viernes, febrero 04, 2022

El Roble Ha Caído

Homenaje a Henry Olcott

Varios autores

Los artículos han sido publicados con motivo del deceso de Olcott en la revista “Sophia” de Marzo 1907, a excepción de la Biografía que apareció en “Nueva Acrópolis” Número 189 (Enero 1991).

1) EL ROBLE HA CAÍDO

HA caído como el árbol secular cargado de años y después de haber producido óptimos frutos. Sí; el Presidente de la Sociedad Teosófica, el Coronel Henry Steel Olcott, ha recobrado una vez más su libertad después de treinta y un años de una labor incesante en pro de los ideales teosóficos; ha dejado su última envoltura física después de haber trabajado con una constancia y abnegación dignas de la noble y elevada causa que la Teosofía sustenta. Pero sólo ha abandonado su cuerpo físico, mas no á nosotros ni al ideal que constituye sus más caras y preciadas aspiraciones. Se nos figura que el ego ó mónada que en su última encarnación física fue el digno Presidente de la Sociedad Teosófica continúa entre nosotros. Un campeón de la talla de Olcott, no debe, no puede abandonar el campo de batalla por el mero hecho de que su forma mortal haya fenecido, con lo creemos no lo abandonó su colega H. P. Blavatsky. El descanso devachánico sólo es para egos relativamente débiles, mas no para los que, como Olcott, atesoran una suma de energías que les hace aptos para continuar combatiendo sin tregua ni descanso por las verdades que entraña la moderna Teosofía.

Por esto decimos el “Roble ha caído”, no ha muerto. La palabra muerte debe ser borrada del vocabulario teosófico. Pero en el caso presente, esto es, con motivo de la desencarnación de nuestro querido Presidente, debe serlo doblemente, puesto que no sólo no ha muerto, sino que ni siquiera nos ha abandonado; ni siquiera ha partido para la verdadera patria de la mónada humana, el Devachán, como les sucede á la inmensa mayoría de los seres humanos al transponer el umbral en donde termina la vida física.

Nosotros sentimos más bien alegría que pesar cuando se nos dice que alguien ha muerto, porque consideramos que el que se halla en este caso ha conseguido libertarse de una pesada carga, y sólo nos apena la aflicción y tristeza de aquellos que no son bastante fuertes para sobreponerse á una separación sumamente útil y beneficiosa para el ser humano que deja la vida física. La llamada muerte es el trance más dichoso que puede acontecerle al hombre en este mundo, y todos aquellos que se precien de saber filosofar y de tener ideas y sentimientos altruistas, deben alegrarse de que uno de sus semejantes consiga la preciada libertad que lleva consigo el abandono del plano físico...

Por este motivo no decimos que la desencarnación de nuestro venerable Presidente nos aflige, sino que, por el contrario, consideramos este hecho como un caso feliz, así para él como para la causa que tan querida nos es á todos los teosofistas; pues si bien por el momento no lo tendremos á nuestro lado en cuerpo físico para dirigirnos y estimularnos con su ejemplo, en cambio no dejará de trabajar en cuerpo astral con el mismo ardor y entusiasmo que le caracterizan, hasta que K arma nos lo devuelva en un nuevo cuerpo físico que contenga todas las energías propias de la juventud, añadidas á las experiencias y conocimientos que en su estancia en el plano astral habrá adquirido. Digamos, pues, nuestro compañero Presidente no ha muerto, sólo nos ha dejado por breve tiempo; el roble sólo ha caído para levantarse más joven y lozano que antes, y para dar más abundantes y sabrosos frutos.

José Granés

2) LOS FUNERALES DE H. S. OLCOTT

El domingo 17 de Febrero falleció el Presidente Fundador, rodeado de Annie Besant y de las señoras Russak, Renda y Smart, esta última enfermera del Presidente. A las 12:30 el cadáver fue transportado al parapeto del jardín, convertido éste previamente en un amplio hall.

