Algunos años antes de la era cristiana, los Iniciados ya no constituían comunidades numerosas, excepto en la India; pero todas las sectas, desde los esenios hasta los neoplatónicos, por efímera que fuese su existencia, siguieron las mismas doctrinas fundamentales, aunque se diferenciasen en la forma externa. Esta identidad substancial de la doctrina constituye lo que llamamos la Religión de la Sabiduría, mucho más antigua aun que la filosofía de Siddhârtha Sakya.
Según Filón y Josefo, Jesús, después de pasar la mocedad en los monasterios del desierto y de haber sido Iniciado en los Misterios, prefirió la vida independiente de la predicación, convirtiéndose en terapeuta errante.
Si atendemos al espíritu de los Evangelios, resultará que Jesús profesaba la doctrina de la reencarnación, como los esenios, que la habían aprendido de los pitagóricos, pues según afirma Jámblico, Pitágoras residió algún tiempo con los esenios en el monte Carmelo. En sus pláticas y sermones solía hablar Jesús en parábolas y metáforas, según costumbre de los esenios y nazarenos, sin que jamás se tuviera noticia de que así lo hicieran los galileos, pues éstos se admiraban de oír a su compatriota expresarse de aquel modo, y le decían: ¿Por qué les hablas en parábolas? (San Mateo, XIII, 10); y Él les respondía como verdadero Iniciado: Porque a vosotros os es dado saber los Misterios del Reino de los Cielos; mas a ellos no les es dado. Por eso les hablo en parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden (San Mateo, XIII, 11 y 13).
Como Pitágoras y otros hierofantes reformadores, Jesús dividió sus enseñanzas en esotéricas y exotéricas, y según costumbre de los esenios, jamás se sentó a la mesa sin que precediera la acción de gracias. También clasificó a sus discípulos en neófitos, hermanos y perfectos, aunque su magisterio público no duró lo bastante para formar escuela...
Según el evangelio de Nicodemus, los judíos acusaron de mago a Jesús ante Pilatos diciendo: ¿No te hemos dicho que era mago? Celso alude a la misma acusación, y como neoplatónico cree en ella (Orígenes, Contra Celso, II). El rabino Iochan refiere que a Jesús le era tan fácil volar por los aires como al común de las gentes andar por el suelo (Magia, 51). San Agustín asegura que, en opinión general de los contemporáneos, Jesús había sido iniciado en Egipto y escribió tratados de magia que legó a Juan (Orígenes, II), existiendo incluso una obra titulada Magia Jesu Christi, atribuida a Jesús. En las Clementinae Recognitionis se acusa a Jesús de haber realizado milagros no como profeta judío, sino como mago pagano (I,58).
Una de las pruebas más valiosas de que a Jesús le tuvieron por mago sus coetáneos nos la ofrece el sarcófago del Museo Gregoriano, cuyos bajorrelieves representan los milagros de Jesús, y entre ellos el de la resurrección de Lázaro, donde figura Jesús con el rostro lampiño y una varita en la mano, mientras que el cuerpo de Lázaro está vendado como las momias egipcias.
Las dudas y perplejidades religiosas proceden de la falta de datos positivamente personales, pues mientras predominó en la nueva religión el elemento judío no hubo imagen alguna de Jesús, por el horror que inspiraba toda representación plástica, según enseñaron los caldeos.
En los días de Tertuliano, la única efigie válida de Jesús era una alegoría del Buen Pastor, que, sin embargo, no lo representaba fisionómicamente, pues se reducía a una figura de hombre con cabeza de chacal, como Anubis, y con la rescatada oveja al hombro.
La aristocracia intelectual del paganismo honró a Jesús como un filósofo Adepto de la misma categoría que Pitágoras y Apolonio.
Cuando se mira a Jesús como reformador radical, acérrimo adversario del dogmatismo teológico, desvelador de la hipocresía y promulgador de uno de los más sublimes códigos de moral, es una de las más colosales y mejor definidas figuras de la Historia. |