Lic. Daniel Taroppio
El nacimiento de una nueva visión de la naturaleza humana.
Habiendo sido fundada a fines de los años 60, contando con antecedentes aún más antiguos y formando parte de los programas de grado, de post-grado y de los proyectos de investigación de las más importantes universidades del mundo, la Psicología Transpersonal sigue siendo todavía, para muchos psicólogos, objeto de desconocimiento o, en el peor de los casos, de prejuiciosos rechazos.
Por esta razón, puede resultar útil acceder a su estudio mediante un enfoque histórico, que nos permita conocer su origen y significado dentro de la evolución de la Psicología académica.
Abraham Maslow acostumbraba describir la historia de la Psicología como desplegándose a lo largo de cuatro grandes fuerzas o movimientos de pensamiento. Cada uno de éstos aportó elementos fundantes de la Psicología contemporánea y todo modelo psicológico actual debe honrar estas raíces si pretende enriquecer el saber de nuestra ciencia.
Estos cuatro grandes movimientos estuvieron marcados por la aparición, en orden cronológico, de la Psicología Experimental, la Psicología Clínica, la Psicología Humanística y la Psicología Transpersonal, estando integrados, cada uno de estos movimientos, por numerosas escuelas de Psicología y/o Psicoterapia.
La Psicología Experimental
La mayoría de los historiadores de la Psicología coinciden en señalar la fundación del primer laboratorio de Psicología Experimental por parte de Wilhelm Wundt, en Leipzig, como el nacimiento de la Psicología Científica. Otros autores, incluyendo al mismo Wundt, consideran que el verdadero fundador de la Psicología es Gustav Fechner, el creador de la primera ley psicológica. Ambos sentaron las bases para el nacimiento de una Psicología basada en datos empíricos y mensurables. Difícilmente pueda valorarse lo suficiente el aporte de ambos, sobre todo si recordamos que poco tiempo antes, nada menos que Kant había afirmado que la Psicología jamás se convertiría en una ciencia empírica, puesto que su objeto de estudio nunca podría ser cuantificado. Entre las escuelas que conformaron este primer movimiento se destacan la Reflexología de Pavlov en Rusia, el Conductismo de Watson y el Neoconductismo de Skiner en Estados Unidos.
Un paso gigantesco en este proceso histórico estuvo dado por el esfuerzo de introducir a la Psicología en el ámbito de las ciencias de la salud. Es aquí la figura de Sigmund Freud, sin duda alguna, la que se erige como señera de esta evolución. No creo exagerar si sostengo que la psicoterapia, tal como hoy la concebimos, sería inimaginable sin su aporte pionero.
Así como la Psicología experimental permitió a la Psicología desprenderse de la Filosofía y ser reconocida como ciencia autónoma, es el Psicoanálisis el que le permitió liberarse del empirismo estrecho y abrazar el estudio de los estados interiores, convirtiéndose así en una auténtica hermenéutica, aunque quedando, en muchos aspectos, atada a la Medicina (no olvidemos que Freud era neurólogo). Dentro de este movimiento se destaca obviamente la escuela psicoanalítica, con sus variantes freudiana, kleiniana y lacaniana, por nombrar sólo las más tradicionales.
La Psicología Humanística
La estrecha ligazón del Psicoanálisis con el llamado modelo médico hegemónico, así como sus rasgos biologistas y deterministas, comenzó a generar un cierto descontento en diversos autores europeos y americanos, que percibían al pensamiento freudiano como excesivamente patologista, etnocéntrico y patriarcal. Empezó a percibirse entonces la necesidad de una Psicología que no pretendiera exclusivamente asistir a la persona relativamente sana (o neurótica moderada) en función del estudio de la persona enferma (neurótica grave y psicótica) sino, respetando esta vertiente, incluir también el estudio de la persona sana e incluso de las personas sobresalientes, para, desde allí, ayudar a la persona enferma. Este nuevo movimiento hunde sus raíces más profundas en el mismo Psicoanálisis (en autores que fieles a la esencia del espíritu freudiano, van más allá de sus propias estructuras: Rank y sus trabajos pioneros sobre el psiquismo temprano, Reich integrando la corporalidad en la psicoterapia, Jung incorporando la dimensión trascendente, y From, Horney con su planteo culturalista) en el Existencialismo (Binswanger, May) y en el aporte de las autoras feministas y su crítica al “falocentrismo” freudiano.