El cuerpo del Coronel se colocó dentro de un círculo de flores, y al lado, artísticamente dispuestos, se veían las representaciones monumentales de las diversas religiones humanas: los Vedas, el Zendavesta, los Pitakas, la Biblia, el Coran, el Adigrantha y algunos manuscritos jainas. El cuerpo se ofreció cubierto con el pabellón de los Estados Unidos, de donde era originario el Presidente, y el pabellón buddhista, cuya religión profesaba. Destacábase únicamente la cabeza, serena, blanca y como dormida. Al dar acceso al público entró éste con el mayor orden, hombres, mujeres, niños, orientales y occidentales, hindos de todas las castas, buddhistas y parchamas. Todos fueron depositando flores cerca del cuerpo del Presidente.

A las 3,30 acudieron los representantes de las religiones buddhista, hinda, zoroástrica y cristiana, que con Annie Besant rodearon el cadáver. La ceremonia fúnebre la inauguró, desde luego, el representante buddhista; se entonaron los himnos palis del ritual , y el sacerdote expresó en breves y sentidas palabras cuánto había hecho el Presidente Fundador por la religión buddhista. Dos brahmanes entonaron en sánscrito las slokas fúnebres, testificaron su agradecimiento por los trabajos del difunto, y el honorable Sir. S. Subramania dio testimonio de agradecimiento hacia el Coronel por su obra , en magníficas palabras. Un parsi cantó los himnos del Zendavesta destinados al efecto y consignó la obra que cerca del parsismo desarrolló el difunto.

Después de estos grandes pasajes del Libro de la Sabiduría, ofreció su tributo el representante cristiano; y no habiendo llegado el de la religión islámica, habló por su nombre Annie Besant en los más elocuentes términos.

Seis brahmanes y cuatro buddhistas depositaron luego el cadáver sobre la pira, y materialmente terminó el imponente acto.

Después, de las cenizas del Presidente Fundador se arrojó una parte al mar, desapareciendo entre las olas para correr hacia todas las costas, y otra se reservó en un relicario que se envió á Benares, donde en el Santo Ganges se unirán con parte de las de Mme. Blavatsky.

Redacción de “Sophia” 1907

3) ¡HA MUERTO!

Sí, ha muerto el Coronel H. S. Olcott, Presidente de la Sociedad Teosófica; ha muerto la personalidad sacrificada á la causa de los divinos Maestros; ha muerto en el cumplimiento del deber impuesto por su «yo» eterno.

Pero el discípulo ferviente y leal de aquellos seres, el servidor de la Humanidad, vive; vive ahora más que antes, libre de las trabas impuestas por un cuerpo ya achacoso y enfermo. Vive y trabaja, continúa su labor no interrumpida por las ilusiones de aquellas regiones desconocidas por la conciencia inferior de la gran mayoría de los seres. Un discípulo como él no “muere”.

Reciba, pues, donde se halle, la expresión de nuestra simpatía y gratitud y nuestro eterno reconocimiento...

Carmen Mateos de Maynadé

4) ORBITA, ETERNO CAMINO

Sí. Tras una involución más ó menos larga á través de la materia, la Mónada Esencial retorna á su fuente de origen. Al abandonar la vestidura de carne descompónese ésta en células, luego en albúminas, en ácidos crasos y ptonianas, en moléculas simples de agua y anhídrido carbónico, en fin, y hasta á veces en átomos simples, que libres retornan á la gran masa terrestre, de la que primitivamente partieran al formar el cuerpo organizado por síntesis inversas y sucesivas.

Pero tras la vestidura de materia química, vulgo cuerpo, que de tal modo se resuelve en sus elementos protéicos, existe –la ciencia positiva no lo repugna -otra vestidura de materia electrónica, de materia física que, como más vecina del remoto prothilo, es la última en alcanzar á su descomposición en fuerzas físicas (calor, luz, electromagnetismo, etc.) y en lo que pudiéramos llamar electrones libres, siguiendo á Gustavo Le Bon. Y así como pasa un tiempo en que la albúmina del cadáver es aún albúmina y luego se desdobla en ureidos y álcalis, después en ureas y ácidos hasta caer en lo inorgánico al cabo de algunos días, así creemos nosotros que transcurre un tiempo mayor hasta que este organismo electrónico, eidolon que diría Platón, cuerpo glorioso San Pablo, doble etéreo, astral inferior, etc., de las escuelas, se disocie por una muerte segunda. En semejante intervalo entre las dos muertes, yo creo buenamente que el hombre está asociado con el ambiente terrestre vagar puede á su sabor por los lugares queridos, los sitios inestudiados, todo, en fin, cuanto antaño le solapase más ó menos la superficie del planeta.

