viernes, febrero 04, 2022

Entrevista al Dr. Carlos Cobo sobre el Duelo

Alicia Villoldo-Botana

1.-¿Se puede establecer la probabilidad pronóstica de la duración y evolución de un duelo?

Sí, en la medida en que se conoce la personalidad del deudo y su vínculo con el ser muy querido que se le ha muerto.

2.-¿Cuándo un duelo se considera "patológico?

El duelo es el paradigma de la situación límite de la existencia, tanto si se refiere a la muerte de un ser muy querido como a la expectativa de muerte próxima para uno mismo (auto duelo) o para un familiar (duelo anticipado). El duelo pone a prueba la fortaleza psíquica y la capacidad de maduración de la persona que lo padece. Cuando el duelo deriva en patología no hace sino revelar o desencadenar una disposición o alteración psíquica previa que estaban ocultas o latentes; entonces, en general, se trata de una depresión o de un trastorno grave de ansiedad.

3.-¿Cómo puede ayudar una terapia o un análisis a una persona muy deprimida por la pérdida de un ser querido?

Cuando un duelo deriva en depresión psíquica, sobre todo cuando es una depresión profunda y duradera, es preciso administrar la medicación adecuada. Pero lo fundamental es ayudar a la persona o al paciente a desvelar los aspectos ocultos o inconscientes de su relación con el ser querido muerto, que le están desequilibrando. En mi libro <<El valor de vivir>>, propongo una serie de pasos para ayudar a las personas que pasan por un duelo difícil. Digo que hay una consolatoria o arte de consolar, que debe saber toda persona, y que conviene que aprenda desde pequeño. Además de las técnicas de psicoterapia y psicoanálisis, que son más complejas, desarrollo también una terapia de apoyo en el duelo, más simple, que consiste, por ejemplo, en estimular al doliente a que hable del muerto y de la relación con él (al contrario de lo que se aconseja vulgarmente); asimismo, ayudarle a liberar los sentimientos implicados en esa relación (rabia, tristeza, culpa, ansiedad...), a tomar decisiones y a que vuelva a disfrutar de la vida; a que el duelo le enriquezca psicológica y moralmente; y, si es posible, estimularle el conocimiento de sí mismo, ya que uno queda más al desnudo, más auténtico, en las mayores crisis de la existencia.

4.-¿Se logra, realmente, olvidar y rehacer la vida, o quedan secuelas para siempre?...

Hay el tópico generalizado de que lo deseable en un duelo es olvidar al muerto cuanto antes, dando por supuesto que su recuerdo es perjudicial para reanudar la vida normal del deudo. Pero hay diversos tipos de memoria. Entre ellos, tenemos una memoria práctica, instrumental, que permite adaptarse al presente y proyectarse en el futuro. Y hay también una memoria afectiva, que nos une al pasado y que vertebra nuestra identidad: es un consistente hilo de oro que nos da continuidad, que permite que nos reconozcamos como siendo el mismo yo a lo largo del tiempo. En parte de esa memoria viven nuestros muertos queridos, formando como nuestro álbum interior, como un dulce jardín melancólico. Esa memoria, en la medida en que no afecte a nuestro amor a la vida, es también una riqueza interior. La peor secuela de un duelo es olvidar o reprimir el amor de nuestros muertos queridos. Hay <<heridas luminosas>> que nos dan la oportunidad de rehacernos como personas más maduras, más <<humanas>>.

5.-¿Qué es y por qué un duelo puede ser imposible?. ¿Sucede a menudo o es excepcional?

Duelo imposible es aquel que no cumple el proceso de elaboración por quedarse fijado, atascado, en una de sus primeras etapas, en alguna o algunas de las más dolorosas, sin posibilidad de evolución, y en contra de la voluntad del sujeto. <<Desearía poder olvidarme de todo esto pero no puedo>>. Se diferencia del duelo crónico en que, en éste, el doliente no desea terminar su duelo, en cierto modo se aferra a él, quiere mantener vivo a su muerto dentro de sí, en el más ardiente recuerdo, y lo suele hacer por amor, aunque sea predominantemente narcisístico.
En el duelo imposible palpita el odio intenso, ya sea contra el muerto, ya sea contra las circunstancias que produjeron su muerte. En el duelo imposible, el muerto está todo el tiempo y toda la vida en la mente del que experimenta tal duelo, tanto o más que si estuviera vivo.
El sujeto en duelo imposible está lleno de sentimientos de culpa terrible, o de rabia extrema con intensos deseos de venganza, a menudo irrealizables. Los casos más frecuentes de duelo imposible (o muy dificultado) son aquellos en que muere una persona que nos hizo mucho daño, sobre todo en la medida en que dependíamos de ella (por ejemplo, en la infancia). También, en casos de muerte violenta o destructiva, sobre todo aquellos en donde interviene la maldad humana o la ausencia de conmiseración. Pero hay un duelo imposible que se sale de estas características y que, en cierto modo, es frecuente y normal. He visto muchas madres con duelo imposible por la muerte de un hijo, aunque haya fallecido por causas corrientes, y es un duelo que arrastran como un trauma insuperable.

