domingo, marzo 26, 2023

La Revelación Espiritista

Allan Kardec
Traducción del original en francés por Jordi Canals

1. ¿Podemos considerar el Espiritismo como una revelación? ¿En este caso, cuál es su carácter? ¿Sobre qué se basa su autenticidad? ¿Por quién y de qué manera ha sido hecha? ¿La doctrina espiritista es una revelación en el sentido teológico de la palabra, es decir, es realmente el producto de una enseñanza oculta venida de lo alto? ¿Es absoluta o susceptible de modificaciones? ¿Aportándoles a los hombres la verdad totalmente hecha, la revelación no tendría por resultado de impedirles hacer uso de sus facultades, ya que les ahorraría el trabajo de la búsqueda? ¿Cuál puede ser la autoridad de la enseñanza de los Espíritus, si no son infalibles y no son superiores a la humanidad? ¿Cuál es la utilidad de la moral que recomiendan, si esta moral no es otra que la del Cristo que conocemos? ¿Cuáles son las nuevas verdades que nos aportan? ¿Necesita el hombre una revelación y no puede encontrar por si mismo y en su conciencia todo aquello que le necesario para conducirse? Tales son las cuestiones sobre las cuales es importante saber a que atenerse.

2. Definamos primero el sentido de la palabra revelación. Revelar, del latino revelare, cuya raíz es velum, velo, significa literalmente salir de bajo el velo, y en el figurado: descubrir, dar a conocer una cosa secreta o desconocida. En su acepción vulgar más general, se dice de toda cosa ignorada que se da a conocer, de toda idea nueva que descubre lo que no se sabía.
Desde este punto de vista, todas las ciencias que nos dan a conocer los misterios de la naturaleza son revelaciones, y podemos decir que hay para nosotros una revelación incesante; la astronomía nos reveló el mundo astral que no conocíamos; la geología, la formación de la Tierra; la química, la ley de las afinidades; la fisiología, las funciones del organismo, etc.; Copérnico, Galileo, Newton, Laplace, Lavoisier fueron unos reveladores.

3. El carácter esencial de toda revelación debe ser la verdad. Revelar un secreto, es dar a conocer un hecho; si la cosa es falsa, no es un hecho, y por consiguiente no hay revelación...Toda revelación desmentida por los hechos no es tal revelación; si es atribuida a
Dios, que no puede mentir ni equivocarse, entonces no puede emanar de Él; hay que considerarla como el producto de una concepción humana.

4. ¿Cuál es el papel del profesor frente a sus alumnos, si no es el del revelador? Les enseña lo que no saben, lo que ellos mismos no tendrían el tiempo ni la posibilidad de descubrir, porque la ciencia es la obra colectiva de los siglos y de una multitud de hombres que aportaron, cada uno, su contingente de observaciones, y que aprovechan los que vienen después de ellos. La enseñanza es pues, en realidad, la revelación de ciertas verdades científicas o morales, físicas o metafísicas, hecha por hombres que las conocen a otros que las ignoran, y que sin esto siempre hubieran ignorado.

5. Pero el profesor enseña sólo aquello que aprendió: es un revelador de segundo orden; el hombre de talento enseña lo que él mismo descubrió: es el revelador primitivo; aporta la luz que, poco a poco, se vulgariza. ¡Donde estaría la humanidad, sin la revelación de los genios qué aparecen de vez en cuando!
¿Pero qué son los genios? ¿Por qué son genios? ¿De donde vienen? ¿En que se convierten? Observemos que la inmensa mayoría aportan al nacer facultades transcendentales y conocimientos innatos, que un poco de trabajo basta para desarrollar. Pertenecen muy realmente a la humanidad, ya que nacen, viven y mueren como nosotros.
¿De donde sacaron pues estos conocimientos que no pudieron adquirir de su vida? ¿Diremos, como los materialistas, que el azar les dio la materia cerebral en más gran cantidad y mejor calidad? En este caso, no tendrían más mérito que una verdura más gruesa y más sabrosa que otra.
¿Diremos, como ciertos espiritualistas, que Dios les dotó de un alma más favorecida que la de la mayoría de los hombres? Suposición también ilógica, ya que mancillaría a Dios de parcialidad. La única solución racional de este problema está en la preexistencia del alma y en la pluralidad de las existencias. El genio es un Espíritu que vivió más tiempo; que más adquirió, por consiguiente, y más progresó que los que son menos avanzados. Encarnándose, aporta lo que sabe, y como sabe mucho más que otros, sin necesitar aprender, es lo que se llama un hombre de talento o un genio. Pero lo que sabe es el fruto de un trabajo anterior, y no el resultado de un privilegio. Antes de renacer, era pues Espíritu avanzado; se reencarna, sea para ayudar a otros a aprovechar lo que sabe, o para seguir avanzando.
Los hombres progresan indiscutiblemente por si mismos y por los esfuerzos de su inteligencia; pero, abandonados a sus propias fuerzas, este progreso es muy lento, si no son ayudados por hombres más avanzados, como el alumno lo es por sus profesores. Todos los pueblos tuvieron sus genios, que vinieron, en épocas diversas, para dar un impulso y sacarlos de su inercia.

6. Desde que se admite la solicitud de Dios para sus criaturas, ¿por qué no suponer que Espíritus capaces, por su energía y la superioridad de sus conocimientos, de hacer adelantar a la humanidad, se encarnan por la voluntad de Dios con vistas a ayudar al progreso en una dirección determinada?; ¿que reciben una misión, como un embajador la recibe de su soberano? Tal es el papel de los grandes genios. ¿Que vienen a hacer, sino a enseñar a los hombres las verdades que éstos ignoran, y que hubieran ignorado todavía durante largos períodos, con el fin de darles un estribo con la ayuda del cual podrán elevarse más rápidamente? Estos genios, que aparecen a través de los siglos como estrellas brillantes, dejando después de ellas un reguero largo y luminoso sobre la humanidad, son unos misioneros, o, si se quiere, mesías. Las cosas nuevas que enseñan a los hombres, ya sea en el orden físico, ya sea en el filosófico, son unas revelaciones.
Si Dios suscita reveladores para las verdades científicas, puede, con mayor razón, suscitarlo para las verdades morales, que son uno de los elementos esenciales del progreso. Tales son los filósofos cuyas ideas atravesaron los siglos.

7. En el sentido especial de la fe religiosa, la revelación trata más particularmente cosas espirituales que el hombre no puede saber por si mismo, que no puede descubrir por medio de sus sentidos; el conocimiento le es dado por Dios o por sus mensajeros, sea por medio de la palabra directa, sea por la inspiración. En este caso, la revelación siempre se hace a hombres privilegiados, designados bajo el nombre de profetas o mesías, es decir enviados, misioneros, teniendo misión de transmitírselo a los hombres. Considerada bajo este punto de vista, la revelación implica la pasividad absoluta; la aceptamos sin control, sin examen, sin discusión.

8. Todas las religiones tuvieron sus reveladores, y aunque ellos todos estuvieran lejos conocer toda la verdad, tenían su razón para ser providenciales; porque fueron adaptados al tiempo y al medio dónde vivían, al conocimiento particular de los pueblos a los cuales hablaban, y a los cuales relativamente eran superiores. A pesar de los errores de sus doctrinas, no revelaron a los espíritus, y por esto mismo no sembraron los gérmenes de progreso que, más tarde, debían desarrollarse, o que se desarrollarán un día al sol del Cristianismo. Es pues sin razón que pronunciamos un anatema en nombre de la ortodoxia, porque un día vendrá donde todas estas creencias, tan diversas en la forma, pero que se basan en realidad en el mismo principio fundamental: Dios y la inmortalidad del alma, se fundirán en una unidad grande y vasta, cuando la razón haya triunfado sobre los perjuicios.
Desgraciadamente, las religiones aun sido, desde siempre, los instrumentos de dominación; el papel de profeta tentó las ambiciones secundarias, y vimos surgir una multitud de reveladores pretendidos o mesías que, a favor del prestigio de este nombre, explotaron la credulidad en provecho de su orgullo, en provecho de su codicia o en provecho de su pereza, encontrando más cómodo vivir a costa de sus engaños. La religión cristiana no estuvo al abrigo de estos parásitos. Para este asunto, llamamos a la atención seria sobre el capítulo XXI del Evangelio según el Espiritismo: "tendrá allí cristos falsos y profetas falsos."