Por eso creo asimismo que los poetas, los científicos, los artistas y en general cuantos están habituados á cierta vida mental ó hiper física, les depara este tiempo una ocasión feliz de cumplir dentro de un subjetivismo perfecto más de un ensueño grato de su fantasía durante la vida que acaban de dejar.

Si esto fuera verdad diría se que el grande y puro espíritu de Olcott se preparó en sus últimos años para tales erráticos viajes, con los que el hombre sin carne grosera se halla más que nunca señor del planeta, cuanto elemento al par de ulteriores destinos del mismo planeta, que es para la Humanidad que le habita algo así como una síntesis ulterior y más excelsa. Los últimos años de Olcott aparecen tocados, en efecto, de una erraticidad singular. Con intervalos de meses le vemos en India, Norte-América é Italia.

Tal vez se quiso simbolizar por la tradición semejante distintivo de los hombres superiores con el mito de aquel singular condenado, cual los astros siempre solo y siempre errante.

¡Anda, anda, anda; he aquí, en efecto, la más secreta voz para el astro y para el hombre!

Mario Roso de Luna

5) CÓMO ERA

Era así como se ve en este retrato. Así fue hace muchísimo tiempo. Luego fue como se ve en este otro que va aparte. Hace poco era más viejo, naturalmente, pero sin variar mucho.

Esa barba bíblica, patriarcal, de Oriente, que traía el recuerdo de Darwin, de Tolstoi, ha temblado muchas veces al abrirse los labios para. la. bondad, y jamás fue agitada. por la cólera, y hasta. el aire yo creo que nunca la descompuso de su estética. y tranquila conformación.

Era afable, pausado; la mesura parecía una condición de su equilibrio personal. Y las palabras en francés, en italiano, en español salían de sus labios meditándose aún, pero llenas de fósforo, de trabajo, de sentimiento.

Su corpulencia, su volumen le imprimía esa majestad y ese reposo que ofrece siempre gallardos á los ancianos de Oriente, graves, corteses, que andan no por sus propios pies sino como llevados en andas por gentes de poca fuerza.

Apoyado en un mueble, reclinado en una columna, acariciaba la barba ó extendía una mano para levantar un velo invisible para los hombres, y hacía la luz poco á poco y ésta salía de sus ojos, unos ojos cansados que quebraban su fulgor tras la roca de sus lentes, puestos un segundo antes con la más deliciosa inhabilidad y la sonrisa de niño que quiere hacer una picardía.

Cuando le presentaban alguien, como volviendo de una distracción involuntaria, se admiraba un momento y decía en el idioma del presentado: «Ah, sí, Sr. Fulano, celebro mucho verle a usted bueno.» Ya no se olvidaba de aquel nombre, ni dejaba de recordar aquella cara.

Exteriormente era así, venerable, grueso, macizo. Parecía un león anciano respetado por el tiempo y los achaques.

A veces un párpado pesado, inobediente velaba un ojo y entonces le imitaba el otro, y dormido en apariencia se miraba por dentro, y atrapando una frase de los demás la contestaba inmóvil, pero queriendo abrir sus ojos con esa actitud de los ciegos que ponen en las cejas lo que no tienen en las pupilas.

Viéndole así ¿Quién había de imaginar su obra, su actividad? Su edad, su gravedad, su mesura, el pequeño embarazo en su ademán, no decían nada de su gran energía, de su constante y persistente acción.