6.-¿Por qué el dolor trae aparejado rabia, quejas, reproches e, incluso, separación entre los deudos más cercanos del fallecido?

El duelo pasa por una serie de etapas, unas son visibles y escandalosas, como las iniciales. Al principio, es la conmoción, el llanto, los plañidos, la demacración. Luego, suele venir la etapa de la rabia, de la cólera, tratando de buscar un culpable (el mismo Dios) a nuestro dolor, y después suceden otras. Son reacciones normales, por muy intensas e irracionales que parezcan. Poco a poco, el duelo se va interiorizando, y eso hace que parezca que ha desaparecido, cuando en realidad lo que ocurre es que se ha sedimentado.
La separación entre los deudos más cercanos del fallecido responde a un fenómeno de disgregación; es como cuando una estructura se viene abajo en cuanto falta uno de sus componentes.

7.-¿El dolor compartido no se hace más llevadero? ¿Es posible compartir el duelo?

En efecto, muchos duelos son de grupo; es decir, por causa de la muerte de un miembro de la familia o del amigo en un grupo. Compartir un duelo no quiere decir que los que lo comparten estén en el mismo nivel de duelo, de modo que esos desfases pueden generar tensiones y alejamientos personales. En realidad la elaboración de un duelo es interior y la hace uno verdaderamente a solas. En general, el doliente suele recibir más ayuda por parte de alguien que no padezca el mismo duelo.

8.-¿Qué aconsejaría Ud., como especialista, a las personas en duelo?

Que no lo escamoteen. Que lo vivan. Que no lo nieguen ni lo repriman, que pasen por él, que lo aprovechen para reflexionar y madurar.

9.-¿Tiene consecuencias a largo plazo un duelo no elaborado o negado?

No hay que olvidar que estamos siempre refiriéndonos a la muerte de un ser muy querido. Antes o después, la no elaboración de esos duelos principales pasa factura, y lo peor es cuando el sujeto no se apercibe de de ello. Las secuelas existenciales más graves de un duelo no elaborado son dos en el plano psíquico y moral: 1) el endurecimiento o apatía de la persona (a no confundir con fortalecimiento ni con serenidad), que es una especie de cinismo, de misantropía, de alejamiento de la vida y del afecto hacia los demás (lo que se traduce en las siguientes frases corrientes: <<nada vale la pena>>, <<todo es igual>>); y 2) o, por el contrario, una irresponsabilidad o inautenticidad existencial, del tipo de: <<para qué esforzarse>> y <<a vivir (como sea) que son dos días>>.

10.-¿Por qué la gente tiene tanto miedo y rechazo a hablar de la muerte?

A esa actitud la he denominado <<La gran negación>>, que es el subtítulo de otro libro mío (<<Los tópicos de la Muerte>>). Es decir, la gran negación es negar lo única verdad que podemos saber con toda certeza: que nos moriremos. He aquí algunas razones que, a mi parecer, explican el rechazo actual generalizado a tener en cuenta la Muerte: 1) porque se cree que perjudica para disfrutar de la vida; 2) porque cada vez se acepta menos la muerte como algo natural, debido a que somos progresivamente más intolerantes a la desgracia y porque los progresos de la ciencia y la técnica, y el aumento de la edad de vida, nos llevan a creer en la fantasía de la inmortalidad; 3) por determinados tipos de educación, ya sea familiar o religiosa, en los que predomina el miedo a la muerte, a su macabrismo de imágenes terribles, al insoportable dolor y a la degradación; y, por otro lado, a las terribles amenazas de castigo en el <<más allá>> imbuidas por las predicaciones de iglesias malignas; y 4) por la gran angustia existencial de perder al propio y amado Yo y también porque la muerte significa separarse de los seres más queridos.

ENTREVISTA AL DR. COBO SOBRE EL ARTE DE MORIR (<<ARS MORIENDI>>), por Elena Escala Sáenz para ONDASALUD.COM

1.- 'Ars Moriendi. Vivir hasta el final', se presenta como una obra optimista ante lo fatal e inevitable. ¿Cómo es el proceso de acercamiento a la muerte y el dolor que Ud propone?