9. ¿Hay revelaciones directas de Dios a los hombres? Es una cuestión que no nos atreveríamos a resolver, ni afirmativamente ni negativamente, de forma absoluta. El hecho no es en absoluto radicalmente imposible, pero nada da la prueba cierta. De lo que no podría dudar, es de que los Espíritus más acercados a Dios por la perfección se convencen de su pensamiento y pueden transmitirlo. En cuanto a los reveladores encarnados, según el orden jerárquico al cual pertenecen y el grado de su saber personal, pueden obtener sus instrucciones de sus propios conocimientos, o recibirlas de Espíritus más elevados, incluso de mensajeros directos de Dios. Éstos, hablando en nombre de Dios, pudieron ser tomados a veces por Dios mismo.
Este tipo de comunicaciones no tienen nada extraño para quien quiera conocer los fenómenos espiritistas y la manera en la que se establecen las relaciones entre los encarnados y los desencarnados. Las instrucciones pueden ser transmitidas por medios diversos: por la inspiración pura y simple, por la audición de la palabra, por la vista de los Espíritus instructores en las visiones y las apariciones, sea en sueño, sea en el estado de la víspera, así vemos varios ejemplos en la Biblia, en el Evangelio y en los libros sagrados de todos los pueblos. Pues es rigurosamente exacto de decir que la inmensa mayoría de los reveladores son médiums inspirados, auditivos o convincentes; de donde no se deduce que todos los médiums sean unos reveladores, y todavía menos los intermediarios directos de la Divinidad o de sus mensajeros.

10. Los Espíritus puros solo reciben la palabra de Dios con misión de transmitirla; pero sabemos ahora que los Espíritus están lejos de ser todos perfectos, y que los hay que se dan apariencias falsas; es lo que hizo decir a San Juan: "no crea en absoluto en todo.
Puede pues haber revelaciones serias y verdaderas, como las hay apócrifas y mentirosas. El carácter esencial de la revelación divina es el de la eterna verdad. Toda revelación mancillada por error o sujeta a cambio no puede emanar de Dios. Así es como la ley del Decálogo tiene todos los caracteres de su origen, mientras que otras leyes mosaicas y esencialmente pasajeras, a menudo en contradicción con la ley del Sinaí, son la obra personal y política del legislador hebreo. Al serenarse las costumbres del pueblo, estas mismas leyes han caído en desuso, mientras que el Decálogo quedó levantado como el faro de la humanidad. Cristo hizo de él la base de su edificio, mientras que abolió otras leyes. Si hubieran sido obra de Dios, se habría abstenido de tocarlas. Cristo y Moisés son los dos grandes reveladores que cambiaron la cara del mundo, y esa es la prueba de su misión divina. Una obra puramente humana no tendría tal poder.

11. Una revelación importante se cumple en la época actual: es la que nos muestra la posibilidad de comunicarnos con los seres del mundo espiritual. Este conocimiento no es nuevo en absoluto, sin duda; pero hasta nuestros días se había quedado, en cierto modo, en el estado de papel mojado, es decir sin provecho para la humanidad. La ignorancia de las leyes que rigen estas relaciones la había asfixiado bajo la superstición: el hombre era incapaz de obtener de ello alguna deducción saludable; fue reservado para nuestra época liberarlo de sus accesorios ridículos, comprender su alcance, y descubrir la luz que debería alumbrar el camino del futuro.

12. El Espiritismo, habiéndonos dado a conocer el mundo invisible que nos rodea y en medio del que vivíamos sin sospecharlo, las leyes que lo rigen, sus relaciones con el mundo visible, la naturaleza y el estado de los seres que lo habitan, y como consecuencia el destino del hombre después de la muerte, es una revelación verdadera, en la acepción científica de la palabra.

13. Por su naturaleza, la revelación espiritista tiene un carácter doble: tiene a la vez la revelación divina y la revelación científica. Tiene de la primera, que su advenimiento es providencial, y no el resultado de la iniciativa y del deseo premeditado del hombre; que los puntos fundamentales de la doctrina son el fruto de la enseñanza dada por los Espíritus encargados por Dios de alumbrar a los hombres sobre cosas que ignoraban, que no podían aprender por si mismos, y que les interesara conocer, hoy que están listos para comprenderlos. Tiene del segundo, que esta enseñanza no es el privilegio de ningún individuo, sino que le fuera dado a todo el mundo por la misma vía; que los que lo transmiten y los que lo reciben no son en absoluto unos seres pasivos, dispensados del trabajo de observación y de búsqueda; que no hacen en absoluto abnegación de su juicio y de su libre albedrío; Que el control no les esta prohibido en absoluto, sino al contrario recomendado; por fin, que la doctrina no ha sido dictada en absoluto punto por punto ni impuesta a la creencia ciega; que es deducida por el trabajo del hombre, por la observación de los hechos que los Espíritus ponen bajo sus ojos, y por las instrucciones que le dan, instrucciones que estudia, comenta, compara, y de las que él mismo averigua las consecuencias y las aplicaciones. En una palabra, lo que caracteriza la revelación espiritista, es que su fuente es divina, que la iniciativa pertenece a los Espíritus, y que la elaboración es el fruto del trabajo del hombre.

14. Como medio de elaboración, el Espiritismo exactamente procede de la misma manera que las ciencias positivas, es decir que aplica el método experimental. Se presentan hechos de un nuevo orden que no pueden ser explicados por las leyes conocidas; se observan, se comparan, se analizan y, remontando del efecto a la causa, se llega a la ley que los rige; después se deducen de ello las consecuencias y se buscan las aplicaciones útiles. No establece ninguna teoría preconcebida; así, no se estableció como hipótesis, la existencia y la intervención de los Espíritus, ni el periespíritu, ni la reencarnación, ni ninguno de los principios de la doctrina; se concluyó la existencia de los Espíritus puesto que esta existencia resaltó con evidencia de la observación de los hechos; y así otros principios. No son en absoluto los hechos los que vinieron más tarde a confirmar la teoría, sino la teoría la que vino subsiguientemente para explicar y para resumir los hechos. Es pues, rigurosamente exacto decir que el Espiritismo es una ciencia de observaciones, y no el producto de la imaginación. Las ciencias no progresaron de forma seria hasta que su estudio se basó en el método experimental; pero hasta este día creímos que este método era aplicable sólo a la materia, mientras que también lo es a las cosas metafísicas.

15. Citemos un ejemplo. Pasa, en el mundo de los Espíritus, un hecho muy singular, y que ciertamente nadie habría sospechado, es el de los Espíritus que no se consideran muertos. ¡Pues bien! Los Espíritus superiores, que perfectamente lo conocen, no vinieron en absoluto para decir con anticipación: "hay unos Espíritus que todavía creen que ellos viven de la vida terrestre; que conservaron sus gustos, sus costumbres y sus instintos”; sino que provocaron la manifestación de Espíritus de esta categoría para hacérnoslos observar. Habiendo visto Espíritus inciertos de su estado, afirmando que todavía eran de este mundo, y creyendo dedicarse a sus ocupaciones ordinarias, del ejemplo concluimos a la regla. La multiplicidad de los hechos análogos probó que no era en absoluto una excepción, sino una de las fases de la vida espiritista; permitió estudiar todas las variedades y las causas de esta ilusión singular; reconocer que esta situación es sobre todo la propia de los Espíritus poco adelantados moralmente, y que es particular a ciertos géneros de difunto; que sólo es temporal, pero que puede durar días, meses y años. Así es como la teoría nació de la observación. Lo mismo ocurre con todos los demás principios de la doctrina.

16. Lo mismo que la ciencia propiamente dicha tiene como objeto el estudio de las leyes del principio material, el objeto especial del Espiritismo es el conocimiento de las leyes del principio espiritual; entonces, como este último principio es una de las fuerzas de la naturaleza, reaccionando sin cesar y recíprocamente sobre el principio material, resulta de ello que el conocimiento de uno no puede ser completo sin el conocimiento del otro. El Espiritismo y la ciencia se completan el uno por la otra: la ciencia sin el Espiritismo es impotente para explicar ciertos fenómenos por las solas leyes de la materia; el Espiritismo sin la ciencia carecería de apoyo y de control. El estudio de las leyes de la materia debe preceder a las de la espiritualidad, porque es la materia la que estimula en primer lugar los sentidos. Si el Espiritismo hubiese venido antes que los descubrimientos científicos habría sido una obra frustrada, como todo lo que viene antes de su tiempo.

17. Todas las ciencias se encadenan y se suceden en una orden racional; nacen las unas de otras, a medida que encuentran un punto de apoyo en las ideas y en los conocimientos anteriores. La astronomía, una de las primeras que fue cultivada, mantuvo los errores de su infancia hasta el momento en que la física vino a revelar la ley de las fuerzas de los agentes naturales; la química, no pudiendo nada sin la física, debía sucederle de cerca, para marchar luego ambas en concierto apoyándose una en la otra. La anatomía, la fisiología, la zoología, la botánica, la mineralogía se hicieron unas ciencias serias sólo con la ayuda del conocimiento aportado por la física y la química. La geología, nacida de ayer, sin la astronomía, la física, la química y todas las demás, hubiera carecido verdaderamente de sus elementos vitales; sólo podía venir después.