Y sin embargo, había hecho ya mucho. Ved lo que dice uno de sus biógrafos, otro norteamericano como él: "Cuando estalló la guerra civil en América, H. S. Olcott abandonó su profesión de abogado, que había ejercido muchos años, é ingresó en las filas de los Estados del Norte. Después de haberse encontrado en cuatro combates sucesivos, y en el sitio de Fort-Macon, tuvo que retirarse á causa de la disentería que contrajo en campaña, como muchos de sus compañeros. Sus antiguos trabajos sobre reformas agrícolas y otras materias, decidieron á las autoridades á hacer uso de sus talentos tan pronto como recobró la salud. En su consecuencia, fue elegido comisionado especial del Departamento de la Guerra, en cuyo cargo se distinguió, con riesgo de su vida, persiguiendo y poniendo de manifiesto enormes fraudes en contratos celebrados con el Gobierno. La sociedad tenía dispuesta la cantidad de 250.000 duros para sobornar al Coronel Olcott; pero ninguno de los que la componían tuvo la suficiente audacia para proponérselo. Poco después fue nombrado para una comisión en el Departamento de Marina, á petición del Secretario de la misma, y llevó consigo cartas de la más distinguida recomendación del Departamento de la Guerra, para facilitar el cumplimiento de sus nuevos deberes en servicio del Gobierno. Cuando se retiró del servicio público, á la terminación de la guerra, los diversos Departamentos del Gobierno compitieron en darle testimonios de sus valiosos servicios, según aparece de las cartas que conserva el Coronel, del Comodoro J. E.

Hull, U. S. N.; de J. Holt, juez abogado general del Departamento de la Guerra; del Han. P. H. Watson, secretario asistente de Guerra; del Hon. Wm. E. Chandler, secretario asistente del Tesoro, y otras muchas, todas las cuales atestiguan el celo, abnegación é integridad con que desempeñó sus deberes, en medio de los mayores peligros personales, y cómo llevó á buen término todos sus cometidos con su valor excesivo, con su determinación y con su lealtad.

Poco tiempo después se dedicó de nuevo á su profesión de abogado, y fue nombrado Director de la Convención Nacional de Seguros. Las compilaciones que hizo durante los dos años que ejerció aquel cargo, han sido desde entonces el credo de los negocios de Seguros en los Estados Unidos. Por este tiempo conoció á Mad. Blavatsky, á quien encontró cuando desempeñaba una comisión del Graphic de Nueva York, para investigar las famosas manifestaciones espiritistas que ocurrían en la familia Eddy en la granja de Chittenden, Vermont. El resultado de sus investigaciones fue publicado en su libro “Gente del otro mundo”, mientras que su amistad con Mad. Beavatsky fue el principio de la subsiguiente formación de la Sociedad Teosófica.» El mismo Presidente ha contado su encuentro con madame H. P. Blavatsky tal como fue. Nada de particular. Una cosa sencilla. Su obra “Old Diary Leaves” empieza precisamente diciéndolo:
«Puesto que voy á contar la historia del nacimiento y progreso de la Sociedad Teosófica, debo empezar por el principio, y contar cómo se vieron por primera vez los dos fundadores. Fue una cosa verdaderamente vulgar (a very prosaic incidente). Yo dije: Permettez moi, madame, y le di lumbre para su cigarro; nuestra amistad comenzó fumando, pero se acrecentó con un fuego permanente.»

Después vino el gran trabajo, la gran actividad, y renunciando á todo se dedicó á la causa de la Teosofía. Su biógrafo Walter R. Old, añade:
«Cuando en 1879 él y Mad. Blavatsky fueron sometidos á la vigilancia de la policía, á consecuencia de falsas denuncias, los testimonios del Gobierno americano fueron remitidos al de la India, cuyo gobernador dictó una orden, adoptada en consejo, para que en lo sucesivo dejasen de ser molestados. Los testimonios referidos fueron después publicados en el Suplemento al Theosophist de Enero de 1881. Cuando vivía en América, fundó el Coronel Olcott la Escuela de Agricultura, con arreglo al modelo suizo, y escribió tres obras sobre este ramo, de 1as que se publicaron varias ediciones. Por requerimiento especial dio también conferencias en tres legislaturas oficiales de Agricultura, y recibió ofrecimientos del Gobierno americano para desempeñar la misión botánica de Caffraria, y del Gobierno griego para la plaza de jefe de la Comisión de Agricultura de la Universidad de Atenas. La Sociedad Nacional de Agricultura de los Estados Unidos le concedió dos medallas de honor por sus reformas en este ramo, y el Instituto americano le regaló una copa de plata.

