Aún en la antigüedad los etruscos estaban rodeados por un aura de misterio. Sus contemporáneos griegos se sentían intrigados por el repentino surgimiento de ese pueblo como potencia marítima y comercial.
Los posteriores conquistadores y sucesores romanos se beneficiaron con sus adelantos y nunca dejaron de sentir celos del pueblo al que habían reemplazado. A pesar de los dos siglos de investigaciones eruditas y del descubrimiento y la excavación de sus ciudades sepultadas y sus tumbas olvidadas, los problemas subsisten. ¿De dónde vinieron los etruscos? ¿Era de ellos su arte, o se trataba de una mera copia del mayor logro griego? Los etruscos estaban en el apogeo de su potencia y prosperidad en el noroeste de Italia cuando Herodoto escribió su historia en el siglo V a.C. El relató que los etruscos habían migrado del Asia Menor alrededor del 1000 a.C., como refugiados que huían de la gran hambruna que había azotado el reino de Lidia. Cinco siglos más tarde, Dionisio de Halicarnaso expresó su convicción de que eran un pueblo indígena muy antiguo, que "no se asemeja a ningún otro en su idioma y costumbres".
Los etruscos eran diferentes de todos los otros pueblos. Suscitaban la envidia de sus contemporáneos y la admiración de la gente que ahora puede observar sus frescos y esculturas. D. H. Lawrence (Lugares etruscos) puede haber discernido la joie de vivre de ese pueblo. Frente a una de las tumbas subterráneas, donde las pinturas se veían oscurecidas por el tiempo, escribió:
Fragmentos de personas en banquetes, piernas que danzan sin bailarines, pájaros que vuelan hacia la nada, leones cuyas devoradoras cabezas son devoradas. Una vez esto era todo brillante y danzante; las delicias del submundo; honrar a los muertos con vino mientras las flautas tocaban para la danza y las piernas giraban y se oprimían. Y era un honor profundo y sincero el que se rendía a los muertos y a los misterios. Ello es contrario a nuestras ideas, pero los antiguos tenían su propia filosofía al respecto. Como dice el antiguo escritor pagano: "Porque ninguna parte de nosotros ni de nuestros cuerpos debe existir que no sienta la religión; y que no falten los cantos para el alma ni saltos ni danzas para las rodillas y el corazón; porque todo eso conoce a los dioses". Lo cual es muy evidente en los danzarines etruscos. Ellos conocen a los dioses en las mismas puntas de sus dedos. Los magníficos fragmentos de extremidades y cuerpos que siguen danzando eh un campo de obliteración aún conocen a los dioses y nos lo demuestran...
Quizás injustamente los romanos atribuían a los etruscos un desenfrenado libertinaje sexual y los describían como gente desprovista de vergüenza, que se complacía en actos sexuales, que hacía el amor sin cuidarse de que la vieran y que llamaban al acto descaradamente por su nombre. Eran grandes bebedores de vino y hermosos de contemplar, según el historiador griego del siglo IV a.C. Teopompo, que se deleitaba con las habladurías maliciosas. El filósofo griego Posidonio les acreditó viril coraje. El poeta Virgilio admiró su genio fecundo y su vigor artístico.
Diodoro de Sicilia, quien escribiera su Historia de la Universidad durante el reinado del emperador romano Augusto, cuando los etruscos eran sólo un recuerdo, brindó una visión más equilibrada.
Los etruscos, que primeramente se distinguieron por su energía, conquistaron un vasto territorio y allí fundaron muchas ciudades importantes. También disponían de una poderosa fuerza naval y por largo tiempo gozaron del dominio de los mares, a tal punto que el mar que baña las costas del oeste de Italia fue llamado por ellos Tirreno. Perfeccionaron el equipamiento de sus fuerzas de tierra con la invención de lo que se llama la trompeta, que es de la mayor utilidad en la guerra y a la que denominaron "tírrena"; también idearon emblemas de honor para los generales que les conducían, y a quienes les asignaban ayudantes, un trono de marfil y una toga ribeteada de púrpura. Y en sus casas inventaron el peristilo, que es una gran comodidad porque amortigua el bullicio causado por la gran cantidad de sirvientes. La mayoría de esos descubrimientos fueron imitados por los romanos, quienes los perfeccionaron y los introdujeron en su civilización. Fomentaron el progreso de las letras, las ciencias, la naturaleza y la teología, y desarrollaron en mayor grado que cualquier otro pueblo la interpretación del trueno. Por esa razón aún hoy inspiran a aquellos que son los amos de casi todo el mundo (los romanos) tan profunda admiración que se los emplea como intérpretes de los signos celestes. Como habitan una tierra fértil en frutos de todas las clases y la cultivan asiduamente, gozan de una abundancia de productos agrícolas que no sólo es suficiente para ellos mismos sino que, por su exceso, los lleva a una lujuria y una indolencia desenfrenadas.
