A pesar de los muchos años en que estuvo ofreciendo
pláticas públicas en los Estados Unidos, Krishnamurti no había hablado en
Washington, D.C. Cuando accedió a hacerlo en abril de 1985, fue en cierto
sentido para un auditorio nuevo, al cual quiso comunicar tanto como fuera
posible de su enseñanza, condensándolo todo en sólo dos pláticas.
En ambos días, el salón estuvo colmado de una variedad de oyentes seriamente interesados y, a medida que Krishnamurti hablaba, parecía haber una respuesta intangible, una calidad en la que los oyentes se unían a través de lo que Krishnamurti les comunicaba. Él lo percibió, y aunque habría otras pláticas antes de su muerte, acaecida diez meses después, en esos dos días de abril de 1985, a la edad de noventa años, Krishnamurti habló desde la cumbre de su enseñanza y de su vida.
PRIMERA PLÁTICA
Esta no es una conferencia sobre algún asunto en particular
de acuerdo con ciertas disciplinas científicas o filosóficas. Las conferencias
son para informar o instruir acerca de un determinado tema, pero no es eso lo
que vamos a hacer. Así que ésta no es una conferencia, ni es una forma de entretenimiento.
En este país especialmente, está uno muy acostumbrado a que se le entretenga, a
que se le divierta. Tanto en la plática de esta tarde como en la de mañana en
la mañana, vamos más bien a conversar juntos acerca de nuestra existencia desde
el momento en que nacemos hasta que morimos.
En ese periodo de tiempo, ya sea de cincuenta, noventa o cien años, pasamos por toda clase de problemas y dificultades. Tenemos problemas económicos, sociales y religiosos; problemas de relación personal, problemas de realización individual, deseando encontrar nuestras raíces en uno u otro lugar. Y tenemos innumerables heridas psicológicas, temores, placeres, sensaciones. Hay mucho miedo en todos los seres humanos, mucha ansiedad, incertidumbre, y una constante persecución del placer; y todos los seres humanos en esta bella tierra sufren también mucho dolor, mucha soledad. Juntos, vamos a conversar sobre todo eso, y sobre el lugar que la religión ocupa en la vida moderna. También vamos a considerar juntos la cuestión de la muerte; y veremos qué es una mente religiosa y qué es la meditación. ¿Hay algo más allá del pensamiento, hay algo sagrado en la vida, o todo es materia y por eso llevamos una vida materialista?...
Así que, como dijimos, ésta no es una conferencia. Es una
conversación entre ustedes y quien les habla, una conversación en la que no hay
implicación alguna de nuevas teorías, ideas y desatinos exóticos. Lo que vamos
a hacer, si tienen ustedes la amabilidad, es considerar juntos, como dos
amigos, nuestros problemas. Aunque no nos conocemos el uno al otro, vamos a
hablar, a discutir, a conversar -lo cual es mucho más importante que ser
instruidos mediante una conferencia o que se les diga lo que deben hacer, en
qué deben creer, en qué deben confiar, y todas esas cosas-. Por el contrario,
vamos a observar -imparcialmente, impersonalmente, sin anclarnos en ningún
problema o teoría en particular- lo que la humanidad le ha hecho al mundo y lo
que nosotros, seres humanos, nos hemos hecho el uno al otro. Haremos juntos un
viaje muy largo y complejo, porque es responsabilidad de ustedes así como de
quien les habla, que recorramos juntos, que miremos e investiguemos juntos el
mundo que hemos creado.
La sociedad en que vivimos es producto del hombre. Cada uno
de nosotros ha contribuido a ella. Y si están ustedes dispuestos, y
aparentemente tienen que estarlo porque se encuentran aquí y yo me encuentro
aquí, vamos a emprender este viaje largo y complejo. La vida es muy compleja.
Nos gusta mirar la complejidad y complicarnos más y más. Nunca miramos nada
sencillamente con nuestros cerebros, con nuestros corazones, con todo nuestro
ser. Hagamos, pues, juntos el viaje. Quien les habla expresa en palabras lo que
ocurre, y lo hace de una manera objetiva, clara y totalmente imparcial. Hemos
vivido en esta tierra por muchos milenios. Y durante esos largos períodos de
tiempo, la humanidad ha sufrido soledad, desesperación, incertidumbre,
confusión, múltiples opciones y, por tanto, múltiples complejidades; y ha
habido guerras -no sólo las sangrientas guerras físicas, sino también las
guerras psicológicas. Y la humanidad se ha preguntado si puede haber paz en la
tierra. Pero, aparentemente, esta paz no ha sido posible. Hay cerca de cuarenta
guerras que tienen lugar en nuestros días, guerras ideológicas, teóricas,
económicas, sociales. Durante los tiempos históricos, tal vez por unos cinco o
seis mil años, ha habido guerras prácticamente coda año. Y también ahora nos
estarnos preparando para las guerras. Dos ideologías -la comunista y la que
llamamos democrática- en guerra discutiendo sobre la clase de implementos que
debemos usar, sobre control de armamentos y todas esas cosas. La guerra parece
ser el destino común de la humanidad. Uno observa la acumulación de armamentos
en todo el mundo, desde la nación o tribu más pequeña y diminuta hasta una
sociedad altamente refinada y opulenta como la de ustedes. ¿Cómo podemos tener
paz en la tierra? ¿Es eso posible en modo alguno?
Se ha dicho que no hay paz en la tierra, que sólo la hay en
el cielo. Esto se repite de distintos modos, tanto en Oriente como en
Occidente. Los cristianos han matado más que nadie en la tierra. Observemos
estos hechos, estas realidades, sin tomar partido. Y están las diferentes
religiones: en el budismo no hay dios; en el hinduismo, alguien calculó que hay
alrededor de trescientos mil dioses. Esto es bastante divertido, uno puede
elegir el dios que más le agrade. En el cristianismo y en el Islam hay un solo
dios, que se basa en dos libros la Biblia y el Corán. Y así las religiones han
dividido al hombre, tal como el nacionalismo, que es una forma de glorificación
tribal, ha dividido al hombre -nacionalismo, patriotismo, fervor religioso-. Y
los fundamentalistas en Medio Oriente, aquí y en Europa, están reviviendo sus
tradiciones religiosas. No se si alguna vez han considerado ustedes la palabra
revivir. Uno sólo puede revivir algo que está muerto o muriendo. No puede
revivir una cosa viva.
El hombre siempre ha estado en conflicto, puesto que todos
en este mundo pasamos por toda clase de desdicha, de dolor, de angustia, de
desesperada soledad; y anhelamos escapar de todo eso. Vamos, pues, a observar
juntos este fenómeno extraordinario: cómo, después de estos miles de años,
seguimos siendo bárbaros -crueles, vulgares, llenos de ansiedad y odio-. Y la
violencia crece en el mundo. Así que uno se pregunta: ¿Puede haber paz en la
tierra? Porque sin paz -primeramente en lo interno, en lo psicológico- el
cerebro no puede florecer, los seres humanos no pueden vivir de un modo
completamente holístico.
¿Por qué, pues, después, de esta larga evolución -durante
un periodo en que hemos adquirido una experiencia inmensa, conocimientos y
muchísima información- por qué, como seres humanos, estamos perpetuamente en
conflicto? Esa es la verdadera pregunta. Porque cuando no hay conflicto, hay
naturalmente paz. Y el hombre... por favor, cuando uso la palabra ‘hombre’ no
estoy excluyendo a la mujer, no se alteren al respecto... Y, si puedo
señalarlo, no se enojen, no se irriten con lo que juntos estamos investigando.
Es responsabilidad de ustedes inquirir, no meramente de modo intelectual,
verbal, sino con todo el corazón, con el cerebro, con la totalidad del ser, y
descubrir por qué somos lo que somos.
Hemos probado diversas religiones, numerosos sistemas
económicos y sociales, y seguimos viviendo en conflicto. ¿Puede este conflicto
que hay en cada uno de nosotros terminar completamente, no de manera parcial ni
ocasional? Es una pregunta muy seria, y exige una respuesta seria. No digan que
es posible o imposible; investiguen muy profundamente por qué los seres
humanos, incluidos ustedes, y tal vez quien les habla, viven en perpetuo
conflicto, con problemas y divisiones. ¿Por qué hemos dividido el mundo en
nacionalidades, grupos religiosos, organizaciones sociales, etcétera? ¿Podemos
esta tarde investigar seriamente si es posible terminar con el conflicto? En
primer lugar, psicológicamente, internamente, porque si hay cierta cualidad de
libertad en lo interno, entonces crearemos una sociedad libre de conflictos.
Por lo tanto, es nuestra responsabilidad como seres humanos -como lo que
llamamos individualidades- dedicar seriamente nuestros cerebros, nuestra
energía, nuestra pasión, a descubrir por nosotros mismos (no de acuerdo con
algún filósofo o psiquiatra), si este conflicto entre los seres humanos puede
llegar a su fin.