Comienza a gestarse así el nacimiento del llamado Movimiento del Potencial Humano, siendo la fundación del Esalen Institute de California el hito más importante en su nacimiento. Aún hoy, caminando por los jardines de Esalen o asistiendo a sus cursos, sentimos la presencia viva de aquellos pioneros que nos legaron esta enorme revolución cultural: figuras como las de Maslow, Rogers, Alan Watts, Murphy, Schutz, Bateson, Lowen y Perls, entre otros, generaron este movimiento al sostener que no sólo es insuficiente asistir al paciente ya enfermo, sino que también lo es el mero prevenir la enfermedad, puesto que no hay mejor sistema de salud que una vida plena, creativa y caracterizada por el despliegue de las propias potencialidades. La nueva propuesta consiste entonces en dejar de pensar en términos de enfermedad, ya sea presente o futura, para pasar a concebir la vida en términos de una liberación ilimitada de potenciales bio-psico-sociales.
Dentro de este profuso movimiento se destacan diversas escuelas y autores, tales como la Psicología Humanística propiamente dicha de Maslow; el Existencialismo; la Terapia Gestalt de Perls; la Enfoque Personalista de Rogers; algunos autores sistémicos como el mismo Bateson (que vivió en Esalen hasta sus últimos días); el Análisis Transaccional de Berne y las Terapias Corporales como la Bioenergética de Lowen y sus derivadas, por nombrar sólo unos pocos.
La Psicología Transpersonal
A finales de los sesenta, ocurre un hecho inédito en este proceso histórico y es que los mismos autores que generaron el nacimiento de la Psicología Humanística, comienzan a percibir, en la observación de los individuos y los grupos, que el desarrollo personal suele llegar a un límite, a un techo o quizás sería mejor decir a un abismo, frente al cual no tiene respuestas. Una vez que el individuo ha alcanzado un nivel elevado de desarrollo y crecimiento personal, necesariamente comienzan a aparecer preguntas, dudas y cuestionamientos existenciales que llevan la mirada hacia la trascendencia, hacia los temas últimos. Comienza allí la Psicología a reconocer que a lo largo de casi toda su historia moderna, ha dirigido su mirada a las áreas del hacer, del poder o del tener, soslayando el tema del ser, el significado y la trascendencia, y que en muchas oportunidades ha confundido la ontología con la Religión o, en el peor de los casos, la ha reducido a un epifenómeno o a una patología encubierta.
Mientras Maslow en Estados Unidos intuía las limitaciones del movimiento que él mismo había creado, un psicoanalista checoslovaco, rescatando el trabajo pionero de Otto Rank, se lanzaba a la tarea de cartografiar nuevos espacios del inconsciente, hasta entonces inexplorados por la Psicología. Se trataba del Dr. Stan Grof, quien pocos años después, invitado por el gobierno de los Estados Unidos a dirigir un instituto de investigaciones psiquiátricas en Maryland, termina conociendo a Maslow en el mismo Esalen.
Rescatando los aportes pioneros de Jung, Assagioli y el Existencialismo, ambos, junto al Dr. Anthony Sutich, fundan la Psicología Transpersonal (más allá de la personalidad). A lo largo de los años se van sumando a este nuevo movimiento autores de la altura de Viktor Frankl, Ken Wilber, Daniel Goleman, Joseph Campbell, Huston Smith, Charles Tart, Francis Vaughan, Roger Walsh, Stanley Kripner y muchísimos más. De este modo, la búsqueda del ser, el significado y la experiencia vívida de la trascendencia vuelven a ocupar el lugar histórico que todas las culturas de la humanidad le habían asignado: el estudio empírico de las potencialidades evolutivas de la conciencia humana, tanto en sus aspectos filo como ontogenéticos (en la especie humana y en el individuo).