Porque dos veces por día tienen mesas suntuosamente presentadas y servidas con todo lo que puede contribuir a una vida exquisita; poseen manteles bordados con flores y se les sirve el vino en cantidades de jarras de plata, y tienen a su servicio un número considerable de esclavos. Algunos de estos últimos son de una rara belleza; otros se visten con ropas más magníficas de lo que corresponde a su condición de siervos, y el personal doméstico cuenta con toda clase de dependencias privadas: como en verdad poseen la mayoría de los libertos. En general han abandonado la valiente constancia que tanto valoraban en antiguos tiempos, y por su complacencia en los banquetes y las delicias afeminadas han perdido la reputación que sus antepasados ganaron en la guerra, lo que no nos sorprende. Pero lo que pesó en mayor medida para llevarlos a una vida suave y ociosa fue la calidad de su tierra, porque al vivir en un suelo que lo produce todo y es de inagotable fecundidad, pueden almacenar grandes cantidades de frutos de todas las clases. Etruria es en verdad muy fértil y se extiende en su mayor parte sobre llanuras separadas por montañas con laderas cultivables, y está moderadamente bien aguada, no sólo en la estación invernal sino también durante el verano.
Bajo la influencia de un clima demasiado generoso, con su amor por el ocio, los etruscos se habían degenerado y habían caído víctimas de la disciplina y el carácter moral romanos. Esta opinión romana está siendo contestada por los arqueólogos, que lentamente van revelando toda la magnitud de la civilización etrusca e interpretan su cultura. Pero es improbable que sólo la excavación resuelva el problema de los orígenes etruscos. El estudio de los cráneos etruscos no ha conseguido dilucidar el misterio. El examen del grupo sanguíneo de sus descendientes, aquellos que han sufrido poca perturbación etnológica, ha resultado igualmente inconcluyente. La proporción apenas mayor de grupos A y B y que entre sus vecinos parece relacionarlos con ciertos pueblos orientales. Se considera que el idioma etrusco no forma parte del grupo de idiomas indoeuropeos, al que pertenecían el griego y el romano contemporáneos. El lingüista francés Zacharie Maigani cree que los etruscos tuvieron su origen en Albania. El erudito alemán Barthold Geog Niebuhr, afirma que llegaron de más allá de los Alpes.
Ninguna teoría goza de completa aceptación. Parece posible que tanto Herodoto como Dionisio tuvieran razón en parte. Los etruscos pueden haber sido pastores que descendieron hacia los fértiles valles y crearon su propia cultura, tal vez ayudados por la infusión de una raza extraña, quizá los sobrevivientes de los refugiados lidios quienes, según Herodoto, "navegaron por las costas de muchas naciones" antes de llegar a Italia. El arte etrusco y algunas de las prácticas religiosas de ese pueblo parecen haber recibido la influencia de ideas orientales.
Después de su absorción por los romanos, las ciudades y tumbas etruscas se sumergieron y se. perdieron de vista. Varias de sus estatuas y tumbas fueron encontradas durante el período del Renacimiento. Algunos historiadores del arte han detectado motivos etruscos en esculturas italianas del siglo XV. El redescubrimiento de dos grandes bronces, la famosa loba capitolína y la estatua del orador, despertó interés y llevó a la búsqueda de las moradas subterráneas de los muertos etruscos.