¿Qué es el conflicto? ¿Por qué hemos vivido en conflicto?
¿Por qué tenemos problemas? Por favor, investiguen estas preguntas con quien
les habla. ¿Qué es un problema? El significado etimológico de esa palabra es
‘algo que le lanzan a uno, un reto, algo a lo que uno tiene que responder.
Cuando ustedes son niños, se les envió a la escuela; ahí
tienen problemas de escritura, de matemáticas, historia, ciencia, química, etc.
Así que desde la infancia los educan para tener problemas. (Por favor, tengan
paciencia, consideren esto cuidadosamente). El cerebro de ustedes está
condicionado, adiestrado, educado para tener problemas. Obsérvenlo por sí
mismos, y por favor, no escuchen meramente a quien les habla. Estamos
investigando juntos, examinando juntos los problemas que tenemos. De modo que,
desde la infancia, se nos adiestra, se nos educa y condiciona para tener
problemas; y cuando surgen nuevos problemas -lo que inevitablemente ocurre-
nuestro cerebro, estando lleno de problemas, trata de resolver otro problema,
con lo cual multiplica los problemas, que es lo que está sucediendo en el
mundo. Los políticos en todo el mundo están multiplicando problema tras problema.
Y no han encontrado la respuesta.
¿Es posible, entonces, tener un cerebro que esté libre, de
modo que uno pueda resolver problemas? Un cerebro libre, no confuso y
atiborrado de problemas. ¿Es eso posible? Si dicen que es imposible o que es
posible, han dejado de investigar. Lo importante en esta investigación es tener
muchas dudas, mucho escepticismo, sin aceptar jamás nada por su valor aparente
o según el propio placer o la propia gratificación. La vida es demasiado seria.
Por lo tanto, debemos investigar no sólo la naturaleza del
conflicto y de los problemas, sino tal vez algo que puede ser mucho más
importante por donde quiera que uno vaya en el mundo, todos los seres humanos
que habitan esta tierra, vivan donde vivan, pasan por toda clase de
sufrimientos. Millones han derramado lágrimas, con alguna que otra risa
ocasional. Todos los seres humanos en esta tierra han experimentado una gran
soledad, desesperación, ansiedad, confusión, incertidumbre, igual que ustedes
-todos los seres humanos, negros, blancos, morados o del color que ustedes
prefieran-. Psicológicamente, éste es un hecho, una realidad, no algo inventado
por quien les habla. Esto es observable; pueden verlo en cada rostro de esta
tierra. De modo que, psicológicamente, cada uno de ustedes es el resto de la
humanidad. Pueden ser altos, bajos, negros o blancos, pero psicológicamente son
la humanidad. Por favor, entiendan esto, no intelectualmente o ideológicamente
o como una hipótesis, sino como una realidad, una realidad candente: en lo
psicológico, son el resto de la humanidad. Por lo tanto, psicológicamente, no
son individuos. Aunque las religiones -excepto quizá partes del hinduismo y del
budismo- hayan abrigado, alentado el sentido del desarrollo individual, de la
salvación de las almas individuales y todo eso, en realidad la conciencia de
uno no es ‘su’ conciencia. Es la del resto de la humanidad, porque todos
pasamos por la misma molienda, por el mismo conflicto inacabable.
Cuando ustedes comprenden esto, no emocionalmente, no como
un concepto intelectual sino como algo efectivo, real, verdadero, entonces no
matarán a otro ser humano; jamás matarán a otro, ya sea verbalmente,
intelectualmente, ideológicamente o físicamente, porque entonces se están
matando a sí mismos. Pero la individualidad ha sido fomentada en todo el mundo.
Cada cual está luchando para sí mismo, para su éxito, para su logro; está
persiguiendo sus deseos y creando estragos en el mundo. Tengan la bondad de
comprender muy cuidadosamente esto. No estamos diciendo que cada individuo es
importante: al contrario. Si ustedes se interesan en la paz global, no sólo en
la propia pequeña paz dentro del corral -las naciones se han convertido en el
corral-, si se interesan realmente, como la mayoría de las personas serias debe
interesarse, en que son el resto de la humanidad, esa es una responsabilidad
muy grande.
Debemos, pues, volver y averiguar por nosotros mismos por
qué los seres humanos han reducido el mundo a lo que es ahora. ¿Cuál es la
causa de todo esto? ¿Por qué hemos hecho tal confusión de todo lo que tocamos?
¿Por qué hay conflicto en nuestras relaciones personales? ¿Por qué hay
conflicto entre dioses: el dios de ustedes y el dios de los otros? Debemos,
pues, investigar juntos si es posible terminar con el conflicto. De lo
contrario, jamás tendremos paz en este mundo.
Mucho antes del cristianismo se hablaba de paz en la
tierra. Mucho antes del cristianismo se rendía culto a los árboles, a las
piedras, a los animales, al relámpago, al sol; no habla sentido alguno de dios,
porque se consideraba a la tierra como la madre que debía ser adorada,
preservada, tratada con suavidad -no destruida como ahora lo estamos haciendo-.
Investiguemos, pues, juntos todo esto -por favor, quiero
decir juntos, no que yo investigue y ustedes escuchen casualmente asintiendo o
disintiendo-. ¿Podríamos esta tarde descartar toda esta idea del asentir y del
disentir? ¿Lo harán ustedes, de modo que todos podamos mirar las cosas como
son, no como ustedes piensan que son -no según la idea o el concepto que tienen
acerca de lo que es-, sino sencillamente mirarlas? Si es posible, mirarlas no
verbalmente. Eso es mucho más difícil.
En primer lugar, éste es el mundo real en que vivimos.
Ustedes no pueden escapar de él a través de los monasterios, a través de las
experiencias religiosas -y uno tiene que dudar de todas sus experiencias-. El
hombre ha hecho todo lo posible en la tierra para escapar de la realidad del
vivir cotidiano con todas sus complejidades. ¿Por qué tenemos conflicto en la
relación entre hombre y mujer -división sexual, sensoria? En esta relación
peculiar, el hombre está persiguiendo su propia ambición, su propia codicia,
sus deseos, su realización personal, y lo mismo hace la mujer. No sé si se han
percatado de todo esto por sí mismos. Hay, pues, dos seres ambiciosos,
impulsados por el deseo, dos líneas paralelas que jamás se encuentran excepto
tal vez sexualmente. ¿Cómo puede haber relación alguna entre dos personas
cuando cada una está persiguiendo sus propios deseos, sus propias ambiciones,
su propia codicia?
A causa de esta división, en una relación así no hay amor.
Esa palabra ‘amor ha sido estropeada, despreciada, degradada; se ha convertido
en algo meramente sensual, placentero. El amor no es placer. El amor no es algo
producido por el pensamiento; no depende de la sensación. ¿Cómo, pues, puede
haber una relación correcta, verdadera entre dos personas, cuando cada cual
toma en cuenta su propia importancia? El interés propio es el principio de la
corrupción, de la destrucción, ya sea que opere en el político o en el hombre
religioso; el interés propio domina el mundo y, por lo tanto, hay conflicto.
Donde hay dualidad, separación, como el árabe y el judío,
como el cristiano que cree en cierto salvador y el hindú que no cree en todo
eso, tenemos esta división -división nacional, división religiosa, divisiones
individuales-. Donde hay división tiene que haber conflicto. Es una ley. Por lo
tanto, vivimos nuestra vida diaria en un pequeño y restringido yo, un yo
limitado. El yo siempre es limitado, y esa es la causa del conflicto. Ese es el
núcleo central de nuestra lucha, de nuestras penas, ansiedades y todo lo demás.
Uno se da cuenta de eso, como casi todos debemos advertirlo
naturalmente, no porque nos hablen al respecto o porque hayamos leído algunos
libros de filosofía o psicología, sino porque ése es un hecho real: cada cual
está interesado en sí mismo. Vive en un mundo separado, todo para él solo. Y,
en consecuencia, hay división entre uno y otro, entre uno y su religión, entre
uno y su dios, entre uno y sus ideologías. ¿Es, entonces, posible comprender
-no intelectualmente sino profundamente- que uno es el resto de la humanidad?
Cualquier cosa que uno haga, buena o malas afecta al resto de la humanidad
porque uno es la humanidad.
La conciencia de cada uno de nosotros no es ‘nuestra’.
Nuestra conciencia está compuesta de su contenido. Sin el contenido no hay
conciencia. La conciencia de cada uno de nosotros, como la del resto de la
humanidad, está compuesta de creencias temores, fe, dioses, ambiciones
personales. Nuestra conciencia se compone de todo esto, es producto del
pensamiento.
Uno espera que hayamos emprendido el viaje juntos, que
juntos estemos recorriendo el mismo camino -no que ustedes estén escuchando una
serie de ideas-. No vamos tras ideas o ideologías, sino que nos enfrentamos a
la realidad, porque en la realidad y en el ir más allá de esa realidad, está la
verdad. Y cuando hay verdad, ésta es algo sumamente peligrosa. La verdad es muy
peligrosa porque produce una revolución en uno mismo.