En Ars Moriendi y, en toda mi trilogía de la Muerte, propongo un abordaje de ella mediante la Pedagogía y la Cultura. Por un lado, llevo a cabo una Pedagogía de los sentimientos en general, y de la vivencia de la muerte en particular, con los niños cuyos padres me consultan por diversos motivos. Que nadie tema que ejerzo sobre ellos ninguna influencia morbosa o macabra. Todo lo contrario. Enseño a los niños (desde los 5-6 años aproximadamente) a descubrir, entre otras vivencias, el valor de la soledad, del silencio, de la oscuridad, de la quietud, de la contemplación y del reposo, de la oración (no en un sentido confesional, sino de relación con el Misterio y con el Bien que cada uno lleva dentro), etcétera. Pero, además, creo que esta Pedagogía debe traspasar el marco clínico y hacerse fundamentalmente en la escuela y en la familia, y en ello estamos.
Por otra parte, hablo de Cultura no como algo intelectualizante, de erudición pedante, sino como una riqueza heredada de nuestros mejores antepasados. La Cultura es una manera de amar la vida, de superar la Muerte. Esa cultura está hecha para transcenderse: es la música, la poesía, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cine... Pero también un paseo por un jardín, una observación de los vencejos, el ensamblaje de la propia genealogía, diferenciar el perfume de una tarde... Cultura es todo aquello que se vive y se conoce intensamente, aquello que convierte la carne en espíritu. Creo que enseñando esto a los niños y a los que sufren les estoy ayudando a apurar tanto la vida que no le tengan miedo a que la muerte les venza un día, porque la muerte sólo nos vence si nos amarga la vida.

2.- ¿En qué falla la manera en la que hoy en día un enfermo o un familiar se enfrenta a un diagnóstico médico fatal?

Hasta hace poco funcionaba el engaño como pretexto para proteger al enfermo del conocimiento de su diagnóstico mortal. Ya no es posible. La población está actualmente muy informada en cuestiones de sanidad, y sabe lo que es un cáncer, una quimioterapia, una radioterapia, etc, y cada vez tiene un acceso más libre y autónomo a la información. Ahora el engaño ha sido sustituído por la banalización de esa vivencia límite, que tratan de diluir. El ser humano tiene el derecho y el deber ético de conocer sus límites y de prepararse por si llegan y para cuando lleguen. Consolar no es negar sino acompañar y ayudar.

3.- ¿Cuáles son los principales problemas psicológicos y emocionales que surgen ante una situación de este tipo que no pueden ser resueltos por la medicina?

Ninguno. Digo que estos problemas deben ser resueltos por la nueva Medicina, por esto que llamo tecnohumanismo, donde los avances más punteros de la técnica se apliquen imaginativamente a cada enfermo concreto, una técnica personalizada en el más noble sentido del término, es decir teniendo en cuenta la historia biográfica e íntima de cada ser humano, especialmente en sus momentos más duros. El tecnohumanismo médico tiene la obligación de que se cumplan lo antes posible los cinco derechos básicos de todo enfermo límite; es decir, morir: 1) sin dolor; 2) sin ahogarse; 3) sin pánico; 4) sin deterioro ni confusión mental; y 5) sin soledad. La mayoría de estos derechos son factibles de cumplirse técnicamente ya. Lo escandaloso es que razones de otras preferencias económicas en las líneas de aplicación o investigación lo impidan.

4.- ¿De qué manera la literatura y la música pueden paliar los efectos físicos y psicológicos de una enfermedad terminal?

No me gusta el concepto terminal, es cruel, recuerda el pasillo de la muerte. Propongo el concepto existencial de <<enfermedad o enfermo límite>>. La consolación es un misterio. ¿Por qué un dolor duele menos con una caricia? Y una caricia es, en cuanto al oído, una música evocadora, una canción amada o un verso puro. ¿Quizá porque nos distrae? ¿Quizá porque un estímulo dañino es anulado o neutralizado por un estímulo amoroso? ¿Acaso no será que la música, el verso, la melodía nos transportan a un mundo en el que aún somos niños y hay una madre que sabe cuidarnos desde algún lugar íntimo de esa música y de ese poema que se nos mete dentro? Ése es el sentido consolador que yo le doy a la cultura a la que me refería antes.

5.- ¿Cuál es su experiencia personal al respecto? ¿En qué casos ha podido comprobar los efectos beneficiosos de esta 'terapia' espiritual?

