Jordi Pereyra
Tras el proyecto SETI, llega el proyecto SETA.
Llevamos décadas apuntando radiotelescopios hacia el cielo en busca de señales que pudieran haber sido emitidas por civilizaciones extraterrestres lejanas. Pero, ¿y si existieran vestigios de tecnología alienígena mucho más cerca de lo que habíamos pensado?
El proyecto SETI
Cuando observamos el resto de los cuerpos celestes del sistema solar a través de nuestros telescopios o en las fotografías enviadas por las sondas espaciales, no parece haber ni rastro de vida extraterrestre presente o pasada en ninguno de ellos. Por tanto, parece lógico asumir que, si existen otras formas de vida en nuestra galaxia, deben encontrarse en otros sistemas solares. Y la única manera de encontrar indicios de una civilización inteligente a estas distancias es detectar las transmisiones de radio que pudiera estar enviando al espacio (ya sea de manera intencionada o accidental).
Los primeros proyectos que empezaron a dirigir radiotelescopios hacia el cielo con la esperanza de interceptar alguna de estas señales de radio de origen extraterrestre se agruparon bajo el nombre de SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence). Pero, hasta ahora, no se ha detectado ninguna señal que pueda atribuirse inequívocamente a la obra de una civilización inteligente. Uno de los «falsos positivos» más conocidos que ha propiciado esta búsqueda fue la famosa señal «Wow!», captada por el radiotelescopio Big Ear en 1977. Aunque esta intensa ráfaga de radio tenía características similares a las que cabría esperar en una señal artificial, no se detectó desde ningún otro punto del planeta y no volvió a repetirse, así que su naturaleza exacta nunca se ha podido establecer...
Sin embargo, un nuevo estudio ha propuesto una manera distinta de enfocar la búsqueda de vida extraterrestre: rastrear nuestro sistema solar en busca de objetos que pudieran haber sido dejados aquí en el pasado por civilizaciones alienígenas.
Objetos abandonados
El universo se originó hace unos 13 800 millones de años y la Vía Láctea se formó pocos cientos de millones de años después. Obviando el hecho de que aún no sabemos cuáles son las probabilidades de que surja vida en los planetas que reúnen las condiciones adecuadas, no parece disparatado asumir que podrían haber surgido otras civilizaciones inteligentes en nuestra galaxia miles de millones de años que la nuestra. Y, teniendo en cuenta cuánto ha evolucionado nuestra tecnología en poco más de un siglo, tampoco es descabellado suponer que una civilización con millones de años de historia habría dejado su huella tecnológica en multitud de sistemas solares esparcidos por toda la galaxia.
Teniendo esto en cuenta, el autor del estudio en cuestión ha especulado que una civilización que hubiera pasado por nuestro sistema solar podría haber dejado artilugios en distintos cuerpos celestes y algunos habrían perdurado hasta nuestros días. Por ejemplo, como la Luna no tiene atmósfera, los restos de un aparato extraterrestre se podrían conservar sobre su superficie durante miles de millones de años. Otros posibles «hogares» para una tecnología alienígena serían ciertos asteroides del sistema solar que tienen órbitas muy estables, ya que se podrían construir sobre ellos «faros» espaciales que ayudarían a la civilización a guiarse por la galaxia. Este tipo de artilugios no tendrían por qué seguir activos hoy en día, pero, de haber sido instalados en algún momento, deberíamos ser capaces de encontrarlos. De ahí el acrónimo de este nuevo tipo de búsqueda: SETA, «Search for ExtraTerrestrial Artifacts».
Proyecto SETA
El autor del estudio ha planteado una ecuación con la que estimar el número de artefactos extraterrestres que podría haber en la actualidad en nuestro sistema solar. Pero, igual que ocurre con la famosa ecuación de Drake, que intenta aproximar el número de civilizaciones inteligentes que alberga nuestra galaxia, aún no contamos con suficientes datos como para que podamos obtener resultados precisos con ella.
Más interesantes resultan las estrategias que se proponen en el estudio para detectar esos hipotéticos artefactos alienígenas antiguos de nuestro sistema solar. Por ejemplo, como las sondas robóticas que orbitan cuerpos celestes como la Luna o Marte han tomado millones de fotos en alta definición de sus superficies, entrenar a una inteligencia artificial para que rastree ese volumen inmenso de imágenes en busca de indicios de tecnología extraterrestre sería una de las maneras más económicas de empezar la búsqueda. Otra posibilidad sería observar los asteroides que pasan cerca de la Tierra en el rango de la luz visible, la infrarroja y las microondas, ya que estas longitudes de onda permitirían identificar la superficie de un hipotético cacharro alienígena, su huella térmica o la señales que pudiera estar transmitiendo, respectivamente.
En última instancia, también es posible enviar misiones a otros cuerpos celestes prometedores para que se dediquen exclusivamente a recorrer su superficie en busca de señales de tecnologías pasadas. Pero, aunque hemos enviado sondas robóticas y tripulados a otros cuerpos celestes como Marte y la Luna, de momento no se ha encontrado el más mínimo indicio de vida extraterrestre… Y mucho menos de una tecnología avanzada ajena a la nuestra.
Aun así, el sistema solar es un lugar inmenso y somos capaces de observar los cuerpos celestes que nos rodean con mucho más detalle los cuerpos celestes que los lejanos exoplanetas que orbitan alrededor de otras estrellas. Por tanto, si se puede hacer de manera económica, ¿por qué no echar un vistazo?
QUE NO TE LA CUELEN:
Hay ciertas webs o perfiles de redes sociales que a veces publican fotografías tomadas por los rovers marcianos que contienen «evidencias de vida extraterrestre». En estas imágenes supuestamente aparecen siluetas tan variopintas como una araña, un casco o un hombrecillo sentado sobre una roca en la lejanía. Sin embargo, lo único que se observa en estos casos son simples sombras o rocas con formas curiosas que recuerdan a las siluetas de elementos cotidianos.