La inclusión en la Psicología del tema del ser y la trascendencia, muy lejos de convertirse en una mera disquisición filosófica o abstracta, se convierte rápidamente en una cuestión clínica de primer órden, y el estudio de la conciencia ocupa el centro de la escena académica. Surgen así los tres grandes campos de investigación de la Psicología Transpersonal actual: el estudio de los estados no ordinarios de conciencia; el estudio evolutivo de la conciencia y el intento de integración de las escuelas psicológicas anteriores y actuales. Siendo estos tres campos tan sólo las tres caras de una misma realidad única.
Los estados no ordinarios de conciencia
La primera gran observación de los psicólogos transpersonales estuvo centrada en el hecho de que la mera adaptación y aún el éxito en el marco de lo social, no parecían aportar no sólo la dicha, sino tampoco ninguna garantía de estabilidad emocional y salud mental (recordemos, sin ir más lejos, que las más altas tasas de suicidio se dan en los países más desarrollados). Más allá (o más acá) de la satisfacción afectiva, sexual, económica y profesional (lo personal), parecía esconderse siempre un fondo difuso de insatisfacción vinculado a la percepción intuitiva de lo que he denominado el “síndrome de desarraigo cósmico”. Los psicólogos contemporáneos consideramos una verdad irrefutable que la enseñanza inadecuada del uso del retrete o la insatisfacción sexual son generadores de neurosis (y por cierto que pueden serlo). Sin embargo, nos resulta difícil aceptar que el hecho de que una persona se perciba a sí misma como un paréntesis entre la nada y la nada, perdida en un cosmos al que no le encuentra sentido alguno, arrojada al mundo sin conciencia de su origen ni de su destino y condenada al más crudo absurdo, pueda generar graves trastornos psicológicos.
Sin desestimar la importancia de las causas biográficas de nuestras enfermedades (básicamente el desarrollo psicosexual), ¿podemos comparar el peso de esta etiología con la abrumadora angustia que producen el desconocimiento de nuestros orígenes, la infinitud del cosmos, la muerte inexorable y el absurdo?
Todas las culturas de la humanidad, en todos los tiempos y rincones del planeta, han percibido esta oscura sensación de orfandad (que ha sido asociada a la aparición evolutiva, de la misma cultura, de los homínidos, del neocórtex, del lenguaje, de la civilización, etc.) y han procurado brindar a sus miembros una respuesta; siendo nuestra cultura tecnocrática la primera en la historia que, por el contrario, ha procurado reprimir la pregunta misma.
Por un lado, las culturas han ofrecido sistemas de creencias, mitos y/o dogmas que procuraban aplacar esta “inseguridad ontológica generadora de angustia”.
Pero desde la Ilustración hasta nuestros días, el hombre y la mujer modernos, y más aún los post-modernos, no encuentran ya satisfacción en estas modalidades.
Por otro lado, afortunadamente, todas las culturas han aportado también herramientas y métodos empíricos para sanar esta escisión. Desde este enfoque, se destaca un hecho de enorme significación, y es que la percepción del sí mismo como una entidad abstracta y disociada del cosmos suele estar anclada a los estados ordinarios de conciencia, es decir, nuestro estado habitual de vigilia, dentro de las coordenadas de tiempo y espacio euclidiano-nwetonianos.
Precisamente, las herramientas y métodos empíricos aportados por tantas culturas, tenían como meta el acceso a estados no ordinarios de conciencia que, en muchos casos, brindaban experiencias vívidas, empíricas y verificables de estados ampliados de conciencia, dentro de los cuales, la orfandad cósmica transmutaba en una profunda experiencia de integración y pertenencia indisoluble a lo que Wilber denomina el Kosmos.