En primer lugar, en mí mismo, en el sí-mismo de los momentos más duros, que es donde y cuando uno de verdad investiga y experimenta el espíritu. (Freud descubrió el psicoanálisis en él antes que en nadie.) Asimismo, lo he comprobado en los niños oncológicos cuando dibujamos, pintamos, hacemos relajación o bailamos (si ellos pueden, o, si no, tamborileamos o cantamos... o ¡gritamos!) al ritmo de las músicas...; o cuando inventamos palabras, cuentos u oraciones, o cuando recitamos versos hermosos por sí mismos sin que haya necesariamente que entenderlos destripándolos... Y también con los adultos con cáncer cuando se les ayuda a recordar su vida, a desvelar su sentido, a ver que hasta sus desgracias encajan en el hilo de su existencia, y eso les produce un extraño sosiego de coherencia, de haber sido lo que querían ser o lo que de verdad podían ser...

6.- ¿A lo largo de la historia se ha empleado la música, la literatura o las técnicas de relajación en el proceso de acercamiento a la muerte?

Quizá sí de manera particular, en personas cultivadas en esos terrenos, de alto nivel, y aun así escasamente. Pero no se ha empleado –que yo sepa- de la manera intencional, estructurada y pedagógica, al mismo tiempo global y personalizada, que propongo en ARS MORIENDI. Hoy esa cultura rica está técnica y materialmente al alcance de todo el mundo. Sólo hace falta que la gente más sencilla o menos motivada sienta que también es suya, que también es capaz de gustarla, que descubra su valor de acompañamiento, de consolación, de enriquecimiento íntimo, valores tan decisivos a la hora de afrontar situaciones límite.

7.- ¿En qué se basa la elección de las obras poéticas y musicales? ¿Existen obras indicadas para cada caso?

En ARS MORIENDI ofrezco una amplia oferta informativa (de poemarios, libros, piezas musicales, obras pictóricas, películas, paseos, escenarios, relajación, masaje, hidroterapia...) que pueden ser útiles recursos a la hora de abordar, elaborar, sensibilizarse, debatir la propia situación límite de la vida. Debo recalcar que esa utilidad no es sólo para los enfermos sino también para sus seres queridos allegados y muy especialmente para sus cuidadores. Pero la elección y selección deberá hacerla la propia persona en función de sus afinidades, posibilidades y momentos de la evolución de su proceso.

8.- Muchos autores literarios y musicales consagrados son conocidos por su sensibilidad hacia el duelo y la muerte. ¿Se pueden encontrar ejemplos en la literatura actual?

Hay mucho y bueno donde escoger. Lo más bello que he vivido al producir esta trilogía es el descubrimiento de la riquísima fineza pscológica y espiritual de los poetas españoles e hispanoamericanos de nuestro reciente siglo XX. En ellos, la poesía es la vía noble de expresión del dolor moral. En ARS MORIENDI, transcribo 87 poemas o trozos de poemas de 65 de nuestros poetas, y en mis otros libros, aún más. Esos poemas, sin intención antológica sino alegatoria (el <<pensamiento poético>>) , son también un homenaje a esos desveladores y consoladores del alma.

9.- ¿Las creencias religiosas también pueden influir en este proceso?

Si la persona en situación límite es religiosa su fe es sin duda un apoyo fundamental para ese tránsito de su vida. Lo es la oración y, sobre todo, he podido comprobar que lo es la comunión para los católicos. Pero muchas veces esa fe no le ahorra una crisis de rabia contra Dios. Sin embargo, esa rabia es también hablar con Dios, es también una forma de oración, aunque sea blasfema. Todo el que nombra a Dios cree en Él, lo está llamando. Pero yo pienso que también hay esperanza espiritual para los ateos o para los agnósticos. A veces he asistido a personas que no han podido creer en el Dios tradicional por coherencia con su razón pura; suelen confesar: <<Me gustaría creer, pero no puedo>>. Les faltaba la fe, pero conocían el Bien. Si ese Dios de la Fe existiera los salvaría; yo creo que ese Dios no se sentiría feliz si esos seres al final de sus vidas hicieran un acto de fe por miedo: los condenaría por cobardes.