18. La ciencia moderna hizo justicia a los cuatro elementos primitivos de los Antiguos, y de observación en observación, llegó a la concepción de un solo elemento generador de todas las transformaciones de la materia; pero la materia, es inerte; no tiene vida, ni pensamiento, ni sentimiento; le hace falta su unión con principio espiritual. El Espiritismo no descubrió ni inventó este principio, sino que lo demostró por pruebas irrefutables; lo estudió, lo analizó, y lo rindió a la acción evidente. Al elemento material, viene a añadírsele el elemento espiritual. Elemento material y elemento espiritual, he aquí ambos principios, ambas fuerzas vivas de la naturaleza. Por la unión indisoluble de estos dos elementos, explicamos sin dificultad multitud de hechos hasta entonces inexplicables.
El Espiritismo, teniendo como objeto el estudio de uno de los dos elementos constitutivos del universo, toca forzosamente a la inmensa mayoría de las ciencias; podía venir sólo después de su elaboración, y nació, por las circunstancias, de la imposibilidad de explicar todo con la única ayuda de las leyes de la materia.

19. Se acusa al Espiritismo de parentesco con la magia y la brujería; pero se olvida que la astronomía desciende de la astrología, que no nos es tan alejada; que la química es hija de la alquimia, y ningún hombre sensato se atrevería a ocuparse hoy de ella. Nadie niega, sin embargo, que hubo en la astrología y la alquimia el germen de las verdades de donde salieron las ciencias actuales. A pesar de sus fórmulas ridículas, la alquimia encaminó cuerpos simples y la ley de las afinidades; la astrología se apoyaba en la posición y el movimiento de los astros que había estudiado; pero en la ignorancia de las leyes verdaderas que rigen el mecanismo del universo, los astros eran, para el vulgo, unos seres misteriosos a los cuales la superstición prestaba una influencia moral y un sentido revelador. Cuando Galileo, Newton o Kepler dieron a conocer estas leyes, cuando el telescopio desgarró el velo y sumergió en las profundidades del espacio una mirada que mucha gente creyó indiscreta, los planetas aparecieron en nosotros como mundos simples semejantes al nuestro, y toda argumentación de lo maravilloso se derrumbó.
Lo mismo sucede con el Espiritismo respecto a la magia y a la brujería; éstas se apoyaban también en la manifestación de los Espíritus, como la astrología en el movimiento de los astros; pero, en la ignorancia de las leyes que rigen el mundo espiritual, se mezclaban estas relaciones con prácticas y creencias ridículas, hasta que el Espiritismo moderno, el fruto de la experiencia y de la observación, hizo justicia. Ciertamente, la distancia que separa el Espiritismo de la magia y de la brujería es más grande que la que existe entre la astronomía y la astrología, la química y la alquimia; querer confundirlos, es demostrar que no se tiene buen conocimiento sobre ello.

20. El solo hecho de que exista la posibilidad de comunicarse con los seres del mundo espiritual tiene consecuencias incalculables de la más alta gravedad; es todo un mundo nuevo que se nos revela, y que tiene tanta importancia, que alcanza a todos los hombres sin excepción. Este conocimiento no puede dejar de aportar, generalizándose, una modificación profunda en las costumbres, en el carácter, y en las creencias que tienen una gran influencia en las relaciones sociales. Es toda una revolución que se produce en las ideas, una revolución tan grande y tan poderosa, que no se circunscribe a un pueblo o a una casta, sino que alcanza simultáneamente el corazón todas las clases, de todas las nacionalidades y de todos cultos.
Es pues con razón que el Espiritismo está considerado como la tercera de las grandes revelaciones. Veamos en qué difieren estas revelaciones, y por que lazos se relacionan unas con las otras.

21. Moisés, como profeta, reveló a los hombres el conocimiento de un Dios único y soberano, Maestro y Creador de todas las cosas; promulgó la ley del Sinaí y asentó los fundamentos de la fe verdadera; como hombre, fue el legislador del pueblo por el cual esta fe primitiva, depurándose, debía un día difundirse sobre toda la Tierra.

22. Cristo, tomando de la antigua ley lo que era eterno y divino, y rechazando lo que sólo era pasajero, totalmente disciplinario y de concepción humana, añade la revelación de la vida futura, de lo que Moisés nunca había hablado, y de las penas y las recompensas que esperan al hombre después de la muerte[2].

23. El punto más importante de la revelación de Cristo, en el sentido de ser la primera fuente y la piedra angular de toda su doctrina, es el punto de vista totalmente nuevo bajo el cual hace contemplar la Divinidad. No es más el Dios terrible, celoso y vengativo de Moisés, el Dios cruel y despiadado que riega la Tierra de sangre humana, que ordena la matanza y el exterminio de los pueblos, sin exceptuar a mujeres, niños y ancianos, que castiga a quienes ahorran víctimas; no es más el Dios injusto que castiga a todo un pueblo por la falta de su jefe, que se venga del culpable sobre la persona del inocente, que golpea a los niños para la falta de su padre; sino un Dios clemente, soberanamente justo y bueno, lleno de mansedumbre y de misericordia, que perdona al pecador arrepentido y juzga a cada uno según sus obras; No es más el Dios de un único pueblo privilegiado, el Dios de los ejércitos que dirige los combates para sostener su propia causa contra el Dios de otros pueblos, sino el Padre común del género humano, que extiende su protección sobre todos sus hijos y les llama a Él; no es más el Dios que recompensa y castiga solo por los bienes terrenales, que basa la gloria y la felicidad en el avasallamiento de los pueblos rivales y en la multiplicidad de su prole, sino el que dice a los hombres: "Vuestra patria verdadera no está en este mundo, está en el reino de los cielos; es allí dónde los humildes de corazón serán elevados y dónde los orgullosos serán rebajados”. No es más el Dios que hace una virtud de la venganza y ordena devolver ojo por ojo, diente para diente; sino el Dios de misericordia que dice: "Perdonad las ofensas, si queréis ser perdonados; devolved bien por mal; no hagáis nunca a los demás lo que no querríais para vosotros mismos”. No es ya el Dios mezquino y meticuloso que impone, bajo las penas más rigurosas, la forma en la que desea ser adorado, que se ofende la inobservancia de una fórmula; sino el Dios grande que mira el pensamiento y no las formas. No es ya, por fin, el Dios que desea ser temido, sino el Dios que desea ser amado.

24. Siendo Dios el centro de todas las creencias religiosas y objeto de todos los cultos, cada religión se define en base a la idea que tiene de Dios. Las religiones que le creen un Dios vengativo y cruel creen honrarle con los actos de crueldad, con las hogueras y las torturas; las que le creen un Dios parcial y celoso son intolerantes; son más o menos meticulosas según le consideren más o menos mancillado de las debilidades y pequeñeces humanas.

25. Toda la doctrina de Cristo se basa en el carácter que atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso, pudo hacer del amor de Dios y de la caridad hacia el prójimo la condición expresa de la salvación, y decir: "Quered a Dios por encima todas las cosas, y a vuestro prójimo como a vosotros mismos; he aquí toda la ley, no hay otra”. Sobre esta única creencia, pudo sentar el principio de la igualdad de los hombres delante de Dios, y la fraternidad universal. ¿Pero era posible querer al Dios de Moisés? No; solo se le podía temer.
Esta revelación de los verdaderos atributos de la Divinidad, junto con la inmortalidad del alma y la vida futura, modificaba profundamente las mutuas relaciones de los hombres, les imponía nuevas obligaciones, les hacía contemplar la vida presente bajo otro punto de vista; debían, por ello, reaccionar ante las costumbres y las relaciones sociales. Es indiscutiblemente, por sus consecuencias, el punto más capital de la revelación de Cristo, y no se comprendió lo suficiente su importancia; es lamentable decirlo, pero también fue el punto que más se olvidó, el que más se descuidó en la interpretación de sus enseñanzas.

26. Sin embargo Cristo añade: "Muchas de estas cosas que os digo, todavía no podréis comprenderlas, y habría muchas más que tampoco podrías comprender; es por ello que os hablo en parábolas; pero, más adelante, os enviaré al Consolador, al Espíritu de la Verdad, quien restablecerá todas las cosas y os las hará comprender".[3]

27. Si Cristo no dijo todo lo que hubiera podido decir, es que creyó que debía dejar ciertas verdades en la sombra hasta que la humanidad tuviera edad de comprenderlas. De su confesión, su enseñanza era pues incompleta, ya que anuncia la llegada del que debe completarlo; preveía pues que la gente se confundiría con sus palabras, que se desviaría de su enseñanza; en una palabra, que se desharía lo que hizo, ya que todas las cosas deben ser restablecidas; y sólo restablecemos lo que ha sido deshecho.
¿Por qué llama al nuevo Mesías Consolador? Este nombre significativo y sin ambigüedad es toda una revelación. Preveía pues que los hombres necesitarían consuelos, lo que implica la insuficiencia de aquellos que encontrarían creyendo que iban serlo. Posiblemente Cristo jamás fue más claro y más explícito que en estas últimas palabras, a las cuales pocas personas prestaron atención, posiblemente porque se evitó evidenciarlas y profundizar en su sentido profético.