Durante muchos años, el materialismo organicista pretendió reducir estas experiencias a meros estados alucinatorios frutos de la sugestión, la histeria o la intoxicación cerebral. Hoy contamos con una cantidad abrumadora de evidencias antropológicas y arqueológicas que nos demuestran que, muy llamativamente, estos supuestos estados delirantes y/o alucinatorios, fueron las raíces de complejos sistemas filosóficos cuya estructura es en una infinidad de casos increíblemente similar. Teniendo en cuenta que se produjeron en las más diversas épocas históricas y en los más remotos puntos del planeta, sus similitudes y equivalencias son, cuanto menos, dignas de un estudio mucho más serio y menos reduccionista.
Dado que estos estados de conciencia expandida pueden reproducirse por medios sumamente simples y naturales y sin necesidad de recurrir a tóxicos ni a prácticas esotéricas, la Psicología Transpersonal los ha puesto en el centro de su atención como una extraordinaria fuente de sanación y transformación personal, que se están utilizando ya, no sólo en psicoterapia, sino también, por sólo dar un ejemplo, en el tratamiento de pacientes con patologías orgánicas graves. Entre las técnicas utilizadas para tal efecto se cuentan la Respiración Holotrópica, la audición de música de trance, la Danza Primal, la hipnosis, la visualización creativa, la meditación y muchísimas técnicas que sería muy extenso explicar y aún enumerar aquí. Entre los pioneros de esta rama debo destacar nuevamente a mi maestro, el psiquiatra checoslovaco Dr. Stan Grof.
Las posibilidades evolutivas de la conciencia humana.
El estudio de los estados no ordinarios de conciencia llevó poco a poco al convencimiento de que la conciencia humana no constituye un fenómeno estático sino un proceso evolutivo en permanente transformación, y que la conciencia ordinaria de vigilia, no es más que una modalidad entre muchas otras y característica de un estadio entre muchos otros.
La Psicología Transpersonal se convirtió entonces en una auténtica Psicología Evolutiva. Integrando los aportes de la psicología clínica freudiana y neofreudiana, el cognitivismo piagetiano y neopiagetiano, la Psicología Existencial y Humanística, la Sociología y los modelos de la conciencia de las antiguas tradiciones de sabiduría de la humanidad, se fueron construyendo mapas de la evolución de la conciencia, tanto en la historia del individuo como de la especie, que hoy nos ofrecen extraordinarias posibilidades para la comprensión de los procesos psicológicos y sociales, tanto en la salud como en la patología.
La figura más destacada dentro de esta rama de la Psicología Transpersonal es sin duda la de Ken Wilber, el escritor académico cuyas obras más se han traducido en toda la historia de los Estados Unidos, quien hace tiempo viene siendo considerado el pensador más integral y profundo de la actualidad y cuyas obras han sido comparadas, en trascendencia, a las de Hegel y Heidegger. El mismo Wilber, junto a otros importantes pensadores, ha fundado el Instituto de Ciencia Integral, un espacio internacional e interdisciplinario en el que muchos trabajadores de la ciencia, la educación y la salud estamos realizando aportes para la construcción de una visión profundamente integral de la persona humana, la medicina, la psicología, la política, las empresas y la educación.
El intento de integración de las Escuela Psicológicas
En tanto Psicología Evolutiva, la Psicología Transpersonal ha demostrado con una enorme cantidad de pruebas y con marcos teóricos sólidos y sofisticados que el consuetudinario enfrentamiento entre las diversas escuelas de Psicología, no es más que el fruto de una visión muy parcializada y estrecha del fenómeno de la conciencia.
El “Espectro de la Conciencia” desarrollado por Wilber y enriquecido por muchos otros autores, ha servido para demostrar que todas las escuelas de Psicología están en lo cierto en determinados planos del gran fenómeno de la conciencia humana y que, por lo tanto, la discusión no debería pasar ya por cuál escuela tiene razón y cuál está equivocada, sino por cuál estadio de la evolución de la conciencia, con sus correspondientes manifestaciones saludables y sus patologías, es el que cada escuela ha estudiado y comprendido con mayor claridad.
