sábado, junio 24, 2023

El Pato Donald y el Budismo Zen

Alejandro Jodorowsky

A veces, leyendo distraídamente un libro, somos sorprendidos por unas líneas que nos sumergen en una especie de benéfico terror.

Parece se que sólo podemos comprender lo que ya conocemos... Gurdjieff dijo que las ideas necesitaban tiempo para ser comprendidas. La conciencia las guarda como un estómago de rumiante y poco a poco las va digiriendo hasta que las nuevas concepciones penetran el total del individuo. Pero, también, a veces, nos meten un “gol psicológico”. Algo nuevo irrumpe bruscamente en nuestro ser saltando toda clase de defensas. Y como toda nueva idea asimilada produce necesariamente un cambio, (“Cambio” igual a “muerte”) por inercia, nos aterramos.

Estos últimos días sentí ese terror de comprensión dos veces. La primera, leyendo “Toutankhamon”, de Cristiane Desroches Noblecourt, (Hachette). La autora, después de dedicar todo un capítulo a desmitificar las leyendas de “venganzas de faraones” que periodistas venales inventaron, termina reconociendo que sólo dos acontecimientos podrían merecer el nombre de “sobrenaturales”. El primero se refiere al apagón que sumió en la oscuridad a todo El Cairo en el mismo instante en que murió Lord Carnavon, el mecenas que protegió al descubridor de la tumba de Tutankamón. Una encuesta llevada a cabo no pudo explicar esta extraña pana de corriente. (La palabra “casualidad” afloró a mi mente. Un hecho fortuito y poéticamente bello, eso es todo, me dije. Pero el segundo hecho me erizó los cabellos). “En Inglaterra, en el momento exacto de la muerte de Lord Carnavon, tomando en cuenta la diferencia de horarios, el perro favorito de éste se puso a aullar sin que nadie pudiera callarlo, hasta que cayó muerto”. Los acontecimientos son reales. Cualquier persona puede verificarlos consultando el libro que mencioné. Si la mente de un perro tiene el poder de viajar de Inglaterra a Egipto y enterarse de la muerte de su amo, ¿Qué no podrá el cerebro humano? ¿He empleado bien la palabra “cerebro”? Responder a mi última pregunta implica relatar cómo sentí el “Terror benéfico” por segunda vez:
Estos últimos días mis lecturas se han concentrado en el libro “Woumen-kouan” (48 koans clásicos del Budismo Zen) y en una selección del Pato Donald. La historieta del “Pato Bombero” corresponde exactamente al mensaje de los koans 42 y 44...

Comencemos por el Pato Donald. He aquí el resumen del cuento: el jefe de los bomberos invita al Pato Donald a formar parte del cuerpo de voluntarios. Se lo cuenta a sus sobrinitos. Estos también quieren participar, pero su tío, considerándolos unos bobos, los obliga a quedarse en casa. Le dan un equipo con la condición de que al escuchar la alarma salga inmediatamente con él hacia el incendio. Si llega puntualmente recibirá una medalla de cobre. El pato, orgullosamente, vacía un cofre diciendo que le servirá para guardar las medallas que va a ganar. Esa noche suena la bocina pero el pato no se despierta. Sus sobrinos lo sacan del sueño. El pato se lanza hacia el incendio olvidando el casco, luego el hacha, luego los pantalones. Cuando logra equiparse ya es tarde. La casa que quería apagar es un montón de escombros y los bomberos ya se han marchado. Al día siguiente lo llama el jefe y le da un puesto menos importante. Le han quitado el hacha y en su lugar le encargan un pequeño extintor. En la noche vuelve a sonar la alarma y el Pato vuelve a quedarse dormido. Lo despiertan sus sobrinos. Esta vez se viste con mucho cuidado pero en su apresuramiento, en lugar de tomar el extintor, agarra una bomba de insecticida. Al tratar de apagar el fuego hace que éste se extienda más. Al otro día el jefe lo rebaja aún de categoría. Ahora apagará el fuego con un costal. Sus sobrinos para ayudarlo deciden organizar en la calle un pequeño incendio para que el tío no se sienta tan deprimido y trabaje. El Pato, mientras tanto, encuentra un paquete de cohetes y los guarda en un bolsillo por estimarlos peligrosos. “Tío, ¡hay un incendio en la calle, debes tomar tu costal y salvar la ciudad!”. El Pato apaga la pequeña fogata pero se le incendia la chaqueta. Corre a su casa. Estallan los cohetes. El salón comienza a incendiarse. Los niños traen una manguera y apagan el fuego. Llega el Jefe de Bomberos y los admite en la compañía. Esa noche al sonar la alarma, los niños se despiertan y gritando “¡Hay que ir deprisa!¡Ningún obstáculo nos detendrá!” parten hacia el incendio en un modernísimo carro equipado con todos los adelantos, mientras de pie, en la calle, con su miserable costal en la mano, el Pato Donald los ve alejarse, murmurando “¡Tienen mucha suerte!”.