28. Si Cristo no pudo desarrollar su enseñanza de una forma completa, es porque los hombres no tenían los conocimientos que éstos podrían adquirir sólo con tiempo, y sin los cuales no podían comprender; hay cosas que hubieran parecido disparates en base al conocimiento antiguo. Completar su enseñanza debe pues entenderse en el sentido de explicar y desarrollar, mucho más que en el de añadir verdades nuevas, porque todo se encuentra en germen; solamente, faltaba la clave para comprender el sentido de sus palabras.

29. ¿Pero quién osa permitirse interpretar las Escrituras Sagradas? ¿Quién tiene este derecho? ¿Quién posee el conocimiento, si no son los teólogos?
¿Quién osa? La ciencia primero, que no pide permiso a nadie para dar a conocer las leyes de la naturaleza y pasar por encima de los errores y los perjuicios. ¿Quién tiene este derecho? En este siglo de emancipación intelectual y de libertad de conciencia, el derecho de examen pertenece a todo el mundo, y las Escrituras no son ya el arco santo que nadie osaría tocar sin correr peligro de ser fulminado. En cuanto a las luces especiales necesarias, no discutimos a las de los teólogos, y algunos que fueron alumbrados de la edad media, y en particular los Padres de la Iglesia; sin embargo ¿fueron lo suficiente para no condenar, como herejía, el movimiento de la Tierra y la creencia a los antípodas?; y, sin ir muy lejos, ¿no pronunciaron en nuestros días un anatema sobre los períodos de la formación de la Tierra?
Los hombres no podían explicar las Escrituras más que con la ayuda de lo que sabían, nociones falsas o incompletas que tenían sobre las leyes de la naturaleza, más tarde reveladas por la ciencia: he aquí por que los mismos teólogos pudieron, de muy buena fe, equivocarse en el sentido de ciertas palabras y de ciertos hechos del Evangelio. Queriendo, a toda costa, encontrar allí la confirmación de un pensamiento preconcebido, giraban siempre en el mismo círculo, sin dejar su punto de vista, de tal modo que veían sólo lo que querían ver allí. Los teólogos que eran muy sabios, no podían comprender las causas que dependían de leyes que no conocían.
¿Pero quién será juez de las interpretaciones diversas y a menudo contradictorias, dadas por la teología? El futuro, la lógica y el sentido común. Los hombres, cada vez más alumbrados a medida que nuevos hechos y nuevas leyes se revelarán, sabrán distinguir los sistemas utópicos y la realidad; o bien la ciencia dará a conocer ciertas leyes y el Espiritismo dará a conocer otras; unas y otras son indispensables para la comprensión de los textos sagrados de todas las religiones, desde Confucio y Buda al Cristianismo. En cuanto a la teología, no sabría juiciosamente aclarar las contradicciones de la ciencia, puesto que no está todavía de acuerdo con ellas.

30. El Espiritismo, tomando su punto de partida en las mismas palabras del Cristo, como Cristo tomó el suyo en Moisés, es una consecuencia directa de su doctrina.
A la idea vaga de la vida futura, añade la revelación de la existencia del mundo invisible que nos rodea y puebla el espacio, y ahí precisa la creencia; le da un cuerpo, una consistencia, una realidad en el pensamiento.
Define los lazos que unen el alma y el cuerpo, y levanta el velo que ocultaba a los hombres los misterios del nacimiento y de la muerte.
Por el Espiritismo, el hombre sabe de donde viene, donde va, por qué está sobre la Tierra, por qué sufre en ella temporalmente, y ve en todo la justicia de Dios.
Sabe que el alma progresa sin cesar a través de una serie de existencias sucesivas, hasta haber alcanzado el grado de perfección que puede acercarla a Dios.
Sabe que no hay en absoluto criaturas desheredadas, ni están más favorecidas las unas que otras; que Dios no creó a unas privilegiadas y dispensadas del trabajo impuesto a otras para progresar; que de ninguna manera hay seres perpetuamente consagrados al dolor y al sufrimiento; que los llamados demonios son Espíritus todavía atrasados e imperfectos, que hacen daño en el estado de Espíritus, como lo hacían en el estado de hombres, pero que avanzarán y mejorarán; que los ángeles o Espíritus puros no son en absoluto unos seres separados en la creación, sino Espíritus que lograron el fin, después de haber seguido todos los trámites del progreso; que tampoco hay creaciones múltiples, ni diferentes categorías entre los seres inteligentes, sino que toda la creación resalta de la gran ley de unidad que rige el universo, y que todos los seres gravitan hacia un fin común, que es la perfección, sin que unos sean favorecidos a costa de otros, siendo todos hijos de sus obras.

31. Por las relaciones que el hombre puede ahora establecer con los que dejaron la Tierra, tiene no sólo la prueba material de la existencia y de la individualidad del alma, sino que comprende la solidaridad que enlaza a vivos y muertos en este mundo, y los de este mundo con los de otros mundos. Conoce su situación en el mundo de los Espíritus; les sigue en sus migraciones; es testigo de sus alegrías y de sus penas; sabe por qué son felices o desgraciados, y la suerte que le espera a sí mismo según el bien o el mal que hace. Estas relaciones le inician a la vida futura, que puede observar en todas sus fases, en todas sus peripecias; el futuro no es ya una esperanza vaga: es un hecho positivo, una certeza matemática. Entonces la muerte no tiene nada de horroroso, porque es para él la liberación, la puerta de la vida verdadera.

32. Por el estudio de la situación de los Espíritus, el hombre sabe que la felicidad y la desgracia en la vida espiritual son inherentes al grado de perfección y de imperfección; que cada uno sufre las consecuencias directas y naturales de sus faltas: es decir, que es castigado por donde pecó; que estas consecuencias duran tanto tiempo como la causa que las produjo; que así el culpable sufrirá eternamente si persiste eternamente en el mal, pero que el sufrimiento termina con el arrepentimiento y la reparación; entonces, como depende de cada uno de mejorarse, cada uno puede, en virtud de su libre albedrío, prolongar o abreviar sus sufrimientos, como el enfermo sufre de sus excesos mientras no pone término a ellos.

33. Si la razón rechaza, como incompatible con la bondad de Dios, la idea de las penas irremisibles, perpetuas y absolutas, a menudo infligidas por una sola falta; los suplicios del infierno que no puede suavizar él más ardiente y sincero arrepentimiento, se inclina ante esta justicia distributiva e imparcial, que le tiene en cuenta todo, jamás cierra la puerta del retorno, y que tiende sin cesar la mano al náufrago, en lugar de rechazarlo en el abismo.

34. La pluralidad de las existencias, cuyo principio puso Cristo en el Evangelio, pero sin definirlo más que muchos otros, es una de las leyes más importantes reveladas por el Espiritismo, en el sentido que demuestra la realidad y la necesidad para el progreso. Por esta ley, el hombre se explica todas las anomalías aparentes que presenta la vida humana; las diferencias de posición social; los muertos prematuros que, sin la reencarnación, harían inútiles para el alma las vidas abreviadas; la desigualdad de las aptitudes intelectuales y morales, por la antigüedad del Espíritu que aprendió más o menos y progresó, y que aporta renaciendo la experiencia de sus existencias anteriores. (Nº 5)

35. Con la doctrina de la creación del alma en cada nacimiento, recaemos sobre el sistema de las creaciones privilegiadas; los hombres son extraños los unos para los otros, nada les conecta otra vez, los lazos de familia son puramente carnales: no son solidarios en absoluto de un pasado donde no existían; con la nada después de la muerte, toda relación cesa con la vida, no son solidarios en absoluto del futuro. Por la reencarnación, son solidarios del pasado y del futuro; perpetúan sus relaciones en el mundo espiritual y en el mundo corporal, la fraternidad tiene como base las mismas leyes de la naturaleza; el bien tiene un fin, el mal tiene sus consecuencias inevitables.

36. Con la reencarnación caen los perjuicios de razas y de castas, ya que el mismo Espíritu puede renacer señor rico o pobre y grande o proletario, dueño o subordinado, libre o esclavo, hombre o mujer. De todos los argumentos invocados contra la injusticia de la servidumbre y de la esclavitud, contra la sujeción de la mujer a la ley del más fuerte, no hay nada que supere en lógica el hecho material de la reencarnación. Entonces si la reencarnación basa en la ley de la naturaleza el principio de la fraternidad universal, basa sobre la misma ley la de la igualdad de los derechos sociales, y como consecuencia la de la libertad.