“Abogo por la pedagogía de la muerte desde la infancia”
(Carlos Cobo)

Entrevista realizada por Jesús Nuño para la revista <<Adiós>>, nº 31, enero-febrero 2002

En la primera línea del dolor del ser humano, al frente de la Sección de Psiquiatría Infantil del Hospital La Paz, de Madrid, el doctor Carlos Cobo Medina, médico psiquiatra y psicoanalista, se enfrenta cada día con la dura brega de la muerte. Sabe como nadie que morir forma parte indivisible de la vida, y por eso ayuda como nadie a entenderla y a aceptarla. Su principal caballo de batalla está en los niños, a quienes se les escapa comprender por qué los padres ya no están o por qué un hermano se fue. Y si experto es en ahondar en todos los recovecos del duelo infantil, tanto o más lo es con los miedos de los adultos. La muerte no tiene secretos para él; quizá por ello consigue que la vida de los demás mejore considerablemente. Carlos Cobo Medina es un pensador, un filósofo de la muerte. La estudia en todas sus consecuencias, combate sus efectos y desmenuza uno a uno todos los sentimientos que provoca el duelo.

Pregunta: ¿Qué es el duelo?

Respuesta: El duelo es la reacción emocional del ser humano ante la muerte de un ser muy amado y muy significativo para uno; puede ser el padre, la madre, el hijo, la mujer, el marido o un amigo muy querido. Aunque también he conocido a gente en la consulta que ha hecho un duelo cuando ha muerto una persona de la cual me han estado hablando mal siempre. Y hemos llegado a la conclusión de que eran enemigos necesarios, enemigos entrañables. Unos enemigos a los necesitaban más de lo que pensaban.

P: ¿Se le puede poner duración a un duelo?

R: Hay quienes le ponen un límite, un plazo de uno o dos años. Antes, en los lutos españoles, en la muerte de un familiar, según fuera la relación con ese familiar, se llevaba el luto durante un tiempo u otro. Hay también ahora unos supuestos terapeutas del duelo que te enseñan cómo superar un duelo en tres semanas. Yo estoy en contra de esos plazos, porque una persona no tiene plazos para sentir. El duelo es algo muy íntimo, y nadie lo siente ni de la misma manera, ni al mismo tiempo, ni con la misma intensidad.

P: O sea, que un duelo puede presentarse inesperadamente, fuera de tiempo.

R: Por ejemplo una hija puede sentir un duelo por un padre muy distinto de otra hija. O sentirlo más tarde, incluso más intensamente, pero más tarde. Eso hace que puedan llegar a producirse situaciones de tensión entre los familiares, porque se hacen reproches tales como “parece que no te importa”. Y no es verdad, es que a veces hay un desfase. Hay duelos tardíos. Hay niños a los que se les mueren sus padres de pequeños, que son huérfanos precoces, que no han vivido el duelo, y al cabo del tiempo sienten intensamente que ese padre no está, lo echan en falta, lo echa de menos. Yo he visto hombres hechos y derechos en mi consulta, por ejemplo, duros empresarios, con los ojos empañados, diciéndome “mi padre se murió cuando yo era un muchacho... no lo tuve... cuánto lo he echado de menos”. Y otro tanto ocurre con mujeres hablando de sus madres, aunque las perdieran cuando eran muy jóvenes.

P: ¿Los niños sienten el duelo?

R: A veces los niños hacen duelos muy intensos. Tuvimos el caso de una niñita, a la que llamaremos Marina, que con dos años y medio hizo un duelo absolutamente clásico, muy intenso, por la muerte de su padre. Claro que en estos casos tienen que darse diversas condiciones- Por ejemplo, Marina era una niña inteligente, muy sensible, muy unida a su padre, creciendo en un medio sociocultural bueno y también con una madre que estaba en un difícil duelo que comprometía su visión d ela existencia.

P: ¿Aflora el sentido de culpa?

R: Hay quien sufre de un sentido de culpa porque no ha cuidado o tratado bien a ese ser querido. Hay culpas que son razonables, que son objetivas, y otras que no. Hay lo que es accesorio y lo que es importante. Yo creo que la culpa mayor que puede tener alguien con respecto a un ser querido que se le ha muerto es que no lo haya cuidado, en el sentido básico del término, independientemente de discusiones que hayan podido tener desde siempre. Uno puede discutir con alguien, y quererlo mucho, y cuidarlo a pesar de todo. Eso va en caracteres y temperamentos. Lo fundamental es cuidar a la persona que se nos va.

P: ¿Existen mecanismos de autodefensa contra el duelo?

