C.W. Leadbeater
Dadas las erróneas ideas que corren con respecto al ascetismo, sería bueno considerar lo que es en realidad y hasta qué punto debe ser útil.
Se entiende habitualmente por ascetismo, una vida de austeridades y mortificaciones corporales, aunque este concepto se aleja algo del significado original de la palabra griega Asketes, que designa simplemente al que se ejercita a la manera de un atleta. Pero la Iglesia modificó su sentido, aplicándolo a la práctica de toda clase de renunciamientos con vistas al progreso espiritual, y basados en la teoría de que siendo la naturaleza corporal con sus pasiones y sus deseos la fortaleza del mal inherente en el hombre desde la caída de Adán, es necesario reducirla por el ayuno y la penitencia. En las religiones orientales encontramos a veces alguna idea análoga que se basa en el concepto de que la materia es cosa esencialmente mala, y deduciendo de esto que una aproximación hacia el bien ideal o la liberación de las miserias de la existencia, puede ser solamente realizada dominando o torturando el cuerpo.
El estudiante de Teosofía verá enseguida que esas teorías descansan en un enojoso equívoco. No hay en el hombre mal inherente, sino mal que se ha creado él mismo en sus precedentes nacimientos. La materia tampoco es mala en esencia, puesto que es tan divina como el espíritu, y sin ella, cualquier manifestación de la divinidad sería imposible.
El cuerpo y sus deseos no son, en sí mismos, ni malos ni buenos, aunque es cierto que antes de que un verdadero progreso pueda realizarse, deben ser sometidos al dominio del Yo superior. Es insensato torturar al cuerpo; es necesario gobernarlo.
Un lamentable error parece haberse acreditado, según el cual, para ser verdaderamente bueno, se debe ser, forzosamente desdichado, por ser este sufrimiento agradable a Dios. Entre nosotros, esta teoría, desgraciadamente muy común, es uno de los tristes legados que nos han dejado las horribles blasfemias del Calvinismo. Yo mismo he oído decir a un niño: ”Me siento tan feliz, que debo ser muy malo, sin duda”, resultado horrible de una enseñanza desnaturalizada en forma criminal...
Esta ridícula teoría del mérito del sufrimiento, es en parte debida al conocimiento del hecho de que el hombre para progresar, debe dominar sus pasiones y que este dominio es desagradable al hombre poco evolucionado. Pero el sufrimiento está lejos de ser meritorio y, al contrario, muestra que la victoria no está aún ganada puesto que proviene del hecho de que la naturaleza inferior no está aún dominada y que la lucha prosigue. Cuando el dominio es perfecto, los deseos inferiores ya no se hacen sentir y no hay, por consecuencia, ni lucha ni sufrimiento.
No hay virtud ninguna en sufrir, por amor al sufrimiento; pero hay casos en que un sufrimiento voluntario puede acompañar al progreso. El primero de estos casos es aquel en que el sufrimiento se soporta para ayudar a alguien, por ejemplo, cuando una persona cuida un amigo enfermo o trabaja encarnizadamente para sostener a su familia. El segundo caso es el de un hombre que se da cuenta de un hábito que lo esclaviza y constituye un obstáculo para su adelanto, como por ejemplo, el hábito de fumar, beber alcohol y alimentarse con cadáveres de animales. Si este hombre es sincero, se librará inmediatamente de esta costumbre; pero su cuerpo habituado a esta especie de mancha, siente su falta, lo reclama de nuevo y ocasiona a su poseedor muchas molestias.
