"¡AY!, ¡DIOS MÍO! ¡QUÉ TARDE VOY A LLEGAR!". El apresurado conejo blanco que se descomponía cada vez que sacaba su reloj del bolsillo y consultaba la hora fue la irónica caricatura Lewis Carroll dedicó a los petimetres que circulaban por la encorsetada sociedad británica en su libro Alicia en el país de las maravillas. Casi siglo y medio más tarde, millones de conejitos claman por una hora más al día, por estirar su tiempo y esquivar las dentelladas con que los voraces nanosegundos tratan de engullir a sus víctimas. La enfermedad de la prisa sacude a la práctica totalidad de la población urbana y no deja títere con cabeza.
Si uno de los símbolos más ostentosos de estatus y riqueza fue, hasta hace no más de 30 años, la ociosidad y la holgura de tiempo, ahora para presumir de elevada posición hay que quejarse de hiperactividad y lamentarse de no disponer ni de un momento libre. La promiscuidad horaria realza cualquier vida, por muy vacía que sea. Intensivas jornadas laborales, compromisos amistosos, golf, clases de patchwork, clases de inglés con nativo, el último estreno...
Todo vale con tal de que encaje a la perfección como si se tratara de una cadena de montaje industrial. Ya sea una moda o una peligrosa infección colectiva, lo cierto es que las prisas se cobran cada día numerosas víctimas. El ser humano porta en su interior numerosos relojes, que en la persona sana están sincronizados.
La aceleración altera los ritmos biológicos y, como consecuencia, se acaban resintiendo también las conductas, explica el psiquiatra Benito Peral Ríos, profesor de Psicopatología de la Universidad de Comillas en Madrid. Así, los nostálgicos que se instalan en el pasado programan su tempo interno mirando hacia atrás -señala Peral-, y suelen ser más proclives a la depresión. En el polo opuesto se sitúan quienes posan los ojos y la mente en el futuro inmediato, siempre pendientes de lo que va a suceder. Esta tendencia resulta muy negativa porque provoca ansiedad, de la que se derivan patologías más serias. Estos anticipados crónicos se corresponden con el Tipo A, que el escritor estadounidense James Gleick desenmascara en su libro Faster y a los que se reconoce, entre otras cosas, porque en el ascensor no dejan de pulsar con impaciencia el botón de "cerrar puertas". El aquí y el ahora termina siendo el lugar más apacible para vivir, siempre que los acontecimientos se digieran, en vez de devorarlos uno tras otro...
>> A los españoles les produce más satisfacción el trabajo que disponer de tiempo libre, según el barómetro del CIS de 1998 <<
Según el último estudio del desaparecido Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social (Cires), un 43% de los entrevistados tenía la sensación de que les faltaba tiempo. Los trabajadores de alto nivel profesional y las mujeres pluriempleadas -dentro y fuera de casa- eran los más necesitados de unos minutos adicionales, frente a un 31% que se confesaba con tiempo de sobra, entre los que se engloban parados, jubilados y quienes no se sienten felices. La progresiva falta de tiempo ha ido propiciando una curiosa practica: la obsesión por ahorrar segundos. Así, las agendas, los cursos y manuales de planificación del tiempo se han convertido en elementos imprescindibles para quien no quiera desperdiciar ni un femtasegundo (trillonésima de segundo).
Uno de estos deseados y respetados libros de estilo, Administre su tiempo eficazmente, de Robert M. Hochheiser, divide el planeta en vencedores y llorones. Quienes vencen son los que hacen cosas. Pase lo que pase, siempre tienen tiempo de hacer todo lo que se proponen. Los llorones, en cambio, no pueden hacer más de una cosa sin sentirse abrumados o venirse abajo, como sentencia este gurú, experto en aleccionar sobre cómo triunfar en los negocios.
Visto desde ese ángulo, no parece quedar espacio para el equilibrio y mucho menos para reconocer que el mayor placer también puede residir en disfrutar de no hacer absolutamente nada. Se padece una sobresaturación, originada por los estilos de vida dominantes. Se ha propiciado una idea de necesidad de tiempo y lo que no hay que olvidar es que el tiempo es la unidad básica de medición del trabajo y que está asociado a la explotación laboral, apunta esclarecedor Eduardo Crespo, catedrático de Psicología Social en la Facultad de Sociología de la Universidad Complutense. Lo innegable es que la pura estructura laboral y los acuerdos sobre el empleo refrendados por Gobierno y sindicatos han empujado a aquellos privilegiados que no sufren el azote del paro, a tragar carros y carretas, sobre todo en cuanto a extensión de la jornada de trabajo. Por eso resulta de lo más hilarante escuchar los debates radiofónicos sobre las 35 horas semanales, mientras uno aguanta el cotidiano atasco de rigor a eso de las ocho y media o nueve de la noche, tras salir de la oficina y sin sentir reflejadas las horas de más -antes conocidas como extras- en la nómina.
LEJOS DEL RELOJ. En el fondo, el downshifting, el movimiento reaccionario al yuppismo que Vicki Robín y Joe Domínguez popularizaron desde las páginas de La bolsa o la vida y que propugnaba una reorganización de las prioridades materiales en función del enriquecimiento de la vida personal, ha acabado siendo una trampa mortal. Por un lado, se ha logrado que las nuevas corrientes empresariales, empujadas por los departamentos de Recursos Humanos, respeten y valoren el tiempo libre de sus empleados; pero éstos no han sabido cambiar de ritmo y han imprimido a su ocio la misma vorágine de su apretada agenda laboral.