R: Algunas personas ponen en marcha un mecanismo de banalización, de olvido; entonces a esos seres queridos, incluso a los más queridos, los expulsan de su memoria y de su existencia. Son olvidados, anulados, y se mueren del todo. Y muchas de esas personas hacen eso por un gran miedo, por un gran temor a la muerte. Pero, del fondo del ser más racional surgen a menudo pensamientos mágicos, como, por ejemplo: “¿La habitación donde ella ha muerto no será la habitación de la muerte, no me podré morir yo también?”. Se trata de reacciones irracionales que no son patrimonio sólo de las personalidades primitivas. Eso le puede pasar a la persona más intelectual, porque en el momento del duelo, cuando uno sufre mucho, emerge lo mágico.

P: También habrá quien viva un duelo casi perpetuo.

R: En ocasiones, una persona se queda adherida al duelo en el sentido morboso del término. Viviendo en un duelo que puede llegar, en los extremos, a derivar hacia una enfermedad psiquiátrica, generalmente a una depresión intensa, de una amargura correosa, que le conduce a perder verdaderamente las ganas de vivir, e incluso a envenenar la vida de los otros seres queridos que le rodean.

P: ¿A qué se refiere usted cuando habla del duelo imposible?

R: Existen duelos en los que el muerto está vivo; no se ha hecho un trabajo de duelo, una elaboración de la pena por la pérdida. Eso es resumidamente lo que yo llamo el “duelo imposible”. Para una madre la muerte de un hijo, aunque sea un bebé o un hijo no nacido, queda siempre en su mente y en su corazón, con una presencia absorbente. Aunque sea un no nacido, un niño que ha nacido abortado, queda siempre como un ser inolvidable. Para muchas madres el hijo muerto constituye un duelo imposible, una pérdida que no pueden admitir; en estos casos valdría exactamente esa frase tópica de <<pérdida irreparable>>. Yo comprendo a esos madres, y creo que sólo en ellas el duelo imposible es <<normal>>, por así decirlo. Pero el duelo imposible es, además maligno, y reclama venganza cuando a una madre le matan a un hijo, una madre con un hijo víctima del terrorismo... eso no se puede olvidar nunca... nunca... esa persona lleva un muerto-vivo encima, dentro. Es decir, el duelo imposible maligno es cuando a uno se le ha muerto alguien muy querido a causa de la maldad humana. Eso produce un deseo de venganza, un rencor interior, que impide que ese muerto pueda quedar en paz dentro de uno. Es como si hiciera falta una venganza que no se lleva nunca a efecto, y, si se perdona, es un perdón obligado, por acabar con ese odio que no deja vivir.

P: ¿Cuándo termina “de facto” un duelo?

R: Yo creo que el duelo de los seres muy queridos no termina nunca. Esos seres queridos, convertidos en espíritu de uno, se van poco a poco interiorizando, se van depositando, se van sedimentando en lo que podríamos llamar “el jardín melancólico”, que es nuestro cementerio interior. Y eso es un acompañamiento interior, que no tiene por qué contener elementos macabros, ni muchísimo menos. Mantener dentro de uno el recuerdo y el cariño por el ser querido muerto no quiere decir que uno deje de vivir. Cuando se pierde a alguien, uno descubre el valor que tiene vivir, la importancia que tiene la vida.

P: Algo bueno tenía que tener...

R: En ese sentido, el duelo es enriquecedor, es la oportunidad que da esa experiencia para ver la vida de otra manera. Constituye una oportunidad para una reestructuración interior de la persona, para una transformación en la forma de ver la vida. Pero esto no se da en todas las personas porque requiere realizar un proceso de elaboración que supone un esfuerzo importante. El resultado sería que ese ser querido muerto queda dentro de ti, vive dentro de ti, pero no como un cadáver, sino como un espíritu, como algo que te alienta y te mejora. Y conforme se va siendo mayor y acercándose uno al final, esa figura te acompaña. Mi madre es muy viejecita y ha sido una persona muy miedosa, muy temerosa, pero se siente acompañada y arropada por sus muertos. Me dice, “Carlos, yo siento la presencia de ellos”. Ahora que ha muerto mi padre, no hace mucho, ella, que ya apenas habla, sin duda siente la presencia de él. Y esas presencias no son de tipo persecutorio, sino consolador. El recuerdo de los seres queridos muertos, con quienes se han vivido momentos buenos, es un bálsamo.

P: ¿Se han renovado los duelos con el tiempo?