Las primeras excavaciones se realizaron en 1728 en Volterra, donde se descubrió la tumba de la ilustre familia Cecina. El descubrimiento casual diez años más tarde de una tumba en Palestrina, reveló el cofre Ficoroni, que representaba varios episodios de los viajes de los argonautas, una de las antiguas obras maestras de la talla en bronce. Hacia mediados del siglo XVIII los excavadores habían penetrado en las tumbas con frescos de Cometo .(la actual Tarquinia). Muchos arqueólogos, en su mayoría aficionados, examinaron el campo etrusco en busca de más pruebas del arte perdido de ese pueblo. En 1828 una yunta de bueyes cayó en una tumba en Vulci. En 1834 se halló un hermoso sarcófago en una tumba de Toscana. En los cien años siguientes se hallaron tumbas subterráneas en Cerveteri, Vulci, Tarquinia, Veii, Orvieto y muchos otros lugares. Un mundo sorprendente y olvidado había sido revelado. La historia etrusca fue parcialmente recreada. Una serie de tumbas principescas, llenas de ornamentos y estatuas doradas y adornadas con frescos simbolizan un repentino y prodigioso incremento de la riqueza en la región entre los ríos Arpo y Tíber, los Apeninos y el mar Tirreno. En el siglo VII a.C. los etruscos habían fundado una confederación de doce ciudades-estado, unidas más por solidaridad religiosa que por concordia política, probablemente en Ve¡¡, Caere, Tarquinii, Vulci, Rusellae, Vetulonia, Volsinii, Clusium, Perugia, Cortona, Arretium y Volterra.
Extendieron su dominio mediante una serie de conquistas y subyugaron a otras tribus itálicas, incluidos los latinos. La dinastía etrusca, los Tarquinios, rigieron Roma del 616 al 509 a. C. Por la unión de su poderío naval con el de los cartagineses, los etruscos mantuvieron controlados a los colonos griegos del sur de Italia y derrotaron a los griegos en la batalla de Alatia en el 535 a.C. Ese fue el apogeo de la potencia etrusca. La lenta declinación comenzó. La flota etrusca fue derrotada por los griegos en Cumae, en la bahía de Nápoles, en el año 474 a.C. Los romanos republicanos destruyeron Veii en 396, Volsinii en 265. La primera civilización italiana había sido vencida y según el poeta Horacio, ella "venció a sus vencedores".
Muchas son las teorías que se han presentado para explicar la declinación y la caída de los etruscos. Tal vez no hayan podido unirse para formar una nación. Sufrieron estancamiento social, por distinciones de clase demasiado rígidas. Todo el poder lo detentaban las familias gobernantes. La clase trabajadora no tenía derechos sino solamente obligaciones. Consentían a sus mujeres y se aferraban a costumbres obsoletas. Guardaban muy celosamente sus hábitos ancestrales. Eran demasiado conservadores, temían el cambio. Sufrían por una obediencia excesiva a sus adivinos, los arúspices, la casta sacerdotal que adivinaba el deseo de los dioses por el estruendo del trueno, el vuelo de un pájaro, el examen de los hígados. Ellos dieron a los etruscos falsas expectativas de grandeza, una seguridad demasiado grande en sus destinos.
Según el historiador romano Livio, los etruscos eran más adictos a las prácticas religiosas que cualquier otra nación. Ellos transmitieron su práctica de la interpretación del hígado a los romanos. Esto sugiere una influencia oriental en la vida etrusca, derivada de creencias canaanitas, o de los magos asirios. Un modelo de bronce de un hígado, hallado en Piacenza, está dividido en cuarenta y cinco áreas, en cada una de las cuales está inscrito el nombre de la divinidad que la presidía. A los etruscos les preocupaba mucho la vida futura. En ello reside la paradoja de su cultura. Alegres, amantes del placer, sibaritas, estaban obsesionados por la muerte.
Casi todos los conocimientos relativos a los etruscos se han derivado de sus mausoleos. Ellos revelaron sus actividades en su arte, en la forma de sus templos, los planos de sus casas, las calles de sus ciudades, sus banquetes y juegos, su esperanza de resurrección. Crearon una imagen del presente como terco desafío al futuro. Ningún otro pueblo antiguo igualó a los etruscos en su autoestima.