Además de escribir muchas obras originales de importancia para la instrucción pública, tradujo 1a “Humanidad póstuma”, de Adolfo D' Assier, á la que añadió un apéndice de sus propias investigaciones; y durante su carrera literaria escribió, como redactor de la sección de agricultura, en el periódico de Horace Greeley, el New York Tribune, y como corresponsal en los Estados Unidos del Mark Lane Express. Es digno también de mención que el Coronel Olcott es uno de los poquísimos soldados antiguos de la guerra civil que jamás han pedido ni recibido ninguna recompensa pecuniaria o pensión por sus servicios.”

Una de las obras más interesantes que ha llevado á cabo ha sido el poner los cimientos para realizar la unión del buddhismo del Norte y del buddhismo del Sur, fijando un credo común para ambas iglesias. Y esa obra la realizó al hacer su célebre “Catecismo buddhista”.

Era así. Y ahora, recordando su enseñanza, viviéndola en nuestra vida, no hablemos en pretérito ó en pasado, sino en el eterno y perdurable presente de la Verdad. Es así.

Arimí

6) BIOGRAFÍA DE HENRY OLCOTT

La vida de los seres humanos es como un ramillete de hojas de un viejo diario, esparcidas por el viento de la Historia. Sumergidas en el breve recuerdo de los hombres por quién sabe, quizás miles de años, vuelven a reaparecer los fragmentos de una historia ignota, con nuevos rostros, pero a través de los mismos viejos ojos... aquellos que han visto una y mil veces el drama de la vida en la rueda de samsara.

En estas páginas queremos recordar a través de pinceladas biográficas y anécdotas a un hombre que dedicó su vida a recordar a sus semejantes que la Humanidad es Una, y que a lo largo de su conciencia e inconsciencia histórica ha habido momentos de grandeza y también de oscuridad. Pero allende placer y dolor, civilizaciones que nacen, se desarrollan y caen, existe un destino trascendente para los seres humanos pues, como nos recordara Pitágoras, la raza de los Hombres es de origen divino. Pero el sendero del recuerdo de nuestro origen divino debe ser transitado individualmente, pues la redención del Hombre yace en el descubrimiento de su propia inmortalidad. Este fue el legado y postrer enseñanza de Henry Steel Olcott.

Un yankee en la Corte del Rey Arturo

Henry Steel Olcott nació el 2 de agosto de 1832 en New Jersey, Estados Unidos, en medio de una familia de laboriosos y religiosos puritanos del Nuevo Mundo. A la edad de 15 años fue admitido en la Universidad de Nueva York, pero debió interrumpir sus estudios un año después para apoyar a su familia económicamente. Por consiguiente, abandonó el hogar familiar para trabajar como granjero en Ohio.

Es allí donde entraría en contacto con el mundo de lo invisible. En Ohio vivían los hermanos de su madre, Edgar, Isaac y George, quienes lo introducirían en el mundo de los fenómenos espiritistas. Sobre ellos nos cuenta Olcott en su diario: "Debería considerarlos entre mis importantes benefactores en esta encarnación, pues fue a través de ellos, y otras mentes brillantes y almas nobles asociadas con ellos, que primero aprendí a pensar y aspirar a lo largo de las inclinaciones que me llevarían ultérrimamente a H.P.B. y el movimiento teosófico". Es en esta época también que Olcott comienza a experimentar en el mundo del mesmerismo y las curaciones magnéticas. En cierta ocasión, una joven debió someterse a un tratamiento de los dientes. En aquellos días, los anestésicos químicos no eran fácilmente asequibles, especialmente en un distrito rural como aquel en que vivía Olcott. Con autorización de los padres, Olcott intentó entonces exitosamente un proceso de anestesia local por medio de pases magnéticos, evitándole a la joven enormes sufrimientos.