Si el hombre permanece firme en su resolución, su cuerpo se adaptará pronto a las nuevas condiciones, y una vez conseguido este resultado, el sufrimiento cesará. Pero, en los grados intermedios mientras se desarrollan aún entre el hombre y sus cuerpos las peripecias de la lucha por la supremacía, habrá mucho sufrimiento y este sufrimiento deberá ser considerado como “Karma”, por el hecho de haber cedido al vicio, al cual se quiere renunciar. Cuando ya no se siente sufrimiento, la victoria está ganada y se ha dado ya un paso adelante en la evolución. Se que hay casos excepcionales (cuando la persona es muy débil físicamente) en que puede ser peligroso renunciar de repente a un mal hábito. La costumbre de la morfina (las drogas) es uno de estos casos; la víctima de esta pasión encuentra casi siempre que es necesario proceder por dosis decrecientes, porque la tensión producida por la cesación brusca, podría exceder la facultad de resistencia del cuerpo físico. También hay casos en que el mismo sistema de disminución gradual debe ser aplicado a la costumbre de fumar o de comer carne. Los médicos nos dicen que la carne es digerida, principalmente en el estómago, y que la mayor parte de los alimentos vegetales corresponde más bien a la acción del intestino; de manera que una persona de salud precaria tiene que dar a estos diversos órganos, el tiempo necesario para adaptarse al cambio necesario y, por decir así, aprender a realizar las funciones que les son propias. La presión de una voluntad perseverante reduce, sin embargo, bien pronto al cuerpo a la obediencia y lo adapta al nuevo orden de cosas.
El tercer caso en que el sufrimiento puede tener su utilidad, se presenta cuando un hombre obliga deliberadamente a su cuerpo a hacer algo que desagrada a éste para asegurar su obediencia en caso de necesidad. Pero hay que comprender que, aún en este caso, el mérito no está en el sufrimiento, sino en la pronta obediencia del cuerpo. De este modo, un hombre puede aprender gradualmente a volverse indiferente a ciertas pequeñas penas de la vida, y evitarse así muchos tormentos e inquietudes. Al ejercitarse de esta manera, en fortalecer su voluntad y reducir su cuerpo a la obediencia, es necesario tener cuidado de emprender nada más que aquello que sea útil. El Hatha Yogui desarrolla, sin duda alguna, su voluntad, cuando mantiene su brazo levantado sobre la cabeza hasta que se le atrofia y deseca, pero pierde el uso de su brazo aunque gana enormemente en poder de voluntad. La fuerza de voluntad puede muy bien ser desarrollada por un esfuerzo que dé un resultado de una utilidad permanente, en lugar de ser un obstáculo permanente; por ejemplo, el dominio de la irritabilidad o del orgullo, de la impaciencia o de la sensualidad. Sería muy ventajoso para todos los que se sientan atraídos por el ascetismo, que hicieran suyas las sabias palabras del Bhagavad Gita: “La pureza, la rectitud, la continencia y la abstención de todo acto doloroso para otro, se llama mortificación de cuerpo. Las palabras que no causan pena, que son verdaderas, agradables y útiles, se llaman mortificación de la palabra. La satisfacción mental, el equilibrio, el silencio, el dominio de sí mismo, la pureza de su naturaleza, eso se llama la mortificación de la mente”. (Bhagavat Gita. XVII, 14, 15, 16). Conviene muy especialmente hacer notar, que en este último versículo, la satisfacción mental se menciona como primera característica de la mortificación de la mente, como primer signo del perfecto dominio de sí mismo, necesario al que desea hacer progresos reales. Nuestro deber es, seguramente, ser felices, la melancolía, la tristeza, el abatimiento, son compañeros del fracaso y la debilidad, pues son sinónimos de egoísmo. El hombre que se ocupa sólo de sus males o sus equivocaciones, olvida su deber hacia sus semejantes. Se transforma en un foco de infección que desparrama tristeza entre sus hermanos, en lugar de alegría; ¿no es eso un egoísmo de la peor especie?.
Los que sientan inclinación por el ascetismo, que adopten la mortificación mental preconizada por el Bhagavad Gita y se resuelvan a que, sean las que sean sus penas particulares o sus sufrimientos, las olviden y se olviden de ellos mismos en atención a su prójimo, podrán derramar incesantemente sobre sus compañeros de peregrinación, la dicha radiante que nace en el saber más profundo del Teósofo, y ayudarlos a adquirir el conocimiento directo que deriva del hecho de que “Brahma, (Dios) es beatitud”.