En esta fábula se presentan muchos temas, desde el héroe que se duerme, hasta la lucha contra el fuego prometeico, pasando por la eliminación de objetos como camino de llegar al Yo original.

Quisiera citar la epopeya de Gilgamesh. En la tableta once un inmortal, para probarle Gilgamesh su propia debilidad, le recomienda que trate de no dormir durante seis días y siete noches. Gilgamesh cierra levemente los ojos y se duerme. El Inmortal dice a su mujer: “Mira a este hombre que quiere vivir eternamente y que no es capaz ni siquiera de liberarse del sueño. Cuando se despierte, va a negar que se ha dormido porque todos los hombres son mentirosos. Tú le proporcionarás la prueba de lo contrario. Cada día fabrica un pan y ponlo al lado suyo”. Al séptimo día, el Inmortal despierta a Gilgamesh. Este dice furioso: “¡Cómo, apenas entrecierro los ojos un momento y ya me empujas para despertarme!”. Pero cuando le muestran los panes, el primero más podrido que los recién fabricados, Gilgamesh se da cuenta que ha dormido seis días y siete noches...

Este mentirse a sí mismo lo describe magistralmente Dostoievski en “Crimen y Castigo”. Un preso condenado a muerte, quiere dormir toda su última noche. Se despierta un minuto. En ese minuto se despierta también un perro que ladra un minuto. Ambos se duermen. Horas más tarde pasa lo mismo: El preso se despierta un minuto al mismo tiempo que el perro ladra un minuto. Al amanecer sucede lo mismo por tercera vez. El preso se despierta en la mañana diciendo que no pudo dormir porque toda la noche ladró un perro.

A juzgar por los textos mesopotámicos, la más antigua preocupación de los hombres es “despertar totalmente”. Todas las doctrinas esotéricas subrayan esta “maña” del hombre que le hace unir sus pequeños estados de conciencia, como el prisionero de Dostoievski, y olvidar que entre ellos hay grandes lagunas de sueño. La totalidad del Budismo Zen está basada en este despertar o iluminación llamada “Satori”. “No hay Zen sin Satori que es el alfa y el omega del Budismo Zen. El Zen desprovisto de Satori es como un sol sin luz ni calor... El satori puede ser definido como una mirada intuitiva en la naturaleza de las cosas en contraste con la comprensión lógica o analítica. Prácticamente significa el descubrimiento de un mundo nuevo, desapercibido hasta ahora a causa de la confusión de un espíritu formado en el dualismo. Al alcanzar el satori, todo lo que nos rodea es visto bajo un ángulo de percepción hasta ahora desconocido. Para los que obtienen el satori, el mundo cambia.... (“Essais sur le bouddhisme zen” D. T. Suzuki, Editions Albin Michel).

Pasemos al Koan 44: “El bastón de Pa-Tsiao”. El maestro Pa-Tsiao dice a los monjes en su sermón: “Si tenéis un bastón, os doy el bastón. Si no tenéis bastón, os quito el bastón”.

Estas mismas frases se encuentran casi idénticas en el Nuevo Testamento. “Porque se le dará a aquel que tiene y tendrá abundancia; pero a aquel que no tiene se le quitará incluso lo que tiene”. (San Mateo, 13, 12; 25, 29). “Cuidado con la manera con que escucháis, porque a aquel que tiene se le dará y a aquel que no tiene incluso lo que crea tener le será arrebatado”. (San Lucas, 8, 18; 19, 26).