Es bueno formular preguntas. Pero, ¿a quién le están
ustedes formulando la pregunta? ¿Se la formulan a quien les habla? Eso
significa que esperan de él una respuesta. Entonces dependen de quien les
habla. Entonces dan origen a los gurús. ¿Alguna vez han investigado la cuestión
de por qué formulamos preguntas? No es que no deban hacerlo, pero estamos
investigando. Supongamos que le preguntan algo a quien les habla y él responde
a ello; o bien aceptan esa respuesta o la rechazan. Si la respuesta les
satisface porque está de acuerdo con el condicionamiento o el trasfondo de
ustedes, dicen: “Si, estoy enteramente de acuerdo con usted”. O, si no están de
acuerdo, dicen: “¡Qué disparate!” Pero si empiezan a inquirir en la pregunta
misma, ¿está la respuesta separada de la pregunta? ¿O la respuesta reside en la
pregunta misma? El perfume de una flor es la flor. La propia flor es la esencia
de ese perfume. ¡Pero dependemos tanto de otros para que nos ayuden, nos
alienten, para que resuelvan nuestros problemas! Por lo tanto, desde nuestra
confusión creamos la autoridad, los gurús, los sacerdotes. Así que, por favor,
es bueno formular preguntas. Yo no sé si han investigado esto. ¿Saben?, hemos
perdido el arte de la investigación, de la discusión: no tomar partido sino
mirar las cosas. Es algo muy complejo; quizá no sea ésta 1a ocasión apropiada
para investigarlo.
También deben ustedes investigar por qué nos sentimos
psicológicamente lastimados desde la infancia. Casi todos nosotros tenemos
heridas psicológicas, y desde esas heridas -conscientes o no- surgen muchos de
nuestros problemas. En un niño, la herida se produce a causa de un regaño, o
porque le dicen algo feo, brutal, violento. Cuando uno dice, “Me siento
herido”, ¿quién el que se siente
herido? ¿Es la imagen que uno ha construido de sí mismo la que se siente
herida, la psique? Por favor, quien habla no ha leído ninguno de los libros de
psicología ni libros filosóficos o religiosos, él sólo está investigando con
ustedes. La psique es el ‘yo’, y el yo es la imagen que he construido de mí
mismo. No hay nada espiritual al respecto. Esa es otra palabra fea:
“espiritual”. De modo que es la imagen la que se siente lastimada, y esa imagen
la llevamos con nosotros a lo largo de toda nuestra vida. Si una imagen no es
agradable, nos formamos otra imagen que si es agradable, la fomentamos
-sentimos que vale la pena, que es significativa y da un sentido intelectual a
nuestra vida.
¿Es posible vivir en esta tierra sin tener ni una sola
imagen, de nadie, incluyendo a Dios -si es que tal entidad existe-. Ninguna
imagen de la esposa, de los hijos, del marido, etc.? No tener ni una sola
imagen. Entonces es posible no ser lastimados jamás.
Y también, como nuestro tiempo es limitado, debemos
investigar cuidadosamente si es posible estar libres del miedo. Esta es
realmente una pregunta importante No es que yo la esté formulando por ustedes,
sino que ustedes se preguntan esto a sí mismos: ¿Es posible, viviendo en una
sociedad moderna con toda la brutalidad, con toda la tremenda violencia en
aumento creciente, estar libres del miedo? Esto es enteramente distinto del análisis.
Sólo observar sin distorsión alguna: observar, por ejemplo, esta sala, cuántas
filas hay, observar cómo viste el vecino junto a uno, cómo habla, su rostro;
sólo observar, no criticar, no evaluar ni juzgar, sino observar. Observar un
árbol, observar la luna y el rápido correr de las aguas. Cuando observan así,
entonces se preguntan a sí mismos: ¿Qué es la belleza?
En las revistas se habla mucho de la belleza: cómo ser
bellos, el rostro, el cabello, el color de la piel, etcétera. ¿Qué es, entonces,
la belleza? ¿Está en el cuadro, en la pintura, en la extraña estructura
moderna? ¿Está la belleza en un poema? ¿Está meramente en el rostro y en el
cuerpo físico? ¿Se han formulado alguna vez esta pregunta? Si uno es un artista
o un poeta o un hombre de letras, puede describir algo muy bellamente, pintar
algo muy hermoso, escribir un poema que conmueve realmente todo nuestro ser.
¿Qué es, pues, la belleza? ¿Han advertido alguna vez que cuando le dan un
juguete bonito, complicado, a un niño desobediente que está gritando,
agitándose, él queda completamente absorto en el juguete y toda su
desobediencia cesa porque está absorto? Cuando estamos absortos, abstraídos en
un poema, en un rostro, en una pintura, ¿es belleza esa abstracción? Cuando
miro una montaña maravillosa coronada por las nieves eternas, con su contorno
recortado contra el cielo azul, por un segundo la inmensidad de esa montaña
aleja al yo con todos mis problemas, toda mi ansiedad. Ante la majestad de las
grandes rocas y de los hermosos valles y ríos, en ese momento, el yo está
ausente. Así, la montaña ha alejado al yo, tal como el juguete aquieta al niño.
Esa montaña, ese río, la profundidad de los valles azules, disipan por un
segundo todos nuestros problemas, nuestras vanidades y afanes. Entonces
decimos: “¡Qué bello es eso!” ¿Pero existe la belleza sin que uno esté absorto
por cosa alguna? O sea, la belleza está donde no está el yo.
No se duerman, por favor. Tal vez hayan tenido ustedes un
buen almuerzo -espero que si-, pero éste no es el lugar para dormir. Es el
problema de ustedes, la vida de ustedes, no la vida de quien les habla; es de
la vida de ustedes, de sus vanidades, de sus desesperanzas, de sus penas que
estamos hablando. Así que manténganse despiertos por otros veinte o treinta minutos,
si es que les interesa.
Por lo tanto, la belleza está ahí cuando el yo no está. Y
eso requiere gran meditación, mucha investigación y un sentido tremendo de
disciplina. La palabra ‘disciplina’ quiere decir ‘el discípulo que aprende del
maestro’. Aprender, no disciplinar, como ocurre cuando se adaptan, cuando se
ajustan, cuando imitan, sino aprender. El aprender trae su propia y
extraordinaria disciplina, y la disciplina es necesaria para que haya un
sentido interno de austeridad.
Y ahora tenemos que investigar juntos lo que es el miedo.
¿Qué es el miedo? La humanidad ha tolerado el miedo. Jamás ha sido capaz de
resolverlo. Jamás. Hay distintas formas de miedo; uno puede tener su propio
miedo particular: miedo a la muerte, miedo a los dioses, miedo al demonio,
miedo a la propia esposa o al marido, miedo a los políticos -sabe dios cuántos
miedos tiene la humanidad-. ¿Qué es el miedo? No la mera experiencia del miedo
en sus múltiples formas, sino la realidad del miedo, el miedo efectivo. ¿Cómo
se origina el miedo? ¿Por qué la humanidad, que es cada uno de nosotros, aceptó
el miedo como una forma de vida? Hay violencia en la televisión, violencia en
nuestra vida cotidiana, y la violencia final del asesinato organizado que
llaman guerra. ¿Acaso no está el miedo relacionado con la violencia?
Estamos explorando el miedo, la verdad efectiva del miedo,
no la idea del miedo, ¿comprenden la diferencia? La idea del miedo es diferente
de la realidad del miedo, ¿correcto? Entonces, ¿qué es el miedo? ¿Cómo se ha
originado? ¿Cual es la relación del miedo con el tiempo, con el pensamiento?
Uno puede estar atemorizado del mañana, o de muchos mañanas: el miedo a la
muerte o el miedo a lo que realmente está sucediendo ahora. Debemos, pues,
investigar juntos -por favor, quien les habla sigue repitiéndolo: juntos-. No
tiene gracia que me hable a mí mismo. ¿Tiene el miedo su origen en el tiempo?
Alguien ha hecho algo en el pasado para lastimarlo a uno, y el pasado es
tiempo. El futuro es tiempo. El presente es tiempo. Preguntamos, pues: ¿Es el
tiempo un factor central del miedo? El miedo tiene muchas, muchas ramas, muchas
hojas, pero no es bueno podar las ramas; preguntamos cuál es la raíz del miedo.
No las múltiples formas del miedo, porque el miedo es miedo. A causa del miedo
han inventado ustedes a los dioses, a los salvadores. Si psicológicamente uno
no tiene miedo en absoluto, entonces hay un alivio extraordinario, un gran
sentido de libertad. Uno se ha desprendido de todas las cargas de la vida.