En relación a su experiencia agrícola, Olcott descubrió que tenía un talento innato para el periodismo al desempeñarse como editor de una revista especializada y luego publicar sus investigaciones en dos libros de gran divulgación.

Al estallar la Guerra Civil Americana en 1861 Olcott se presentó como voluntario, decidido a defender la solidaridad de la nación y la abolición de la esclavitud. En uno de sus libros, Olcott se refiere a este periodo: "Pasé mi primer año de guerra en el frente de batalla, participando en la expedición Burnside en Annápolis, la batalla de New Bern, el asedio y captura del Fuerte Macon, las batallas en el Rappahannock durante la retirada de Pope, y otras operaciones militares". Después de recuperarse de una infección de malaria y disentería, le fue encomendada a Olcott la difícil misión de dirigir un grupo de detectives dedicados a descubrir fraudes en contratos militares. Esta peligrosa tarea le llevó a tener contacto directo con el Secretario de Guerra y a ganar una reputación de gran laboriosidad y absoluta probidad obteniendo felicitaciones por su labor de las más altas autoridades de la nación. Su gran dedicación a la causa por la cual había arriesgado su vida puede ser deducida de un informe de trabajo, en el cual nos enteramos de que durante un periodo de 6 meses viajó una distancia equivalente a 32.000 kilómetros y entrevistó junto a sus ayudantes a 817 testigos.

El 14 de abril de 1865 ocurría el trágico asesinato del presidente Abraham Lincoln. En respuesta, Olcott ofreció inmediatamente sus servicios al secretario de Guerra Morgan: "Si yo o alguno de mis empleados podemos servir a Usted y a nuestra patria de algún modo, no importa lo que fuere o donde fuere, estamos a su disposición". La respuesta del Secretario de Guerra fue: "Deseo sus servicios. Venga a Washington inmediatamente y traiga a su grupo de detectives".

El coronel Olcott fue así asignado a un grupo de investigación de tres oficiales que debían determinar si existía una conspiración detrás del asesinato de Lincoln y descubrir a los culpables.

Al terminar la guerra el coronel Olcott decidió investigar nuevos encargos profesionales, en vez de aprovechar sus numerosos contactos de gobierno que le hubiesen asegurado un alto puesto. Es así que se dedicará a practicar abogacía logrando reconocimiento profesional como abogado en 1868. Pero su viejo interés en el mundo de lo oculto no había muerto. En 1870, durante una visita profesional a Londres, aprovechó para visitar a varias médiums famosas. Al mismo tiempo continuó sus actividades periodísticas escribiendo para el New York Sun, cubriendo principalmente espectáculos e incluyendo el primer concierto en América de Johann Strauss en 1872.

La llamada del destino

El coronel se hallaba en su oficina una mañana de julio de 1874 cuando leyó algo que atrajo su atención en el periódico espiritista Estandarte de Luz. Se trataba de un relato de extrañas manifestaciones de seres del más allá que se habían manifestado en el estado de Vermont, en la granja de los Eddy. Es así que el coronel se decidió a verificar estos acontecimientos personalmente, consiguiendo ser enviado como corresponsal por el periódico Daily Graphic.

El 14 de octubre de 1874, el coronel se hallaba en la casa de los Eddy, cuando llamó su atención cierta dama de noble aspecto que hablaba francés con una compañera. Al sacar ésta un cigarrillo, el coronel aprovechó la ocasión para ofrecer fuego galantemente a quien habría de ser su Maestra y compañera de aventuras espirituales por el resto de sus días, Helena P. Blavatsky.

H.P.B. sonrió mientras se dirigió a él diciendo que había leído los reportajes del coronel Olcott, pero que temía encontrarse con él.

"¿Por qué había Usted de temerle, señora?”. “Oh, porque temo que querría escribir sobre mí en su periódico”. “No tema Usted, el coronel no escribirá sobre Usted, a menos que Usted lo permita... “. Y procedía a presentarme a H.P.B.... Así, entre humo nacía una amistad que generaría un gran y permanente fuego".