37. Si le quitamos al hombre el espíritu libre, independiente y superviviente a la materia, lo convertimos en una máquina organizada, sin objeto, sin responsabilidad, sin otro freno que la ley civil, y bueno para ser explotado como un animal inteligente. No esperando nada después de la muerte, nada le detiene para aumentar los goces del presente; si sufre, tiene en perspectiva sólo la desesperación y la nada como refugio. Con la certeza del futuro, la de reencontrar a aquellos a los que quiso y el temor a ver de nuevo a aquellos a los que ofendió, todas sus ideas cambian. El Espiritismo, no ha hecho más que sacar al hombre de la duda sobre la vida futura, habrá además ayudado a su mejora que cualquiera de las leyes disciplinarias que lo retienen algunas veces, pero que no le cambian.

38. Sin la preexistencia del alma, la doctrina del pecado original no es solamente inconciliable con la justicia de Dios, que convertiría a todos los hombres en responsables de la falta de uno solo: sería un contrasentido muy poco justificable ya que, según esta doctrina, el alma no existía en la época a la que se pretende remontar su responsabilidad. Con la preexistencia, el hombre aporta renaciendo el germen de sus imperfecciones, defectos que no corrigió, y que se observan en sus instintos nativos, en sus propensiones a tal o cual vicio. Ese es su verdadero pecado original, y sufre muy naturalmente sus consecuencias, pero con esta diferencia capital que lleva la pena de sus propias faltas, y no la de la falta de otro. Y esta diferencia, a la vez consoladora, alentadora y soberanamente equitativa de que cada existencia le ofrece los medios de ganarse el perdón por la reparación, y de progresar, ya sea librándose de alguna imperfección, ya sea adquiriendo nuevos conocimientos, y esto hasta que estando lo bastante purificado, no necesite más la vida corporal, y pueda vivir exclusivamente de la vida espiritual, eterna y bienaventurada.
Por la misma razón, el que moralmente progresó aporta, renaciendo, cualidades nativas, como el que progresó intelectualmente aporta ideas innatas; se identifica con el bien; lo practica sin esfuerzos, sin cálculo y, para decirlo así, sin pensar en ello. El que es obligado a combatir sus malas tendencias está todavía en la lucha: el primero ya venció, el segundo está venciendo. Hay pues virtud original, como hay saber original, y pecado o, mejor dicho, vicio original.

39. El Espiritismo experimental estudió las propiedades de los fluidos espirituales y su acción sobre la materia. Demostró la existencia del periespíritu, sospechado desde la antigüedad, y designado por San Pablo bajo el nombre de cuerpo espiritual, es decir bajo el nombre de cuerpo fluídico del alma después de la destrucción del cuerpo tangible. Sabemos hoy que este sobre es inseparable del alma; que es uno de los elementos constitutivos del ser humano; que es el vehículo de transmisión del pensamiento, y que, durante la vida del cuerpo, sirve de lazo entre el Espíritu y la materia. El periespíritu desempeña un papel muy importante en el organismo y en multitud de afecciones; tan importante, que se une tanto a la fisiología como a la psicología.

40. El estudio de las propiedades del periespíritu, de los fluidos espirituales y de los atributos fisiológicos del alma, abre nuevo horizonte a la ciencia, y da la clave de multitud de fenómenos incomprendidos hasta ahora por no conocer la ley que los rige; fenómenos negados por el materialismo, porque se relacionan con la espiritualidad, cualificados por otros de milagros o de sortilegios, según las creencias. Tales son, entre otras cosas, los fenómenos del sexto sentido, de la vista a distancia, del sonambulismo natural y artificial, de los efectos psíquicos de la catalepsia y del letargo, de la presciencia, de los presentimientos, de las apariciones, de las transfiguraciones, de la transmisión de pensamiento, de la fascinación, de las curaciones instantáneas, de las obsesiones y las posesiones, etc. Demostrando que estos fenómenos reposan en leyes tan naturales como los fenómenos eléctricos, y demostrando las condiciones normales en las cuales pueden reproducirse, el Espiritismo destruye el imperio de lo maravilloso y de lo sobrenatural, y como consecuencia la fuente de la inmensa mayoría de las supersticiones. Si hace creer en la posibilidad de ciertas cosas que algunos ven como quiméricas, impide creer en muchas otras de las que se ha demostrado su imposibilidad e irracionalidad.

41. El Espiritismo, muy lejos de negar o de destruir al Evangelio viene, al contrario, a confirmar, explicar y desarrollar, por las nuevas leyes de naturaleza que revela, todo lo que hizo y dijo Cristo; ilumina las partes oscuras, de tal modo que aquellos para quienes ciertas partes del Evangelio eran ininteligibles, o parecían inadmisibles, las comprenden ahora sin dificultad con la ayuda del Espiritismo, y las admiten; ven mejor el alcance, y pueden separar la realidad de la alegoría; Cristo les parece más grande: ya no es simplemente un filósofo, es un Mesías divino.

42. Si se considera, además, la fuerza moralizadora del Espiritismo por el fin que asigna a todas las acciones de la vida, por las consecuencias del bien y del mal que pone ante nuestros ojos; la fuerza moral, el coraje, los consuelos que da en las aflicciones por la inalterable confianza en el futuro, por el pensamiento de tener cerca de sí a los seres a quien se amó, por la seguridad de verlos de nuevo, por la posibilidad de mantenerse con ellos, por fin por la certeza de que todo lo que hace, de que todo lo que adquiere en inteligencia, en ciencia, en moralidad, hasta la última hora de su vida, no está perdido, que todo se aprovecha para el adelanto, reconocemos entonces que el Espiritismo cumple todas las promesas de Cristo con respecto al Consolador anunciado. Entonces, como es el Espíritu de la Verdad quien dirige el gran movimiento de la regeneración, la promesa de su advenimiento se encuentra también cumplida, porque, por los hechos, es él el verdadero Consolador.

43. Si, a estos resultados, se añade la rapidez inaudita de la propagación del Espiritismo, a pesar de todo lo que se hizo para derribarlo, se puede convenir que su llegada no fue providencial, ya que triunfa sobre todas las fuerzas y sobre la mala voluntad humana. La facilidad con la cual es aceptado por grandes multitudes, y esto sin coacción, sin otros medios que la fuerza de la idea, prueba que responde a una necesidad, la de creer en algo después del vacío cavado por la incredulidad, y que, por consiguiente, vino en su tiempo.

44. Los afligidos existen en gran número; entonces no es sorprendente que tanta gente acoja una doctrina que consuela, prefiriéndola a las doctrinas que desesperan, porque es a los desheredados, más que a los felices del mundo, a quien se dirige el Espiritismo. El enfermo ve llegar al médico con más alegría que el sano; así los afligidos son los enfermos, y el Consolador es el médico.
Usted que combate el Espiritismo, si quiere que lo abandone para seguirle, déme más y mejor qué él; cure mejor las heridas del alma. Dé más consuelo, más satisfacción al corazón, esperanza más legítima, certeza mayor; haga del futuro un cuadro más racional y más seductor; pero no piense llevárselo, usted, con la perspectiva de la nada; usted con la alternativa de las llamas del infierno y de la beata contemplación inútil y perpetua.

45. La primera revelación se personificó en Moisés, la segunda en Cristo, la tercera no lo hizo en ningún individuo. Mientras que las dos primeras son individuales, la tercera es colectiva; este es un carácter esencial de una gran importancia. Es colectiva en el sentido de que no ha sido hecha por privilegio a nadie; que nadie, por consiguiente, puede llamarse el profeta exclusivo. Ha sido hecha simultáneamente sobre toda la Tierra, a millones de personas, de toda edad y de toda condición, desde el más bajo al más alto de la escala, según esta predicción del autor de los Hechos de los Apóstoles: "En los últimos días -dice el Señor- difundiré mi espíritu sobre todo el mundo; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros viejos tendrán sueños”.[4] Esta revelación, no se obtuvo con ningún culto especial, con el fin de servir un día a todos en cualquier lugar de reunión.

46. Las dos primeras revelaciones siendo el producto de una enseñanza personal, forzosamente han sido localizadas, es decir que se efectuaron en un solo lugar, a partir del cual la idea se difundió poco a poco; pero fueron necesarios muchos siglos para que alcanzaran los extremos del mundo, sin llegar a invadirlo por completo. La tercera tiene esto de particular, que no se personificó en un individuo, sino que se produjo simultáneamente sobre millares de puntos diferentes, y que se produjo en círculos y hogares radiantes. Estos puntos se multiplican, sus rayos se unen poco a poco, como los círculos formados por muchas piedras lanzadas al agua; de tal suerte, que en un tiempo dado, acabará por cubrir la superficie entera del globo.
Esta es una de las causas de la propagación rápida de la doctrina. Si hubiese surgido en un solo lugar, si hubiese sido obra exclusiva de un solo hombre, se habría formado una secta alrededor de él; en medio siglo posiblemente no hubiera alcanzado más que los límites del país dónde se hubiese originado, mientras que después de diez años, tiene jalones plantados de un extremo al otro.