Para alcanzar la plena conciencia del tiempo hay que alejarse del reloj y acercase a la libertad. Implica aprender cuándo hay que acelerar y cuándo reducir. Significa vivir el ahora, en palabras de Stephan
Rechtschaffen, fundador del Instituto de Estudios Holísticos y defensor del valor subjetivo del tiempo y del acompasamiento de éste al ritmo individual de cada persona.
La agobiante presión que genera en el estómago la falta de tiempo no ha nacido anteayer, pero la virulencia con que se manifiesta últimamente se refleja en una necesidad casi enfermiza de anticiparse al futuro, de ganar tiempo al tiempo, sin otro fin que poder consumir rápidamente las horas ahorradas. Porque el reloj se creó de la necesidad humana de domar el paso del tiempo. Pero la paciencia, esa virtud que mostraron durante siglos los hombres que poblaron el ayer, ya casi ni se menciona. ≥
Somos el pueblo del calendario. Nos sentimos incómodos en el presente de una manera que no habrían comprendido nuestros antepasados que cultivaban la tierra, vivían y morían de acuerdo con los grandes ciclos de la naturaleza asegura David Ewing Duncan, autor de El Calendario (un libro que acaba de publicar Emecé Editores). Hoy, la precipitación manda y hasta se le contagia a los más pequeños de la casa.
Es un hecho estudiado por el sector juguetero, que los críos consumen los juegos y juguetes como si fueran comida rápida. Las muñecas, los coches o los playmovil se destierran al olvido antes de la primera década de vida. A partir de ahí, entran a saco en la sociedad de consumo de los adultos, visten como los de 20 años, escuchan música dirigida a un público juvenil y hasta se tropiezan a tempranísima edad en las mismas piedras que sus hermanos mayores. Los anunciantes les confieren modos y comportamientos adolescentes hasta para vender un bollicao.
El hombre actual corre a tal velocidad que parece portar, encajada sobre la cabeza, la ensordecedora sirena de urgencias. Los avances tecnológicos han terminado revolviéndose contra sus dueños. Además de transmitir la necesidad de avanzar a un ritmo que no suele coincidir con el propio, el supuesto tiempo de trabajo que ahorran se reinvierte en más trabajo en vez de ganarlo para ocio. Fax, móvil y esperas telefónicas -en las que el americano medio pierde un cuarto de hora al día- ponen la zancadilla a diario. El móvil se ha convertido en un fetiche, que usa, sobre todo, quien no lo necesita y además produce adicción.
"Quien marca la distinción en el empleo del tiempo son las clases privilegiadas, y eso repercute luego en el resto, puntualiza Eduardo Crespo. La proliferación de bebidas energéticas, píldoras revitalizantes y otros incentivos externos reflejan esa obsesión por encadenarse a un reloj asincrónico con el compás interior. Claro que a costa de la metamorfosis de la ociosidad, y a pesar de las quejas que genera la falta de tiempo libre, lo cierto es que los españoles no saben valorar las horas exentas de quehaceres. En el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas de diciembre de 1998, los encuestados situaban por detrás del trabajo la satisfacción que les procuraba disponer de tiempo libre. Tenemos muchos hombres ricos que trabajan cada vez más, aunque está demostrado que eso no aumenta su productividad. Y lo que hay que lograr es convencerles de que trabajen menos para que dispongan de más tiempo para gastar su dinero, de forma que generen trabajo con sus elevados ingresos, sugiere con perspicacia Jonathan Gershuny, profesor de la Universidad de Essex, autor del libro Changing times.
Quizás las reflexiones de los filósofos sobre el tiempo contribuyan a sembrar la duda. El tiempo real, el vivencial, se corresponde con el tiempo subjetivo, explica Benito Peral. Hasta lo confirma el eslogan de una famosa marca de relojes suizos, "El tiempo es lo que hagas con él".
¿Quién no ha perdido el sentido del tiempo y se le ha pasado volando una apasionada jornada amorosa? Para Platón era la imagen móvil de la eternidad; consideraba el paso del tiempo como manifestación de una presencia que no pasa. Aristóteles pensaba que medimos el tiempo por el movimiento, pero también, el movimiento por el tiempo. Para Newton el tiempo fluye independiente de las cosas, éste es indiferente a los sucesos que contiene. La visión de Leibniz se centraba en el tiempo como orden universal de los cambios cuando no se tiene en cuenta las clases particulares de cambio. Kant, Heidegger y otros filósofos más modernos continuaron dándole vueltas al tiempo. Pero cualquiera puede detenerse y recapacitar sobre lo que está haciendo con esa especie de oro líquido, imposible de cuantificar con las manecillas de un reloj.
DATOS
MEDICIÓN. El año trópico, la duración oficial del año medido en nuestra época, es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 sugundos.
EL TIEMPO LUNAR. El mes lunar consta de 29días, 12 horas, 44 minutos y 2,9 segundos. El 35% de los hombres y el 65% de las mujeres aseguran tener una gran dificultad para planificar el tiempo, según un estudio del CIRES.
JORNADA LABORAL. Las mujeres ocupadas trabajan una media de 10,2 horas diarias frente a las 8,9 horas diarias que dedican al trabajo los hombres.
OCIO. Las actividades lúdicas a las que los españoles dedican más tiempo, aparte de ver la televisión, son telefonear a los familiares o amigos, pasear, leer y mantener relaciones sexuales.