Gibrán Khalil Gibrán
La majestuosa mansión se encontraba bajo las alas de la noche silente, como la Vida bajo la envoltura de la Muerte. En su interior, una doncella sentada ante un escritorio de marfil, reclinada su bella cabeza sobre suave mano, como una lila marchita sobre sus pétalos. Miraba, alrededor de sí y se sentía una miserable prisionera que lucha por atravesar los muros del calabozo para contemplar a la Vida, marchando en el cortejo de la Libertad.
Las horas pasaban como los espectros de la noche, como una procesión entonando el fúnebre canto de su pena, y la doncella se sentía segura derramando sus lágrimas en angustiosa soledad. Cuando no pudo resistir más su sufrimiento y se sintió en plena posesión de los secretos de su corazón, tomó la pluma y, mezclando lágrimas y tinta sobre el pergamino, escribió:
Amada hermana:
Cuando en el corazón se apiñan los secretos, y arden los ojos por las quemantes lágrimas, y las costillas parecen estallar con el creciente confinamiento del corazón, no se puede hallar otra expresión de ese laberinto salvo una oleada de liberación como ésta.
Las personas melancólicas gozan lamentándose, y los amantes hallan alivio y condolencia en sus sueños, y los oprimidos se deleitan cuando causan conmiseración. Te escribo porque me siento como un poeta que imagina la belleza de las cosas y compone en versos sus impresiones, presa de un poder divino... Soy como el niño del hambriento que llora por su alimento, haciendo caso omiso de la condición de su pobre y piadosa madre y de su fracaso en la vida.
Escucha mi dolorosa historia, querida hermana, y llora conmigo, pues sollozar es como una plegaria y las lágrimas de piedad son caridad porque surgen de un alma buena y sensible y no se derraman en vano. Fue la voluntad de mi padre que me casara con un hombre noble y rico. Mi padre era como la mayoría de los hombres ricos que, por temor a la pobreza, sólo gozan de la vida cuando pueden acrecentar su riqueza y agregar más oro a sus cofres, para ganar con su esplendor el favor de la nobleza, anticipándose así a los ataques de los días aciagos... Y ahora descubro que soy, con todo mi amor y mis sueños, una víctima sobre un altar de oro que odio, y dueña de un honor heredado que desprecio...