Los amigos de lo oculto

En 1875 encontramos al Coronel y a H.P.B. en Nueva York rodeados de un grupo de aficionados a lo oculto. El 17 de septiembre de dicho año, diecisiete personas se reunían en el departamento de H.P.B. para escuchar una presentación del ingeniero y arquitecto George H. Felt sobre El perdido Canon de las proporciones de los Egipcios. Le siguió una animada discusión, durante la cual Olcott tuvo la idea de fundar una Sociedad dedicada a estudios ocultistas. Consultada H.P.B. ésta asintió, pues recientemente había recibido órdenes de sus Maestros a tal efecto.

El 17 de noviembre de 1875 se funda así una Sociedad de ocultistas dedicada al estudio de "aquellas leyes de la naturaleza que eran tan familiares a los Caldeos y los Egipcios, pero que son totalmente desconocidas al mundo de la ciencia moderna". Durante el discurso inaugural el Presidente-Fundador de esta Sociedad, el coronel Olcott, explicaría sus objetivos en emotivas palabras, después de presentar un panorama histórico de Sociedades dedicadas a fines similares en el pasado, como los neoplatónicos, estoicos y filósofos herméticos: "Si entiendo correctamente el espíritu que anima a esta Sociedad, se consagrará al estudio intrépido y serio de la verdad, y se compromete, individual y colectivamente, a sobrellevar todo obstáculo que encuentre en su camino...

Venga bien, venga mal, mi corazón, mi alma, mi mente y mi fuerza se hayan juramentadas a esta causa, y permaneceré firme mientras me quede un hálito de vida, aunque otros se retiren y tenga que permanecer de pie solo..."

Cuán proféticas resultaron estas palabras. Pocos, fuera de H.P.B., permanecieron a lado del coronel en su ardua tarea. Pero tal como lo prometiera ese día, él permaneció fiel a la causa de lograr una Fraternidad entre los seres humanos de todos los credos y razas hasta el fin de sus días en 1907.

Poco después de la fundación de la nueva Sociedad, H.P.B. comenzó a escribir Isis sin Velo, trabajando sin descansar hasta su finalización en 1877. El coronel Olcott fue el principal editor de esta magna obra, en la cual ambos trabajaron continuamente, "rara vez retirándose a descansar antes de las 2 de la mañana".

India

En 1878 Olcott y H.P.B. partirán a la India, donde habrán de jugar un rol histórico crucial para las generaciones futuras.

Por razones de brevedad nos contentaremos con referirnos tan sólo a algunos aspectos de la labor del coronel.

Una de las labores de Olcott en Oriente fue la de impulsar un renacimiento del Budismo en Asia. Esta labor comenzaría en 1880 durante su primera visita a Sri Lanka, en la cual se convertiría oficialmente a la religión budista. Pero su actitud con respecto a dicha fe no era sectaria: "Nuestro Budismo era el del Maestro-Adepto Gautama Buddha, siendo su doctrina idéntica a la Religión-Sabiduría de los Upanishads arios, y el alma de todas las fes antiguas del mundo. Nuestro Budismo era, en una palabra, una Filosofía, y no un credo".

Los misioneros cristianos se habían esforzado en erradicar el Budismo de Sri Lanka. Durante las dos décadas anteriores habían propiciado enfrentamientos intelectuales entre la doctrina cristiana y la budista, pero pronto tuvieron que admitir que había sido un error el confrontar la poderosa lógica budista con el sistema de dogmas cristiano.

Decidieron entonces utilizar armas políticas. Por ejemplo, para ser reconocidos legalmente, los matrimonios debían ocurrir en una iglesia cristiana, y para ello era necesario la conversión previa al credo cristiano.