47. Esta circunstancia, inaudita en la historia de las doctrinas, da a ésta una fuerza excepcional y una fuerza de acción irresistible; en efecto, si se la oprime en un lugar, en un país, es materialmente imposible oprimirla en todos los lugares, en todos los países. Para un lugar donde será trabada, habrá mil a su lado dónde florecerá. Además, si se ataca a un individuo, no podemos atacar a los Espíritus que son la fuente. Entonces, como los Espíritus están por todas partes, y los habrá siempre, si, por imposible, se llegaba a asfixiarla sobre todo el globo, reaparecería algún tiempo después, porque reposa en un hecho, porque este hecho está en la naturaleza, y porque no se pueden suprimir las leyes de la naturaleza. He aquí aquello de lo que deben persuadirse los que sueñan con la destrucción del Espiritismo.[5]

48. Sin embargo, estos centros diseminados podrían haber quedado mucho tiempo aislados unos de otros, confinados algunos en países lejanos. Hacía falta entre ellos un lazo de unión que los pusiera en comunión de pensamientos con sus hermanos en creencia, y que les diera a conocer lo que se hacía en otro lugar. Este lazo de unión, que habría faltado al Espiritismo en la antigüedad, se encuentra en las publicaciones que están por todas partes, que condensan, bajo una forma única, concisa y metódica, la enseñanza dada en todo lugar bajo formas múltiples y en lenguas diversas.

49. Las dos primeras revelaciones podían ser sólo el resultado de una enseñanza directa; debían imponerse a la fe por la autoridad de la palabra del maestro, los hombres no estaban lo bastante avanzados para contribuir a su elaboración.
Observemos, no obstante, entre ellas un matiz muy sensible que aprecia el progreso de las costumbres y las ideas, aunque que hubieran sido hechas en el mismo pueblo y por el mismo medio, pero con de dieciocho siglos de intervalo. La doctrina de Moisés es absoluta, despótica; no admite discusión y se impone a todo el pueblo por la fuerza. La de Jesús esencialmente es consejera; es aceptada libremente y se impone sólo por la persuasión; es controvertida como la vida misma de su fundador, que no desdeñaba discutir con sus adversarios.

50. La tercera revelación, recibida en una época de emancipación y de madurez intelectual, donde la inteligencia desarrollada no puede relegarse a un papel pasivo, donde el hombre no acepta nada a ciegas, sino que quiere ver donde se le lleva, saber el como y el por qué de cada cosa, debía ser a la vez el producto de una enseñanza y el fruto del trabajo, de la búsqueda y del examen libre. Los Espíritus enseñan sólo lo justo y necesario para encaminar la verdad, pero se abstienen de revelar lo que el hombre mismo puede encontrar, dejándole al cuidado de discutir, de controlar y de someter todo al crisol de la razón, dejándole adquirir a menudo la experiencia a su costa. Le dan el principio y los materiales: a él toca obtener provecho de eso y ponerlos en funcionamiento. (N° 13).

51. Los elementos de la revelación espiritista, habiendo sido revelados en varios puntos simultáneamente, a hombres de toda condición social y de diversos grados de instrucción, evidencian que las observaciones no podían haberse hecho en todas partes con el mismo fruto; que las consecuencias que hay que sacar de ello, la deducción de las leyes que rigen este orden de fenómenos, en una palabra la conclusión que debía sentar las ideas, podía salir sólo del conjunto y de la correlación de los hechos. Además, cada centro aislado, circunscrito en un círculo limitado, no viendo, la mayoría de las veces, más que un orden particular de hechos en apariencia contradictorios muchas veces, generalmente estando en relación sólo con la misma categoría de Espíritus, y, además, siendo frenada por las influencias locales y el espíritu partidista, se encontraría en la imposibilidad material de abrazar el conjunto, y, por esto mismo, sería impotente para relacionar las observaciones aisladas con un principio común. Al apreciar cada uno los hechos hasta el punto de vista de sus conocimientos y de sus creencias anteriores, o de la opinión particular de los Espíritus que se manifiestan, habría habido pronto tantas teorías y sistemas como centros, y ninguno habría podido ser completo, por falta de elementos de comparación y de control. En una palabra, cada uno se habría inmovilizado en su revelación parcial, creyendo tener toda la verdad, por no saber que en cientos de otros lugares se obtenía cuanto más o mejor.

52. Además, es necesario observar que en ninguna parte la enseñanza espiritista ha sido dada de forma completa; toca a un número muy grande de observaciones, de temas muy diversos que exigen conocimiento o aptitudes mediúmnicas especiales, que habría sido imposible reunir en el mismo lugar todas las condiciones necesarias. La enseñanza debía ser colectiva y no individual y los Espíritus dividieron el trabajo diseminando los temas de estudio y de observación, como, en ciertas fábricas, la confección de cada parte del mismo objeto se reparte entre diferentes obreros.
La revelación se hizo así parcialmente, en lugares diversos y por multitud de intermediarios, y es de esa forma que todavía se prosigue en este momento, porque todo no ha sido revelado. Cada centro encuentra, en otros centros, el complemento de lo que obtiene, y son el conjunto y la coordinación de todas las enseñanzas parciales los que constituyeron la doctrina espiritista.
Era pues necesario agrupar los hechos dispersos para ver su correlación, reunir los documentos diversos, las instrucciones dadas por los Espíritus en todos los lugares y sobre todos los temas, para compararlos, analizarlos, estudiar las analogías y las diferencias. Proviniendo las comunicaciones de Espíritus de todo orden, más o menos alumbrados, había que apreciar el grado de confianza que la razón permitía concederles, distinguir las ideas sistemáticas individuales y aisladas de las que tenían la sanción de la enseñanza general de los Espíritus, las utopías de las ideas prácticas; eliminar las que notoriamente fueron desmentidas por los datos de la ciencia positiva y la sana lógica, también utilizar los errores, las informaciones abastecidas por los Espíritus, hasta del piso más bajo, para el conocimiento del estado del mundo invisible, y formar un todo homogéneo. Hacía falta, en una palabra, un centro de elaboración, independiente de toda idea preconcebida, de todo perjuicio de secta, resuelto a aceptar la verdad evidente, aunque ella fuera contraria a sus opiniones personales. Este mismo centro se formó por si mismo, por las circunstancias, y sin intención premeditada.

53. De este estado de cosas, ello resultó en una corriente doble de ideas: unas que van de las extremidades al centro y otras que regresan del centro a las extremidades. Así es como la doctrina pronto marchó hacia la unidad, a pesar de la diversidad de las fuentes de donde emanaba; los sistemas divergentes cayeron poco a poco, por el hecho de su aislamiento, delante de la influencia de la opinión de la mayoría, por no encontrar en ella acogida. Una comunión de pensamientos se estableció desde entonces entre los diferentes centros parciales; hablando la misma lengua espiritual, se comprenden y simpatizan de una parte a la otra del mundo.
Los s se encontraron más fuertes, lucharon con más coraje, marcharon con paso más seguro, cuando ya no se vieron aislados, cuando sintieron un punto de apoyo, un lazo que los unía a la gran familia; los fenómenos de los que eran testigos no les parecieron ya extraños, anormales ni contradictorios, cuando pudieron relacionarlos con leyes generales de armonía, abarcar de una sola mirada el edificio, y ver en todo ese conjunto un fin grande y humanitario.
¿Pero cómo saber si un principio se enseña en todas partes o es sólo el resultado de una opinión individual? Los grupos aislados no están en condiciones de saber lo que se dice en otro lugar, era necesario que un centro recogiera todas las instrucciones para hacer una especie de recuento de votos, y poner en conocimiento de todos la opinión de la mayoría.