R: La muerte se ha tecnificado. Ahora, en cuanto se produce, hay tal sistema, tal engranaje, que tu ser querido muerto deja casi de pertenecerte para entrar dentro del ciclo de lo fúnebre, de lo funerario, de lo burocrático. Uno deja a su muerto en manos de las compañías funerarias, el certificado, el programa de las ceremonias, los horarios establecidos, el servicio, y se te va..., le ves en el tanatorio, y ya está preparado, ya le han metido en una urna, ya no lo puedes tocar..., eso me parece algo tremendo, deshumanizador. Cuando murió mi padre, lo poquito que yo podía ver de él en el ataúd era una especie de cabecita pétrea, verdinegra, húmeda, formolizada... Para mí no era mi padre, sino más bien una especie de escultura macabra, aunque tuve que hacer los gestos de amor que yo creo que hay que hacer de todas maneras para sellar la muerte.

P: Pero eso es propio de determinado ritmo de vida, de avances sociales...

R: Tal y como están organizadas las estructuras sociales ya casi no se puede dar un último beso, ni cerrarle los ojos, ni estar en un velatorio próximo, sin cristales. Antes eso era así. En casa se le amortajaba, se le perfumaba, se le limpiaba, se le ponía el traje, se hacía el velatorio. Claro que tampoco ahora nadie sabe hacer eso. Yo creo que eso no se debería delegar en nadie, pero ¿la sociedad me dejaría hacerlo?

P: Es decir, que las prisas no son buenas ni para morirse.

R: Yo creo que nos equivocamos al hacer de la muerte esta especie de cosa rápida, materialista, de olvidar lo antes posible, de poner el muerto muy lejos, de incinerarlo. Creo que esta prisa porque nos lleven al muerto oculta y evidencia el miedo a la muerte. Se le incinera para que no quede nada de nada de la muerte, todo lo contrario de las tribus nómadas, que incineraban a sus muertos para poder llevarlos continuamente con ellos en unas bolsitas colgadas. Un poeta tibetano cuenta cómo se hacían vasijas y pequeñas esculturas con las cenizas de los muertos, que eran recuerdos y al mismo tiempo obras artísticas. Y hace poco he oído que existe un escultor suramericano que esculpe esculturas amalgamando las cenizas de los muertos con otras sustancias. De manera que también hay una especie de evolución hacia esa costumbre antigua de los nómadas, de conservar consigo las cenizas de sus muertos. Incluso hay en el mercado una especie de cuadros, donde se colocan las cenizas en la parte de atrás y, por delante, está la foto del fallecido.

P: La incineración aumenta por momentos y por distintas cuestiones. De hecho se están creando espacios especiales en los cementerios para este tipo de servicio.

R: Hay un intento de reconversión de los cementerios en jardines y en parques, y yo creo que eso está bien. Mas adelante, quizás podamos hacer cada uno nuestro propio jardín, con las cenizas de nuestros seres queridos. A mí me gustaría tener las cenizas de mi padre en un sitio así. Aunque, y esto es metafísico, cuando se incinera un cuerpo se le transmuta, se da en un tiempo muy corto un salto muy grande en la trasformación evolutiva de la naturaleza humana: en poco tiempo nuestro ser querido pasa de la condición orgánica a la condición inorgánica más reducida. Por el contrario, la inhumación es un proceso que permite la degradación natural, algo insoportable de imaginar -y no digamos de ver- para los vivos. La tumba tradicional es un lugar donde uno puede ir a rendir un tributo, un homenaje, un recuerdo, una oración... al ser querido sabiendo que, de alguna manera su cuerpo natural, está aún ahí.

P: ¿Los cementerios, pues, están dejando de ser lugares sombríos?

R: Eso depende mucho de la educación. Yo creo que a la muerte se la puede perfectamente ‘desmacabrizar’. Yo abogo fervientemente por la pedagogía de la muerte, desde la infancia, aunque parezca algo muy chocante. Si usted lleva en pequeños grupos a los niños de un colegio a un precioso cementerio como es el de El Este, en Madrid, por ejemplo, o al Civil, pasean por entre esas tumbas, y les cuenta historia de algunas de esas personas, ilustres, los ha enriquecido personalmente. Si eso usted lo hace, si se lo dejan hacer y los padres no se escandalizan, esos niños poco a poco van sintiendo que la muerte es una cosa natural. Que es algo que tiene una historia, que esos seres nos han legado cosas, aunque no sean ya famosos, o no lo fueran nunca, como los antepasados. Es decir que mucho de lo macabro de la muerte nos viene dado históricamente, y nos viene de también de familia también, de cómo nos han educado.

P: Volvemos a los niños. ¿Cómo se les educa para entender la muerte?

