una pájaro al vuelo. Akasha nunca había estado aquí, nunca había estado en un sitio así, pero de alguna manera le era familiar.

"Los bancos de perla de los Naga," susurró.

"Sí," le llegó una voz tras ella. Akasha se giró de repente, con miedo de lo que pudiese encontrar. Había oído relatos de las llamadas 'Pesadillas de los Clanes' y se preguntó si los Naga durmientes habrían creado su propia pesadilla. Pero lo que estaba ante ella no era una pesadilla.

Era un Naga masculino, pero su piel era pálida, descolorida de alguna manera.

Parecía que estaba consumiéndose. Su expresión debía traicionar su sorpresa, porque el Naga sonrió débilmente y negó con la cabeza. "Tenía mejor aspecto en mis tiempo, joven humana."

"¿Quién eres?" respiró lentamente.

El Naga estiró toda su longitud. Juntó sus manos ante su frente y se inclinó hasta la cintura, aunque sus hombros temblaban visiblemente. "Soy el Shasyahkar," dijo.

"¿Qué te ha pasado?" preguntó ella.

"Me muero," dijo él.

Akasha consideró sus palabras cuidadosamente. Buscó entre sus sentimientos algo familiar a este Shasyahkar, pero no encontró nada. Los pocos Naga que se había encontrado le habían sido familiares, como si los conociese de antes. Este... no le decía nada. La sensación era rara. "No puedo sentirte por el Akasha," dijo ella al fin.

"No," replicó él. "He renunciado a mi lugar en el gran Akasha. Espero que regrese al Akasha cuando muera. Supongo que pronto lo averiguare." Sonrió débilmente. "¿Separado del Akasha?" preguntó ella, incrédula. "¿cómo es posible?"

"Por propia elección," dijo Shasyahkar con tristeza. "Cuando vi a los otros entrar en el Gran Sueño, aprendí mucho del Akasha y de los lazos que tenemos con él. Después de que empezase el Nuevo Sueño, vine aquí," hizo un gesto hacia las llanuras que les rodeaban. "Aquí se creó la Perla Dorada." Miró fijamente a Akasha. "Aquí naciste. Fui uno de los que ayudó a dar forma a la Perla, Akasha."

Ella miró asombrada al fondo marino, un banco de perlas brillaba con sutiles destellos. Era justo como se lo había imaginado. ¿Realmente tenía ese aspecto? ¿O era solo porque soñaba? No podía estar segura. Akasha se volvió hacia el Shasyahkar, sus palabras temblaban de repente. "¿Estás diciendo que eres mi padre?" preguntó.

Shasyahkar negó con la cabeza. "No hay madres ni padres entre los Naga," replicó. "Solo el Akasha."

"¿Por qué te separaste del Akasha?" preguntó ella.

"No tuve elección," dijo el Jakla. "Era la única forma de esconderme de él." "¿De quién?" preguntó Akasha.

"Del alma oscura consumida por el deseo de poder," dijo él. "De tu sensei, el Ghedai."

"¿Qué?" estalló Akasha, sorprendida de oír hablar de su sensei de esa manera.

Shasyahkar asintió. "Quizás te duela oírlo, pero es cierto," dijo él. "¿Por qué crees que el Jakla se ha preocupado tanto de tu bienestar, mientras que la mayoría de los Naga se contentan con dejarte vivir la vida que has escogido en el Unicornio?"

"¿Qué quiere de mí?" preguntó Akasha.

"Quiere aprender los secretos de la Perla Dorada," dijo Shasyahkar. "Aunque fuiste creada por el Akasha, la Perla Dorada no. Fue el mayor trabajo que jamás crearon los Jakla, una fuente de magia diseñada para darte forma física. Si se recrease, una nueva Perla Dorada daría un poder tremendo a quien la portase. Estudiándote, creo que el Ghedai quiere recrear la Perla Dorada y tenerla para sus propios deseos."

"¿Crees que Ghedai desea usar ese poder para el mal?" preguntó Akasha.

"Dudo que lo crea," dijo el Shasyahkar, "pero he visto la codicia, el deseo puro en su corazón. Probablemente el Ghedai no pretende hacer daño, pero el poder en manos de los impuros solo lleva a la destrucción."

Akasha frunció el ceño. "¿Cómo sabes que Ghedai quiere recrear la Perla?" preguntó.

"Vino a mí varios meses antes, e intentó convencerme para recrear la Perla, dijo el Jakla. "Cuando no lo hice, se enfureció. Me atacó con su magia. Escapé, y corté mi lazo con el Akasha para que no pudiese encontrarme. Cree que he muerto, y pronto estará en lo cierto. Mi única posibilidad era ponerme en contacto contigo. Eres parte de todo lo que es Naga. Aunque ya no puedo tocar el Akasha solo con mi voluntad, mi magia me permite hacerlo temporalmente."

La joven samurai-ko frunció el ceño. Sencillamente, era demasiado de una sola vez. La dejaba sintiéndose confusa e indefensa. No le gustaba la sensación. Era hora de agarrar a su destino. "Dime porque debería confiar en ti," dijo con fuerza. "Si tu causa es justa, te ayudaré como pueda, pero si no lo es, puedes esperar que defienda el honor de mi sensei."

Shasyahkar rió. "Eres tan Rokuganí como Naga," dijo él, "no tengo pruebas que puedas aceptar. Creo que Ghedai demostrará ser un villano, en su momento. Solo he venido a avisarte, y prepararte.

"¿Prepararme?" dijo ella.

"Compartiré contigo los secretos de mi magia de perlas. En manos de Ghedai, este conocimiento sería mortal, y no puedo dejar que lo posea. Ni puedo permitir que se pierda. Si mi legado sirve para protegerte, mejor que mejor."

"¿Quieres enseñarme?"

Shasyahkar asintió. "Pero aun no estás lista. Debes tomar las lecciones que

Ghedai debe enseñarte. Solo entonces el conocimiento que poseo será adecuado para ti. Sin embargo, debes tener cuidado. Es más letal y despiadado de lo que parece."

Akasha no dijo nada durante un largo rato. Miraba a Shasyahkar impasible. Estaba claro que se estaba muriendo. Era obvio por su aspecto y por el cansancio en su voz. No podía sentir sus pensamientos, aunque de alguna manera sentía la verdad en lo que decía. Recordó el tono frío, distante en la voz de Ghedai cuando describió las penurias de los Intactos. No había elección. "Lo haré," dijo en voz baja.

"Que así sea," replicó Shasyahkar, sus ojos amarillos brillaban de esperanza.

"Realmente serás el Legado de los Naga."

Akasha se despertó de golpe en su habitación. Estaba empapada de sudor, y su corazón latía como si llevase toda la noche corriendo. En silencio, se levantó y caminó hacia la puerta de sus cámaras. La dormida y totalmente silenciosa ciudad Naga estaba ante ella. De nuevo, podía sentir el sopor de los Naga en las profundidades de las cámaras bajo la ciudad. Era todo lo que quedaba de ellos en el mundo de los humanos.

"No os fallaré," susurró al frío aire nocturno.