54. No existe ninguna ciencia que haya salido en su totalidad del cerebro de un hombre; todas ellas, sin excepción, son el producto de observaciones sucesivas que se apoyan en las observaciones precedentes, como sobre un punto conocido para llegar al desconocido. Así es como los Espíritus procedieron para el Espiritismo; es por eso que su enseñanza es gradual; abordan las cuestiones sólo a medida que los principios en los cuales deben apoyarse están lo bastante elaborados, y a medida que la opinión es madura para asimilarlas. Es hasta notable que cada vez que los centros particulares quisieron abordar cuestiones prematuras, obtuvieron sólo respuestas contradictorias no concluyentes. Cuando, al contrario, el momento favorable vino, la enseñanza se generalizaba y se unificaba casi en la universalidad de los centros.
Hay, no obstante, entre la marcha del Espiritismo y la de las ciencias hay una diferencia capital, es que éstas no alcanzaron el punto dónde llegaron sino después de intervalos largos, mientras que bastaron algunos años para el Espiritismo, si no para alcanzar el punto culminante, por lo menos para recoger una suma bastante grande de observaciones para constituir una doctrina. Esto valora la multitud innumerable de Espíritus que, por la voluntad de Dios, se manifestaron simultáneamente, aportando cada uno el contingente de sus conocimientos. Es resultado de eso que todas las partes de la doctrina, en lugar de ser elaboradas sucesivamente durante varios siglos, lo fueron más o menos simultáneamente en algunos años, y que bastó con agruparlas para formar un todo.
Dios quiso se hiciera así, primero, para que el edificio llegara antes a la cumbre; en segundo lugar, para que se pudiera, por la comparación, tener un control, por así decirlo, inmediato y permanente de la universalidad de la enseñanza, que ninguna parte no tuviera valor y autoridad más que por su enlace con el conjunto, todas debían de armonizarse, encontrar su sitio en el casillero general, y llegar cada una a su tiempo.
No confiando a un solo Espíritu el cuidado de la promulgación de la doctrina, Dios quiso además que tanto el más pequeño como el más grande, entre los Espíritus como entre los hombres, aportara su piedra al edificio, con el fin de establecer entre ellos un lazo de solidaridad cooperativa que faltó a todas las doctrinas obtenidas de una fuente única.
Por otra parte, cada Espíritu, lo mismo que cada hombre, teniendo sólo un conjunto limitado de conocimientos, individualmente eran inhábiles a tratar exprofeso las cuestiones innumerables a las cuales toca el Espiritismo; he aquí también por qué la doctrina, para cumplir las vistas del Creador, no podía ser la obra de un solo Espíritu, ni de un solo médium; podía salir sólo de la colectividad de los trabajos controlados por unos y otros.

55. Un último carácter de la revelación espiritista, y que resalta de las mismas condiciones con las cuales se hace, es que, apoyándose en hechos, es y puede sólo ser esencialmente progresiva, como todas las ciencias de observación. Por su esencia, contrae alianza con la ciencia que, siendo la exposición de las leyes de la naturaleza en un cierto orden de hechos, no puede ser contraria a la voluntad de Dios, el autor de estas leyes. Los descubrimientos de la ciencia glorifican a Dios en lugar de rebajarlo: destruyen sólo las ideas falsas que los hombres edificaron de Dios.
El Espiritismo no pone pues en principio absoluto más que lo se demuestra con la evidencia, o lo que vuelve a obtenerse lógicamente de la observación. Tocando todas las ramas de la economía social, a las cuales presta el apoyo de sus propios descubrimientos, se asimilarán siempre todas las doctrinas progresivas, de cualquiera que sea la orden que sean, llegadas al estado de verdades prácticas, y apartadas del dominio de la utopía, sin esto se suicidaría; dejando de ser lo que es, mentiría en su origen y en su fin providencial. El Espiritismo, marchando con progreso, jamás será desbordado, porque, si nuevos descubrimientos le demuestran que está equivocado sobre un punto, se modificaría sobre este punto; si una nueva verdad se revela, el Espiritismo lo acepta.

56. ¿Cuál es la utilidad de la doctrina moral de los Espíritus, puesto que no es otra que la de Cristo? ¿Necesita el hombre una revelación, y no puede encontrar por si mismo aquello que le es necesario para conducirse?
Desde el punto de vista moral, Dios le dio sin duda al hombre a un guía en su conciencia que le dice: "no hagas a otro lo que no querrías que se te hiciera”. La moral natural está ciertamente inscrita en el corazón de los hombres, pero ¿saben todos leer allí? ¿Jamás negaron sus sensatos preceptos? ¿Que hicieron con la moral del Cristo? ¿Cómo la practican los mismos que la enseñan? ¿No se convirtió en papel mojado, en una bella teoría, buena para otros y no para sí? ¿Le reprocharíais un padre por repetir diez veces, cien veces las mismas instrucciones a sus hijos si no sacan provecho de ellas? ¿Por qué Dios haría menos que un padre de familia? ¿Por qué no enviaría de vez en cuando entre los hombres mensajeros especiales encargados de recordarles sus deberes, y de devolverlos al buen camino cuando se desvían, de abrir los ojos de la inteligencia a los que los cerraron, como los hombres más avanzados envían a misioneros entre los salvajes y los bárbaros?
Los Espíritus no enseñan otra moral que la de Cristo, por la razón que no la hay de mejor. Pero entonces ¿para qué su enseñanza, ya que sólo dicen lo que ya sabemos? Podríamos decir tanto sobre la moral del Cristo, que fue enseñada quinientos años antes que él por Sócrates y Platón, y en términos casi idénticos; de todos los moralistas que repiten la misma cosa en todos los tonos y bajo todas las formas. ¡Pues bien! Los Espíritus vienen simplemente para aumentar el número de moralistas, con la diferencia que, manifestándose por todas partes, se hacen oír tanto en la choza como en el palacio, tanto por los ignorantes como por la gente instruida.
Lo que la enseñanza de los Espíritus añade a la moral del Cristo, es el conocimiento de los principios que conectan otra vez a muertos y vivos, que completan las nociones vagas que había dado del alma, su pasado y su futuro, y que dan como sanción a su doctrina las mismas leyes de la naturaleza. Con la ayuda de las nuevas luces aportadas por el Espiritismo y los Espíritus, el hombre comprende la solidaridad que enlaza a todos los seres; la caridad y la fraternidad se convierten en una necesidad social; el hombre hace por convicción lo que hacía sólo por deber, y lo hace mejor.
Cuando los hombres practiquen la moral de Cristo, entonces podrán decir que no necesitan más de moralistas encarnados o desencarnados; pero entonces Dios ya no se los enviará más.

57. Una de las cuestiones más importantes es una de las que apunté al inicio de esta obra: ¿Cuál es la autoridad de la revelación espiritista, ya que emana de seres cuyas luces son limitadas, y que no son infalibles?
La objeción sería importante si esta revelación consistiera sólo en la enseñanza de los Espíritus, si debiéramos obtenerlo todo exclusivamente de ellos y aceptarlo con los ojos cerrados; no tiene valor hasta el momento en que el hombre le aporta el concurso de su inteligencia y de su juicio; los Espíritus se limitan a encaminarlo hacia deducciones que puede obtener de la observación de los hechos. Además, las manifestaciones y sus variedades innumerables son los hechos; el hombre los estudia y busca la ley; le ayudan en este trabajo los Espíritus de todo orden, que son más bien unos colaboradores que reveladores en el sentido usual de la palabra; somete sus declaraciones al control de la lógica y del sentido común; de esa manera, se beneficia de los conocimientos especiales que se deben a su posición, sin abdicar al uso de su propia razón.
No siendo los Espíritus otros que las almas de los hombres, comunicándonos con ellos no salimos de la humanidad, circunstancia capital que hay que considerar. Los hombres de talento que fueron las antorchas de la humanidad vinieron pues del mundo de los Espíritus, como volvieron allí dejando la Tierra. Desde que los Espíritus pueden comunicarse con los hombres, estos mismos genios pueden darles instrucciones bajo la forma espiritual, como lo hicieron bajo la forma corporal; pueden instruirnos después de su muerte, como lo hacían en su vida; son invisibles en lugar de ser visibles, he aquí toda la diferencia. Su experiencia y su saber no deben ser menores, y si su palabra, como hombres, tenía autoridad, no la debe tener menos porque estén en el mundo de los Espíritus.

58. Pero no son solamente los Espíritus superiores los que se manifiestan, lo hacen los Espíritus de todo orden, y esto es necesario para iniciarnos en el carácter verdadero del mundo espiritual, mostrándonoslo es todos sus aspectos; por ello, las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible son más íntimas, el enlace es más evidente; vemos más claramente de donde venimos y donde vamos: tal es el fin esencial de estas manifestaciones. Todos los Espíritus, cualquiera que sea el grado que hayan alcanzado, nos enseñan alguna cosa, pero como son más o menos alumbrados, nos pertoca discernir lo que hay en ellos de bueno o de malo, y obtener el provecho que contiene su enseñanza; entonces todos ellos, cualesquiera que sean, pueden enseñarnos o revelarnos cosas que ignoramos y que sin ellos no sabríamos.

59. Los grandes Espíritus encarnados son individualidades poderosas, sin disputa, pero cuya acción está restringida y necesariamente se propaga lentamente. Si solo uno de ellos, sea el mismo Elías o Moisés, Sócrates o Platón, hubiera venido en los últimos tiempos a revelarles a los hombres el estado del mundo espiritual, ¿Quién habría probado la verdad de sus aserciones, en este tiempo de escepticismo? ¿No le habríamos visto como un soñador o un utopista? Y admitiendo estuviera en la verdad absoluta, habrían pasado siglos antes de que sus ideas fueran aceptadas por las masas. Dios, en su sabiduría, no quiso fuera así; Quiso que la enseñanza fuera dada por los mismo Espíritus, y no por encarnados, con el fin de convencer de su existencia, y que tuviera lugar simultáneamente en toda la Tierra, sea para propagarlo más rápidamente, sea para que se encontrara en la coincidencia de la enseñanza una prueba de la verdad, teniendo así cada uno los medios de convencerse por si mismo.