R: Por ejemplo, les estimulo a que hablen con los abuelos, que les pregunten cosas como “¿Tus padres cómo se llamaban? ¿Y los padres de tus padres, cómo eran? ¿Cómo eran tus abuelos?”. Esos son ejercicios que, aunque tienen como base la muerte, sirven para que el chiquillo se vaya familiarizando con la historia de la vida pasada, pues vida y muerte son inseparables. A esos seres que les han precedido, y de los que él no tiene ninguna memoria de ellos, los recupera de la nada, los hace presentes, los hace sustancia de él. Y va teniendo, intuitivamente, una sensación de continuidad, que va a dar lugar a precisar ese Más Allá tan misterioso y probablemente tan inventado. Yo tengo mucho contacto con los muchachos y me amplían mucho la mente. No hace mucho una chica me decía que ella y sus amigos iban al cementerio de Cuenca al atardecer, a hablar y a tomar unas cervezas. Iban a conversar junto a los muertos, sin miedo, como a un jardín tranquilo, y de esa manera repetían sin saberlo costumbres y ceremonias de pueblos muy antiguos.

P: ¿Y cómo afecta la muerte a un especialista en bregar con ella?

R: Mucho, sin duda. Hace unos días traté a una niña que ha muerto con nueve años. Me decía “Esto es injusto, es injusto... el dolor... esto es injusto”. Claro que afecta.
Mucho. Imagínese usted un Servicio de Trasplantes o de Oncología, un Servicio de Urgencias o la Unidad de Dolor.... en donde los médicos están constantemente confrontados al dolor y a la muerte. Te ves obligado a desarrollar unas defensas muy, muy fuertes. Sucede que el médico está preparado para curar, no para que la gente se le muera, y cuando esto ocurre siente la culpa del fracaso. Muchas veces, cuando ve que no puede hacer nada más, se da la vuelta y desaparece, y esto es algo que los médicos ya veteranos debemos enseñar a los jóvenes, a que no hagan eso, a que estén hasta el final y después del final para ayudar en el duelo de los parientes.

P: ¿El interés por la muerte le viene de haberse topado muchas veces con ella?

R: Lo primero que recuerdo es cuando, con tres o cuatro años, yo vivía en Málaga, en la Alameda de Capuchinos, muy cerca de un cementerio que había entonces, y veía pasar todos los entierros que había en Málaga. Me acuerdo que era una planta baja, con ventanas de barrotes que daban casi a ras de una calle por donde, de forma incesante, pasaban todos aquellos cortejos antiguos, los coches fúnebres, los penachos de los caballos, los dolientes de negro... Mas tarde, con quince o dieciséis años, por razones diversas, me decidí por la Medicina, y pensé que para ser médico tenía que pasar por un rito casi de iniciación: asistir a una autopsia. Y lo hice. No sé cómo me las arreglé, pero estuve viendo la autopsia de un ahogado en una sala anatómico forense de un cementerio. Era un sitio tremendamente sórdido, del cual conservo una visión muy impresionista, muy difusa. Digamos que todas estas eran imágenes de la muerte externa. Luego sufrí dos muertes familiares. Una, la de un tío mío, muy joven, que murió solo en el Sanatorio antituberculoso y que, según me transmitieron, tuvo una muerte apacible. Poco después. murió mi abuelo en condiciones absolutamente contrarias: mayor, deteriorado. Falleció en casa, y yo estaba muy cerca de él. Después vinieron los muertos <<didácticos>>, tres cadáveres para disecar, tres muertos anatómicos. Yo tenía entonces 18 años, y eso sí que fue una experiencia muy dura. En la Facultad de Medicina de Granada había entonces Jefes de Mesa; entre todo el curso nos escogían a diez para preparar los cadáveres que debíamos mostrar a nuestros compañeros al día siguiente. Por la tarde noche, en invierno, imagínese lo que era quedarse allí con los cuerpos abiertos y gusaneros. Disequé los tres cadáveres y quedaba tan impregnado de su olor putrefacto que, en el trayecto al Colegio Mayor donde residía, los perros me seguían. Recuerdo que tuve una fantasía con aquellos cuerpos: haberles cortado un trozo y haberlo enterrado, con su cruz y sus flores, porque sentía una pena tremenda del anonimato de aquella gente.
Luego tuve la muerte de mis tres mejores amigos, uno en accidente, otro por suicidio y otro por enfermedad. Las tres muertes. De manera que todas estas muertes han ido formando una trama en mi interior en donde se entremezcla lo materialista, es decir, las autopsias, las disecciones, el cadáver desde el punto de vista forense (no exento, sin embargo, del toque romántico), y lo espiritual, o sea, los seres queridos. Todas esas experiencias me han llevado a un posición ambivalente entre el materialismo y el espiritualismo... y ahí estoy.