Debemos, pues, investigar muy seriamente, minuciosamente, con cierta
vacilación, esta pregunta: ¿Es el tiempo un factor del miedo? Obviamente. Hoy
tengo un buen empleo, puedo perderlo mañana -por lo tanto, estoy atemorizado-.
Cuando hay miedo, hay celos, ansiedad, odio, violencia. Por consiguiente, el
tiempo es un factor del miedo. Por favor, escuchen hasta el final de esto, no
digan: ¿Cómo he de detener el tiempo? Ese no es el problema; esa es más bien
una pregunta absurda.
El tiempo es un factor, y el pensamiento es un factor:
pensar en lo que ha sucedido, en lo que podrá suceder -pensar-. ¿Es el pensar
un factor en el miedo? El pensar, ¿ha dado origen al miedo? Como vemos, el
tiempo ha originado el miedo, ¿no es así? El tiempo; no solamente el tiempo por
el reloj, sino el tiempo psicológico, el tiempo interno: “Seré”: “No soy bueno,
pero lo seré”; “Me libraré de mi violencia” -lo cual es nuevamente el futuro-.
Todo eso implica tiempo. Debemos inquirir: ¿Qué es el tiempo?
¿Están dispuestos a hacer todo esto? ¿Quieren investigar
todo esto? ¿Realmente? Estoy bastante sorprendido, porque a todos ustedes sus
psicólogos, sus sacerdotes, los líderes que tienen, todos les han instruido e
informado, les han dicho lo que deben hacer; siempre están ustedes buscando
ayuda y encontrando nuevos modos de que se les ayude. Así es como uno se ha
convertido en un esclavo de otros. Nunca está libre para investigar, para
valerse completamente por sí mismo en lo psicológico.
Vamos, pues, a examinar el tiempo. ¿Qué es el tiempo?
Aparte del reloj, aparte de la salida y puesta del sol -la belleza del
amanecer, la belleza del crepúsculo-, aparte de la luz y la oscuridad, ¿qué es
el tiempo? Por favor, si uno comprende realmente la naturaleza del tiempo en lo
interno, descubrirá por sí mismo una sensación extraordinaria de estar
absolutamente libre del tiempo.
El tiempo es el pasado, ¿correcto? El tiempo es el futuro y
el tiempo es el presente. Todo el ciclo es tiempo. El pasado: nuestro
trasfondo, lo que hemos pensado, las cosas por las que hemos pasado, nuestras
experiencias, nuestro condicionamiento como cristianos, hindúes, budistas y
todo eso; sin el pasado no estarían ustedes aquí. Han sido programados por dos
mil años, y los hindúes por cinco mil años. Como una computadora, ellos
repiten, repiten y repiten. Por lo tanto, el pasado es el presente; lo que
ustedes son ahora, es la consecuencia del pasado. Y el mañana, o dos mil
mañanas, es lo que son ahora; así que el futuro es ahora. En el ahora está
contenido todo el tiempo. Esto también es un hecho, una realidad, no una
teoría. Lo que somos es la consecuencia del pasado, y lo que seremos mañana es
lo que somos hoy. Si soy violento hoy, seré violento mañana. Por consiguiente,
el mañana está en el hoy, en el presente, a menos que se produzca en mí una
mutación radical, fundamental. De lo contrario, seré lo que he sido. Hemos
tenido una larga evolución, evolucionando, evolucionando, evolucionando hasta
lo que hoy somos. Y si seguimos ese juego, seremos violentos, seremos bárbaros
al día siguiente. Por lo tanto si todo el tiempo está contenido en el ahora -lo
cual es un hecho, una realidad- ¿puede haber una mutación total ahora en toda
nuestra conducta y en nuestro modo de vivir, de pensar, de sentir? Porque si no
damos origen radicalmente, psicológicamente, a una mutación, entonces seremos
exactamente lo que hemos sido en el pasado. ¿Es, pues, de algún modo posible
producir esta mutación psicológica?
¿Saben?, cuando durante toda la vida han estado yendo hacia
el norte, siguiendo una dirección particular, o sin ninguna dirección
-tambaleando como hace la mayoría-, y viene alguien y les dice muy en serio que
el ir al norte no los lleva a ninguna parte, que al final de ello no hay nada,
escúchenlo seriamente no sólo con el escuchar del oído, sino profundamente. Si
cuando se les dice que vayan al este o al sur, ustedes responden: “Lo haré”, en
ese instante han tomado un nuevo giro y hay una mutación. Quien les habla lo
está simplificando mucho. Pero es un problema muy complejo, y consiste en darse
cuenta profundamente que hemos continuado de esta manera por siglos y que no
hemos cambiado en absoluto. Seguimos siendo violentos, brutales, y todo lo
demás. Si percibimos eso realmente, no intelectual o verbalmente sino a fondo,
entonces nos volvemos en otra dirección. En ese segundo, hay una mutación en
las células mismas del cerebro.
Quien les habla ha discutido estas cuestiones con algunos
neurólogos. Por supuesto, ellos no están de acuerdo completamente, pero lo
están en parte. Es siempre un juego, ustedes entienden. Nosotros tratamos la
vida como un juego: parcialmente verdadero y parcialmente falso; usted puede
estar en lo cierto y puede estar equivocado. Pero nunca nos preguntamos: ¿Qué
es el arte de vivir? -que es más grande que cualquiera de las artes que hay en
el mundo-
.
¿Pueden ustedes soportar esto un poco más? Terminaremos con
este tema. Después de ello, nos encontraremos nuevamente mañana, si están
dispuestos. Yo no los estoy invitando, depende de ustedes.
Dijimos que el tiempo es importante porque vivimos a base
del tiempo, pero no vivimos el tiempo como una totalidad, que es el presente.
En el presente está contenido todo el tiempo: el futuro y el pasado. Si soy
violento hoy, seré violento mañana. Y, ¿puedo terminar con esa violencia hoy,
completamente, no parcialmente? Puedo. Y también, ¿es el pensamiento el origen
del miedo? Por supuesto que lo es. No aceptan la palabra de quien les habla;
miren el hecho. Hoy estoy seguro, pero me atemoriza lo que podría suceder
mañana; podría haber una guerra, podría haber alguna catástrofe. Por lo tanto,
el tiempo y el pensamiento son la raíz del miedo.
Ahora bien, ¿qué es el pensar? ¿Comprenden mi pregunta? Si
el tiempo y el pensamiento son la raíz del miedo -y lo son, en efecto- ¿qué es
el pensar? ¿Por qué vivimos, actuamos, lo hacemos todo basados en el
pensamiento? Las maravillosas catedrales de Europa, la belleza, la estructura,
la arquitectura, han tenido su origen en el pensamiento. Todas las religiones y
sus adornos y accesorios, sus vestimentas, sus túnicas medievales, son producto
del pensamiento. Todos los rituales han sido inventados, proyectados por el
pensamiento. Cuando uno maneja un automóvil, eso se basa en el pensamiento. El
reconocimiento es producto del pensar. Tenemos, pues, que investigar -si no
están demasiado cansados (y después de esto terminaremos)- qué es el pensar.
Probablemente pocas personas se han hecho esta pregunta. Quien les habla la ha
estado formulando por sesenta años. ¿Qué es el pensamiento? Si uno puede
descubrir cuál es el origen, el principio del pensamiento, la razón de que el
pensamiento se haya vuelto tan extraordinariamente importante en nuestra vida,
puede que en esa investigación misma esté teniendo lugar una mutación. Así que
nos preguntamos: ¿Qué es el pensamiento, qué es el pensar? No esperen que yo
responda a ello. Mírenlo, obsérvenlo.
El pensar es la palabra; la palabra es importante, el
sonido de la palabra, la calidad de la palabra, la profundidad, la belleza de
una palabra. Especialmente el sonido. No examinaré la cuestión del sonido y el
silencio. El pensar es parte de la memoria, ¿no es así? Investíguenlo con quien
les habla, por favor, no se sienten ahí cómodamente (o incómodamente). El
pensar forma parte de la memoria, ¿verdad? Si no tuviéramos memoria en
absoluto, ¿podríamos pensar? No podríamos. Nuestro cerebro es el instrumento de
la memoria, memoria de las cosas que han sucedido, de las experiencias, etc.
-todo el trasfondo de la memoria-. La memoria surge del conocimiento, de la
experiencia, ¿correcto? Por lo tanto, la experiencia, el conocimiento, la
memoria, y la respuesta de la memoria, todo eso es pensamiento. Todo este
proceso de experimentar, recordar, retener, se convierte en nuestro
conocimiento. La experiencia es siempre limitada, naturalmente.
¿Es la experiencia diferente del experimentador? ¡Dediquen
su cerebro a esto, descubran! Si no hay un experimentador, ¿hay experiencia?
Desde luego que no. Por consiguiente, la experiencia y el experimentador son la
misma cosa, como lo observado y el observador. El pensador no está separado de
sus pensamientos. El pensador es el pensamiento.