60. Los Espíritus no vienen a liberar al hombre del trabajo del estudio y de las búsquedas; no le aportan ninguna ciencia totalmente desarrollada; sobre lo que él mismo puede encontrar, le dejan a sus propias fuerzas; eso es lo que perfectamente saben hoy los espíritas. Desde hace tiempo, la experiencia demostró el error de la opinión que atribuía a los Espíritus todo saber y toda sabiduría, y que bastaba con dirigirse al primer Espíritu venido para conocer cualquier cosa. Salidos de la humanidad, los Espíritus son una de sus caras; así como sobre la Tierra, los hay superiores y vulgares; muchos saben menos científicamente y filosóficamente que ciertos hombres; dicen lo que saben, ni más ni menos; así como entre los hombres, los más avanzados pueden informarnos sobre más cosas, darnos opiniones más juiciosas que los atrasados. Pedir consejo a los Espíritus, no es en absoluto dirigirse a fuerzas sobrenaturales, sino a sus iguales, a los mismos a quienes se habría dirigido en su vida: a sus parientes, a sus amigos, o a individuos más inteligentes que nosotros. He aquí aquello de lo que es importante persuadirse y lo que ignoran los que, no habiendo estudiado el Espiritismo, se hacen una idea completamente falsa sobre la naturaleza del mundo de los Espíritus y de las relaciones de ultratumba.

61. ¿Cuál es pues la utilidad de estas manifestaciones, o si se quiere de esta revelación, si los Espíritus no saben sobre eso más que nosotros, o si no nos dicen todo lo que saben?
Primero, como lo dijimos, se abstienen de darnos lo que podemos adquirir por el trabajo; en segundo lugar, hay cosas que no les está permitido revelar, porque nuestro grado de adelanto no lo contempla. Pero aparte de esto, en las condiciones de su nueva existencia extienden el círculo de sus percepciones; ven lo que no veían sobre la Tierra; libres de las trabas de la materia, libres de las preocupaciones de la vida corporal, juzgan las cosas desde un punto más elevado y por esto mismo más sanamente; su perspicacia alcanza un horizonte más vasto; comprenden sus errores, rectifican sus ideas y se desembarazan de perjuicios humanos.
Es en esto que consiste la superioridad de los Espíritus sobre la humanidad corporal, y que sus consejos pueden ser, en base a su grado de adelanto, más juiciosos y más desinteresados que los de los encarnados. El medio en el cual se encuentran les permite además de iniciarnos en temas de la vida futura que ignoramos, y que no podemos aprender donde estamos. Hasta ese momento, el hombre había creado sólo hipótesis sobre su futuro; es por ello que sus creencias sobre este punto han sido compartidas por sistemas tan numerosos y como divergentes, desde el ateísmo hasta las concepciones fantásticas del infierno y del paraíso. Hoy, son los testigos oculares, los actores mismos de la vida de ultratumba los que vienen decirnos como es, y solo ellos son quienes podían hacerlo. Estas manifestaciones pues sirvieron para hacernos conocer el mundo invisible que nos rodea, y que no sospechábamos; Y este conocimiento, por sí solo sería de una importancia capital, suponiendo que los Espíritus fueran incapaces de enseñarnos nada más.
¿Si vamos a un país nuevo para nosotros, rechazaremos las informaciones del campesino más humilde que encontrásemos? ¿Nos negaríamos a preguntarle sobre el estado del camino, porque es sólo un campesino? Ciertamente no esperaremos de él declaraciones de alto alcance, pero tal, como está en su mundo, podrá, sobre ciertos puntos, informarnos mejor que un sabio que no conocería el país. Sacaremos de sus indicaciones conclusiones que él mismo no podría sacar, pero no habrá sido un instrumento menos útil para nuestras observaciones, aunque hubiera servido solo para darnos a conocer las costumbres de los campesinos. Lo mismo ocurre en las relaciones con los Espíritus, donde el más pequeño puede servir para enseñarnos algo.

62. Una comparación vulgar dará a entender todavía mejor la situación.
Una embarcación cargada de emigrantes se va a un destino lejano; se lleva a hombres de toda condición, parientes y amigos de los que se quedan. Sabemos que esta embarcación naufragó; no quedó ningún rastro, no llegó ninguna noticia sobre su suerte; pensamos que todos los viajeros perecieron, y el duelo está en todas las familias. Sin embargo la tripulación entera, sin exceptuar a un solo hombre, abordó una tierra desconocida, abundante y fértil, donde todos ellos todos viven felices bajo un cielo clemente; pero lo ignoramos. Un día, otra embarcación aborda esa tierra; encuentra allí a todos los náufragos sanos y salvos. La noticia feliz se difunde con la rapidez del relámpago; cada uno se dice: "¡nuestros amigos no están perdidos en absoluto!" y dan gracias a Dios. No pueden verse, pero si comunicarse; intercambian testimonios de afecto, y la alegría sucede a la tristeza.
Tal es la imagen de la vida terrestre y de la vida de ultratumba, antes y después de la revelación moderna; ésta, semejante a la segunda embarcación, nos anuncia la buena noticia de la supervivencia de los que nos son queridos, y la certeza de reencontrarlos un día; la duda sobre su suerte y sobre la nuestra ya no existe; el desaliento desaparece ante la esperanza.
Pero otros resultados vienen para fecundar esta revelación. Dios, juzgando a la humanidad madura para penetrar el misterio de su destino y contemplar conscientemente las nuevas maravillas, permitió que el velo que separaba el mundo visible del mundo invisible fuera levantado. El hecho de las manifestaciones no tiene nada extrahumano; es la humanidad espiritual que viene para conversar con la humanidad corporal y decirle:
"Existimos, pues la nada no existe; he aquí lo que somos, y he aquí lo que seréis; el futuro os pertenece como nos pertenece. Andabais por las tinieblas, venimos para alumbrar vuestro camino y abriros la vía; ibais al azar, os mostramos el fin. La vida terrestre era todo para vosotros, porque no veíais nada más allá; venimos a deciros, mostrándoos la vida espiritual: la vida terrestre no es nada. Vuestra mirada no alcanzaba más allá de la tumba, os mostramos más allá un horizonte espléndido. No sabíais por qué sufrís sobre la Tierra, ahora, en el sufrimiento, veis la justicia de Dios; el bien no tenia fruto aparente en el futuro, en lo sucesivo tendrá un fin y será una necesidad”; la fraternidad era sólo una bella teoría, ahora esta basada en una ley de la naturaleza. Bajo el efecto de la creencia que todo acaba con la vida, la inmensidad está vacía, el egoísmo reina entre vosotros, y vuestro pensamiento es: “cada uno para sí”; con la certeza del futuro, los espacios infinitos se pueblan al infinito, el vacío y la soledad no existen ya en ninguna parte, la solidaridad conecta otra vez a todos los seres más allá de la tumba; es el reino de la caridad con la divisa: "cada uno para todos y todos para cada uno." Finalmente, al fin de la vida decíamos un eterno adiós a los que nos son queridos; ahora, les diremos: "¡hasta la vista!".

Tales son, en resumen, los resultados de la nueva revelación; vino para llenar el vacío cavado por la incredulidad, para levantar corajes abatidos por la duda y la perspectiva de la nada, y para dar a toda cosa su razón de ser. Este resultado es pues insignificante, porque los Espíritus no vienen para resolver los problemas de la ciencia, ni para dar conocimiento a los ignorantes y a las personas perezosas los medios de enriquecerse sin dificultad. Sin embargo, el fruto que el hombre debe recoger de ello no es solamente para la vida futura; gozará de ello sobre la Tierra por la transformación que estas nuevas creencias necesariamente deben obrar sobre su carácter, sus gustos, sus tendencias y, como consecuencia, sobre las costumbres y las relaciones sociales. Poniendo fin al reino del egoísmo, del orgullo y de la incredulidad, preparan el del bien, el que es el reino de Dios anunciado por Cristo.

[1] Ep. 1º, cap. IV, v. 4
[2] Véase Revista Espírita, 1861, páginas 90 y 280
[3] Juan, cap. XIV, XVI ; Mateo, cap. XVII
[4] Ac. cap. II, v. 17
[5] Revista Espírita, Febrero de 1865, página 38: Perpetuidad del Espiritismo

#allankardec #espiritrismo #fengshui #misterio #crecimientopersonal #ovni #ovnis #esoterismo #psicología #religiones #sectas #conspiraciones #templarios #caballerostemplarios #masonería #magia #metafisica #terapiasalternativas #angeles #guiasespirituales #autoayuda #chamanismo