También la mayoría de las escuelas se hallaban controladas por los misioneros: en 1880 existían en Sri Lanka sólo 4 escuelas budistas en contraste con 805 escuelas cristianas. Olcott comprendió la profunda injusticia de este sistema que pretendía negar a los singaleses el más básico derecho humano a elegir su fe y respetar su pasado histórico. Decidió por ello apoyar la causa del Budismo. Revitalizar el Budismo en Asia implicaba promover a través de la educación sus principios filosóficos, y lograr un acuerdo entre las diferentes sectas, especialmente entre las escuelas Mahayana y Hinayana. Para promover una educación budista Olcott se dedicó a recolectar fondos para construir escuelas. En cierta ocasión Olcott visitaba una humildísima aldea y una viejecita se le acercó y le dio una rupia para su causa. Se disculpó por lo humilde de su contribución a tan noble causa y añadió que representaba sus ahorros de 6 meses de esforzado trabajo. Con el dinero había querido comprarse una nueva túnica, pero prefería sacrificar su propio bienestar para contribuir a la causa del Sublime. Con los ojos llenos de lágrimas, Olcott se dirigió entonces a la multitud que los rodeaba y dijo: "Esta mujer es merecedora de buen karma por su acto de piedad. Sigamos su ejemplo ayudándola en su miseria", y sacando una rupia de su bolsillo la tiró frente a él, a la que se sumaron las contribuciones de los presentes.

Además de recolectar fondos para la causa, Olcott escribió en esta época su Catecismo Budista, que logró gran divulgación en las escuelas budistas como texto de enseñanza, e incluso llegó a ser utilizado poco después en la Sorbonne de París como libro de texto. También viajó extensamente por Oriente logrando un entendimiento formal entre las diversas sectas budistas desde India hasta el mismo Japón, donde dictó 75 conferencias en 107 días ante un total de unos 187.500 budistas japoneses.

Curaciones magnéticas

En su continuo esfuerzo por contribuir a erradicar la ignorancia y el dolor humanos Olcott habría de utilizar también infatigablemente su don de curar por imposición de manos. Todo comenzó en cierta ocasión en que recibió a un paralítico llamado Cornelius Appu. Este le traía una pequeña donación para el Fondo de Educación Budista.

El hombre se disculpó por lo modesto de su contribución aduciendo que no había podido practicar su oficio durante 8 años por hallarse paralítico de un brazo y parcialmente de un pie. El coronel entonces, siguiendo una llamada interna, procedió a curarlo. Pronto el hombre habría de recuperar su facultad de movimientos. Esto trajo aún más renombre al generoso budista blanco, quien comenzó a realizar curaciones no remuneradas durante varias horas al día.

H.P.B. nos ha legado en emotivos trazos una descripción de los esfuerzos del coronel por aliviar el dolor de sus semejantes:

"Luego de viajar con él durante tres semanas... A las 5 de la mañana las verandas y entradas de las moradas en las que pernoctábamos se llenaban de enfermos y paralíticos. En todas las estaciones de tren en que nos deteníamos brevemente las plataformas estaban llenas de enfermos que lo esperaban. Lo vi curar a un paralítico (ambos brazos y un pie) entre la primera y última campanada del tren. Lo vi comenzando a curar enfermos a las 6 de la mañana sin detenerse un minuto a descansar hasta las 4 de la tarde; y al parar para comer un plato de sopa de vegetales levantarse para curar a una mujer poseída y su plato de comida quedar sin terminar hasta las 7 de la tarde, luego de lo cual se sentó para dictar a su secretario hasta las 2 de la mañana, habiendo tenido sólo tres o cuatro horas de sueño..." Olcott es un ser "de rara devoción, inegoísmo y filantropía, quien lleva una vida pura y sin mácula..."

Conclusión

Esta fue la vida altruista de un hombre que supo vivir y morir por su Ideal y sus semejantes, y que nos legó la gran enseñanza que se haya reflejada en su último mensaje:
"A mis amados hermanos en el plano físico. Os dejo con un hasta pronto. En mi memoria continuad proclamando y enseñando la Fraternidad de las Religiones. A mis amados hermanos en los planos superiores: Os saludo y vengo a vosotros, y os imploro me ayudéis a enseñar a todos los hombres en la tierra que "no existe Religión superior a la Verdad", y que en la Fraternidad de las Religiones yace la paz y el progreso de la Humanidad”.

Antonia Cotignola