La experiencia, pues, es limitada, como pueden observarlo
en el mundo científico y en cualquier otro campo. A través de la experiencia,
de experimentar sobre animales y todo ese horror que está sucediendo, ellos
añaden más y más y más a su conocimiento. Y ese conocimiento es limitado porque
le están añadiendo más. Así que la memoria es limitada. Y el pensamiento que
proviene de esa memoria, es limitado. Por lo tanto, siendo limitado, el
pensamiento debe invariablemente originar conflicto. Sólo vean el patrón de
ello, no acepten lo que les dice el que habla, eso sería absurdo. Él no es una
autoridad, no es un gurú -gracias a Dios-. Pero nosotros podemos observar este
hecho juntos, el hecho de que el pensamiento y el tiempo son la raíz del miedo.
El tiempo y el pensamiento son la misma cosa, no son dos
movimientos separados. Vean este hecho, esta realidad: que el tiempo y el
pensamiento, tiempo-pensamiento, son la raíz del miedo -sólo obsérvenlo en
ustedes mismos-. No se alejen de esa realidad, de esa verdad: que el miedo es
causado por el tiempo y el pensamiento. Reténganlo, permanezcan con ello, no se
alejen de ello. Es así. Entonces ello es como tener en la mano una joya
preciosa. Uno ve toda la belleza de esa joya. Entonces verán ustedes por sí
mismos, que, psicológicamente, el miedo termina por completo. Y cuando no hay
miedo, son ustedes libres. Y cuando existe esa libertad total, uno no tiene
dioses ni rituales; es un hombre libre.
No sé por qué aplauden, tal vez se están aplaudiendo a sí mismos. No están alentando a quien les habla, ni lo están desalentando. Él no quiere nada de ustedes. Cuando uno mismo se vuelve tanto el maestro como el discípulo -siendo discípulo un hombre que está aprendiendo, aprendiendo, aprendiendo, no acumulando conocimientos-, entonces uno es un ser humano extraordinario.
SEGUNDA PLÁTICA
¿Podemos proseguir con lo que dejamos ayer? Estuvimos
hablando sobre el temor y la terminación del temor. Y también hablamos sobre la
responsabilidad de cada uno de nosotros enfrentado a lo que está sucediendo en
el mundo, a la espantosa, temible confusión en que nos hallamos. Somos todos
responsables -individualmente, colectivamente, nacionalmente, religiosamente-
por lo que hemos hecho del mundo. Después de milenios y milenios, hemos
permanecido siendo bárbaros, lastimándonos, matándonos, destruyéndonos unos a
otros. Hemos tenido libertad para hacer exactamente lo que nos place, y eso ha
creado estragos en el mundo. La libertad no es para hacer lo que se nos antoja,
sino que consiste más bien en estar libres de todo el tormento de la vida, de
nuestros problemas, de nuestras ansiedades, de nuestro miedo, libres de
nuestras heridas psicológicas, de todo el conflicto que hemos tolerado por
tantos milenios.
Y también dijimos que esta reunión no es una conferencia
sobre algún tema en particular, para informar, para instruir. Tiene que ver,
más bien, con nuestra responsabilidad de investigar, de explorar juntos todos
los problemas de nuestra vida cotidiana -no ciertos conceptos especulativos o
filosóficos-, de comprender el diario sufrir, el hastío, la soledad, la
desesperación, la depresión, y el inacabable conflicto con que el hombre ha
vivido.
Esta mañana tenemos que cubrir mucho terreno. Ayer
señalamos que ésta no es una reunión donde el que habla les estimula
intelectualmente, emocionalmente o de cualquier otra manera. Nosotros
dependemos mucho de la estimulación, la cual es una forma de mercantilismo:
drogas, alcohol, y todos los diversos recursos de la sensación. Y no sólo
deseamos sensación, sino excitación. Pero ésta no es una reunión de esa clase.
Juntos vamos a investigar nuestra vida, nuestra vida cotidiana; o sea,
comprendernos a nosotros mismos, lo que somos realmente, no teóricamente, no
conforme a algún filósofo o algún psiquiatra. Si podemos descartar todo eso y
observarnos, mirarnos a nosotros mismos tal como somos realmente, sin
deprimirnos ni enorgullecernos, comprenderemos toda la estructura psicológica
de nuestro ser, de nuestra existencia.
Dijimos ayer que una de las cosas por las que los seres
humanos pasan durante toda su vida, es alguna forma de miedo. Examinamos eso
muy cuidadosamente y vimos que el tiempo y el pensamiento son la raíz del
miedo. E investigamos lo que son el tiempo y el pensamiento. El tiempo no es
sólo el pasado, el presente y el futuro, sino que está en el ahora. En el
presente está contenido todo el tiempo, porque lo que somos ahora, eso seremos
mañana a menos que haya una gran mutación fundamental en la psique misma, en
las mismas células cerebrales.
Si uno puede señalarlo, ustedes y quien les habla están
emprendiendo un viaje juntos, un largo y complicado viaje. Para emprender ese
viaje uno no tiene que estar atado a ninguna forma particular de creencia
-porque entonces ese viaje es imposible-, a ninguna fe ni a ningún tipo de
conclusión, ideología o concepto. Es como escalar el Everest o alguna de las
otras grandes, maravillosas montañas del mundo; uno ha de dejar atrás muchas
cosas, no llevar consigo todas sus cargas al ascender por las empinadas laderas.
Por lo tanto, haremos el viaje juntos. Y quien les habla quiere decir juntos,
no que él esté hablando y ustedes asintiendo o disintiendo con lo que dice -si
podemos dejar completamente a un lado esas dos palabras, entonces seremos
capaces de hacer el viaje juntos-. Algunos pueden querer avanzar muy
rápidamente y otros pueden quedarse atrás, pero éste es un viaje que
emprendemos juntos.
También debemos discutir juntos por qué los seres humanos
han perseguido siempre el placer. Jamás hemos investigado qué es el placer, por
qué deseamos placer inacabable en distintas formas: placer sexual, sensorio,
intelectual, el placer de la posesión, el placer de adquirir una gran destreza,
el placer que derivamos del poseer mucha información, conocimiento y la gratificación
extrema de lo que llamamos Dios.
Por favor, no se enojen ni se irriten ni quieran arrojarle
alguna cosa a quien les habla. Este es un mundo violento. Si ustedes no lo
consienten, ellos los matan. Esto es lo que está sucediendo. Y aquí no estamos
tratando de matarnos el uno al otro, no estamos haciendo ninguna clase de
propaganda ni tratamos de convencerles de nada.
Pero vamos a enfrentarnos a la verdad de las cosas, no a
vivir de ilusiones. Con ilusiones es muy difícil observar. Si se engañan ustedes
a sí mismos y no afrontan las realidades, entonces se vuelve imposible que se
miren a sí mismos. Sólo en el espejo de la relación es posible que nos miremos
a nosotros mismos con mucha claridad, exactitud y precisión; ese es el único
espejo que tenemos. Cuando nos miramos a nosotros mismos mientras nos peinamos
o nos afeitamos o lo que fuere que estemos haciendo con nuestra apariencia, ese
espejo refleja exactamente nuestro aspecto personal.
Psicológicamente, ¿hay un espejo así en el cual podamos ver
con exactitud y precisión lo que realmente somos? Como dijimos, hay un espejo
así, y es nuestra relación, por intima que pueda ser, ya sea con un hombre o
con una mujer; en esa relación vemos lo que somos -si es que nos permitimos a
nosotros mismos ver lo que somos-. Vemos cómo nos enojamos, vemos nuestro
carácter posesivo, todas esas cosas.
El hombre ha perseguido incesantemente el placer, en el
nombre de Dios, en el nombre de la paz, en el nombre de la ideología; y luego
está el placer del poder -tener poder sobre otros, poder político-. ¿Han notado
ustedes qué cosa fea es el poder, cuando uno domina a otro en cualquier forma?
El poder es una de las cosas malignas que hay en la vida. Y el placer es la
otra cara de la moneda del miedo. Cuando uno comprende a fondo, profundamente,
seriamente, la naturaleza del miedo -examinamos eso ayer, no lo haremos
nuevamente-, entonces el placer es deleite: ver algo bello, ver la luz del
atardecer o de la mañana, el amanecer, los colores maravillosos, el reflejo del
sol en el agua -eso es deleite-. Pero nosotros cultivamos el recuerdo de eso
como placer.