Siguiendo este modelo integrador de enorme poder explicativo y terapéutico, la Psicología Transpersonal afirma que todo ser humano encarna por naturaleza un proyecto trascendente, como ya lo demostró acabadamente Heidegger. Puede este proyecto adquirir un aspecto existencial, religioso o espiritual, esto no es lo más importante; lo esencial es que de un modo u otro existe incondicionalmente en todo individuo. La Psicología Transpersonal procura entonces brindar respuesta a este llamado a la completud que late en nuestros corazones, brindando modelos de psicoterapia y crecimiento personal que incluyen y respetan todas las manifestaciones y potencialidades humanas.
Siendo el último gran movimiento de pensamiento fundado en la psicología académica, su vocación de sintetizar y honrar todas las escuelas anteriores, lo lleva permanentemente a sumar e integrar en lugar de criticar livianamente, dividir y restar. Mientras muchos psicólogos siguen parapetados en la trinchera de su escuela, lanzando críticas irresponsables a teorías, métodos y técnicas que por lo general no conocen con profundidad, pues nunca los han estudiado ni practicado, la Psicología Transpersonal sintetiza, entre muchas otras disciplinas, la profunda mirada clínica y dinámica del Psicoanálisis; el trabajo corporal de Reich y la Bioenergética o el modelo experiencial de la Gestalt, a los cuales integra y enriquece con una visión ampliada de la conciencia y el inconsciente humanos y con una enorme cantidad de métodos y técnicas de autoconocimiento, sanación y trascendencia.
Es decir entonces que la Psicología Transpersonal no constituye una mera suma de lo anterior sino un nuevo modelo de la mente humana que integra y trasciende las grandes escuelas del pasado, aportando, a través de estudios en todo el mundo, una dimensión absolutamente nueva y de alcances incalculables para el desarrollo humano.
Para terminar, es indispensable realizar algunas aclaraciones acerca de la difusión masiva, no científica y no académica de la Psicología Transpersonal. Dada la profundidad de su objeto de estudio y la enorme atracción que este tema despierta en la población, algunas personas inescrupulosas, irresponsables y sin ninguna formación sistemática en Psicología Transpersonal, suelen arrogarse el pseudo título de Transpersonales (y hasta de Psicólogos), vinculando a esta disciplina con todo tipo de mancias y prácticas esotéricas pseudocientíficas. De esta manera, el esfuerzo de la Psicología Transpersonal por incorporar en la discusión científica los fenómenos transracionales (más allá de la razón estrecha) es confundido con la intención de reivindicar los modelos irracionales y pre personales, que nada tienen que ver con la expansión de la razón.
Por otra parte, estos mismos personajes, son los que han llevado a ciertos sectores de la opinión pública a confundir la Psicología Transpersonal con la Religión, lo cual constituye un despropósito. Un verdadero Psicólogo transpersonal no realiza ningún tipo de actividad “evangelizadora”. Sus creencias personales pertenecen a su vida privada y no tiene porqué mezclarlas con su trabajo. Mientras el sacerdote tiene la obligación de brindar respuestas desde su sistema de creencias, el psicólogo tiene la obligación de no brindar respuestas y simplemente acompañar a su paciente en sus preguntas. Su objetivo no es la conversión sino la sanación. Para decirlo con una metáfora muy ilustrativa, un psicólogo transpersonal que procura convencer a sus pacientes de sus creencias equivale a un psicólogo social que busca afiliar a sus pacientes a su propio partido o a un sexólogo que se ofrece para servicios sexuales, es decir, estamos hablando de graves faltas a la ética, que son responsabilidad exclusiva de cada profesional y no de los principios científicos de cada escuela.
Hechas estas aclaraciones, podemos concluir diciendo que la Psicología Transpersonal, abrazando lo más depurado de la ciencia contemporánea y las profundas intuiciones de las grandes tradiciones de sabiduría de la humanidad, está trabajando intensamente para sanar la antigua herida de nuestra cultura, producida por la lucha insensata entre los fundamentalismos pseudo religiosos y pseudocientíficos, y se está convirtiendo poco a poco en una de las grandes fuentes de esperanza para la sanación y desarrollo de nuestra civilización.