Analicemos estas frases a la luz del Pato Donald. Nuestro personaje recibe un “llamado” pidiéndole que apague el fuego. Se le da un bastón sagrado en forma de un hacha. (Todos los maestros budistas zen usan en sus sermones este bastón que tiene su raiz en el Tao. El Taoísmo elige este símbolo extrayéndolo del reloj de sol. Se enterraba una varilla en la tierra y siguiendo el cambio de la sombra se podía ver la hora, el cambio de día en noche, de verano en invierno. El bastón estaba en medio de la luz y la sombra ya a través de su presencia las dos poderosas fuerzas del Universo, Yin y Yang se manifestaban. El bastón entonces venía a significar el Yo original. Un bastón que por más que se alargue nunca llega a la sobre abundancia; por más que se ale acorte nunca se agota. Como dice Nicolás de Cues, el “Máximo absoluto y el Mínimo absoluto coinciden”...). Al recibir el llamado místico, el Pato Donald peca por orgullo. Rompe la ley: “Piensa en la obra y no en fruto” (Bagavadghitta). Se pavonea con los frutos que va a obtener: un puesto de gran responsabilidad del que su yo narcisístico sacara caricias y una medalla de bronce. (Si fuera un verdadero valor, la medalla sería de oro). Piensa además guardar estos premios en un baúl, símbolo de su ego cerrado. La idea del premio ha aterrado a todos los santos. Siempre piden que se les dé el infierno por miedo a amar a Cristo sólo por deseo de obtener el paraíso y no por Él mismo. Los sobrinos que encarnan la lucha generacional, - son los nuevos ejemplares de hombres, jóvenes, asociados en grupo- (“mejores son dos que uno, porque si uno cayere ¿Quién lo levantara?” “Un haz de varillas no presto se rompe” Eclesiastés)- representan al moderno pensamiento colectivo, a la gestalt, a la realización social antes que individual. Ellos son tres y a la vez uno. Hablan una frase dividiéndose las palabras. Así: A.-“Suena la alarma... B.- ... y el tío debe... C.- estar dormido”. Estos sobrinos relegados por el pensamiento ególatra son los que despiertan al sonar de la alarma. Son los que se preocupan de apagar el fuego anónimamente, son los que piensan en la obra y, por último, son los que tratan de ayudar al Otro. Ellos “tienen” y por eso se les da el mejor carro de bomberos. El pato Donald “no tiene”. Por eso mismo se le va quitando. Al final ni siquiera puede apagar el fuego que hay en él mismo. Este fuego interior pide agua, ¿Qué significa esto?

Tellarhd de Chardin nos da la respuesta: “El fuego, este principio del ser... Al comienzo había el Verbo... no había el frío ni las tinieblas; había el Fuego... y por la virtud de su inmersión en el seno del Mundo, las grandes aguas de la materia, sin un temblor, se cargaron de vida. Nada tembló, en apariencia, bajo la inefable transformación. Y sin embargo, misteriosa y realmente, al contacto de la sustancial Palabra, el Universo, inmensa Hostia, se hizo Carne. Toda materia está desde ahora encarnada, Dios mío, por tu encarnación”.

El llamado de la Palabra-Fuego Divino necesita del Pato Donald para que este la riegue el agua de su materia. El Pato, al dormirse, no deja que se provoque la comunión y al no apagar el fuego, la divinidad no puede encarnarse en él.

Pasemos al Koan 42. “La mujer sale de su concentración”. Una mujer cae en concentración junto a Buda. Otros santos se quejan porque ella merece este honor de estar junto al Buda. Ese les dice que la saquen de su meditación. Ninguno puede. Llama al buda a “Ignorancia”. Este se acerca a la mujer, hace su sonar sus dedos y ella se despierta inmediatamente.

El contenido es muy claro: ni la ciencia no la discusión ni la investigación pueden dar el Satori. Sólo la Ignorancia, sin forma, lo encuentra. Houang-Po dice en su “Esencia de la ley que se transmite por el espíritu”: “Incluso si todas las divinidades pasan sobre las arenas del Ganges, estas no son felices. Incluso si todos los corderos, insectos y hormigas pasan hollándolas con sus pies, las arenas no se encolerizan. Las arenas no desean ni envidian tesoros maravillosos y perfumes refinados. Las arenas tampoco odian las carroñas ni las basuras malolientes. Este espíritu es el espíritu sin conciencia”.

El Pato Donald, moderno Prometeo, recibe el llamado para que apague su pequeña hoguera mental, producto de unos cuantos cohetes, y se sumerja en el gran fuego-inconsciente-universal. Es evidente que la anormalidad del exceso de pensamiento dualístico, hace sufrir al hombre. He aquí por qué el Pato chilla cuando se le comienza a quemar la casa. Necesita el satori, pero le teme. Deja la oportunidad y tristemente, aferrado a su costal filosófico, ve alejarse a las nuevas generaciones diciendo para consolarse: “¡Tienen mucha suerte1”. Creyendo que ellos no obtuvieron por un trabajo interior constante que respondía a todas las llamadas, sino que sin trabajar les dieron.

¡Pobre Pato Donald! Todo se le irá quitando, porque, aferrado a sus concepciones mentales anquilosadas, espera que le den, sin trabajar por lograrlo.

¿Y cómo lograr? El camino para el Pato Donald está trazado en el cuento: debe dedicarse a limpiar su baúl, arrojando de él todas las medallas de cobre.

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