Y tampoco sé si han investigado ustedes el problema de la
acción. ¿Qué es la acción? Todos estamos tan activos de la mañana a la noche,
no sólo en lo físico sino en lo psicológico -con el cerebro parloteando
interminablemente, yendo incesantemente de una cosa a otra-. Durante el día y
durante la noche en sueños, el cerebro nunca descansa, está perpetuamente en
movimiento. ¿Qué es la acción, el hacer? La palabra misma ‘acción’, está en el
presente, no es ‘haber hecho’ o ‘haré’. Acción significa ‘hacer’ algo ahora,
hacerlo con exactitud, completamente, holísticamente -si puedo usar esa
palabra-, una acción que es total, completa, no parcial. Cuando la acción se
basa en alguna ideología, no es acción, ¿verdad? Es un ajuste a cierto patrón
que uno ha establecido y, por lo tanto, es una acción incompleta, conforme a
algún recuerdo, a alguna conclusión. Si uno actúa conforme a cierta ideología,
a cierto patrón o a determinada conclusión, esa acción sigue siendo incompleta;
contiene una contradicción. Uno ha de investigar, pues, este muy complejo
problema de la acción.
¿Está la acción relacionada con el desorden o con el orden? ¿Comprenden? Nosotros vivimos en el desorden; nuestra vida es desordenada, confusa, contradictoria -diciendo una cosa, haciendo otra; pensando una cosa y haciendo completamente lo contrario-. ¿Qué es, pues, el orden y qué es el desorden? Tal vez ustedes no han pensado en todas estas cosas, así que pensemos juntos en esto y, por favor, no dejen que me hable a mí mismo. Todavía es temprano en la mañana, y tienen todo un día por delante. Así que, juntos, prestemos atención a esta pregunta: ¿Qué es el orden y qué es el desorden, y qué relación tiene la acción con el orden y el desorden.
¿Qué es el desorden? Miren el mundo si quieren; el mundo se halla en desorden. Están sucediendo cosas terribles. Muy pocos de nosotros sabemos realmente que está sucediendo en el mundo científico, en el mundo del arte de la guerra, toda las cosas espantosas que ocurren en otras naciones. Y la pobreza que hay en todos los países, el rico y el terriblemente pobre, siempre la amenaza de la guerra, un grupo político contra otro grupo político. Está, pues, este tremendo desorden. Esa es una realidad, no es una invención o una ilusión. Hemos creado este desorden porque nuestro vivir mismo es desordenado. Y tratamos de crear orden a través de todas las reformas sociales y esas cosas. Sin comprender el desorden y, con ello, ponerle fin, tratamos de encontrar orden. Es como una mente confusa que trata de encontrar claridad. Una mente confusa es una mente confusa, no puede encontrar claridad. Por lo tanto, ¿puede terminar el desorden en nuestra vida, en nuestra vida cotidiana? ¿Puede haber orden, no en el cielo o en otro lugar, sino en nuestra vida de todos los días? ¿Puede llegar a su fin el desorden? Cuando el desorden termina, hay naturalmente orden. Ese orden es algo viviente, no es según un determinado molde o patrón.
Estamos, pues, investigando, mirándonos a nosotros mismos y
aprendiendo acerca de nosotros mismos. El aprender es diferente del adquirir
conocimientos. Por favor, tengan la bondad de prestar un poquito de atención a
esto: que el aprender es un proceso infinito, sin límites, mientras que el
conocimiento es siempre limitado. Y aprender significa no sólo observar
visualmente, ópticamente, sino también observar sin distorsión alguna, ver las
cosas exactamente como son.
Eso requiere la disciplina del que está aprendiendo, no la
terrible disciplina de la ortodoxia, de la tradición, o de seguir ciertas
reglas, preceptos, etc. Aprender -aprender mediante una clara observación,
escuchar lo que el otro está diciendo, escucharlo sin distorsión alguna-. Y el
aprender no es acumulativo, porque uno se está moviendo. ¿Comprenden todo esto?
Así, aprendiendo qué es el desorden dentro de nosotros mismos, el orden llega
muy naturalmente, fácilmente, inesperadamente. Y cuando hay orden, el orden es
virtud. No hay otra virtud excepto el orden completo; ese orden es completa
moralidad, no alguna moralidad impuesta o prescrita.
Debemos, entonces, considerar juntos toda
esta cuestión del dolor. ¿No se oponen?
Porque los hombres y las mujeres y los
niños de todo el mundo, ya sea que vivan detrás de la Cortina de Hierro -lo
cual es muy desafortunado para ellos- o que vivan en Asia, Europa o aquí, todos
los seres humanos, ricos o pobres, intelectuales o solamente profanos como
nosotros, pasan por todas las formas del sufrimiento. ¿Han mirado ustedes
alguna vez a toda la gente que ha llorado a través de siglos, de miles de
guerras? Hay un dolor inmenso en el mundo. No es que no haya asimismo placer,
etc., pero en la comprensión y, tal vez, terminación del dolor, encontraremos
algo mucho más grande.
Hemos de investigar, pues, esta compleja cuestión del
dolor, si es que puede terminar alguna vez o si el hombre está condenado a
sufrir para siempre -sufrir no sólo físicamente sino psicológicamente-. En lo
interno hemos padecido enormes sufrimientos, tal vez sin decir una palabra al
respecto, o llorando a lágrima viva.
Durante toda esta larga evolución del hombre, desde el
principio de los tiempos hasta ahora, todos los seres humanos en esta tierra
han sufrido. El sufrimiento no es sólo la pérdida de alguien a quien creemos
amar o pensamos que nos agrada, sino que está también el sufrimiento del muy
pobre, del analfabeto. Si van ustedes a la India o a otras partes del mundo,
ven a gente que camina millas y millas para ir a la escuela, niñas y niños
pequeños. Ellos nunca serán ricos, nunca manejarán un automóvil, probablemente
nunca tendrán un baño caliente. Tienen un solo sari o un solo vestido -lo que
sea que vistan-, y eso es todo. Y eso es dolor. Y el hombre que pasa al lado en
un automóvil y mira esto, sufre si es de algún modo sensible, si está alerta. Y
está el dolor de la ignorancia; no la ignorancia respecto al escribir, a la
literatura y a todas esas cosas, sino el dolor de un hombre que no se conoce a
sí mismo.
Hay múltiples formas de dolor.
Preguntamos: ¿Puede este dolor terminar para cada uno de
nosotros? Está el dolor en uno mismo, y está el dolor del mundo. Miles de
guerras, gente mutilada, crueldad espantosa. Todas las naciones de la tierra
han cometido crueldades. Es terrible, y seguimos perpetuando esa crueldad. La
crueldad trae enorme sufrimiento. Viendo todo esto, no en un libro, no a través
de un viajero que va al exterior para divertirse, sino viajando como ser
humano, solo observando, estando sencillamente alerta a todo esto, uno ve que
el dolor es algo terrible. ¿Puede ese dolor llegar a su fin?
Por favor, formúlense esa pregunta a sí mismos. Quien les
habla no los está estimulando para que experimenten el dolor; no les está
diciendo qué es el dolor; el dolor está justo frente a ustedes, al lado de
ustedes. Nadie tiene que señalárselo si mantienen abiertos los ojos, si son
sensibles, si están alertas a lo que está sucediendo en este mundo monstruoso.
Así que, por favor, pregúntense a sí mismos si el dolor puede terminar alguna
vez. Porque, como ocurre con el odio, cuando hay dolor no hay amor. Cuando uno
sufre, cuando está interesado en su propio sufrimiento, ¿cómo puede haber amor?
Por lo tanto, uno debe formularse esta pregunta, por difícil que sea encontrar,
no la respuesta, sino la terminación del dolor.
¿Qué es el dolor? No sólo el dolor físico y el dolor
constante de una persona que está paralizada o mutilada o enferma, sino también
el dolor de perder a alguien -la muerte-. Hablaremos en seguida de la muerte.
¿Es el dolor autocompasión? Por favor, investiguen. No decimos que lo sea o que
no lo sea. Estamos preguntando si el dolor es causado por la autocompasión, si
ése es uno de los factores que lo originan. ¿Es la soledad, el sentirse uno
desesperadamente solo, lo que da origen al dolor? No solo (alone) en el sentido de ‘totalmente uno’ (all one), sino
el sentirse aislado y no tener, en ese aislamiento, relación con nada.
¿Es el dolor un asunto meramente intelectual que debe ser
racionalizado, explicado? ¿O puede uno vivir con el dolor sin deseo alguno de
consuelo? ¿Comprenden? Vivir con el dolor, no escapar de él, no racionalizarlo,
no encontrar algún consuelo evasivo o exclusivo -algún romántico escape
religioso o ilusorio-, sino vivir con algo que tiene una significación
tremenda. El dolor no es sólo una conmoción física, cuando uno pierde a un
hijo, o al marido, o a la esposa o compañera, lo que fuere; ese es un tremendo
choque biológico que lo mantiene a uno casi paralizado. ¿No conocen ustedes
todo esto?
También está el sentimiento de desesperada soledad.
¿Podemos mirar el dolor tal como realmente es en nosotros, y permanecer con el
dolor, retenerlo sin escapar de él? El dolor no es diferente de aquel que
sufre. La persona que sufre quiere huir, escapar, hacer toda clase de cosas.
