¿Qué los une?
Los seres humanos somos criaturas complejas, capaces de experimentar una amplia gama de emociones que nos permiten relacionarnos con los demás, expresar nuestros sentimientos y adaptarnos a las circunstancias. Sin embargo, también somos herederos de una larga historia evolutiva que nos ha dotado de unos instintos ancestrales que nos impulsan a actuar de ciertas maneras, a veces sin que seamos conscientes de ello. ¿Qué son los instintos ancestrales humanos? ¿Qué son las emociones humanas? ¿Qué relación existe entre ambos?
Los instintos ancestrales humanos son aquellas tendencias innatas que tenemos los seres humanos para realizar determinadas conductas que favorecen nuestra supervivencia y reproducción. Estos instintos se han ido formando a lo largo de millones de años de evolución y se encuentran en nuestro cerebro más primitivo, el llamado cerebro reptiliano. Algunos ejemplos de instintos ancestrales humanos son el instinto de conservación, que nos hace huir o luchar ante una amenaza; el instinto sexual, que nos motiva a buscar pareja y reproducirnos; el instinto maternal o paternal, que nos lleva a cuidar y proteger a nuestros hijos; o el instinto social, que nos hace buscar la pertenencia y la cooperación con otros seres humanos.
Las emociones humanas son estados afectivos que se producen como respuesta a estímulos internos o externos y que se acompañan de cambios fisiológicos, cognitivos y conductuales. Las emociones tienen una función adaptativa, ya que nos ayudan a evaluar las situaciones, a prepararnos para la acción y a comunicar nuestros estados internos. Algunas emociones son universales, es decir, se dan en todas las culturas y se expresan de forma similar, como la alegría, la tristeza, el miedo, la ira o el asco. Otras emociones son más complejas y dependen del contexto y de la interpretación que hacemos de los acontecimientos, como la culpa, la vergüenza, el orgullo o la envidia.
La relación entre los instintos ancestrales humanos y las emociones es estrecha y bidireccional. Por un lado, los instintos ancestrales humanos pueden generar emociones que nos orientan hacia la satisfacción de nuestras necesidades básicas. Por ejemplo, el instinto sexual puede provocar emociones como el deseo, la pasión o el amor; el instinto de conservación puede desencadenar emociones como el miedo, la ansiedad o la ira; o el instinto social puede originar emociones como la alegría, la tristeza o la soledad. Por otro lado, las emociones pueden influir en nuestros instintos ancestrales humanos, modulando su intensidad o su dirección. Por ejemplo, una emoción como la culpa puede inhibir nuestro instinto sexual; una emoción como el asco puede bloquear nuestro instinto de conservación; o una emoción como la envidia puede alterar nuestro instinto social.
En conclusión, los instintos ancestrales humanos y las emociones son dos aspectos fundamentales de nuestra naturaleza humana que se retroalimentan mutuamente. Los instintos ancestrales humanos nos conectan con nuestro pasado evolutivo y nos impulsan a actuar según nuestras necesidades biológicas. Las emociones nos conectan con nuestro presente y nos permiten adaptarnos a las situaciones cambiantes. Ambos elementos son necesarios para nuestra supervivencia y bienestar, pero también pueden entrar en conflicto cuando no están en armonía. Por eso es importante conocerlos y regularlos adecuadamente para lograr un equilibrio entre nuestra razón y nuestra emoción.
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