Pero si miran ustedes el dolor como miran a un niño, a un hermoso niño, y
permanecen con él sin escapar jamás, entonces verán por sí mismos -si de veras
miran profundamente- que hay una terminación para el dolor. Y donde el dolor
termina, hay pasión; no lujuria, no estimulación sensoria, sino pasión.
Muy pocos tenemos esta pasión. Y es a causa de que estamos
tan consumidos por nuestras propias aflicciones, por nuestras propias penas,
por nuestra propia compasión y vanidad. Tenemos muchísima energía -miren lo que
está sucediendo en el mundo-, una energía tremenda para inventar cosas nuevas,
nuevos artefactos, nuevos medios de matar a otros. El ir a la luna requiere una
energía y una concentración extraordinarias, tanto en lo intelectual como en
todo lo demás. Tenemos una energía enorme, pero la disipamos a través del
conflicto, del miedo, del interminable parlotear acerca de nada. Y la pasión
contiene una energía tremenda. Esa pasión no es consecuencia del estimulo; no
busca estímulos, está ahí, como una llama ardiente. Sólo adviene cuando hay una
terminación del dolor.
Cuando ocurre en nosotros esta terminación del dolor, ello
no es algo personal, puesto que uno es el resto de la humanidad, como dijimos
ayer en la tarde. Todos sufrimos; todos pasamos por el dolor de la soledad,
todos los seres humanos en esta tierra, ricos o pobres, ilustrados o
ignorantes, sufren ansiedades tremendas -conscientes o inconscientes-. Nuestra
conciencia no es ‘nuestra’, es la conciencia humana. En el contenido de esa
conciencia están todas nuestras creencias, nuestros pesares, nuestras
vanidades, nuestra autocompasión, nuestra arrogancia, nuestra búsqueda de
poder, de posición. Todo eso es nuestra conciencia, la cual es compartida por
todos los seres humanos. Por consiguiente, no es mi conciencia particular. Y
cuando uno comprende eso, no verbalmente o intelectualmente o teóricamente o
como un concepto, sino como una realidad, entonces no lastimará a otro, no
matará a otro, sino que tendrá otra cosa enteramente distinta, de una dimensión
por completo diferente.
También debemos considerar juntos esta gran cuestión de lo
que es el amor. Nosotros utilizamos la palabra ‘amor’ muy sueltamente, se ha
vuelto algo meramente sensorio, sexual; el amor se identifica con el placer. Y
para dar con ese perfume del amor, uno debe examinar la cuestión de lo que no
es amor. A través de la negación uno llega a lo positivo, no a la inversa. ¿Me
expreso con claridad? Mediante la negación de lo que no es amor, uno llega a
eso que es inmensamente verdadero: el amor.
El amor, pues, no es odio, obviamente. El amor no es
vanidad, arrogancia. El amor no se encuentra en manos del poder. Estar en el
poder, desear el poder -no importa si es el poder sobre un niño pequeño o sobre
todo un grupo de personas o sobre una nación-, eso ciertamente no es amor. El amor
no es placer, el amor no es deseo. El amor, por cierto, no es pensamiento.
¿Podemos, entonces, descartar todo eso: nuestra vanidad, el sentido del poder?
-por pequeño que sea, el poder es como un gusano-. Y cuanto más poder tiene
uno, más desagradable se vuelve -y, por lo tanto, en eso no hay amor-. ¿Cómo
puede haber amor cuando uno es ambicioso, agresivo, como a todos ustedes se les
ha educado para que lo sean? -para que sean exitosos, famosos, conocidos, lo
cual es todo tan completamente infantil desde el punto de vista de quien les
habla-.
En consecuencia, el amor es algo que no puede ser invitado
o cultivado. Adviene naturalmente, fácilmente, cuando las otras cosas no están.
Y uno da con este amor cuando aprende acerca de sí mismo; donde hay amor, hay
compasión; y la compasión tiene su propia inteligencia. Esa es la suprema forma
de inteligencia, no la inteligencia del pensamiento, no la inteligencia de la
astucia, del engaño y todas esas cosas. Es sólo cuando hay completo amor y
compasión, que existe esa suprema inteligencia que no es mecánica.
Es necesario, pues, que hablemos de la muerte. ¿Lo haremos?
¿Están interesados en descubrir qué es la muerte? ¿Cuál es el significado de
esa palabra muerte, el morir, el final? No sólo el final, sino lo que ocurre
después de la muerte. ¿Se lleva uno consigo los recuerdos de la propia vida?
Todo el mundo asiático cree en la reencarnación. O sea: yo muero, he llevado
una vida desdichada, tal vez he hecho un poco de bien aquí y allá, y en la
próxima vida estaré mejor. Haré más bien. Eso se basa en la recompensa y el
castigo, como todo lo demás en la vida. Y en el cristianismo está la
resurrección, etc.
Si podemos, pues, descartar por el momento todo eso,
realmente descartarlo, no aferrarnos a una cosa u otra, ¿qué es, entonces, la
muerte? ¿Qué significa morir? No sólo biológicamente, físicamente, sino también
psicológicamente: toda la acumulación de los recuerdos, de nuestras tendencias,
las destrezas, las idiosincrasias, las cosas que hemos reunido, ya sea dinero,
conocimientos, amistades, lo que fuere, todo lo que hemos adquirido. Y viene la
muerte y dice: “Lo siento, no puedes llevarte nada contigo”.
¿Qué significa, pues, morir? ¿Podemos investigar esta
pregunta? ¿O eso les atemoriza? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo podemos investigarla?
¿Entienden mi pregunta? Estoy viviendo, continúo todos los días con una
existencia rutinaria, mecánica, mezquina, feliz, infeliz -ya conocen todo el
asunto-, y llega la muerte, por un accidente, por enfermedad, por vejez, por
senilidad... ¿Qué es la senilidad? ¿Es solamente para los viejos? ¿Acaso no es
senilidad cuando sólo estamos repitiendo, repitiendo, repitiendo, cuando
actuamos mecánicamente, irreflexivamente? ¿No es también eso una forma de
senilidad?
Debido a que la muerte nos atemoriza, nunca vemos la
grandeza de esta cosa extraordinaria. Ha nacido un niño; un nuevo ser humano
llega a la existencia. Ese es un acontecimiento extraordinario y ese niño crece
y se convierte en lo que todos ustedes se han convertido, y después muere. La
muerte es también algo sumamente extraordinario; tiene que serlo. Y ustedes no
verán la profundidad y grandeza de ello si tienen miedo.
¿Qué es, entonces, la muerte? Yo quiero descubrir qué
significa morir mientras estoy viviendo. No estoy senil, soy bastante
inteligente y despierto, soy capaz de pensar muy claramente -tal vez en
ocasiones no actúo bien, pero soy activo y claro-. Por lo tanto, me lo estoy
preguntando a mí mismo, no se lo pregunto a ustedes, sólo estoy observando; y,
¿observarán también ustedes qué es la muerte? La muerte significa,
indudablemente, el final de todo, el final de mis relaciones, el final de todas
las cosas que he acumulado en mi vida: toda la experiencia, todo el
conocimiento, la vida estúpida que he llevado, una vida sin sentido, o tratando
de encontrarle intelectualmente un sentido. Entonces viene la muerte y dice:
“Este es el final”. Pero yo tengo miedo, ése no puede ser el final. Poseo
tanto, he reunido tantas cosas, no solo muebles o cuadros. Cuando me identifico
a mí mismo con los muebles o los cuadros o la cuenta en el Banco, soy la cuenta
en el Banco, soy los cuadros, soy los muebles. ¿Correcto? Cuando uno se
identifica tan completamente con algo, uno es eso. Tal vez a ustedes no les
agrade todo esto, pero por favor, tengan la amabilidad de escuchar. En
consecuencia, he establecido raíces, he establecido muchísimas cosas en torno a
mí, y viene la muerte y barre limpiamente con todo eso. Así que me pregunto:
¿Es posible vivir con la muerte todo el tiempo? No a la edad de noventa o cien
años -quien habla tiene noventa, lo siento-, no al término de mi vida, sino con
toda mi energía y vitalidad y con todas las cosas que ocurren, ¿puedo vivir con
la muerte todo el tiempo? No cometer suicidio, no quiero decir eso -eso es
demasiado absurdo-, sino vivir con la muerte, lo cual significa, cada día, el
final de todo lo que he acumulado; el final.
No sé si ustedes han examinado la cuestión de lo que es la
continuidad y lo que es la terminación de algo. Aquello que continúa jamás
puede renovarse, renacer. Puede revivirse a sí mismo. La palabra ‘revivir’
significa algo que se ha marchitado, que está muriendo y uno lo revive. Está el
renacimiento religioso que proclaman por ahí. No sé si ustedes lo han notado, pero
las organizaciones religiosas y los gurús y toda esa gente, son personas
tremendamente ricas y con grandes propiedades. Hay un templo en el sur de la
India, donde cada tres días llegan a reunir un millón de dólares. ¿Comprenden?
Dios es muy provechoso. Esto no es cinismo, es una realidad. Nos estamos
enfrentando a la realidad, y uno no puede ser cínico ni desesperarse, es así.
No sean ni optimistas ni pesimistas. Tienen que considerar estas cosas.
¿Puedo, pues, vivir con la muerte, lo cual implica que todo
lo que he hecho y acumulado llega a su término? La terminación es más
importante que la continuidad. La terminación significa el comienzo de algo
nuevo. Si uno meramente continúa, es siempre el mismo patrón que se repite en
un molde diferente. ¿Han advertido ustedes otra cosa extraña? Hemos creado una
enorme confusión en el mundo, y nos organizamos política, social, económica y
religiosamente, para poner orden en esa confusión. Y cuando esa organización o
institución no funciona, inventamos otra organización, sin aclarar jamás la
confusión, pero creando nuevas organizaciones, nuevas instituciones. Y eso se
llama progreso. No sé si se han percatado de todo esto. Esto es lo que estamos
haciendo: creando miles de instituciones.
El otro día hablamos en las Naciones Unidas. La guerra está
en marcha, nunca han terminado con ella, sino que la están reorganizando.
Ustedes hacen exactamente lo mismo en este país. Jamás aclaramos la confusión.
Para aclararla dependemos de organizaciones, o de nuevos líderes, nuevos gurús,
nuevos sacerdotes, nuevos credos, y toda esa nadería. ¿Podemos, pues, vivir con
la muerte? Ello significa libertad: libertad completa, total, holística. Y en
esa libertad hay gran amor y compasión, y está esa inteligencia que es inmensa,
que no tiene fin.
Y también debemos considerar juntos qué es la religión.
¿Podemos proseguir? ¿No están demasiado cansados? Quien les habla no está
tratando de convencerlos de nada, por favor, créanme. No trata de presionarlos
mediante la estimulación o mediante algún otro medio. Ustedes y él están
mirando el mundo, nuestro mundo personal y el mundo que nos rodea. Nosotros
somos el mundo, el mundo no es diferente de nosotros. Hemos creado este mundo y
somos, completa y totalmente, responsables por él, ya sea uno un político o el
hombre común en la calle.
Consideremos, pues, juntos qué es la religión. El hombre ha
buscado siempre algo más allá de toda esta aflicción, de esta ansiedad y este
dolor. ¿Existe algo sagrado, eterno, algo que está más allá de todo alcance del
pensamiento? Esta ha sido una pregunta que el hombre se ha hecho desde los
tiempos más remotos. ¿Qué es lo sagrado? ¿Qué es aquello que no es del tiempo,
que es incorruptible, innominado, que no tiene cualidades ni limitación alguna:
lo intemporal, lo eterno? ¿Existe algo así? El hombre se ha preguntado esto por
miles y miles de años. De este modo ha adorado al sol, a la tierra, a la
naturaleza, a los árboles, a los pájaros; desde los tiempos más remotos, el
hombre ha adorado a toda cosa viviente en esta tierra. Los Vedas y los
Upanishads jamás mencionan a Dios. Dicen que aquello que es supremo, no se ha
manifestado.
Entonces, ¿se están formulando también esa pregunta? ¿Se
preguntan si existe algo sagrado? ¿Algo que no sea producto del pensamiento,
como lo son todas las religiones organizadas, ya sea el cristianismo, el
budismo, el hinduismo, o cualquier otra religión? En el budismo no hay Dios.
Entre los hindúes, como dije, hay cerca de trescientos mil dioses. Es muy
divertido tener tantos -uno puede jugar con todos ellos-. Y están los dioses de
los libros, el dios según la Biblia, el dios según el Corán. No sé si han
advertido ustedes que cuando las religiones se basan en libros como la Biblia y
el Corán, hay gente fanática, estrecha, intolerante, porque el libro dice tal
cosa y punto. ¿Acaso no han advertido todo esto? Este país tiene a los
fundamentalistas, que vuelven nuevamente al libro. No se enojen, por favor,
sólo véanlo.
Nos preguntamos, pues: ¿Qué es la religión? No sólo qué es
la religión, sino qué es el cerebro religioso, la mente religiosa. Para
investigar eso a fondo, no superficialmente, tiene que haber total libertad. No
libertad con respecto a una cosa u otra, sino libertad en si, como algo total.
Preguntamos, entonces: Cuando existe esa libertad, ¿es posible, viviendo en
este mundo tan feo, estar libre de aflicción, dolor, ansiedad, soledad?
Luego también tienen ustedes que descubrir qué es la
meditación -contemplación en el sentido cristiano y meditación en el sentido
asiático-. Probablemente, la meditación ha sido traída a este país por los
yoguis, los gurús y todas esas personas supersticiosas y tradicionales, y
debido a eso es una cosa mecánica. Tenemos, pues, que descubrir qué es la
meditación. ¿Quieren investigarlo? ¿Les divierte esto, o verdaderamente desean
investigarlo? ¿Es la meditación una forma de entretenimiento?: “Primero déjenme
aprender meditación y después actuaré correctamente”. ¿Comprenden el juego que
uno juega? Pero si hay orden en nuestra vida, orden verdadero tal como lo
explicamos, ¿entonces qué es la meditación? ¿Es seguir ciertos sistemas,
ciertos métodos: el método zen, la meditación budista, la meditación hindú, y
los gurús más recientes con sus meditaciones? Casi siempre son barbados y están
llenos de dinero; ya conocen ustedes todo lo demás.
¿Qué es, entonces, la meditación? Si es algo previamente
determinado, si consiste en seguir un sistema, un método practicado día tras
día, ¿qué le ocurre al cerebro humano? Se embota más y más. ¿No lo han notado?
Uno repite, repite y repite -puede ser la nota falsa, pero uno la repetirá-.
¿Es, entonces, la meditación algo por completo diferente? La meditación no
tiene nada que ver con ningún tipo de métodos, sistemas o prácticas; por
consiguiente, nunca puede ser mecánica. Nunca puede ser una meditación
consciente. Por favor, entiendan bien esto. Es como un hombre que
conscientemente desea el dinero y persigue el dinero. Ustedes meditan
conscientemente deseando lograr la paz, el silencio, y todo eso. Por lo tanto,
ambas cosas son lo mismo: el hombre que persigue el dinero, el éxito, el poder,
y el hombre que persigue lo que se llama espiritualidad.
¿Hay, pues, una meditación que no sea determinada,
practicada? La hay, pero requiere una atención enorme. Esa atención es una
llama, no es algo a lo que uno llega más tarde; es atención ahora y a todo, a cada palabra, a cada
gesto, a cada pensamiento: prestar atención completa, no parcial. Si ahora
están ustedes escuchando parcialmente, no prestan atención completa. Cuando uno
está completamente atento, no hay yo, no hay limitación.
El cerebro está hoy día obstruido, lleno de información; no
hay espacio en él. Y uno tiene que tener espacio. Espacio significa energía;
cuando no hay espacio, nuestra energía es muy, muy limitada. El cerebro está
hoy tan densamente cargado con conocimientos, con teorías, con el poder, con la
posición, está tan perpetuamente desordenado y en conflicto, que carece de
espacio. Y la libertad, la completa libertad, implica tener ese espacio
ilimitado. El cerebro es extraordinariamente capaz, tiene una capacidad
infinita, pero somos nosotros los que hemos hecho de él algo tan pequeño e
insignificante.
Por lo tanto, cuando tenemos ese espacio y ese vacío y, en consecuencia, una energía inmensa -la energía es pasión, amor, compasión, inteligencia-, entonces existe esa verdad que es supremamente santa, supremamente sagrada, esa verdad que el hombre ha buscado desde tiempos inmemoriales. Esa verdad no reside en ningún templo, en ninguna mezquita, en ninguna iglesia, y no hay sendero que conduzca a ella, excepto a través de la propia comprensión de uno mismo, a través del investigar, del estudiar, del aprender. Entonces está eso que es eterno.
(Última página)
Aunque Krishnamurti había hablado por
muchos años en los Estados Unidos de América, jamás habla ofrecido pláticas
públicas en su capital, Washington, en el Distrito de Columbia. Accedió a
hacerlo en abril de 1985, y durante esos dos días se encontró con grandes
auditorios de diversa procedencia.
Se siente, en estas dos pláticas, que Krishnamurti estuvo comunicando, tanto como le fue posible, de la enseñanza que habla estado impartiendo por más de sesenta años en muchas partes del mundo, invitando a sus oyentes “a caminar juntos, a investigar juntos, a mirar juntos el mundo que hemos creado”. Las pláticas examinan el profundo significado de la vida diaria, haciéndolo de esa manera tan singular y reveladora propia de Krishnamurti, y desde la plenitud de su vida y de su enseñanza.